Cuando el desafío es grande y el miedo al fracaso es mayor

Un estudio novelado de 2 Reyes 4:18-37.

26 DE FEBRERO DE 2017 · 07:40

Ahora Eliseo ora al Señor. /FreeBibleimages.org. ,
Ahora Eliseo ora al Señor. /FreeBibleimages.org.

Era una familia bendecida. La esposa era una mujer compasiva y con interés en los temas espirituales y la religión. El esposo era un hombre ya entrado en años. Parecería que no iban a tener hijos, hasta que en una ocasión la mujer recibió una promesa del profeta Eliseo: en un año tendría un hijo, ¡y lo tuvo!

El niño creció y como era costumbre en aquella sociedad, frecuentemente acompañaba a su padre en las tareas agrícolas. Del esposo no sabemos mucho. Parecería esa clase de personas que el trabajo o el negocio lo absorben; y que de acontecer algo importante, siempre el trabajo está primero.

Esa mañana el niño se levantó como de costumbre lleno de vida. Cantando y saltando fue con su padre al campo. Durante el camino el niño “acosa” a su padre con preguntas: - Papá, ¿por qué se hace la siega ahora y no dentro de un mes cuando está mas fresco?

De pronto el niño deja de sonreír, empieza a los gritos. Se lleva las manos a la cabeza y comienza a vomitar. Exclama:

- ¡Mi cabeza, mi cabeza!

Con tales síntomas, del punto de vista médico ya se puede hacer el dictamen con un 99% de seguridad. Este es quizás, de toda la Biblia, uno de los casos en que el diagnóstico clínico ofrece mayor certeza. El padre, suponiendo que nos es nada serio, manda a su criado que lleve el niño a su madre.

La madre abre la puerta a los golpes y gritos del pobre criado que aunque no es un hombre educado se da cuenta que el niño está muy grave. Cuando la madre lo ve, lo toma en sus brazos recostándolo sobre sus rodillas. Suponemos los pensamientos que corren por el corazón de esta pobre mujer. Ella había orado tanto a Dios por un hijo y al final se lo había concedido.

Ella se acuerda de cuando le dijo al profeta Eliseo al recibir la promesa del hijo: “No engañes a tu sierva”. Las horas pasan, el niño no mejora. Del punto de vista medico podemos imaginarnos los síntomas y la evolución muy claramente.

El sangrado en la parte de afuera del cerebro produce un dolor de cabeza (cefalea) insoportable, el paciente empieza a vomitar debido a la estimulación de los centros del sistema nervioso, se torna inconsciente y no responde a las preguntas; entra en coma, y luego sobreviene la muerte.

Sin duda que mientras abraza y besa a su niño ora a Dios que tenga misericordia y sane a su hijo. Esas tremendas horas de prueba las pasa sola. Su esposo “está muy ocupado” y sigue en el campo con los segadores.

Por último, pasado el mediodía, el niño da su último respiro y muere. ¿Qué hacer en esta circunstancia? Pero esta mujer de fe sabe que no está todo perdido. Sin duda que en las múltiples visitas que la familia ha tenido del profeta Eliseo ha escuchado las historias de los milagros que hizo el profeta Elías.

Y aquella historia de la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta es un relato que nunca podrá olvidar. Aunque su hijo esté muerto sabe que no todo está perdido. Nos recuerda las palabras de Marta hablando de Lázaro: “Señor, si hubieses estado aquí mi hermano no habría muerto (Juan 11:21).

Lo que hace ahora solamente se puede explicar por el conocimiento que tiene del milagro de Elías. “Entonces ella subió, lo acostó sobre la cama del hombre de Dios, cerró la puerta y salió ” (v. 21). Visualizo a esta mujer subiendo los peldaños de esa escalera exterior de la casa. Lleva en sus brazos una carga preciosa. Sus ojos están hinchados de llorar, su rostro cubierto por las lágrimas.

Y cuando sube esa escalera es como si cada paso que da la acercara más al único lugar donde puede haber una esperanza. Deposita el cuerpo muerto sobre la cama del varón de Dios. El cuarto esta vacío. Con las mismas cosas que la familia había puesto. Una cama, una mesa, una silla y una lámpara que está apagada.

