Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (XIV)

Martín Lutero tuvo antecesores y conocerles ensancha horizontes para comprender la Reforma protestante.

13 DE MAYO DE 2017 · 20:00

Monumento a Jan Hus, en Praga.,jan hus
Monumento a Jan Hus, en Praga.

Martín Lutero tuvo antecesores y conocerles ensancha horizontes para comprender la Reforma protestante. Con distintas variantes en siglos anteriores a la crítica del monje agustino contra el sistema teológico y eclesiástico que sustentaba la venta de indulgencias, emergieron personajes y movimientos que buscaron renovar el régimen de Cristiandad basados en las directrices descubiertas en su lectura de la Biblia.

Desde el momento en que la fe antes perseguida por el Imperio romano pasó a ser la oficial, iniciándose así lo que Jacques Ellul llama la subversión del cristianismo, existieron núcleos contrarios a la mencionada oficialización y reivindicaron el principio de que las comunidades cristianas deberían integrarse por creyentes y seguidore(a)s de Cristo. Ya en esta serie he referido una obra que sigue la ruta de los movimientos que rehusaron subirse a la aventura imperial, la de Juan Driver, La fe en la periferia de la historia. Una historia del pueblo cristiano desde la perspectiva de los movimientos de restauración y Reforma radical (Ediciones CLARA-SEMILLA, Bogotá-Guatemala, 1997).

Más que ninguna otra influencia, fue la lectura de la Biblia y particularmente de la Carta a los Romanos lo que le llevó a Lutero al reto del entramado doctrinal y eclesiológico católico romano. Sus adversarios tenían más conocimiento que él de otros que antes hicieron propuestas similares, y fueron juzgados como herejes. Cuando al teólogo alemán le llamaron husita, seguidor de Juan Hus el reformador checo, desconocía a qué se referían con ese epíteto. Después, al conocer sobre la heroica gesta del teólogo bohemio, reconoció que era husita sin saberlo. Igualmente, sin conocerla, el monje Martín estaba continuando la herencia de Juan Wycliffe, inglés profesor en la Universidad de Oxford, traductor de la Biblia y crítico del sistema papal romano.

Las crecientes exigencias de las autoridades católico romanas para que Lutero se retractara de sus críticas y se plegara a la ortodoxia administrada por el papa, fueron convenciendo al profesor de la Universidad de Wittenberg que el corazón de su enfrentamiento estaba en también retar la autoridad del pontífice romano y su pretensión de ser el vicario de Cristo. Fue entonces que enderezó sus escritos y sermones contra León X y quienes le sucedieron, refiriéndose a ellos con distintos términos, por ejemplo el de ser encarnación del Anticristo.

Lutero, a diferencia de sus precursores, tuvo varias condiciones sociales, políticas y tecnológicas (como nadie antes pudo difundir lo escrito masivamente gracias a la imprenta) favorables que le permitieron construir un espacio protector. Aunque fue beneficiario de quienes le precedieron en el enfrentamiento al sistema católico romano, incluso sin saberlo, el beneficio no fue mecánico y tampoco ineluctable, ya que él descubrió por sí mismo lo que otros habían descubierto anteriormente. 

 

Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (XIV)

Uno de los predecesores poco mencionados, y quien contribuyó a deslegitimar la preponderancia del papado, fue el teólogo franciscano Guillermo de Ockham (1295-1350), inglés, estudiante y profesor de la Universidad de Oxford. Escribió en latín un libro que desde su título ha de haber llamado poderosamente la atención: Sobre el gobierno tiránico del papa, redactado entre 1339 y 1340. La obra era conocida por referencias y fragmentariamente, en 1928 fue hallada por R. Scholz una copia de fines del siglo XIV o comienzos del XV. Al castellano la tradujo Pedro Rodríguez Santidrián (Editorial Tecnos, Madrid, 1992), circula una reedición más reciente, del 2008, cuya imagen de portada reproduzco en este artículo.

Las líneas finales del prólogo escrito por Ockham a su libro son las siguientes: “De este modo manifestaré lo que me parece a mí ahora lo más coherente con la verdad, dispuesto a que, si es falso, sea reprobado por el juicio de alguien más docto. Pero no estoy dispuesto a someter a la corrección de nadie lo que es evidente por las Sagradas Escrituras o por la razón. Tales cosas se han de probar y en modo alguno corregir”. En semejantes términos concluyó su defensa Martín Lutero en la Dieta de Worms (abril de 1521). ¿Qué tanto conocía el agustino del franciscano? La Universidad de Erfurt, en la que estudió Lutero, era seguidora de la vía moderna “surgida de la doctrina de Guillermo de Ockham”, por lo que en cierta forma Lutero “fue deudor de una formación ocamista” (Salvador Castellote, Reformas y Contrarreformas en el siglo XVI, Ediciones Akal, Madrid, 1997, p. 16). 

Ockham, apunta Rodríguez Santidrián, sostenía un punto de partida hermenéutico que lo diferenciaba del tomismo dominante: “El maestro al que hay que seguir no es Aristóteles, es Cristo. La Biblia es el libro al que hay que acudir siempre y las decisiones de la Iglesia universal hay que tenerlas siempre en cuenta”. La misma base hermenéutica, la primacía de Cristo y su modo de hacer misión, la sostendría fray Bartolomé de las Casas en la polémica (1550-1551) con el teólogo imperial y defensor de la esclavitud de los habitantes del Nuevo Mundo, el teólogo y aristotélico Juan Ginés de Sepúlveda. Ambos protagonizaron un debate teológico en Valladolid, España. Sobre la polémica escribió un libro Lewis Hanke (La humanidad es una, Fondo de Cultura Económica, México, 1985). El acontecimiento estimuló a Jean-Claude Carrière  para escribir una fascinante obra de teatro, La controversia de Valladolid, cuyo guión fue traducido al castellano por José Caballero y Rosamarta Fernández.

Ockham está en la línea de quienes en la historia han ido a contracorriente de amoldarse a la ideologización del Evangelio, mecanismo que diluye su potencial revolucionario. Su teología proponía restituir lo que había sido falsificado: “Ninguna área de la teología de Ockham fue más radical para su tiempo y más controvertida que su eclesiología. Él reaccionó contra toda la estructura jerárquica medieval de la Iglesia y su tendencia a identificar el cuerpo de Cristo con el clero y la casi exclusión de los laicos. En su tiempo especialmente criticó el rol del obispo de Roma –el papa o supremo pontífice– y clamó por regresar al modelo bíblico de liderazgo en la Iglesia” (Roger E. Olson, The Story of Christian Theology. Twenty Centuries of Tradition and Reform, InterVarsity Press, Downers Grove, IL, 1999, p. 356).

La lectura de Guillermo de Ockham evidencia algo en apariencia muy sencillo, pero que a lo largo de los siglos ha sido mediatizado por principios e interpretaciones que obnubilan la claridad del Evangelio: hay que regresar una y otra vez a un acercamiento cristológico y cristocéntrico en la lectura de la Palabra para que, como a los discípulos camino a Emaús, se nos abran los ojos y arda el corazón (Lucas 24:30-31). En el camino es necesario aprender a mirar, sentir y actuar en el espíritu de Cristo.

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