Los que se van de la iglesia, ¿se pierden?

Hay iglesias que sufren por causa de la inestabilidad espiritual, emocional o social, tanto de miembros como de líderes. Los que nunca se van ¿son los únicos que se salvan?

13 DE MAYO DE 2017 · 21:05

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Vivimos tiempos de enorme confusión en los que frases como ‘todo vale’ y ‘esto es lo que hay’ marcan la enorme diversidad de situaciones y opiniones que creemos conocer. Es que nadie está inmune a la confusión reinante. Hay ciertos diálogos con hermanos y hermanas, aún en nuestra propia iglesia, que necesitan de permanentes aclaraciones. 

También es común escuchar o leer toda clase de enseñanzas basadas (o no) en la Biblia. Son muchas y variadas las erróneas opiniones e interpretaciones humanas de la doctrina revelada por el Espíritu de Dios en la persona del Señor Jesucristo de la Biblia.

En esta serie sobre los primeros reformadores (01) llegamos hoy a ese grupo de puritanos que surgió en la primitiva iglesia; eran los que reaccionaban contra la jerarquía clerical y contra los que recibían a los que habían ofrecido sacrificios al César para no ser martirizados. Regresaban a la congregación de la que se habían apartado. Para ellos un cristiano verdadero es el que está dispuesto a morir por causa de su fe en Jesucristo, y no comparte el mundo de mentiras. 

Sin embargo, la Biblia enseña la inclusividad del Evangelio; toda persona que cree en el Señor Jesucristo participa de su salvación; y están excluidas las personas que no creen (02). El punto a discutir en una nueva oportunidad es si una vez recibida podemos o no perder esa salvación.

 

El peligro de olvidar quienes somos.

Estamos rodeados de personas que se mueven por sí solas sin dar lugar a la intervención divina. En este ruidoso contexto debemos detenernos antes de ser arrastrados por la inercia absorbente. Es mucho más fácil hablar de los demás - y a los demás - que reflexionar a conciencia sobre uno mismo. Es necesario hacer un alto y ver en qué condición nos encontramos ante Dios y nuestros semejantes. 

Una buena práctica cristiana es comprobar cuál es nuestra conducta frente a las situaciones que provienen de un sistema que exige velocidad en la toma de decisiones. 

Somos parte de un grupo en el que hay creyentes firmes en su fe, y otros inseguros que creen que pueden perder su salvación. Estos temen no cumplir con los mandamientos que les han impuesto o se han impuesto a sí mismos. En este contexto debemos preguntarnos:

¿Estoy viviendo esa fe genuina y verdadera propia de los hijos e hijas de Dios? 

¿Confío a cada momento en el Señor Jesucristo, en todo?

Necesitamos examinarnos a nosotros mismos para ver qué clase de "creyentes" somos.

El Apóstol Juan escribió una carta en la que establece que podemos saber si somos o no hijos de Dios (03). De tal conocimiento depende que tengamos o no una relación real con Él. Eso no quita que, automáticamente, dejemos de ser hijos e hijas débiles, que ofendamos, decaigamos y fallemos a los demás. Pero esto no anula la posibilidad de mantener la relación que nos viene de Dios; por el contrario, nos ayuda a entender que no hay nada bueno en nosotros aparte de Jesucristo. Es Él quien pagó por nuestro rescate en la cruz del Calvario para limpiarnos de todo pecado; y lo continúa haciendo con los que se arrepienten. Por si esto fuese poco, Él es nuestro sumo pontífice en el Santuario eterno; y también nuestro abogado defensor ante Dios Padre.

Repasemos con ayuda de J.C.Varetto lo que se dice de ese grupo de cristianos que fue declarado cismático por la jerarquía eclesial (04). 

 

Los novacianos.

“Las ideas y prácticas archiepiscopales de Cipriano (05) encontraron en Cartago la decidida resistencia de Novato; hombre ardiente de espíritu, impetuoso y amigo de oponerse a las tendencias jerárquicas y clericales en la iglesia. 

Su contrario, Cipriano, dice de él, que era ‘una antorcha inflamada para producir el incendio de la sedición, un torbellino, una tempestad, un enemigo del reposo y de la paz’. Novato hizo que uno de sus partidarios llamado Felicísimo, fuese elegido diácono, sin dar cuenta de este hecho al obispo, y por lo tanto desconociéndole derecho de intervenir en tal asunto. 

‘Había en esto - dice Pressensé (06) una atrevida reivindicación de la independencia parroquial; era afirmar de hecho que cada parroquia, por su organización interna, podía gobernarse a sí misma, y que el pastor era su propio obispo en la comunidad para todo lo que no se relacionaba con asuntos de interés general. 

No había nada más legítimo desde el punto de vista de la antigua constitución de la iglesia, cuando la igualdad de los obispos y de los presbíteros era universalmente aceptada. En tal estado de cosas, el anciano encargado de la dirección de una iglesia, no tenía por qué recurrir a la autorización de uno de sus colegas para sancionar la elección de un diácono; sintiéndose su igual, no tenía ninguna necesidad de su aprobación.’

De Cartago, Novato se fue a Roma para hacer propaganda en aquel centro, y encontró en  Novacio (07) un entusiasta compañero de sus ideas; y así Novato en Cartago, y Novacio en Roma, dieron impulso a aquel movimiento que no cesó de protestar contra la impureza de las iglesias y las pretensiones clericales en estos períodos críticos de la historia del cristianismo.

