Saber descansar también es dignificar el trabajo

Nos han programado solo para trabajar y estamos siempre empeñados en “aprovechar el tiempo”.

29 DE JULIO DE 2017 · 21:35

Foto: Alejandro Escamilla. Unsplash.,
Foto: Alejandro Escamilla. Unsplash.

El trabajo es la primera acción de Dios registrada en la Biblia.

En el primer capítulo de Génesis Dios aparece creando, esto es trabajando. La imagen y la semejanza de Dios en el hombre se refleja en su capacidad creativa, en su aplicación al trabajo y en su racionalidad y conciencia moral.

Sin embargo, hay destacar que Dios no solo trabajó sino que también tomó su descanso. La Biblia dice que “acabó Dios al día séptimo la obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”. (Génesis 2:2)

Hoy día el tiempo disponible para el descanso en su sentido pleno y renovador es un privilegio de pocos, y muy pocos de quienes tienen este privilegio saben descansar. La cultura de nuestra sociedad no está orientada al descanso creativo y reparador.

Puede que esté orientada a niveles de desenfreno y placer, pero no al descanso contemplativo, al descanso renovador y pleno que tiende a recuperarnos a una significativa vitalidad física y mentalmente.

Hay carencia de espacios y condiciones. Tenemos ciudades hacinadas y empobrecidas donde se confunde el descanso con la inacción. Hoy tenemos la gran industria del entretenimiento. Se trata de la diversión comercial y contagiosa.

La que llena estadios y lugares nocturnos, la que crea aplicaciones digitales y video juegos, la que vende placeres y aventuras diversas, la que promueve adiciones y vicios. La que hace la vida más agitada y vacía. Ese no es del concepto de descanso al que me refiero.

Pienso en ese descanso que está relacionado con nuestro crecimiento humano, con nuestro entorno familiar y cercano, ese descanso gratuito que nos permite dejarnos llevar hacia una introspección personal que nos enriquece espiritualmente y nos ayuda a vernos más trascendente frente a Dios y la vida.

En muchas de nuestras ciudades no se promueven espacios ni condiciones de vida adecuadas para la realización de actividades recreativas sanas. En nuestro contexto toda actividad recreativa tiene un tinte comercial e interesado.

No tenemos programas recreativos inclusivos y sanos para todas las edades. En definitiva, no promovemos una cultura de recreación y descanso que nos ayude a entender y a recuperar el valor de lo que somos.

Esto ha dado como resultado que las vacaciones laborales las utilicemos para hacer otros trabajos, para hacer diligencias, para resolver problemas familiares o hacer algún penoso trámite burocrático. Regularmente regresamos mas agotados de nuestras vacaciones.

Todos estamos metidos en una irrefrenable competencia en una sociedad exigente que nos presiona y cuantifica nuestro aporte en término de producción febril y compulsiva. Trabajar se ha convertido en un vicio. Nos han programado solo para trabajar y estamos siempre empeñados en “aprovechar el tiempo”.

Hoy son cada día más abundantes los individuos que solo saben trabajar y estudiar. Trabajan y estudian de forma permanente. No tienen tiempo para otra cosa que no sea trabajar o estudiar.

Si rompen su rutina y se toman algún tiempo libre, se sienten culpables y llegan a sus labores con la tensión de recuperar el “tiempo perdido”. Su justificación es su estatus económico, su posición ejecutiva y sus elevados ingresos.

Llegan de sus vacaciones laborales con uno o más diplomas de los cursos intensivos que han hecho, pero nunca se van a graduar de uno de los módulos más importantes que tiene el trabajo: “saber descansar”.

Esta es la parte visible en una sociedad que valora más el parecer que el ser, una sociedad que nos ha confundido y nos ha hecho creer que ver televisión o conectarse a Internet es descansar plenamente.

El descanso no es una simple evasión que empobrece y deshumaniza. El trabajo sin descanso resulta deshuamizante, pierde sentido y degrada a quien lo hace.

El ocio sin referencia al trabajo es corruptor y vicioso. Dios quiere el equilibrio, la sobriedad, la armonía que salva los extremos.

Saber descansar es una aventura creativa que nos enriquece. Es explorarnos espiritualmente a través de la meditación, es descubrir nosotros mismos que somos algo más que una pieza dentro de un agitado sistema de producción.

El salmista David dijo en una ocasión refiriéndose a Dios: “Cuando veo los cielos, obra de tus manos y la luna y las estrellas que tu formaste, digo, ¿Qué es el hombre para que tenga de él memoria y el hijo del hombre para lo visites? (Salmo 8: 3/4).

Solo tendido en la soledad de una pradera a luz de la luna y con la caricia de una suave brisa, pudo el salmista poner estos versos. David fue un hombre trabajador y combativo, pero supo sacar tiempo para el solaz y la contemplación.

Esa espiritualidad profunda que se percibe en sus versos, es el resultado de su vida pastoril y campestre.

En el descanso tenemos la oportunidad de descubrir la belleza del silencio como espacio en el que nos reencontramos con nosotros mismos y reconocemos que somos criaturas de un Dios que quiere que trabajemos, que produzcamos y multipliquemos todo lo que tenemos, pero que también aprendamos a descansar.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - Saber descansar también es dignificar el trabajo