Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (XIII)

Ni los acercamientos hagiográficos ni los demonizantes explican el complejo proceso de la Reforma protestante.

29 DE ABRIL DE 2017 · 21:32

Detalle de la portada del libro 'Cisma sangriento' de Francisco Pérez de Antón.,
Detalle de la portada del libro 'Cisma sangriento' de Francisco Pérez de Antón.

Ni los acercamientos hagiográficos ni los demonizantes explican el complejo proceso de la Reforma protestante. En este año, cuando se cumple el quinto centenario del movimiento desatado por Martín Lutero, se están publicando, o están por ser publicadas, obras de uno y otro signo.

Ha comenzado a circular un volumen que desde su mismo título denota la óptica abiertamente negativa desde donde es mirada la Reforma protestante y sus personajes más conocidos del siglo XVI. La obra se llama Cisma sangriento. El brutal parto del protestantismo: un alegato humanista y secular (Editorial Taurus, Barcelona, 2017), su autor es Francisco Pérez de Antón. Datos disponibles en línea consignan que nació en 1940, en Soto de Caso, Asturias, y vive desde 1963 en Guatemala. Anteriormente dedicado a las actividades empresariales, en 1984 se apartó de las mismas para dedicarse al periodismo y a la literatura. Ha publicado varios libros, en 2006 es elegido miembro de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Recibió el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2011.

Es importante mencionar que Pérez Antón barre parejo con la intolerancia manifiesta en actos violentos que perpetraron tanto católicos como protestantes en el siglo XVI. Ya que su enfoque está centrado en varios de esos actos realizados en el bando del protestantismo, el autor es prolijo en presentar los mismos y, lo para mí cuestionable, los inserta en una especie de código genético que según él marcó la emergencia del protestantismo, su posterior desarrollo y consolidación. Es así que en la propia nomenclatura que usa para describir el fenómeno evidencia su visión valorativa: “el cambio [originado por Lutero] fue demasiado radical como para designar con el pudibundo nombre de ‘reforma’ –un término evocador de cambios razonables y juiciosos– a una de las más sangrientas guerras de la civilización judeocristiana”. Él prefiere llamarle revolución.

Sin medias tintas, Francisco Pérez Antón asevera que el encontronazo teológico (el cual por la simbiosis del entramado existente durante el siglo XVI también fue político) entre la Cristiandad tradicional y la emergente estuvo dominado por el fanatismo de ambas partes, ya que “Ni Lutero, ni Calvino, ni John Knox fueron personas piadosas, vaya eso por delante. Tampoco Müntzer o Jan de Leiden. Los hombres que prendieron la mecha de la Revolución Protestante eran clérigos abrasados por el fanatismo religioso y la obsesión de suprimir al adversario en el fraterno y parecido modo que la Iglesia de Roma deseaba exterminarlos a ellos”.

El autor universaliza en cada grupo una posición que si bien fue dominante no fue única ni monolítica. Frente al fanatismo violento que antes refirió y su justificación por quienes incurrieron en él, “doctores tiene la Iglesia que no sabrán responder [convincentemente]. Y si lo saben, no querrán hacerlo. Tampoco lo harán las confesiones evangélicas. Ninguno hizo lo más mínimo por impedir que la barbarie se apoderara de la cristiandad ni de que la guerra entre sus fieles se convirtiera en uno de los episodios más pavorosos y sombríos de la civilización”. Ejemplos que fueron en contra de la absolutización en que incurre conformaron una corriente que ignora.

Sin querer queriendo, Pérez de Antón acierta en su crítica a quienes absuelven el fanatismo que lleva a la violencia cuando aquéllos tratan de explicar los excesos por el espíritu prevaleciente en esos tiempos: “Se dice que no se debe juzgar con criterios de hoy sucesos ocurridos ayer y que es tendencioso emitir juicios sobre el pasado con criterios presentes. La alusión tampoco es admisible, al menos desde un punto de vista moral, pues los mandatos esenciales del cristianismo estaban inscritos en los Evangelios desde mil quinientos años antes de que tuviera lugar la escisión”.