La progenitora, con el alma destrozada por el dolor mira una vez más el cuerpo sin vida de su hijo. Aquel niño que esa misma mañana estaba saltando y jugando ahora no se mueve. Esa boca que pronunciaba palabras y hacía preguntas sin cesar no se abre.

Esos ojos inquietos y traviesos están inmóviles. La madre cierra la puerta y al escuchar el sonido del portazo sabe que ahí ha quedado el tesoro de su corazón. Le comunica a su esposo que le mande un criado y una de las asnas para ir a buscar al “varón de Dios”. Probablemente para no inquietarlo no le dice que el hijo está muerto. Si lo hubiera hecho quizás le hubiera tratado de disuadir a hacer el viaje por considerarlo todo completamente perdido.

Algo muy parecido a cuando Jairo en una situación similar fue a buscar a Jesucristo. Al recibir la noticia de la muerte de su hija, la gente le decía: “No molestes más al Maestro” (Lc. 8:49). Hoy, en una situación de emergencia llamaríamos al teléfono 911.

Entonces saldría la ambulancia de la urgencia con las luces prendidas, a sirena abierta, para a toda velocidad llegar a la casa para llevar al enfermo al centro de cuidados intensivos más próximo.

Pero aquel día, en aquellos tiempos, las cosas no eran así. La madre le dice al sirviente: “No te detengas por mi en el viaje, a menos que yo te lo diga” (v. 24b).

No sabemos exactamente cuanto tiempo habría tomado el viaje. La distancia a la zona del monte Carmelo seria de entre 25 a 35 kilómetros. Quizás alrededor de 4 a 6 horas. Pero, ¿qué diferencia hacen unas pocas horas cuando alguien lleva muerto más de tres o cuatro minutos? Después de ese tiempo, el daño a las estructuras delicadas del cerebro son irreversibles.

Mientras hace el largo recorrido los recuerdos de la vida de su hijo pasan y vuelven otra vez. Se acuerda de cuando recibió la promesa. De cuando el niño nació y la celebración que se hizo en toda la familia.

Hace memoria de cuando primero se sentó y luego empezó a caminar. De esa alegría que el niño tuvo al poder dar sus primeros pasos, antes de caerse para volver a levantarse otra vez. Recuerda de las historias sagradas que le narraba antes de irse a dormir. Hace memoria del júbilo que tenía el niño al volver del campo con su rostro sucio por el polvo del camino y sus cabellos revueltos.

Pero todo esto ahora ha pasado. Su hijo está muerto. Pero esta mujer sabe que una vez un profeta hizo un milagro. ¿Será posible que Eliseo, el varón de Dios, pueda repetirlo? Luego de varias horas de andar se acercan a la zona donde vive el profeta. “El hombre de Dios la vio de lejos” de la misma manera que el padre vio de lejos al hijo pródigo (Lucas 15:20).

No sabemos como es que la reconoce en la distancia pero lo hace y de inmediato le dice a Guejazi que le pregunte por su salud, la de su esposo y la de su hijo. El sirviente se aproxima y repite las preguntas tal como le fue mandado. Ella respondió : “Bien”. Por supuesto que no estaba bien. Suponemos que esa respuesta fue para evitar dar más detalles. Ella hizo ese viaje para hablar con el profeta Eliseo no con Guejazi.

Quizás este último no le inspiraba mucha confianza . La Sunamita llega donde está el hombre de Dios y sin decir palabra se asió de sus pies. No puede decir nada porque su corazón está inundado por el dolor. Muchos años después una mujer también se acercó al Señor Jesús y tocó el borde de su vestido.

Otra mujer muy necesitada le lavó los pies con sus cabellos. Al ver eso Guejazi actúa de una manera natural pero sin compasión. Trata de apartarla quizás con la misma actitud que los fariseos cuando dicen del Señor Jesús: “Si este fuere profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, porque es pecadora” (Lc. 7:39). El profeta Eliseo responde: “Déjala, porque su alma está en amargura”

En esta respuesta vemos la compasión del varón de Dios. ¡Qué importante es para los creyentes el poder discernir y actuar adecuadamente cuando la persona a nuestro alrededor está en una situación de sufrimiento o crisis! Guejazi vio una mujer que molestaba al profeta. Eliseo ve una persona cuya “alma está en amargura”.