En Roma, el conflicto tomó un nuevo aspecto, y ya no fue tanto una campaña anti episcopal,  como en Cartago, sino una protesta contra la readmisión en la iglesia de los que habían negado a Cristo y quemado incienso a los dioses durante la persecución. 

Sobre Novacio, dice Roberto Robinson (08):

‘Era un anciano de la Iglesia de Roma, hombre de vasta erudición, que tenía las mismas doctrinas que la iglesia, el cual publicó varios tratados en defensa de lo que creía. Sus discursos eran elocuentes e insinuantes, y su moral, irreprochable. Vio con gran pesar la intolerable depravación de la iglesia. 

Los cristianos, durante algunos años eran bien mirados por un emperador, pero luego eran perseguidos por otros. En épocas de prosperidad, muchas personas afluían a las iglesias con propósitos bajos. En tiempos de adversidad, negaban la fe y volvían a la idolatría. Cuando la tormenta pasaba, volvían a la iglesia, con todos sus vicios, para pervertir a los otros con su mal ejemplo. 

Los obispos ambiciosos de prosélitos, estimulaban todo eso; y desviaban la atención de los cristianos, de la antigua confederación de virtud a las vanas exterioridades de Oriente, y otras ceremonias judías, adulteradas también con paganismo. 

Al morir el obispo Fabiano, Cornelio, anciano y ardiente partidario de la recepción de multitudes, surgió como candidato. Novacio se puso en su contra; pero como Cornelio fue elegido, y no viese señales de reforma, sino por el contrario una marea de inmoralidad invadiendo la iglesia, se separó, y muchos con él. 

Cornelio, irritado por Cipriano, quien se hallaba en las mismas condiciones a causa de las protestas de algunos hombres piadosos de Cartago, que estaba irritado contra uno de sus presbíteros llamado Novato - quien de Cartago había ido a Roma a unirse con Novacio - reunió un concilio y consiguió que lanzase una sentencia de excomunión contra Novacio.’

Aunque no había entre ellos ninguna cuestión doctrinal que los separase, sino asuntos de disciplina y moral, los novacianos no pudieron continuar unidos a los demás cristianos, y su obra se desarrolló independientemente. 

Profesaban doctrinas bíblicas, y la disciplina en las iglesias era extremadamente rígida. Se les acusa de haber cometido el error de esperar de los miembros una perfección inalcanzable aquí en la tierra; pero, aunque no siempre se les puede dar razón, uno se ve compelido a admirar su anhelo de santidad en aquellos días cuando la virtud cristiana empezaba a decaer rápidamente. 

Fueron los primeros cristianos a quienes el mundo llamó cataros, es decir, puros, lo que demuestra que sus costumbres eran irreprochables. Para ser admitidos en la iglesia tenían que hacer profesión de fe personal en Cristo y confesarla por medio del bautismo, aunque hubiesen sido bautizados en la infancia. Se oponían a la exagerada reverencia de que eran objeto los mártires y todo los que habían tenido que sufrir persecución de los paganos.

Se extendieron por muchos países, fundando y edificando congregaciones espirituales que duraron hasta el tiempo de la Reforma.” Hasta aquí el relato de Varetto.

La decadencia moral de toda sociedad provoca el surgimiento de minorías moralistas. En este sentido, el puritanismo de estos cristianos se extendió en la historia estuvo representado por los albigenses (09). 

No obstante reaparecieron muchas veces a lo largo de la historia del cristianismo, pasando por ‘los moldavos’, ‘los hermanos de Plymouth’, los ‘cuáqueros’, los ‘exclusivistas’, los ‘Amish’ y otros aún más actuales.

Quiera nuestro Padre centrarnos en la persona de Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios. Él se encarnó para purgar nuestros pecados y así satisfacer la justicia divina: el justo muriendo por los injustos (10). Sin ese sacrificio central en la Biblia no se entendería la predisposición de tantos miles de cristianos para morir por el Señor, antes que traicionar la fe. 

Tampoco entenderíamos la parábola del hijo pródigo, en la que un padre amoroso y paciente aguarda el retorno del hijo extrañado (11). Pues no todos los que se van, y regresan, se pierden; ni todos los que nunca faltaron a las reuniones de la iglesia, se salvan.

 

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Notas

Ilustración: conmovedora escena en la que se aprecia el amor de un padre por su hijo,

01.  Esta serie comenzó el 01/10/2016 con ‘Jesucristo, el primer reformador’; http://protestantedigital.com/magacin/40402/Jesucristo_el_primer_reformador

02.  Romanos 1:16; Juan 3:18.

03.  1ª Juan 3:2; 5:13,19.

04.  ‘La Marcha del Cristianismo’, páginas 1332 -133.

05.  Ver el artículo anterior titulado “Morir dando la cara o vivir escondiendo el rostro” http://protestantedigital.com/magacin/42079/Morir_dando_la_cara_o_vivir_escondiendo_el_rostro

06.  Edmond de Pressensé (1824 – 1891) pastor, teólogo y hombre político francés.  

07.  Se cree que murió en Roma en el año 151.

08.  (1735 – 1790) Pastor y predicador inglés, de la congregación bautista en Cambridge.

09.  Alrededor del siglo X, en el ‘mediodía’ francés.

10.  2ª Corintios 5:21; 1ª Pedro 2:24, Romanos 4:25.

11.  Lucas 15: 11-32.

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