Fueron precisamente personajes identificados con las iglesias de creyentes, grupos conformados por asociación voluntaria y ajenos a la coerción en cuestiones de fe, quienes no solamente en el siglo XVI sino desde centurias antes señalaron la subversión del cristianismo hecha por la unión Estado-Iglesia bajo Constantino I o el Grande en el siglo IV. En los primeros años de lo que más tarde sería conocida como Reforma protestante, sobresalen los anabautistas pacifistas que rechazaron el uso de la violencia basados en una lectura cristocéntrica de la Biblia. Se preguntaban, ¿acaso es posible justificar las matanzas con lo enseñado por Cristo? Concluyeron que no, porque las mismas eran contrarias al espíritu del Cordero que fue inmolado.

Sobre la hermenéutica del anabautismo cristocéntrico y el resultado de su comportamiento socio político, Dionisio Byler subraya que “los anabaptistas empezaban con las palabras y el ejemplo de la vida y muerte de Jesús, e interpretaban la Biblia entera a la luz de lo que consideraban ser la Palabra hecha carne, la más plena y perfecta revelación de la voluntad de Dios. Esto no es exactamente lo mismo que la idea que comparten católicos y protestantes, de que el Antiguo Testamento se debe leer como preanuncio o metáfora de la obra redentora de Cristo. Lo que proponen los anabaptistas es tomar la enseñanza y el ejemplo de conducta vida y muerte de Jesús, como orientación esencial para la vida cristiana —aunque el resultado pudiera ser contrario a otros ejemplos bíblicos—”. En consecuencia fue “Original en su ética pacifista, precisamente como consecuencia de ceñirse a los evangelios y por los rasgos particulares de su hermenéutica” (El 500 aniversario de la Reforma protestante, desde una perspectiva anabaptista en http://menonitas.org/publicaciones/500%20aniversario-anabaptistas.pdf).

El grupo que rompió con la Iglesia estatal encabezada por Ulrico Zwinglio en Zúrich, el cual integraban, entre otros, Conrado Grebel y Félix Manz fue decididamente pacifista e hizo denodados esfuerzos para que quienes se identificaban como cristianos depusieran las armas. Grebel, Andrés Castelberger, Manz y otros tienen noticias de lo que está sucediendo en Alemania con el movimiento encabezado por Thomas Müntzer, consistente en tomar el cielo por asalto, es decir instaurar un régimen político y religioso igualitario mediante la fuerza. Le envían una carta (otoño de 1524) para informarle sobre los descubrimientos a que han llegado en su lectura del Nuevo Testamento en relación al uso de la violencia, el bautismo, la Cena del Señor, y el seguimiento ético de Jesús.

En lo concerniente al uso de la violencia para defender al Evangelio, le externan a Müntzer: “Tampoco hay que proteger con la espada al Evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismos –según sabemos por nuestro hermano- tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la muerte. Deben pasar la prueba de fuego y alcanzar la patria del eterno descanso no destruyendo a los enemigos físicos, sino inmolando a los enemigos espirituales”. Esto último, lo de inmolar a los enemigos espirituales, por supuesto debe ser tomado en un sentido figurado, en el contexto de la misiva que, como afirma John Howard Yoder, “constituye el primer testimonio del pacifismo de la Reforma radical” (escrito completo de la carta en Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976).

Manz, convencido de persuadir pero no de imponer y contrario a la violencia supuestamente purificadora fue cruelmente asesinado. El 5 de enero de 1527 lo sentenciaron a muerte “porque contrario a la ley y las costumbres cristianas se había involucrado en el anabautismo, porque confesó haber dicho que quería reunir a los que querían aceptar y seguir a Cristo, y unirse a ellos por medio del bautismo, de manera que sus seguidores se separaron de la Iglesia Cristiana y estaban a punto de levantar y preparar una secta propia […] porque él había condenado la pena capital […] ya que tal doctrina es perjudicial para el uso unificado de toda la cristiandad, y conduce al delito, a la insurrección y a la sedición contra el gobierno, […] Manz debe ser entregado al verdugo quien amarrará sus manos, lo pondrá en un bote y lo llevará a la cabaña más abajo; allí el verdugo meterá sus rodillas entre las manos atadas, pasará un palo entre sus rodillas y brazos y en esta posición lo lanzará al agua para que allí perezca en. Con eso se habrá apaciguado la ley y la justicia […] Sus propiedades también deberán ser confiscadas por sus señorías”.

