El precioso y tan olvidado ministerio de la visitación

Nada puede sustituir a una caricia, a un beso, a un me acuerdo de ti, un cruce de miradas lleno de amor sincero.

04 DE MARZO DE 2017 · 21:30

,

No temas, cree solamente”

                        Mr. 5: 36.

En muchas ocasiones, recuerdo al Pastor de mi iglesia cuando yo era una niña. Recuerdos que permanecen guardados en las neuronas más frescas, y que pasado mucho tiempo, vuelven con una fuerza increíble.

Aquel Pastor, estoy hablando de Francisco Martín Alonso, ya con el Señor; cualquier día y en cualquier ocasión, alguna vez sin avisar, aparecía por nuestra casa. Siempre era bien recibido, y mi mamá lo pasaba a la salita. Sé que eran otros tiempos y que, en realmente poco, el mundo ha dado un giro tremendo, y lo que voy a contar sería como una especie de sueño al día de hoy; pero así era.

No había prisa, los niños jugábamos en la calle, en el parque, merendábamos bocadillos normales y corrientes, saltábamos a la cuerda, jugábamos al escondite, a “quedas” y miles de cosas que con el tiempo todavía se tornan mucho más hermosas.

Recuerdo a nuestro Pastor, siempre con una sincera sonrisa en el rostro, la mayoría de las veces venía sólo, su esposa padecía de asma y el clima de nuestra ciudad le hacía mucho daño, además de tener cinco hijos. No puedo olvidar las bolsas de medicinas que su hijo Benjamín Martín, iba a recoger a la consulta de mi padre, para ayudar un poquito a paliar la enfermedad de su madre.

No hacía falta que nadie estuviera enfermo o algo parecido, aquello formaba parte importante de su labor pastoral. Y allí no pasaba nada; se apagaba la música, la tele, cualquier cosa que estorbara, y nos sentábamos juntos. Luego, los mayores hablaban de muchas cosas, siempre relacionadas con el Señor, Su palabra… El tiempo no importaba, todo era muy placentero; y entonces él, abría su Biblia grande, nos leía algún pasaje, lo explicaba brevemente, y siempre terminaba diciendo lo mismo…  “Queridos hermanos, vamos a despedirnos en oración”. Entonces todos nos poníamos de pie y él oraba; después resonaba un Amén fuerte y conjunto, y se marchaba con la Biblia cerrada entre sus manos y su habitual sonrisa.

Hace ya bastante tiempo escuché decir a alguien, estamos hablando de años más tarde:

Lo que más difícil se me hace del ministerio, es el tema de la visitación; sé que es necesario, pero no me llega el tiempo, es que se pierde mucho tiempo ¡Hay tanto que hacer!

Existen bastantes años de diferencia entre las dos…. Digamos historias que os acabo de relatar, pero en estos tiempos convulsos en los que vivimos, y cuando sí que hay que hacer auténticas virguerías para tener un ministerio de visitación adecuado, creo que es cuando más se necesita.

Vivimos a mil por hora, tenemos que predicar, trabajar en medios de comunicación y miles de cosas “importantes”, existe INTERNET, nuestro móvil “arde” en demasiadas ocasiones, y la comunicación de todo tipo y por distintos medios, parece que ya sustituye a mucho bueno que hemos dejado atrás. Y os puedo garantizar que estoy “apuntada” a todo lo último. Me falta el móvil o me falla cualquier artilugio, y me da un “pasmo” y para nada quiero pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor ¡por favor! Pero nada puede sustituir a una caricia, a un beso, a un me acuerdo de ti, ¿cómo estás? O a un cruce de miradas lleno de amor sincero.

Muchas veces podemos caer en el error que un grupo de oración por WhatsApp, por ejemplo, es capaz de sustituir a la calidez de una reunión de oración. Es maravilloso INTERNET  con absolutamente todas sus aplicaciones y a pesar de todos sus peligros. Pero, incluso utilizándolo personalmente de modo continuo, no puedo cambiar muchas cosas por una realidad no virtual.

Hace poco visitaba con mi esposo a una hermana de la iglesia que hoy está mayor en una residencia, demenciada por la edad, alguien que ha sido uno de los pilares más importantes de mi iglesia, hasta que fueron pasando los años. Podría escribir horas sobre esta preciosa hermana.

