La fiesta de las enramadas

La fiesta de los tabernáculos era una semana entera de alegría desbordante, la definición misma de la alegría y de la "plenitud de gozo" que llena la presencia del Señor.

07 DE MAYO DE 2017 · 08:00

,Fiesta Sucot, Tabernáculos enramadas

Apoc 7:9-17 y la fiesta de Sucot, de los tabernáculos o de las enramadas: en el trasfondo de este pasaje está presente la fiesta judía de las enramadas. Esta celebración culminaba todo el ciclo festivo del pueblo hebreo, después de la última cosecha del año, y era la más alegre de todas. Se caracterizaba por la danza de las doncellas con vestidos blancos bien lavados, y los hombres cantando y blandiendo antorchas encendidas. Era tanta la festividad que la Michná dice: "Quien no ha visto la alegría de esta fiesta, nunca ha visto alegría en su vida"....

Los vestidos blancos a menudo se combinan con el llevar palmas (7:9), que era especialmente típico de la fiesta de enramadas (Lv 23:39-40; Neh 814-17; 2 Mac 10:6-7). El pueblo salía al monte a traer ramas y palmeras para construir sus chozas (Neh 8:15), y en cierta etapa del desarrollo de la fiesta comenzaban a batir esas ramas y llevarlas en procesión gozosa.

Las agitaban especialmente al recitar el Salmo 118, y con mucha fuerza cuando llegaban al v.25.  Las palmas se llevaban también en las procesiones de victoria. Cuando Simón Macabeo reconquistó la ciudadela de Jerusalén, "entraron...con aclamaciones y ramos de palma, con liras, címbalos y arpas, con himnos y cantos" (1 Mac 13:51; cf. 2 Mac 10:7).

Muchos comentaristas han encontrado aquí una referencia a la exclamación "Hosanna" de la liturgia hebrea. Hay un consenso muy general en que esta aclamación litúrgica se derivó del Sal 118:25 (HôShîYaH NâA "sálvanos"). Aunque en Sal 118:25 y otros pasajes la expresión significaba una plegaria ("Salva, Yahvéh"), con el tiempo se incorporó al léxico litúrgico y terminó siendo una exclamación ("Yahvé salva") o simplemente una aclamación similar a "Aleluya". Era muy familiar para todos los judíos, asociado especialmente con la recitación del Sal 118 y el batir de las palmas (aludidas en 7:9) en la fiesta de las chozas.

El "Hosana" era especialmente importante y dramático en el ritual de libación de agua cada día de la fiesta de enramadas. En la mañana del primer día de la fiesta los sacerdotes encabezaban una procesión festiva a la fuente de Guihón en el valle de Cedrón, para llenar un pichel de oro con agua de Siloé mientras cantaban Isaías 12:3. La procesión avanzaba hacia el templo, entrando por la "Puerta de Agua" al sonido de tres tocadas de trompeta. Llegando frente al templo, rodeaban el altar de holocaustos, mientras entonaban el Sal 118.

La multitud les seguía, llevando hojas de palma, cantando el Halel (Sal 113-118) y repitiendo su "Hosana" después de cada verso. Al llegar al "Hosana" de Sal 118:25, el pueblo batía con especial fuerza y alegría las hojas que llevaban. Entonces el sacerdote subía al altar a derramar el agua, junto con vino, en un embudo de plata que la conducía al suelo donde, según creían, se unía con las aguas del abismo para garantizar las lluvias del año. El rito se repetía cada día, y el séptimo día circumambulaban el altar siete veces, quizá como recuerdo de la conquista de Jericó.

La fiesta de enramadas era una semana entera de alegría desbordante. Esta fiesta era la definición misma de la alegría, y por eso muy idónea para representar la "plenitud de gozo" que llena la presencia del Señor (Sal 16:11 RVR). Para visualizar un poco la felicidad de la vida eterna, ¡pongámonos a recordar las fiestas más alegres de nuestros propios pueblos!

Varios aspectos de la alegría especial de esta fiesta merecen destacarse. Junto con la morada en enramadas durante una semana y la procesión diaria del agua, ambas ya descritas, era popularísimo el rito de la iluminación, un verdadero "festival de luz". Cada noche de la fiesta se prendían cuatro candeleros enormes en el atrio de las mujeres. Las mechas, formadas de las viejas vestimentas sacerdotales, estaban inmersas en aceite y cuatro jóvenes levitas subían por escaleras a prenderlas. Era tan fuerte la iluminación que "no había ningún patio en toda la ciudad que no reflejara la luz" que emanaba del templo (Michná sukkah 5.3: Bruce 1983:206; Brown 1966 I:343)

El pueblo se congregaba en el atrio de las mujeres -- ¡y a bailar se ha dicho! Acompañados por una orquesta levita de flautas, laúdes y címbalos (Moore 1971 II:47), todos cantaban y danzaban hasta el amanecer, siete días seguidos. Coquetas doncellas buscaban cautivar a los muchachos y piadosos varones ejecutaban sus danzas de antorcha (Moore 1971 II:46; IDB I:456). Todo era alegría, chistes iban y venían, la confraternidad reinaba. ¡Israel daba una lección al mundo de lo que es una fiesta! ¡Y así también será la vida eterna!....

La fiesta de tabernáculos nos llama a un estilo de vida más sencillo y solidario: Para captar mejor la vivencia de la fiesta de las chozas, imaginémonos que se realizara hoy entre nosotros y todas las familias pasaran a los patios de sus casas a vivir siete días en unas enramadas. Imagínese Buenos Aires: los bancos y mercados cerrados, los "mall" abandonados, las mismas casas (unas mansiones, otras chozas muy pobres) desocupadas, todo el mundo al patio para una semana de “camping” al aire libre, cocinando con leña. ¿Cómo sería eso en Río de Janeiro o ciudad de México? Nos costaría acostumbrarnos; probablemente a muchos les daría un infarto o un severo ataque de nervios.

Para muchas personas, su casa lujosa es el sueño de su vida y la diosa de su devoción. ¡Cuánto bien nos haría pasar una semana cada año en el patio! Como el día de descanso significaba (y significa) libertad ante las demandas del trabajo, esta fiesta significa una liberación del dominio de la casa y de los bienes materiales. Nos recuerda que nuestras casas no son más que "enramadas" en nuestro camino hacia "una casa eterna en el cielo, no construida por manos humanas" (2 Co 5:2). Si somos peregrinos, debemos desprendernos de nuestros bienes, desmitologizar la idolatría materialista que permea nuestra cultura, compartir gozosos con los que tienen menos, y hacer de nuestra vida un proyecto de mayordomía sacrificial y alegre.

Esta fiesta nos recuerda que no sólo por ser lujosa una casa es bonita, ni por ser humilde es fea. Zorilla (1981:31) se atreve a hablar de "la magnificencia de las chozas" (!), porque en ellas moraba Dios con su pueblo y sobre ellas estaba la Chekiná divina. En cuántas mansiones está ausente Dios, y ausente todo lo que embellece la vida, mientras la choza más humilde puede resplandecer con gloria divina.

En la fiesta todos eran iguales por una semana. El rico no podía decir esa semana, "mi enramada es mejor que la tuya"; ningún pobre tendría que sentir vergüenza de vivir en una choza. El ideal divino, "que haya igualdad" (2 Co 8:13-14; Hch 2:44-45; 4:32-34), se cumple a lo menos por una semana. Y en eso, se anticipa la Nueva Jerusalén, cuyas riquezas son de todos por igual.

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