Unas cuantas semanas después de haber sido ejecutado Manz, tuvo lugar una reunión algunos núcleos anabautistas para examinar la forma de proceder en cuanto a las condciones persecutoris que enfrentaban. El resultado fue un documento que poco después de su redacción, 24 de febrero de 1527, sería conocido como la Confesión de Schleitheim.

Para entender la Confesión es imprescindible tener en cuenta que sobre los anabautistas existía una despiadada persecución. Acerca de los disidentes circulaban todo tipo de caricaturizaciones y estigmas. Las generalizaciones y esquematismos les habían asimilado, sin matiz alguno, a la reciente insurrección de los campesinos que había terminado en un río de sangre. Los congregados en Schleitheim eran pacifistas, se oponían a la violencia por considerarla ajena al camino de Cristo.

Al dar a conocer los acuerdos alcanzados comunican a quienes les habría de llegar el documento, mediante copias manuscritas o transmisión verbal (y más tarde en ejemplares impresos clandestinamente), que entre los asistentes y hubo varones y mujeres. Por los desarrollos posteriores éstas demostraron que no fueron meras espectadoras sino que participaron en la reunión y al salir de la misma tuvieron parte importante en la diseminación del anabautismo.

Los artículos acordados fueron siete. No es un tratado extenso ni de doctrina sistemática sino un escrito declarativo acerca de compromisos que consideraron debían defenderse como elementos integrantes de su identidad, elementos que conseideraban se desprendían del Evangelio. Uno de los artículos, el sexto, define la función de la espada, la violencia fuera del cuerpo de Cristo y la prohibición de usarla para dirimir asuntos de fe en la comunidad de creyentes. Usar la violencia no era lícito para los cristianos. “En la perfección de Cristo sólo se utiliza la excomunión para la admonición y exclusión de quienes han pecado, sin la muerte de la carne, sólo por medio del consejo y de la orden de no volver a pecar […] Los gentiles se arman con púas y con hierro; los cristianos, en cambio, se protegen con la armadura de Dios, con la verdad, con la justicia, con la paz, la fe, y la salvación y con la palabra de Dios”. Otros a ellos les condenaron al destierro, a recibir castigos crueles, y hasta la muerte por ir contra la doctrina oficial de la simbiosis Estado-Iglesia.

Al retornar de la Asamblea de Schleitheim, Michael Sattler, su esposa Margaretha y otros hermanos y hermanas de la comunidad de creyentes de Horb son apresados por autoridades católicas. Los cargos contra Sattler fueron nueve, y de la lectura de ellos se concluye que quienes los levantaron tenían una imagen muy esquemática del anabautismo, así como prejuicios que distorsionaron su percepción. He aquí las acusaciones: 1) Que él y sus adeptos han actuado en contra del mandato imperial. 2) Que ha enseñado, sostenido y creído que el cuerpo y la sangre de Cristo no están en el Sacramento. 3) Que ha enseñado y creído que el bautismo de infantes no es provechoso para la salvación. 4) Ha desechado el Sacramento de la extremaunción. 5) Ha ignorado a la madre de Dios y a los Santos. 6) Ha iniciado una nueva e inaudita manera de celebrar la Santa Comunión, poniendo vino en pan en una fuente y comiéndolos. 8) Ha abandonado la orden y tomado una esposa. 9) Ha dicho que si los turcos invadieran el país no habría que ofrecerles resistencia y que, si las guerras fuesen justas, preferiría marchar contra los cristianos, [antes que] contra los turcos; lo cual es muy grave, pues antes que a nosotros prefiere al mayor enemigo de nuestra fe.

Es necesario señalar que Sattler estaba en manos de las autoridades austriacas, las que tenían el dominio y la jurisdicción sobre Rottenburgo. El católico rey Fernando de Austria había decretado que el mejor antídoto contra los anabautistas era administrarles el “tercer bautismo”, es decir ahogarles. El mismo rey, al enterarse del juicio a Sattler, comentó que lo mejor sería ahogarlo de inmediato.