Pero dice algo que es muy interesante: “El Señor me ha encubierto el motivo y no me la ha revelado”. Eliseo ha llegado a una vida espiritual tan cerca de Dios que está acostumbrado a que el Señor le indique lo que va a suceder (2Re. 5:26). Nuestro Señor le dijo a sus discípulos “Os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todas las cosas que oí de mi Padre” (Juan 15:15).

Finalmente, la madre abre sus labios y dice:- ¿Acaso pedí yo un hijo a mi señor? ¿No te dije que no me llenaras de falsas esperanzas? Pronuncia estas palabras y calla. Las lágrimas corren por su rostro afligido. Ha terminado su argumentación. No se queja contra Dios. En un sentido, hace responsable al profeta de su desdicha. ¡Quizás hubiera sido mejor nunca haber tenido el hijo, que perderlo después de tenerlo y amarlo tanto!

Eliseo ordena a Guejazi que vaya inmediatamente y que coloque su bastón sobre la cara del niño. Pero esa madre sabe que allí se puede perder o ganar la batalla. Parecería que Guejazi nunca le ha inspirado mucha confianza. La sunamita dice: “Vive el SEÑOR, vive tu alma que no me apartaré de ti”.

El profeta sabe que ella habla muy en serio. La mujer está asida de sus pies como el náufrago a su tabla de salvación. Su persistencia nos hace recordar a la mujer sirofenicia. Ella le insistió al Señor al decir: “También los perritos debajo de la mesa comen de las migajas de los hijos” (Mr. 7:28).

El relato nos enseña que “ Guejazi se adelantó a ellos”. Allí va este hombre ambicioso, viendo aquí su oportunidad de demostrar que él también puede hacer milagros. Llega a la habitación donde está el cuerpo del niño y sigue las instrucciones del profeta, pero no sucede nada. La cara de Guejazi muestra su disgusto. Sus esperanzas de poder hacer un milagro desaparecen.

¿Será posible que le faltó la fe? Muchos años después los discípulos también fracasan cuando tratan de curar al muchacho endemoniado (Mt. 17:16). Guejazi vuelve al encuentro de Eliseo que ya se está acercando y con voz grave dice “El niño no ha despertado”.

Como médico sé lo que uno experimenta cuando trata de hacer todo lo que puede y el paciente no mejora. Pero creo que Guejazi está diciendo algo así: - Yo hice todo lo que usted me dijo que tenía que hacer, y no es mi culpa si el milagro no se produjo.

En el siguiente verso parecería que se enlentece la velocidad de la filmación (cámara lenta) como para darnos mas detalles: “Cuando Eliseo llegó a la casa, he aquí que el niño estaba muerto, tendido sobre su cama” (v.32). No se nos dice qué es lo que experimenta el profeta en ese momento.

Cuando Jesucristo fue al lugar donde Lázaro fue sepultado, preguntó donde le habían puesto. Entonces, Jesús lloró.(Juan 11:35) Indudablemente que al ver el cuerpo de ese niño muchos pensamientos bullen por la mente de Eliseo.

Después de todo, él mismo había prometido a la madre que Dios le iba a dar un hijo. Seguro que en sus muchas visitas a la casa ese niño se había encariñado con él. Ese infante le habría acosado a preguntas:

- Señor profeta, ¿es verdad que usted hizo que las aguas venenosas no mataran? ¿Cómo fue lo que mi mamá me contó de la viuda con hijos que usted le proveyó una gran cantidad de aceite en forma milagrosa? Señor Eliseo, no se lo tome a mal, pero cuando yo sea grande como usted también me gustaría ser un profeta.

Nos imaginamos la escena. Allí esta la madre con su corazón desgarrado por el dolor y la noticia de que el niño no responde. Allí está Guejazi quien ha adoptado aire de circunstancias como los empleados de una Empresa Funeraria durante sus actividades.

