El Padre resucitó al Hijo

Un poder sobrenatural actuó en aquel cuerpo sin vida, lo transfiguró y resucitó con el fin de que se cumplieran los planes eternos de Dios.

15 DE ABRIL DE 2017 · 20:06

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Rudolf Bultmann se equivocaba. Si fuera cierto que el texto bíblico estuviera repleto de milagros míticos y leyendas humanas, la revelación se desacreditaría inmediatamente. No habría en ella cualquier otro espacio para lo sobrenatural. El supuesto filtro de la desmitificación se llevaría por delante acontecimientos tan extraordinarios como el agua hecha vino, el deambular sobre las aguas del mar de Galilea, las múltiples sanaciones, la revivificación de Lázaro e incluso la resurrección del propio Jesucristo.

Arrancar lo milagroso de la Biblia es como quemar los frutos de un árbol. Sólo nos quedaríamos con leños, corteza y hojarasca. Decir que Jesús no resucitó porque la resurrección es imposible es encarcelarse en la finitud humana. Negarse a la trascendencia y, en fin, firmar el acta materialista, renunciando a la posibilidad de la intervención divina en el mundo. Si el galileo no se levantó de la tumba, vanidad de vanidades es toda creencia cristiana.

Sin embargo hoy, seis décadas después de Bultmann, se acepta que en el cosmos hay cosas sorprendentes y todavía inexplicables mediante nuestro método científico. El universo ya no se concibe como algo cerrado en sí mismo sino como una realidad dinámica y abierta. Lo que conocemos del mismo es sólo la punta del iceberg y es mucho más aquello que no sabemos.

El Dios de la Biblia no puede reducirse a la propia Naturaleza creada por él mismo, como creyeron tantos filósofos materialistas a lo largo de la historia. Desde esa perspectiva panteísta, era lógico pensar que no se podía alterar el orden natural porque eso sería como trastocar a Dios. En cambio, si el creador existe fuera del espacio, la materia y el tiempo, -puesto que lo ha hecho todo a partir de la más absoluta nada- entonces resulta lógico creer que pueda intervenir en su creación cuando lo estime conveniente y, por tanto, los milagros son posibles.

A pesar de todo, la resurrección no será nunca un acontecimiento demostrado, ni tampoco demostrable. Si así fuera, no habría escépticos. Tal como dijera Unamuno, nada digno de probarse puede ser probado o desprobado. Si pudiera demostrarse, ¿de qué serviría la fe? Aquello que se demuestra no requiere de la creencia, pero el apóstol Pablo dice que “por fe andamos y no por vista”.

Convengamos que la resurrección no puede ser probada científicamente, de la misma manera que no puede probarse ningún acontecimiento histórico porque éstos son únicos, ocurrieron una sola vez y no pueden repetirse. Sin embargo, la historia es una ciencia, aunque no siga el mismo método de las ciencias experimentales. ¿Cómo investigar la resurrección de Jesús mediante la metodología histórica? Reuniendo toda la información disponible y sometiéndola a pruebas de fiabilidad, así como a la consideración de todas las posibles explicaciones de los hechos. Al final, cada cual deberá elegir la más lógica de ellas. La conclusión será siempre personal y, probablemente, no generalizable. Cada cual deberá emitir en lo más profundo de su ser el propio veredicto.

En la singular historia de Cristo fueron fundamentales los testigos del acontecimiento. De hecho, los relatos de la resurrección que hay en el Nuevo Testamento ya circulaban cuando todavía vivían los contemporáneos de Jesús. Y, desde luego, tales personas pudieron confirmar o negar la veracidad de lo que predicaban los apóstoles. Lo significativo es que nadie se atreviera a desmentir sus mensajes. Los evangelistas fueron testigos directos de la resurrección o bien relataron aquello que testigos presenciales les habían contado.

Los apóstoles se referían continuamente en sus discursos al conocimiento popular de la muerte y resurrección del Maestro y, a pesar de esto, Lucas escribe que “gozaban de gran simpatía entre el pueblo” (Hch. 4: 33). ¿Cómo podrían haber gozado de simpatía si hubieran estado predicando una mentira? ¿No habría acabado esto con el nacimiento de la iglesia cristiana? La resurrección de Jesús constituye el tema humano límite por excelencia. Nos interpela ante la tumba de los seres que amamos. Estimula nuestra esperanza de volver a verlos. Es el núcleo central del cristianismo. Sin ella no hay iglesia ni cristiandad.

