¿Adán y Eva en el planeta de los simios? (y II)

Toda la evidencia científica disponible en la actualidad es consistente con la creación especial por parte de Dios de una primera pareja humana literal separada de los primates.

08 DE ABRIL DE 2017 · 21:55

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En la confrontación entre la hipótesis evolucionista y la del diseño, acerca del origen del ser humano, resulta relevante también la cuestión del tiempo.

El estudio de la frecuencia con que se producen las mutaciones tanto en el hombre como en los simios podría proporcionar un nuevo apoyo a la supuesta ascendencia evolutiva humana. Relacionar genéticamente estas dos cosas, la evolución y el tiempo, es algo relativamente simple.

Como el ADN no pasa intacto de padres a hijos sino que aparecen siempre ciertas modificaciones, esto permite evaluar las diferencias que van haciendo genéticamente más distantes a las generaciones. De manera que la cantidad de divergencias en el ADN de dos especies distintas, como el hombre y el chimpancé, debería reflejar cuánto tiempo habría transcurrido desde que ambas especies compartieron un antepasado común.

Puesto que la evolución hace afirmaciones muy concretas acerca de la antigüedad de esta ascendencia común, también realiza predicciones específicas sobre la cantidad absoluta de diferencias genéticas entre las dos especies.

De alguna manera, el pretendido parecido genético del 98-99% entre humanos y chimpancés sería un reflejo de esto. Según el evolucionismo, el tiempo transcurrido desde que estas dos especies se separaron (unos 6 millones de años) sería muy breve en relación al tiempo total que se supone para la existencia de vida en la Tierra (unos 540 millones de años).

Por tanto, las pocas diferencias genéticas existentes entre nosotros y estos simios, en relación con otras especies biológicas, parecen corroborar dicha expectativa.

No obstante, esta cantidad es engañosamente inexacta y, de hecho, carece de base real. Cuando se realiza un cuidadoso análisis de los trabajos publicados sobre el genoma del chimpancé, (independientemente de las polémicas iniciales entre evolucionistas y partidarios del diseño, de si se trataba sólo de ADN funcional o de todo en genoma, referidas en artículos anteriores, y aceptando que en definitiva se compara la totalidad del mismo) resulta que la identidad genética con el genoma humano se ha visto rebajada al 70%.1

Dado que los genomas humano y del chimpancé poseen cada uno cerca de 3.000 millones de bases (o letras de ADN), esto significa que diferimos, nada más y nada menos, que en 900 millones de letras. ¿Resulta coherente esta diferencia con la hipótesis de que hombres y chimpancés descendamos de un ancestro común que existió hace unos seis millones de años?

Si se asume que ambas especies divergieron hace 6 millones de años y que nunca más, desde ese momento, formaron parte de la misma población reproductiva, resulta que tanto los humanos como estos simios deberían haber mutado a razón de 75 bases de ADN por año (900.000.000 / 2 / 6.000.000 = 75). Como estas dos especies alcanzan la madurez sexual entre los 10 y los 20 años de edad, cada una tendría que mutar su ADN como mínimo entre 750 y 1500 veces en cada generación para conseguir este nivel de diferencia.

Y aquí es donde se plantea el problema para la hipótesis darwinista. Resulta que la cantidad media real de mutaciones del ADN observada por generación, en cada una de estas especies, es de tan sólo entre 40 y 80 veces.2 Algo notablemente alejado de lo que requiere la hipótesis. De manera que el modelo evolutivo del ancestro común entre hombres y chimpancés hace predicciones, en cuanto a la cantidad de mutaciones que deberían darse en los genomas, que son mucho más elevadas de lo observado en la realidad.

Desde luego el darwinismo no esperaba que estos resultados genéticos coincidieran también con las observaciones del registro fósil. Ya en la época de Darwin se reconocía la escasez de “formas intermedias o de transición” que mostraban los fósiles.

Después de 150 años de exhaustivas investigaciones paleontológicas, los “eslabones perdidos” siguen mostrándose tan tímidos como siempre y las lagunas sistemáticas existentes entre los principales grupos de clasificación se han consolidado definitivamente.

Esta tendencia del mundo de los fósiles se evidencia también en el de la genética. Las grandes lagunas paleontológicas entre humanos y simios coinciden con las grandes lagunas genéticas. Y esto, qué duda cabe, contradice los planteamientos evolucionistas.

¿Fue África la cuna de la humanidad?

