Zlatan

El escritor no puede ser, él mismo, su editor. 

23 DE ABRIL DE 2017 · 18:40

Ibrahimovic. / Wikimedia,
Ibrahimovic. / Wikimedia

S. Acusé el golpe. Pude haberme quedado callado y dejar que las hojas del calendario —o del otoño— siguieran cayendo sobre el lapsus hasta que quedara sepultado en el olvido; olvido para algunos pero no para Zlatan ni para el Escribidor. Hay cosas que no se olvidan por simples e intrascendentes que parezcan. Y que, a veces, lejos de molestarnos, nos causan risa.

Por ejemplo, por allá por 1947; es decir, unos 70 años atrás, se reconstruyó el edificio donde funcionaba nuestra iglesia en la ciudad de Concepción, en Chile.  Como quien le pone la guinda al pastel, se decisión implantar, sobre la acera a la entrada del templo, la palabra bienvenido, para lo cual se compraron baldosas con las letras correspondientes. Se buscó a un especialista en este tipo de trabajos para que las instalara. El hombre las instaló, recibió su paga, y se fue. Nadie, salvo una persona, se fijó cómo había quedado el trabajo. Al leer la palabra bienvenido, la persona salió corriendo en busca del autor de aquel letricidio.  El hombre, si bien era experto en albañilería, no lo era mucho en asuntos de gramática. Y había ordenado las baldosas para que se leyera Vienbenido. Cuando se le pidió que volviera a reparar el daño, reaccionó diciendo: «¿No dice lo mismo vienbenido que bienvenido? ¿Cuál es el problema?»

Escribí hace algunos días un artículo que titulé «El traductor o el chip sine qua non». Debería escribir otro que se titule: «El editor sine qua non». 

Porque el profesional editor es una pieza no solo importante en la maquinaria que produce libros, sino que es una pieza sine qua non (sin la cual no). Ninguna editorial que se precie de seria va a publicar un libro con su sello sin que antes el manuscrito haya pasado por las manos de un editor. (Hasta donde tengo entendido Amazon, si bien publica, no edita. Y no edita como debería hacerlo si fuese una casa publicadora, pero como no lo es… el autor tiene que ocuparse de «ese detalle».)  

El escritor no puede ser, él mismo, su editor. Y no puede serlo porque de tanto trabajar su escrito, trátese de un libro, un artículo o incluso una carta, pierde la perspectiva para descubrir errores. O para depurar el estilo.

Entiendo que Protestante Digital no edita, en el sentido estricto del término; por eso, no los culpo por los errores aparecidos en mi artículo «Slatan». El único culpable soy yo.  

¿Cuánto me toma escribir un simple artículo como son los que escribe el Escribidor? Dos o tres semanas. Primero, para madurar la idea en la cabeza; luego, para determinar el enfoque, la moraleja, el énfasis educativo que quiero darle al artículo. El trabajo ante la computadora puede tomar, fácilmente un día, o más. Pero de tanto leer, releer, corregir, quitar, añadir, se va perdiendo la perspectiva para descubrir, por ejemplo, que la cita bíblica no corresponde a 2 Corintios 15 sino a 2 Corintios 14 y que sino se escribe sino, y no si no. 

El editor, en cambio, tiene la mente fresca cuando debe leer, revisar y corregir; en una palabra, mejorar el material que se le ha encomendado. Él está en condiciones óptimas para descubrir errores que se le deslizaron al autor.

Hay, sin embargo, un problema en esto de editar: 

A nadie —o a casi nadie— le gusta que le corrijan lo que ha escrito. «¡Ni lo toquen!» dicen. «Así como está, está perfecto». Cuando he funcionado como editor para alguna editorial, he contado con el respaldo de esa editorial, respaldo que impide que el autor llegue a visitarme con la escopeta cargada. Pero cuando he funcionado ministerialmente como editor, he recibido balazos de todos los calibres.

Un día, leyendo una novela escrita y publicada por una persona conocida, me pareció que la novela, en su estado de manuscrito, no había pasado por las manos de un editor. De un buen editor.  Le escribí al autor y le recordé que no se puede publicar algo sin que primero lo revise un editor.  No hubo respuesta. Fue la última vez que nos comunicamos, lo que antes de ese incidente ocurría con cierta frecuencia.

Hay genios, sin embargo, que no necesitan que se les edite lo que producen. Wolfgang Amadeus Mozart, por ejemplo, en la película «Amadeus» se irrita cuando alguien hace el comentario de que una composición suya era buena pero que «tenía demasiadas notas». «¿Demasiadas notas?» reaccionó molesto Mozart. «Tiene exactamente las notas que debe tener, ni una más, ni una menos» (estoy citando de memoria: quizás no fueron ésas las palabras exactas, pero el sentido lo es).

Editar no es fácil, cuando se trata de hacer un trabajo entre amigos. 

Pues, volviendo al joven Zlatan, si es que es él quien me corrigió llamándose «Yo mismo», le pido disculpas. Y si «Yo mismo» no es él, igual se las pido. Pero siendo un excelente futbolista, me gustaría verlo «chuteando la bola» (uso la forma popular entrecomillada que se usa en la cancha de tierra donde juega el otro Zlatan, el chileno) en el reino venidero. Porque, según el libro de John Eldredge, «Todas las cosas nuevas», de próxima aparición por la editorial HarperCollins, en el reino venidero, donde Dios ejecutará lo que Eldredge llama la Gran Restauración, habrá todo lo que tenemos actualmente en la tierra solo que seres humanos, animales, tierra, mar y cielo —y, por supuesto, balones— habrán sido renovados por completo, para darle al reino de Dios el nivel de pureza que tendrá el hábitat en el cual seguiremos viviendo por toda la eternidad. Y allí habrá, también, partidos de fútbol. Y para que puedas ser parte del equipo, Zlatan, tendrás que firmar contrato, aquí en la tierra, con el dueño del equipo, Cristo Jesús. «Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia, serán salvos» (Hechos 16.31).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - Zlatan