Reproche de lo pretencioso

Si no hay ninguna vida interna de piedad, y ningún fruto de justicia, se sostendrán por un tiempo y luego se secarán.

06 DE MAYO DE 2017 · 21:25

Foto: Andrew Ridley (Unsplash).,
Foto: Andrew Ridley (Unsplash).

Sé muy bien que nada se parece tanto a la ingenuidad como el atrevimiento, y atrevido voy a ser en este “Desde el Corazón”, por tanto, bastante ingenuo si me decido a escribir este artículo, comentando acerca de un libro de ensayo, del que no he leído más que ciertas sinopsis, y que pese a estar escribiendo un poco antes del “Día del libro”, y de un texto que aún es de próxima publicación, voy con mi audacia.

Un ensayo corto y claro de un crítico de arte Dan FOX y que lo titula como: “Pretenciosidad. Por qué es importante”.

Generalmente el adjetivo “pretencioso” suele ser una forma de descalificación, y nada más lejos de este “aprendiz de escribidor” que elogiar la pretenciosidad, considerando que en algunas circunstancias, y alertando contra su abuso, puede tener significados de afirmación de la creatividad.

Concepto con el que algunos abusan para calificar aquello que no se comprende del todo o que se teme.

Cuando alguno dice de un libro o de una película que es pretencioso lo está acusando de fracasar de una manera muy particular. Por falta de habilidad, por quererse mover del sitio en que se le tiene encasillado y, por último, por no conectar con la media del gusto popular.

El cantante BOWIE se autoconcedía el título de mayor pretencioso del pop: “salí adelante a base de pura pretensión” y no digamos nada, del cambio locuaz de Salvador Dalí, entre cuando conversaba normal, a cuando estaba delante de una cámara o micrófono, manifestando en estos casos el lenguaje más pretencioso inimaginable.

Hay en la vida de Jesús, un hecho ocurrido en los días finales de su ministerio público, que narra uno de sus biógrafos, testigo del hecho, del que nunca se predica, que ninguna cofradía religiosa ha montado como un “paso” aleccionador, y que sin embargo entraña lecciones tan válidas para avergonzar a la ciudad Santa de Jerusalén de aquellos tiempos, como a los de ahora, y a cientos de Naciones de hoy en día y millones de personas por “pretenciosidad”; el relato del hecho sucedió así: “por la mañana, volviendo a la ciudad de Betania a Jerusalén, (Jesús) tuvo hambre.

Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera”. Este milagro del Maestro fue una lección objetiva.

No provocó ningún dolor, ni hubo disgusto para nadie, simplemente le dijo al infructuoso árbol: “nunca jamás nazca de ti fruto”, quédate como estás; un rotundo reproche –más que reproche a la pretenciosidad.

La higuera seca era un símil singularmente apropiado del estado judío. Nación que prometía grandes cosas para Dios; de constantes clamores religiosos: “Templo de Jehová es este… a Abraham tenemos por padre; frase de uso cotidiano…” eran como una higuera pretenciosa, cubierta de hojas, pero no había fruto en ellos, pues el pueblo no era ni santo, ni justo, ni veraz, ni fiel para con Dios, ni amoroso para sus vecinos.

La iglesia judía era un cúmulo de profesiones deslumbrantes sin el soporte de una vida espiritual. El Mesías había mirado en el interior del templo y había encontrado que la casa de oración era una cueva de ladrones, así que lo dejó como estaba: seco.

¡Qué gran lección es esta para las naciones! para las religiones, para millones de individuos. Las naciones podrían hacer cientos de profesiones y procesiones, unas sonoras sinfonías de religión, millones de envíos de whatsApp de tintes místicos y espirituosos y, sin embargo, fallar en mostrar esa justicia, ese compromiso con la virtud y la piedad, que exalta a una nación.

Las naciones pueden estar adornadas con el follaje de la civilización, del arte, del progreso y de la religión, pero si no hay ninguna vida interna de piedad, y ningún fruto de justicia, se sostendrán por un tiempo y luego se secarán.

Y qué lección para las Iglesias. Las hay con números prominentes e imágenes hermosísimas, pero no mantienen la fe, el amor y la santidad, y el Espíritu Santo ya las ha dejado para que sean el vano espectáculo de una profesión estéril, que pretenciosamente se vislumbran en el cielo como una mentira descarada, como una burla y un engaño.

Pero “Desde el Corazón”, no deseo que esta lección se quede en la generalidad de naciones o iglesias, sino que nos haga reflexionar a cada uno de nosotros, pues una sonora y atrevida declaración de cristianismo sin una vida cristiana que la respalde, es una pretensión, una ofensa a la verdad, una mentira aborrecible a Dios y al hombre, una deshonra para la religión, y es precursora de una maldición marchitante.

Son múltiples los casos en el mundo, de profesiones pretenciosas pero infructíferas. Podríamos empezar por los políticos, sin necesidad de ponerlos en un TRAMABUS. Se presentan como árboles fructíferos de esperanza: subyugan sus promesas, sus mítines, pero la mayoría son nada, sus vidas niegan lo que sus labios profesan.

Atraen la atención por su aparatosidad de presencia, pero cuando se les busca fruto, no llevan sino pretensión y lo más dramático: falsedad y engaño. Pero la historia no termina con un simple reproche a la pretenciosidad sino con una sentencia: “que se queden como son, estériles”, secos hasta las mismas raíces, siendo un terrible ejemplo de lo que el Creador hace con los que no dan fruto para nadie.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Reproche de lo pretencioso