 Cuando llegamos, estaba tan hermosa, peinada y bien vestida como siempre, querida, amada y cuidada por sus hijos, pero la encontré muy perdida.

La verdad es que la escena casi podía resultar algo cómica; porque nos pasaron a una sala de visitas con bastante gente, y la diferencia de temperamentos entre mi marido y yo, hacía que la cosa se complicara. Realmente era difícil visitar en un lugar así y poder llevar ministración con tanta gente delante. Nos miramos y… Comenzamos nuestra visita.

 La hermana, yo creo que nos conoció, hasta un punto…  No lo sé, pero nos miraba a cada uno y sonreía. A mi me vio nacer, así que decidir romper el hielo. Acerqué mi silla a la suya, y le comencé a hablar cerquita del oído. Sé que hay algo que nunca falla con este tipo de personas, el cantarle bajito canciones antiguas, os aseguro que siempre funciona. La persona que lleva grabado al Señor, la iglesia, los himnos con los que vivió toda su vida, están tan arraigados dentro de ella, que puede ni recordar mi nombre, pero cuando comienzo a cantar, la persona empieza a sonreír y termina cantando o musitando conmigo. Si pretendemos leerles un Salmo desde nuestro móvil, ni saben que estamos haciendo; pero si ven abrir una Biblia, sus ojos se comienzan a llenar de lágrimas.

Sé perfectamente que estoy hablando de algo muy complicado ¡Lo sé perfectamente! Pero así funciona.

Soy incapaz de visitar a algún enfermo de la congregación y quedarme quieta, necesito tocar, besar, acariciar, decir “te amo mucho” cantar lo más antiguo que pueda recordar, o hablarle de cosas que ni yo misma recuerdo del todo. Pero la persona responde ¡Responde! Y cuando salgo de una visita así, por mucho esfuerzo que me haya costado sacar el tiempo para hacerla, no os podéis imaginar el gozo profundo que se prende muy dentro de mi alma.

Esta misma mañana estaba repasando las veces que Jesús pasaba tiempo visitando. En ocasiones lo hacía por puro placer, como la amada casa de Betania, otras veces iba para sanar a alguien. En diferentes ocasiones, lo venían a buscar o lo llamaban a gritos, o tocaban sigilosamente el borde de su manto pensando que Él no se iba a dar cuenta… Pero hay algo que casi siempre se repetía. Primero se paraba, luego posaba sus amorosos ojos sobre quien fuera, luego tomaba sus manos, y luego sanaba ¡Sanaba! Otras veces también liberaba, echaba fuera demonios, e incluso resucitaba…  Estoy hablando de Marta y María de Betania, de Lázaro, de la suegra de Pedro, del criado del centurión, de la mujer del flujo de sangre, de María Magdalena, de los leprosos, de la hija de Jairo, de Bartimeo, del ciego de nacimiento, del endemoniado de Gadara… La lista sería muy larga. Y, fuera del modo que fuese, siempre terminaba con un…. ¡Ve en paz, tu fe te ha salvado!….. ¡Tus pecados te son perdonados!.... ¡Vete y no peques más!..... ¡Ve y cuéntales cuan grandes cosas ha hecho Cristo contigo! Y rostros y vidas eran sanadas, salvadas y transformadas.

No pretendo hacer un estudio de todo esto, que se podría, es solamente un artículo a modo de reflexión para hacernos pensar. Y tengo que entonar el “Mea culpa” porque, aunque Dios sabe cuánto amo el ministerio de la visitación, muchas veces digo lo que aquella persona….. ¡Tengo tanto que hacer! Pido perdón al Señor y a mis hermanos por las veces que he fallado en esto, y creo sinceramente, que muchas veces, es bastante más importante pararlo todo y tomar el tiempo necesario para visitar a quien lo necesite, que la mejor de las predicaciones. Tal vez nadie nos vea, nadie, pero el que ve en lo privado, siempre recompensa en público y ni un solo vaso de agua dado en Su nombre quedará sin recompensa…. Y la gloría sólo para Él.

Os dejo con una canción que llena todo mi ser en estos momentos…. Sanando al herido.... Es José Luis Reyes cantando “Está cayendo” 

Mi abrazo sincero en Aquel que viene pronto, mi Señor, sanador y restaurador, que quiere serlo también para ti.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Follas novas - El precioso y tan olvidado ministerio de la visitación