Hace más de una década que los científicos conocen la existencia de la elevada diversidad genética existente en poblaciones humanas no africanas. Se sabe que dicha diversidad -estudiada a partir del ADN mitocondrial- es el doble de la que existe en algunos grupos étnicos africanos.3

Esto supone otro problema para las tesis darwinistas. En efecto, si los africanos evolucionaron primero, tal como se asume desde la teoría de la evolución en función del registro fósil hallado en dicho continente, esto significa que las etnias de África han existido durante más tiempo que los humanos no africanos surgidos después.

De manera que habrían tenido más tiempo (muchas más generaciones) para acumular cambios en el ADN. Una mayor diversidad genética significa, por tanto, que se desciende de un linaje más antiguo. Sin embargo, el estudio de la diversidad de los genomas humanos actuales demuestra que los africanos no son los más antiguos y que habría que buscar la cuna de la humanidad fuera de África.

El evolucionismo asume que la tasa de mutaciones en el ADN es constante a lo largo del tiempo. Aunque esta suposición no explica las diferencias genéticas entre humanos y chimpancés, como hemos visto, resulta esencial para defender la idea de que los más antiguos linajes humanos son africanos.

La segunda asunción consiste en creer que cada linaje humano ha mutado a un ritmo idéntico. Ahora bien, ¿son válidas estas dos creencias?

La suposición de una tasa de cambio constante no es exclusiva de la biología, antropología o paleontología sino que se extiende también a otros campos de la ciencia, como la geología o la cosmología. En base a tal creencia, se han elaborado los llamados “relojes” científicos para medir el tiempo.

No obstante, si esta tasa constante tiene el mismo valor absoluto o no en diferentes grupos humanos es una cuestión enteramente diferente. Los datos publicados ya indican que los grupos étnicos africanos experimentan tasas más rápidas de recombinación (un tipo diferente de cambio en el ADN) que los grupos no africanos.4

Sin embargo, la hipótesis de que los africanos también experimentan una elevada tasa de cambio en las bases del ADN mitocondrial aún no se ha demostrado. Si las etnias de África sufrieran una mutación dos veces más rápida que el resto de los humanos, esto iría contra la elevada diversidad genética observada en las poblaciones humanas no africanas y contra el modelo de un origen humano fuera del continente africano.

Por el contrario, no favorecería en nada a la hipótesis de un ancestro común entre humanos y chimpancés ya que la discrepancia entre los datos genéticos y las predicciones evolutivas no es el doble, sino diez veces mayor. De manera que la geografía de la diversidad genética humana hace más bien poco por mejorar el modelo evolutivo. ¿Existe algún otro modelo mejor que haga predicciones más exactas?

El libro de Génesis -tan denostado en nuestro tiempo- sugiere que nuestros orígenes genéticos deberían rastrearse hasta la primera pareja humana creada por Dios, Adán y Eva.

La Biblia enseña que la humanidad apareció geográficamente en el Medio Oriente, no en África. Si la tasa de cambio en el ADN de los africanos es más rápida que en los no africanos, esto explicaría que las diferencias en el ADN de los distintos grupos humanos se habrían producido en el mismo tiempo y además sugeriría que todas las etnias humanas se originaron simultáneamente, tal como dice la Escritura.

¿Descendemos de una sola pareja o de toda una población?

Uno de los grandes desafíos al modelo bíblico de los orígenes humanos ha venido del estudio de la diversidad genética humana a escala global. El evolucionismo argumenta que una sola pareja sería incapaz de dar lugar a la cantidad de diversidad genética que existe hoy, ni tampoco a su actual distribución geográfica.

Aunque se admite que ciertas secuencias de ADN (como el ADN mitocondrial de las hembras y el cromosoma Y masculino) se remontan a un solo individuo, se sostiene que la mayor parte del ADN humano no puede provenir de una sola pareja original.5

La suposición fundamental que hay detrás de estas afirmaciones evolucionistas es creer que todas las diferencias existentes en el ADN humano se deben exclusivamente a las mutaciones (cambio de letras o bases del ADN) ocurridas al azar, a lo largo de millones de años.

Ningún investigador evolucionista considera jamás la posibilidad de que exista, o hubiera podido darse, una segunda fuente de variedad genética. Sin embargo, esta otra fuente podría haber sido la creación directa por parte de Dios de múltiples diferencias genéticas en Adán y Eva, tal como se desprende del relato bíblico.

