La crisis del arte musical evangélico

Dejó de ser, en algún sentido, sal y luz de la tierra y pasó a ser parte del poderoso engranaje de la industria de la diversión y el entretenimiento.

26 DE AGOSTO DE 2017 · 21:45

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El arte musical evangélico en la actualidad está viviendo una crisis de expansión y crecimiento, sin que se puedan ignorar síntomas visibles de decadencia en su espiritualidad.

Esto es lamentable, pero no debe extrañarnos. Este arte creció en visibilidad, alcance y nombradía, en las tres últimas décadas, más que las iglesias que eran su base de sustentación.

Pero el arte evangélico; es decir, los artistas que lo producen, perdieron el contacto, el vínculo natural y dinámico que debían sostener con las iglesias.

Las iglesias, punto de apoyo desde el cual los cantantes evangélicos desarrollaban su ministerio artístico, pasaron a ser simples grupos, fans donde se aglutinaban sus seguidores.

El arte evangélico, el que encarnan sus figuras más más destacadas, se comercializó, fenómeno por el cual yo nunca me escandalizado ni he expresado descuerdo con esto, pues entiendo que, si se crea un público consumidor, no es extraño que surjan productos empeñados en satisfacer la demanda de este público.

Se entiende que era necesario e inevitable, por muchísimas razones, que surgiera un arte comercial, aunque esto no justifica que este arte nacido de una propuesta específica de fe, perdiera su perspectiva ministerial, su llamado misional.

No debemos perder de vista que mucho de lo que es hoy el arte secular norteamericano, se inició en las iglesias. Son innumerables las estrellas del arte norteamericano que comenzaron a desarrollar sus talentos en una iglesia, y se fueron a buscar fortuna en el arte secular y algunos terminaron trágicamente.

Figuras como Elvis Presley, Jerry Lee, Whitney Houston y otras tantas, no pueden ser más ilustrativas.

En un mundo globalizado de amplia pluralidad y apertura para la religión, el cantante o el músico que sobresale en la iglesia tiene a su alcance la fama y la fortuna, hoy, sin necesariamente apartarse de su fe.

Desde la religión se puede alcanzar con mucha rentabilidad económica niveles de fama y aceptación similares y, en ocasiones, hasta más ventajosos que lo que ofrece el mundo secular.

Incluso hay quienes luego de convertirse en creyentes se han mantenido como artistas seculares y dicen ser miembros de una iglesia evangélica sin concitar ningún debate y sin que se les sugiera o se les pida explicaciones.

Sin dudas, que sin descalificar ni juzgar a nadie, estamos frente a un problema.

La clave está en discernir cuál es nuestra misión, a qué fuimos llamado por el Señor, independientemente del talento que se posea y de la aceptación que se logre tener.

Aquí estamos en un punto que nos conduce a discernir valores, a definir la ruta esencial de la vida a luz de la enseñanza que nos dejó el Señor Jesucristo en Lucas capítulo 4. Ante las más tentadoras ofertas, el Señor Jesús definió su misión.

Aquí estamos en paralelo con mismas ofertas que Satanás les hizo a Jesús: la autosatisfacción personal para superar cualquier carencia y suplir cualquier necesidad inmediata, sin prever otras consecuencias; satisfacer la sed de poder y fortuna, y finalmente hacer de la existencia un espectáculo para recibir la aprobación y glorificación del mundo.

Optamos por esto, o por lo que sigue, la misión: curar a los enfermos, consolar a los afligidos, dar vistas a los ciegos y proclamar las buenas nuevas de liberación para los cautivos (Lucas, 4:1-19).

Lo que sucedió, y aun sucede, con ese fenómeno del arte musical evangélico es que nunca lo hemos querido analizar, ni nos interesamos por ventilar sus posibles consecuencias.

Todos, como si no respondiéramos a una fe que tiene sus principios, seguimos sin mayores reparos ni observaciones las leyes del mercado, y el arte evangélico, en buena parte, comercialmente se secularizó.

Dejó de ser, en algún sentido, sal y luz de la tierra y pasó a ser parte del poderoso engranaje de la industria de la diversión y el entretenimiento.

Como resultado de la masificación de la fe han surgido otras necesidades dentro de las iglesias, que al igual que el arte, a falta de una respuesta pastoral y teológica, ahora están siendo respondidas por predicadores, por verdaderos gladiadores y acróbatas de púlpitos que tienen un mensaje de motivación muy entretenido para dar masajes psicológicos y atenuar las crisis de estima de gentes que está en las iglesias haciendo ruidos, pero cuyas vidas están vacías, depresivas y muy desorientadas.

Tenemos en nuestras iglesias muchísimos jóvenes que tienen sobrado talento, pero están excesivamente enfocados, no en ministrar y servir con sus dones en las iglesias –lo hacen en cierta medida–, pero su enfoque está en dar el gran salto al arte comercial religioso, donde tenemos figuras de gran impacto que cobran por interpretar dos o tres canciones cifras que andan cerca del salario mínimo que se le paga por un año a cualquier trabajador nuestro.

Esto, ya también está pasado con muchos predicadores que con notable escasez de conocimientos bíblicos han logrado conectar con las necesidades psicológicas de las masas evangélicas y se han convertido en el placebo que produce alivio momentáneo, pero no sanas heridas, tampoco restaura ni transforma a nadie, porque su contenido carece del ingrediente vital de la Palabra de Dios.

Sin embargo, hay que acotar que en las congregaciones quedan muchos talentos, muchos cantantes, músicos y predicadores que están al servicio de la misión de la iglesia, que es llevar el mensaje de salvación y promover el Reino de Dios.

A esos que se han quedado, muchos de ellos teniendo todas las condiciones para ser figuras de primera línea en cualquier escenario, sea religioso o secular, hay que reconocerlos.

En noble y sensata atención pastoral a estos talentos que desarrollan sus ministerios dentro de las iglesias, y lo hacen con tanta pasión y entrega, hay que DIGNIFICARLOS, hay que darle el cuidado pastoral apropiado y hay que alentarlos con un apoyo en metálico, en la medida de lo posible, que haga de su trabajo una tarea sostenible y le propicie la holgura digna a la que aspiramos todos.

Más que premiaciones laudatorias y alfombradas, más que flashes que destellan en coloridas pasarelas, lo que necesitamos es retornar a los espacios reflexivos, a los análisis serios, Biblia en manos, que nos indiquen dónde estamos y adonde nos lleva este torbellino de la posmodernidad con todas sus veleidades y ligerezas.

Sin embargo, aún es alentador el profesionalismo y la entrega que se aprecia en el ministerio musical y de adoración de muchas de nuestras iglesias.

Pero aún sobre esto hay que mantener un análisis crítico y teológico a la luz de la Palabra. Estamos hablando de la adoración, una dimensión de la vida cristiana que siempre estará reclamando la total atención de nuestro ser.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - La crisis del arte musical evangélico