¿Cómo es que ningún discípulo entendió la inminencia de la resurrección al tercer día, a pesar de que ésta había sido anunciada previamente por Jesús? Mateo pone en boca del Maestro estas palabras: el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres y le matarán; más al tercer día resucitará (Mt. 17: 23). Hay por lo menos dos razones principales: los judíos de la época interpretaban “al tercer día” como el día del final de los tiempos (Os. 1:6; Ez. 37: 1-6). Esperaban la resurrección de los muertos para el final de la historia, después de la venida del Mesías, y creían que Jesús se refería a eso. Para ellos, “el tercer día” no era un dato cronológico sino teológico.

En segundo lugar, no entendieron que Jesús moriría y resucitaría literalmente al tercer día porque, según los hebreos, el Mesías no podía morir. De manera que nunca se hubieran imaginado que su Maestro, si es que era verdaderamente el Mesías, pudiera morir en la cruz. Ni tampoco que se levantara de la tumba después de tres días literales. Por eso se derrumbó su esperanza al verlo fallecer y su fe entró en la más oscura de las noches.

Sin embargo, el primer día de la semana de aquella primera pascua de resurrección de la historia, las noticias circularon como la pólvora en la ciudad de Jerusalén. No existía la prensa escrita pero los titulares fueron de boca en boca: un sello romano violado, una tumba abierta y vacía, una gran piedra imposible de mover por un solo hombre quitada, la guardia romana ausente de su puesto, una mortaja intacta y bien colocada y, en fin, unas mujeres son testigos de la tumba vacía de Jesús.

La pena por violar un sello del Imperio romano era la crucifixión cabeza abajo. El detalle de la sepultura abierta y vacía es muy importante porque los discípulos no fueron a predicar al Cristo resucitado a Atenas o Roma sino que empezaron por su propia ciudad de Jerusalén. Cualquiera que hubiera sabido dónde estaba el cadáver hubiera podido decirlo y la fe cristiana habría sido cortada de raíz desde sus inicios. Pero esto jamás ocurrió. Incluso la propia explicación oficial que se dio, de que los discípulos habían robado el cuerpo, demuestra que la tumba estaba realmente vacía. Existen tradiciones, tanto judías como romanas, que reconocen esta realidad.

Una guardia romana podía estar formada por un número de soldados que oscilaba entre 4 y 16. Todos eran conscientes de que dormirse durante la guardia era castigado por Roma con la pena de muerte en la hoguera. ¿Cómo pudieron ausentarse de su puesto? ¿Por qué desconocían lo que había pasado? La mortaja aún estaba allí en la tumba, intacta y bien colocada, como si el cuerpo de Cristo se hubiera evaporado a través de ella.

El apóstol Pablo escribe que más de quinientas personas vieron a Cristo resucitado (1 Co. 15:6). Esta carta se redactó en Éfeso, hacia el año 55 ó 56 d. C., cuando la mayoría de las personas que fueron testigos de la resurrección aún estaban vivas y podían testificar acerca de la veracidad de los hechos.

No todos los que tuvieron esta experiencia tenían la misma personalidad. Las apariciones de Jesús posteriores a la resurrección se produjeron en horas, situaciones y a personas diferentes que manifestaron también reacciones bien distintas. María se llenó de emoción. La mayoría de los discípulos se asustaron y huyeron. Tomás se mostró escéptico. No hay un mismo patrón o modelo psicológico para afirmar, como han hecho algunos, que se trataba de alucinaciones. Incluso, años después, Cristo se apareció también a personas hostiles a la fe cristiana, como el propio Saulo de Tarso.

El hecho de que las mujeres fuesen las primeras en descubrir que el cuerpo de su Maestro no estaba en la tumba y, por tanto, en convertirse en testigos de su resurrección es también sumamente significativo. Según las leyes judías, ellas no podían ser testigos válidos en ningún juicio. No constituían evidencia legal. Por tanto, si el relato hubiera sido inventado o manipulado, como piensan algunos, ¿no deberían haber sido los discípulos varones los primeros testigos? Esto es algo que habla también a favor de la veracidad histórica del texto bíblico.

Si a todas estas evidencias se le añaden las de las vidas cambiadas de los discípulos, muchos de los cuales fueron martirizados a causa de su fe en la resurrección de Jesús, así como la existencia de la propia cristiandad hasta el día de hoy, puede concluirse que un poder sobrenatural actuó en aquel cuerpo sin vida, lo transfiguró y resucitó con el fin de que se cumplieran los planes eternos de Dios. El Padre resucitó al Hijo para que el ser humano pueda acceder a la vida abundante, definitiva y eterna.

Pero todo esto no sirve de nada si Cristo no resucita también dentro de cada uno de nosotros. ¡Feliz domingo de resurrección!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - El Padre resucitó al Hijo