Mackay y el Seminario teológico de Princeton

El teólogo es un caminante que se ha encontrado con Dios en un encuentro que ha cambiado profundamente toda su perspectiva.

29 DE ABRIL DE 2017 · 20:05

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En 1936, Mackay fue invitado para asumir la presidencia del Seminario de Princeton. Animado otra vez por Robert E. Speer. Para él el seminario fue un campo misionero. "La idea de comunidad era central en mis decisiones como rector", afirmó.

Dice Mackay que "El seminario teológico es, o debe ser, un semillero de la cultura verdadera... orgánicamente arraigado en la tradición cristiana que proveerá la dirección para la restauración de la cultura... El seminario ha de ser el lugar donde el futuro pastor forme una amistad con las grandes ideas de la herencia de la fe cristiana... y donde se casa, en el sentido  de Miguel de Unamuno, con la idea suprema, que es más que una idea, Jesucristo". 

Y también señala que "la teología es el entendimiento de Dios que nace en la comunión con Dios y nos lleva a la contemplación y discusión de todas las cosas humanas y divinas a la luz de  Dios". Y el teólogo es un caminante que se ha encontrado con Dios en un encuentro que ha cambiado profundamente toda su perspectiva.

Anteriormente ya había comentado que para él "la teología hoy tiene una tarea, la de devolver el sentido a la vida, la de restaurar os cimientos sobre los cuales se puede construir toda vida verdadera y pensamientos verdaderos". Y leyendo sobre todas estas cosas, me interesé por su llegada y estancia al Seminario de Princeton, en los Estados Unidos, allá por 1936. Quizá recordando las lecturas de "Vida en comunidad" de Bonhoeffer.

Y dice Mackay que el teólogo que logra producir una mente iluminada y un corazón ardiente es aquel que ha recorrido el mismo Camino de Emmaús y allí, a la luz del crepúsculo, se ha encontrado con el Otro. En aquella Persona, el pensamiento y la acción cristiana serán una sola cosa. Obrará como hombre de pensamiento y pensará como hombre de acción". (Del libro Prefacio a la Teología cristiana, que he estado mencionando).

Interesante es también el capítulo del citado libro Prefacio a la teología cristiana titulado 'La verdad es en orden a la bondad', donde hay una afirmación de Archibald Alexander, fundador del seminario Telógico de Princeton, quien sentía una preocupación en su época por lo que se llamaba 'ortodoxia muerta'. Cita Mackay lo que dice Alexander en su libro 'The Log College': "Hay hombres que pueden seguir manteniendo en teoría un credo ortodoxo, y, sin embargo, pueden mostrar tan mortal hostilidad a la piedad vital, que deben ser considerados como enemigos de la causa de Dios y de la obra del Espíritu Santo". Y agrega Mackay que Alexander sentía con dolor que necesitaba una gracia especial para ser teólogo. Y, que en verdad nadie necesita tanto de la gracia de Dios como el hombre que vive, se mueve y tiene su ser en un Seminario Teológico.

Dice Sinclair, uno de los biógrafos de Juan Mackay, que cuando éste llegó al Seminario de Princeton, tuvo que enfrentar un cuerpo de pensamiento teológico del siglo XIX llamado 'la teología de Princeton'. Y que "Princeton no estaba en la frontera del pensamiento teológico de sus tiempos. Al contrario, se había quedado atrás por razón de sus horizontes tan limitados. Se creía que la Biblia era para el teólogo lo que la naturaleza es para el científico...". (The Princeton Theology)

Sinclair nos recuerda que Mackay había sido estudiante en Princeton de 1913 a 1915. Había llegado de Escocia para "oír algunas de las mismas controversias teológicas que había escuchado en su tierra durante su niñez y su juventud. Las luchas entre los exclusivistas y los inclusivistas en los Estados Unidos fueron semejantes a los debates entre la familia presbiteriana del siglo XIX en Escocia. A pesar de que su profesor de Inverness le había animado a estudiar con B.B. Warfield, el joven Mackay no se quedó contento con el enfoque teológico tradicional de Princeton. "Él soñaba con un seminario de una nueva orientación y con nuevos horizontes".

Se dice que cuando llegó al Seminario en 1936, tuvo que enfrenar los resultados tristes de la controversia en que el profesor J. Gresham Machen y otros profesores se habían separado de la institución. Y se preguntaba sobre qué tratamiento iba a prescribir para sanar las heridas y traer salud a la institución.

Sinclair señala que "Para Mackay, criado en un hogar donde la oración y la lectura de la Biblia fue de suma importancia, la defensa de la fe más indicada fue por el lado de los sentimientos, y no por el lado racional o intelectual". En su discurso al principio del año académico en septiembre de 1936, citó a Jonathan Edwards: "La verdadera y última perfección del cristianismo consiste en una expresión sincera y práctica de los afectos religiosos, por medio del amor hacia Dios y al semejante... Es muy posible afirmar todas las declaraciones salvíficas de Dios, afirmar las creencias más ortodoxas acerca de Jesucristo, el Redentor, pero es posible también no ser cristiano y quedarse completamente exento de una amistad personal con Dios".

