MacCulloch y el salterio hugonote

MacCulloch calcula que había cerca de dos millones de hugonotes en Francia en 1562. Fue el telón de fondo de la guerra entre las fuerzas católicas y los hugonotes.

26 DE MARZO DE 2017 · 19:00

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Salterio de Ginebra o Salterio francés

El protestantismo europeo del siglo XVI tuvo múltiples rostros. Los más conocidos son las vertientes luterana, calviniana/reformada y la inglesa que se consolidaron en distintos territorios. Tales rostros han dominado a tal grado que pareciera no existieron otros, cuando en realidad el abanico protestante fue, y es, multifacético.

En las tres anteriores entregas de la serie he bordeado la obra de Diarmaid MacCulloch, The Reformation, a History (Viking Penguin Group, New York, 2004), y con este artículo concluyo la reseña parcial de este libro que es grande no solamente por el número de páginas que tiene (casi 800), sino, principalmente, por la erudición de su autor y su forma de narrar acontecimientos históricos con información torrencial.

El largo y discontinuo Concilio de Trento que tuvo su primera sesión en 1545 para reorganizar a la Iglesia católica romana frente al reto que le significaba el protestantismo, se desarrolló con altibajos debido al cambiante contexto social y político de la época.

Finalmente de 1561 a 1563 tuvieron lugar las últimas sesiones, en las cuales dominó el ala más confrontadora contra quienes retaron el predominio católico romano a partir de la disidencia de Martín Lutero en 1517. Desde la perspectiva del sector mencionado lo conducente era enfrentar decididamente, y por todos los medios, a los grupos que no reconocían la supremacía del papado y la teología que sustentaba esa superioridad.

En las deliberaciones finales de Trento participaron más obispos que en los periodos anteriores de reuniones del Concilio. Asistieron cerca de doscientos obispos, la mayoría provenientes de países en los que se había, o se estaba, combatiendo al protestantismo enconadamente. Casi la mitad de los obispos procedían de España, quienes junto con los de Francia, los dominios de Venecia y tan lejanos como Chipre, observa MacCulloch, se inclinaron para reconocerle al papa mayores espacios de maniobra para ejercer su autoridad.

Mientras el Concilio de Trento estaba en su fase final, en Francia tenía lugar un duro enfrentamiento entre los guardianes de la Cristiandad tradicional y los hugonotes. Cabe anotar que el origen del término, menciona MacCulloch, “es misterioso, puede ser que se derive de ‘Eidgenossen’, o asociados, quienes iniciaron la revuelta ginebrina en los 1520´s y proveyeron condiciones para que Calvino organizara la Reforma en Ginebra”.   

El arranque de la guerra entre las fuerzas católicas y los hugonotes en 1562 tuvo como telón de fondo el vigoroso crecimiento del protestantismo en Francia. MacCulloch calcula que en el citado año había cerca de dos millones de adherentes organizados en más o menos mil congregaciones. Estos números eran contrastantes con los de una década antes, cuando nada más existían unos cuantos grupos en la clandestinidad. Para el autor, “este fenómeno es todavía más espectacular en escala si se le compara con la súbita emergencia del protestantismo popular en Escocia por los mismos años”. ¿Cómo se llegó a esto?

En Francia estaban prohibidas tanto la predicación pública como las reuniones abiertas de los protestantes. Había escasez de ministros, y aunque como en otras partes de Europas los libros fueron importantes para difundir el mensaje protestante, fue sobre todo la movilización de los creyentes de base la que le dio inusitado vigor a las células de hugonotes. Las biblias eran caras y voluminosas, lo mismos que las Instituciones de Calvino. Difíciles de llevar cuando los vigilantes de la ortodoxia romana estaban al acecho. El incremento en la producción masiva de biblias tuvo su esplendor a partir de 1562, para abastecer la demanda de los dos millones de creyentes no católicos mencionados líneas arriba.

 

Salterio de Ginebra o Salterio francés

Reconozco que lo glosado a continuación me sorprendió. MacCulloch resalta que hubo una herramienta que acompañó el activismo laico hugonote. Fue el Salterio traducido al francés, un pequeño libro de bolsillo con los ciento cincuenta Salmos, que incluía anotaciones musicales para ser entonados. Estos Salmos fueron arreglados por el “protestantismo reformado en forma métrica para articular la esperanza, temor, gozo y furia del nuevo movimiento”. Este Salterio fue “el arma secreta de la Reforma no nada más en Francia sino en cualquier lugar donde los reformados dieron nueva vitalidad a la causa protestante”.

MacCulloch considera que el Salterio de Ginebra, o Francés como también se le conoce, tuvo su origen en una práctica que Calvino tomó prestada de los años en que estuvo como ministro en Estrasburgo después que fue expulsado de Ginebra en 1538. En Estrasburgo ya se cantaban métricamente los Salmos, quien hizo las primeras versificaciones fue el poeta Clément Marot. Entonces Calvino adoptó la práctica y cuando regresó a Ginebra la llevó consigo. La primera edición de los Salmos metrificados es de 1539, y en 1562 Teodoro de Beza produjo la edición con los ciento cincuenta Salmos para ser cantados, y trece imprentas en Ginebra y Francia reprodujeron miles de ejemplares.

Los Salmos versificados y con ayudas para ser cantados, enfatiza MacCulloch, fueron el vehículo perfecto para hacer que el mensaje protestante se constituyera en un movimiento de masas capaz de atraer a letrados e iletrados. ¿Qué mejor que las palabras de la Biblia como fueron entonadas por el héroe y rey David? Los Salmos fueron fácilmente memorizados, y, por lo tanto, no era necesario traer consigo “papeles incriminatorios”. Eran cantados al unísono, y producidos por poetas/músicos que se identificaban con el movimiento de renovación y por ello se empeñaron en crear nuevas herramientas litúrgicas que fueron bien recibidas y adoptadas por sectores populares.

Lo señalado por MacCulloch es una veta de investigación para comprender mejor cómo se ha diseminado el protestantismo, no nada más en el siglo XVI sino durante las centurias subsecuentes, mediante herramientas y/o prácticas artísticas, particularmente la música, que atraen a grandes números de personas. En los cantos subyace una teología que no necesariamente se articula con lo predicado desde los púlpitos.

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