Y esto es lo que enfrenta a los partidarios de la evolución con muchos del diseño. Los defensores de la una dicen que esto no es ciencia, que sólo la visión evolucionista es científica y, en fin, que no se puede permitir que “un pie divino cruce la puerta” de la ciencia. Mientras que los del diseño piensan que la ciencia debe buscar la verdad, independientemente de las implicaciones que ésta conlleve.

No obstante, ¿es científicamente plausible esta hipótesis de la diversidad originalmente creada? Si se toma la Biblia en serio, es menester admitir que si nuestros primeros padres no hubieran tenido dicha diversidad genética creada, todos sus hijos habrían sido auténticos clones. Y, desde luego, la clonación, según el punto de vista del mandamiento divino de “fructificad y multiplicaos”, hubiera sido, cuanto menos, teológicamente inquietante.

Hoy sabemos, como se ha dicho anterioremente, que el genoma de todos los seres humanos está formado por dos copias de 3.000 millones de letras de ADN. Una copia heredada de la madre y otra del padre.

La reorganización y recombinación de estas dos copias que tienen lugar antes de la producción de los espermatozoides y óvulos permiten que cada una de ellas sea única en la concepción y, además, proteja a los individuos de posibles errores genéticos.

Por lo tanto, la hipótesis de que Adán fuera creado con dos copias diferentes de su secuencia de ADN es perfectamente coherente con los hechos genéticos conocidos.

De la misma manera, esta hipótesis de la diversidad creada explica también la distribución global de la diversidad del ADN en la actualidad. La ciencia de la genómica ha dividido las diferencias genéticas de la población humana en variantes “comunes” y variantes “raras”, en función de su frecuencia a nivel mundial.

Tales variantes comunes son fácilmente explicables como resultado de la recombinación del ADN y de un proceso llamado conversión génica. En cambio, las variantes raras sí serían claramente el resultado de mutaciones sufridas a lo largo de la historia humana.

Hoy se sabe que muchas de estas variantes raras surgieron por medio de mutaciones producidas en los últimos cinco mil años. Cuando se reconoce que algunas diferencias del ADN pueden remontarse a la creación del ser humano y no serían, por tanto, consecuencia de las mutaciones, mientras que otras diferencias sí se deben a mutaciones posteriores, el relato bíblico adquiere sentido y es capaz de explicar la diversidad genética de la humanidad actual.

Se puede concluir, por tanto, que toda la evidencia científica disponible en la actualidad es consistente con la creación especial por parte de Dios de una primera pareja humana literal separada de los primates.

Los datos genéticos y paleontológicos, libres de la interpretación evolucionista, no requieren ancestros comunes sino que se oponen a dicha hipótesis. El origen de la humanidad a partir de dos personas es posible si se acepta esta otra hipótesis de la diversidad genética creada.

De manera que desaparece así el desafío evolucionista al modelo bíblico de los orígenes y se refuerza la confiabilidad y autoridad de la Escritura. Y, tal como dijera el apóstol Pablo, las cosas de Dios “se hacen claramente visibles desde la creación del mundo” (Ro. 1:20), dejando a los incrédulos sin excusa para rechazarle.

 

1 Tales análisis se realizaron por genetistas partidarios del diseño que dudaban de las cifras infladas del evolucionismo y, por supuesto, fueron publicados en revistas no evolucionistas. Véase, por ejemplo: Jerry Tomkins, “Comprehensive Analysis of Chimpanzee and Human Chromosomes Reveals Average DNA Similarity of 70%”, Answers Research Journal 6 (February 2013): 63-69.

2 Donald F. Conrad, et al., “Variation in Genome-wide Mutation Rates within and between Human Families,” Nature Genetics 43 (June 2011): 712-714; Oliver Venn, et al, “Strong Male Bias Drives Germline Mutation in Chimpanzees”, Science, 344 (June 13, 2014): 1272-1275.

3 Max Ingram, et al., “Mitochondrial Genome Variation and the Origin of Modern Humans”, Nature 408 (December 7, 2000): 708-713.

4 Anjali G. Hinch, et al., “The Landscape of Recombination in African Americans”, Nature, 476, nº 7359 (August 11, 2011): 170-175.

5 Dennis R. Venema, “Genesis and the Genoma: Genomics Evidence for Human-Ape Common Ancestry and Ancestral Hominid Population Sizes”, Perspectives on Science and Christian Faith 62 (September 2010): 166-178.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - ¿Adán y Eva en el planeta de los simios? (y II)