La soledad del hombre

No fuimos hechos para la soledad. Necesitamos compañía. 

04 DE MARZO DE 2017 · 21:50

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La soledad del hombre

Hasta Toribio el náufrago, solo en su islita de cuatro por cuatro, anhelaba tener a alguien con quien conversar.

Esa necesidad comenzó cuando viendo Dios que el pobre Adán estaba como Toribio, decidió darle una compañera, Eva, con la recomendación de “Creced y multiplicaos”. Adán se esmeró tanto en eso de multiplicaos, que hoy día hay en el mundo nada menos que  7400 millones de habitantes. Y las cifras crecen. No fuimos hechos para la soledad. Necesitamos compañía. 

Cuando Dios le dio a Adán a Eva, la idea no era únicamente que no estuviera solo, sino que ella fuera para él una “compañía idónea” es decir, complementaria con la cual pudiera, entre otras cosas, procrear, formar una familia, poblar la tierra. Puso en los cuerpos de ambos los recursos precisos para que ocurriera el milagro de la procreación. No le dio a Adán un hombre; de haberlo hecho, no habría sido una compañía idónea. El hombre puede engendrar, pero no puede concebir, ni dar a luz, ni amamantar. La mujer, además de la procreatividad, tiene virtudes que el hombre no tiene. Ve e intuye lo que el hombre no ve ni intuye. Su singularidad mental es lo que el hombre necesita para ser un ser completo.

 

La soledad del hombre

En el concepto de “multiplicaos” está implícita la idea de familia, la que se forma por la unión física de un hombre y una mujer. Y aunque hoy día se prestan y alquilan vientres y los espermatozoides se negocian como las papas en el mercado, el concepto básico se mantiene. Y se mantendrá inalterable salvo que Dios cambie de idea. Pero como Dios es inmutable... 

La unión mediante el matrimonio de hombres con hombres y mujeres con mujeres cobra fuerzas y se extiende exponencialmente, pero por las razones expuestas más arriba, no puede llegar muy lejos. Se compran niños; es cierto. Se adoptan niños, también es cierto. Y así se puede formar una familia a la medida del deseo del hombre. Pero siempre faltará algo: el vínculo consanguíneo, que lo pone Dios y que no puede ser reemplazado con nada.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - La soledad del hombre