A partir del 15 de mayo de 1527 tiene lugar el juicio contra Sattler, su esposa y los demás anabautistas presos junto con él y ella. Al serle presentados los cargos en su contra, Sattler pide se le conceda presentar su defensa. Antes de hacer la misma, él se reúne con su hermanos y hermanas en la fe para consultarles y ser animado. Michael Sattler responde uno por uno a los cargos. Pero es claro que tiene totalmente en contra al sistema político, eclesial y judicial que le señala de hereje y enemigo de la corona austriaca. A cada acusación le antepone un caudal de citas bíblicas. Les exhorta a dirimir la controversia con Las Escrituras como base, y que si con ese fundamento le convencen acto seguido él estaría dispuesto a retractarse. Pide que se establezca un verdadero diálogo.

Ante la solicitud de Sattler “los jueces rieron y juntaron las cabezas”, por su parte el secretario del ayuntamiento de Ensisheim dijo: “Sí, monje infame, desesperado perverso, ¿quieres acaso que disputemos contigo? ¡El verdugo disputará contigo, créemelo!”. Era claro que no consideraban a Sattler como un interlocutor válido y a su altura, sino un reo de antemano condenado a muerte.

Mientras estuvo encarcelado, Michael Sattler encontró la forma de escribir y hacer llegar una misiva a la comunidad anabautista de Horb. En ella les deja saber la sentencia que le aguarda, y les anima a perseverar en el camino de Cristo:

No permitan que nadie les quite el fundamento que está establecido en el texto de las Sagradas Escrituras y que está sellado con la sangre de Cristo y muchos testigos de Jesús […] Sin duda, los hermanos les han informado que algunos de nosotros estamos en prisión; después de que capturaron a los hermanos en Horb, fuimos trasladados posteriormente a Bindsdorf. En ese momento nuestros enemigos nos acusaron de varias cosas y hasta nos han amenazado primero con la horca y luego con la hoguera y la espada. En semejante situación extrema, me sometí completamente a la voluntad del Señor, y me preparé, junto con todos mis hermanos y mi esposa, a morir por causa de su testimonio […] Por lo tanto consideré necesario animarlos con esta exhortación para que nos sigan en la carrera de Dios, para que puedan consolarse con ella y que no desmayen ante la disciplina del Señor. En pocas palabras, amados hermanos y hermanas, esta carta será una carta de despedida a todos ustedes que aman a Dios en verdad y le siguen […]Guárdense de los falsos hermanos; por cuanto el Señor probablemente me llamará a sí mismo, así que tengan cuidado. Espero por mi Dios. Oren sin cesar por todos los presos. Dios sea con cada uno de vosotros. Amén.

Michael Sattler es sentenciado a muerte el 18 de mayo de 1527, dos días después se da cumplimiento a la orden. Lo torturaron cruelmente antes de amarrarlo a una escalera y ser lanzado a la hoguera. Le cercenaron un pedazo de lengua, su cuerpo fue desgarrado dos veces con tenazas al rojo vivo. Después le ataron a una carreta y de nueva cuenta, por cinco ocasiones, los verdugos lo laceraron con las tenazas. Hasta el último momento en que pudo hablar, la multitud le escuchó encomendarse a la gracia de Dios. Una semana después Margaretha, su esposa, le siguió con valentía en la pena de muerte. Ella fue ahogada en el río Neckar.

Los casos citados, hombres y mujeres que vivieron en el mismo tiempo de quienes sucumbieron al uso de la violencia para defender determinada Iglesia/fe territorial, no fueron excepcionales dentro de la corriente del anabautismo pacifista. Literalmente miles de casos semejantes se dieron por casi toda Europa. Prefirieron sufrir antes que infligir sufrimiento a los demás. Lo hicieron porque tenían la profunda convicción que la senda de Jesús el Cristo nada tenía que ver con recurrir a las armas para hacer vencer la causa del Evangelio. Esta corriente, que tiene herederos confesionales hoy por todo el orbe, es desaparecida en la obra de Francisco Pérez Antón.

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