Las risas de la ciudad

La hormona de la alegría no está en la fría risa, está en la luz del Espíritu.

09 DE ABRIL DE 2017 · 07:40

Foto: Unsplash.,
Foto: Unsplash.

La ciudad en que nací es una que sabe reír. Tiene el sentido de lo cómico. Gusta de chistes y de bromas.

Ahí están sus más famosas fiestas “las fallas” donde se mezclan las risas, las humorísticas caricaturas y en donde se construyen admirables monumentos para que duren tres días y, entre sonrisas, sean quemados.

Como muchas otras ciudades de España se publican varias revistas humorísticas y, cada año, se estrenan dos o tres obras cómicas en los teatros. En las radios hay chistes a granel, y lo mismo en la televisión.

La ciudad se despierta con una sonrisa y se acuesta con otra. Los turistas que observan superficialmente, se van diciendo que España es uno de los Países más joviales del mundo.

En las mañanas, los niños cuentan chistes cuando van a la Escuela. En no pocas tiendas y cafeterías también las mujeres se cuentan chistes jocosos (y no entro en los que se envían vía whatsApp); en los atardeceres, los adultos se ríen de historias soeces y chascarrillos. Y abundan los Restaurantes nocturnos en los que cómicos hacen reír en las sobremesas a los noctámbulos.

Los médicos hacen bromas mientras operan a sus pacientes, los policías hacen chistes sobre los individuos que cayeron en esa noche en redadas; los ciudadanos se ríen de las cosas que hacen los políticos y los gobiernos; los profesores, de los exámenes de sus alumnos; los flacos se ríen de los gordos y los gordos de los flacos, las muchachas coquetas de las torpezas de los pretendientes, y muchos catalanes saben que el magnífico músico de Jazz “Tete MONTOLIU” podía contar chistes y reírse mientras tocaba excelentes improvisaciones jazzísticas; hasta los sepultureros, se ríen de aquellos para quienes abren y cierran sus nichos y que les han traído trabajo.

Yo, debo decir honestamente “Desde el Corazón” que también me río. Me río de los que se ríen. No para burlarme, sino porque me gusta ver feliz a la gente, y me encanta el espíritu alegre de mi ciudad.

Este “aprendiz de escribidor” está oyendo que la risa, la carcajada, tiene propiedades curativas. No me sorprende que hasta los teólogos de bazar de todo a cien, hayan incluido en sus programas la bendicionrisa. Y se nos enseña que la risa es beneficiosa para nuestra mente y para nuestro organismo. Ayuda a combatir la depresión, la ansiedad, el estrés y los problemas con el sueño.

Nos dicen seriamente que reír es bueno para la circulación, el corazón y el sistema respiratorio. Por otra parte, contribuye a la comunicación social (comprendiendo yo mismo, porqué Jesús no fue nunca un “aguafiestas” sino un “vinofiestas” para quitar la tensión de una pareja a la que en su día de boda, se le terminó el vino), ya que las personas con sentido del humor conectan con más facilidad con las otras que muestran siempre un talante agrio.

No es de extrañar que ya desde 1970 en los Hospitales la risa se fuera introduciendo, cosechando buenos resultados entre los enfermos. No son pocos los psiquiatras que aseguran que con sólo tres minutos de risa plena se consiguen los mismos beneficios que diez minutos agotadores de aeróbic.

Pero en el fondo, en el fondo de nuestras ciudades, no hay alegría. Mucha de la risa que oigo es falsa, muchas caras alegres no son más que máscaras, casi toda la alegría de las casas es pasajera, y termina dejando un sedimento amargo.

El sabio Salomón amaba también la alegría. Tenía sentido del humor. Sabía celebrar un buen chiste. Pero un día escribió: “dije yo en mi corazón. Ven ahora, probarás la alegría y gozarás de bienes. Mas he aquí, esto también es vanidad. A la risa dije, estás loca, y al placer, ¿de qué sirve esto? (Cohelet 2:1-2).

Es que hay dos clases de risas y dos especies de alegría. Unas provienen de la carne, las otras del espíritu. La risa y la alegría que proviene de la carne es superficial, banal, efímera. Depende mucho del buen estado de salud, y de la solvencia del bolsillo. Se acaba con el dolor y se diluye con la pobreza.

Pero la risa y la alegría producida por el espíritu son potentes, no merman ni palidecen. Como su voz, del latín: “alacritas” significa son fogosas, brillantes, penetrantes. Brota más allá de las emociones conscientes y de los planes concretos.

En cierto modo es un sentimiento indefinible pero sensible. Podemos sentir alegría por la vida, por nuestros semejantes y por el mundo; podemos estar alegres de estar vivos, pese a no tener nada o encontrarnos en una situación adversa. Es una fuerza vital, una luz que nos muestra el lado soleado de la vida.

Cuando Salomón decía que la risa enloquece y el placer de nada sirve, se estaba refiriendo a cosas de la carne, del hombre animal, a cosas meramente materiales. La hormona de la alegría no está en la fría risa, está en la luz del Espíritu. Es poder de lo Alto que hace una persona alegre, magnética, creativa, contagiosa y feliz.

Esa luz espiritual es poder que nos estimula, que cierra las heridas, aleja la negatividad que nos hace enfermar, pues donde hay alegría no existen los recelos, los resentimientos, el temor. Es lo que da el poder de Jesús, una alegría, un gozo indestructible y permanente, que nada ni nadie pueden destruir.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Las risas de la ciudad