En el discurso inaugural en Princeton del siguiente año, en febrero de 1937, con el título de 'Restauración de la Teología', usó una frase de Kierkegaard sobre el profesor como testigo de la Crucificción: "Entonces como maestros y estudiantes de la teología cristiana, compartimos el compañerismo de Sus Penas y seguimos al Maestro en humilde y amorosa obediencia en las tareas que Él nos entrega en la vida cotidiana...". Y además añadió estas palabras de Barth: "... a Dios le hacen falta personas, no individuos llenos de frases ruidosas y novedosas. A Dios le faltan 'perros', cuyas narices husmeen la realidad del día de hoy, y en ello olfateen el rastro de la Eternidad...".

Y al final E. Speer le dijo a él: "Edifique su vida en estos muros". Y así lo hizo, como cualquiera que se siente comprometido con la misión encomendada. Para mí sería el summum del compromiso...

Esto apenas es una pincelada sobre esta etapa de la vida de este teólogo, escritor, periodista..., quien sabe a alguien le interese buscar y leer algún libro de Mackay y profundizar más. Yo apenas soy una atrevida que osa meterse en temas quizá muy elevados para ella, pero es como si no pudiera perderme el próximo capítulo de la novela de la sobremesa. Por eso me quedo con cosas sencillitas como por ejemplo que Mackay y su esposa Jane optaron por elegir una casa espaciosa y elegante, y se rumoreó que lo hacían por prestigio, pero en realidad no era para ostentar sino para poder recibir a profesores y estudiantes del Seminario. Estaban convencidos que el primer paso para curar las heridas era crear un sentido de familia, de comunidad. Su propio hogar iba a ser el lugar de encuentro de la familia seminarista. Y comenta Sinclair que para la familia Mackay esto significó sacrificar gran parte de su vida privada. O sea que sabía dónde se estaba metiendo. Que un ministerio de este calibre implica sacrificios...

Me extraña que un hombre con tantas responsabilidades no les dijera a los estudiantes 'arréglense como puedan', 'son libres para decidir por donde ir'... 'Yo ya tengo bastante con mi familia'.  Es muy complicado. Me pongo en su piel.

Otro detalle que me llama la atención fue un comentario que cita Sinclair: "La fortaleza del seminario se debe hoy al hecho de que Mackay asumió  un mando personal de la situación desde 1936. Y que fue igualitario en su administración. Insistía en que todo el mundo conversara con otros en el Seminario. El estudiante con el estudiante; el profesor con estudiantes; y todos con el personal administrativo y de servicio. También hizo que los nombres, fotografías y deberes de toda la comunidad del seminario aparecieran en el directorio del Seminario por orden alfabético y según su función: 'profesor de historia', 'oficinista', 'jardinero' y 'rector".

"Mackay fue amigo de los estudiantes y trataba a todos por igual", comenta Sinclair. Tenía una palabra de orientación para ellos en lo que se refiere al llamamiento al pastorado local. Transformó el Seminario en un centro ecuménico con la llegada de profesores y estudiantes de otros países y tradiciones cristianas. Dice que antes de la llegada de Mackay a Princeton, había algunos estudiantes y profesores del extranjero y de otras iglesias reformadas, pero siempre en un número reducido y su presencia en el Seminario no respondía a un plan global de internacionalización del mismo.

En 1944 se empezó a publicar la revista Theology Today (La Teología hoy día), cuyo lema era: 'La vida del hombre a la luz de Dios'. Leo que Mackay señaló que había concebido la idea de esta revista cuando caminaba por el río Delaware. En la misma se vislumbraba, en sus artículos y orientación editorial, los nuevos aires que corrían por el Seminario de Princeton: una teología de compromiso con la sociedad. Mackay fue su redactor desde 1944 hasta el 51.

En 1942 organizó el Instituto Teológico de Princeton para pastores y laicos durante el verano. Y continuó escribiendo y publicando libros, entre ellos, Prefacio a la teología cristiana (1941), Herencia y destino (1943), Cristianismo en la frontera (1950), Orden de Dios y Desorden del Hombre. Carta a los Efesios (1957), y El sentido presbiteriano de la vida (1960).

En 1944 fundó la Facultad de Educación Cristiana para la preparación de personas, en su mayor parte mujeres, para ser directores de educación cristiana y misioneras. Para ello se compró una propiedad, donde también se reacondicionaron dos edificios de apartamentos para estudiantes casados.

Durante esta etapa también participó en el desarrollo del movimiento ecuménico, tratando siempre de incorporar en dicho movimiento el fuego de su propio celo evangélico, como comenta Samuel Escobar. También realizó actividades en beneficio de su propia denominación.

Entre 1945 y 1948 pastores que habían servido como capellanes durante la Segunda Guerra Mundial volvieron al seminario para un año de estudios de postgrado. Y en 1949 se materializó el sueño de Mackay de construir el Centro Estudiantil del Seminario, un edificio con un gran comedor y salones para reuniones y actividades sociales. Siguiendo su visión de un lugar de encuentro para una comunidad cristiana; durante su gestión también se construyó la Biblioteca Speer.

Estos datos los he extraído de la Biografía que sobre Mackay escribió John Sinclair. También se puede ampliar leyendo el ensayo 'El legado misionero de Juan A. Mackay', escrito por el teólogo Samuel Escobar, que se publicó en la tercera edición del Otro Cristo español, de 1991.

Mackay ocupó la cátedra de ecumenismo durante todos los años de su rectoría. Su curso de 'Introducción al Ecumenismo' fue obligatorio para todos los estudiantes. Ninguno pudo librarse de tener contacto con el pensamiento misionero de Mackay. El contenido general del material académico que Mackay presentó en su curso, dio lugar al libro El Ecumenismo: Ciencia de la Iglesia Universal, publicado en 1964.

Me llama la atención que, después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando uno de los principales inventores de la bomba atómica, el doctor Robert Oppenheimer, fue designado director del prestigioso Instituto de Estudios Superiores de Princeton, y siendo éste considerado persona non-grata en el pueblo, Mackay ofreció un lugar en el Seminario para una reunión pública con el fin de recibir al científico como residente del pueblo y vecino del Seminario. Es más, nos cuenta Sinclair que también trataba a su vecino el doctor Albert Einstein con la misma cortesía y amistad.

Para Mackay todos los seres humanos, incluyendo a los doctores Oppenheimer y Einstein, a pesar de su posición política o religiosa, deben ser respetados en su dignidad porque son criaturas de un mismo Dios y miembros de una sola familia humana, comenta.

La verdad es que esta afirmación de Mackay, que ya he citado en otra ocasión me interpela. Con lo que me cuesta dar la otra mejilla...  O dar después que te han lanzado la bomba atómica.

Y, mientras leía esto, recordé que en Prefacio a la teología cristiana Mackay menciona, en el capítulo titulado 'La Iglesia y el orden social', lo siguiente: "En los círculos eclesiásticos los nombres de Edimburgo, Estocolmo, Lausana, Jerusalén, Oxford, Madrás, están vinculados con la aparición de una expresión colectiva del cristianismo tal como la Iglesia Cristiana no había conocido eclesiásticamente desde el sisma entre las iglesias Oriental y Occidental, ni étnicamente desde los comienzos de la era cristiana". Me llamó la atención el nombre de la ciudad suiza de Lausana que rápidamente asocié con ese gran congreso de evangelización mundial de 1974. Pero no, aquí él se refiere a la segunda reunión que salió de Edimburgo 1910, tal como lo señala Samuel Escobar en un artículo publicado en P+D (mayo de 2010): "de Edimburgo salió la conferencia de Fe y Orden, cuyo propósito era estudiar los temas relativos a la doctrina y el ministerio entre las diferentes Iglesias Protestantes. Su agenda era el diálogo teológico en busca de un acercamiento para encontrar terreno común entre las diferentes iglesias y denominaciones y explorar también la razón de ser de las diferencias. Su primer encuentro se dio en Lausana en 1927, seguido de muchos otros. Cuando se realizó un encuentro en Latinoamérica para tratar los temas de bautismo, ministerio y eucaristía, la reunión se realizó en Lima, Perú, en 1982. La Iglesia Católica fue invitada al primer encuentro pero rechazó consistentemente la participación".

En realidad, todo lo anterior me hizo retrotraerme a ese encuentro también realizado en Lausana, pero en el año 1974, de ahí el nombre de lo que se denomina el Movimiento Lausana, que empezó a gestarse en otro gran Encuentro Mundial de Evangelización llevado a cabo en Berlín, en 1966, y se materializó con el Congreso Internacional de Evangelización Mundial en la ciudad suiza de Lausana. En octubre de 2010 tuvo lugar el III Congreso de Lausana en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y de ahí resultó el Documento llamado Compromiso de Ciudad del Cabo, que viene a ser una hoja de ruta para la misión cristiana. Y donde se proponen 34 grandes temas, entre ellos el de la Educación Teológica y la Misión.

Así que, al mencionar lo que nos dice Mackay acerca de los seminarios... me sentí estimulada a abrir nuevamente la Guía de Estudio sobre el Compromiso de Ciudad del Cabo, editada por Andamio (también puede leerse aquí), para recordar lo que nos dice acerca de la Educación Teológica. Cito solo un fragmento: "Somos llamados a hacer discípulos, no simplemente convertidos. La misión global de la Iglesia no puede definirse únicamente en términos evangelísticos o ministerios de compasión hacia necesidades humanas. Debe abarcar también la creación de comunidades de fe donde las personas pueden crecer en su fe y la provisión de estructuras adecuadas para la educación teológica de los que llegan a conocer a Cristo a través del testimonio integral de la iglesia. De esta asociación entre la educación teológica y la misión se ocupa la última sección del Compromiso de Ciudad del Cabo". Os invito a leerla. Hay muchas cosas buenas para retener. Siempre a la luz de la Palabra.

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