Y allí está Eliseo, el varón de Dios. Desde la puerta que está abierta ha visto el cuerpo inmóvil del niño.

Esa puerta entreabierta en una habitación a media luz representa un desafío para Eliseo. Es como lo que siente el cirujano cuando va a la sala de emergencia para ver a ese politraumatizado del accidente de automóvil que está gravísimo.

Al entrar en esa sala y encargarse de la situación sabe que de ahí en adelante él es responsable. El bombero que trata de rescatar al anciano del edificio en llamas sabe que aunque es muy peligroso esa es su obligación. ¡Qué fácil es rechazar el desafío! A veces pensamos que es más cómodo no aceptar el reto. De esa manera evitaremos el fracaso con todo lo que esto significa.

El profeta entra en la habitación y cierra la puerta. Los sirvientes de la casa y Guejazi quedan afuera. La madre probablemente se ha quedado abajo en su casa. El Espíritu Santo se ha dignado mostrarnos lo que sucede en esa habitación.

En primer lugar, la puerta es cerrada. El varón de Dios necesita estar en completa comunión con el Señor y sin ningún tipo de distracciones ni molestias. El silencio es sepulcral. No se nos dice que la lámpara se ha encendido. Quizás un poco de luz viene por la pequeña ventana en la parte alta de la pared. Ahora Eliseo ora al Señor. Sin duda clama a su Señor de todo corazón.

Es allí durante ese tiempo de oración que el Señor le revela lo que tiene que hacer. El cuerpo del niño está frío. Ya han transcurrido muchas horas desde que dio su última suspiro. “Después subió y se echó sobre el niño, su boca sobre su boca, sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre sus manos” (v.34ª). Por supuesto que para poder hacerlo no es un niño muy pequeño.

Quizás de entre 8 a 12 años. Los párpados del profeta sienten los párpados helados del niño. Sus labios sienten los congelados del infante. Sus manos tocan las manos glaciales del niño. Si algún profeta tuvo alguna vez un contacto muy próximo con lo que la muerte significa, este fue Eliseo.

El profeta de Dios tiene una identificación profunda con la muerte. Lo siente en su boca, en sus ojos y en sus manos. Esa boca que ya no habla, esos ojos que ya no ven y esas manos que ahora parecen de mármol.

Pero, aún hay alguien que estuvo todavía más cerca. Fue el Señor Jesús. Él experimentó la muerte de una manera que nosotros nunca la podremos experimentar, cuando en la cruz murió por nuestros pecados. “ Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hecho justicia de Dios en él” (2Co. 5:21).

No solamente lo que hizo el profeta fue algo muy peculiar, sino que desde el punto de vista de la ley de Moisés, él quedaba “contaminado” por estar en contacto con un cuerpo muerto (Núm.9:6) . “Así se tendió sobre él , y el cuerpo del niño entró en calor”.

Notemos que el niño sigue muerto. Eliseo camina por la casa de un lado al otro. El niño está en el aposento de arriba (el altillo) y suponemos que Eliseo ha bajado los escalones y camina por la casa. Parece que está esperando algo.

Inferimos que la madre le preguntaría: - ¿Cómo está mi hijo? ¿Qué madre no lo haría? La respuesta del profeta habrá sido algo evasiva. El mismo Eliseo se interroga a sí mismo por la causa que el milagro no se produce. Por último vuelve al cuarto donde está el niño.

Afuera se ha reunido un grupo de personas que en completo silencio tratan de escuchar algo de lo que pasa en la habitación. Sus oídos se afinan para tratar de discernir en cualquier sonido lo que pueda estar sucediendo allí dentro.

Hay cuatro clases de personas en esa casa y cada uno tiene pensamientos un tanto distintos en sus corazones.

Primero, la madre allí abajo en su casa, desea con todo su corazón que el milagro se produzca.

Segundo, Eliseo, ciertamente tiene sentimientos distintos. Él sabe que el SEÑOR puede hacer el milagro pero se pregunta por qué causa Dios no lo hizo. Cuando Guejazi usó su báculo el portento no se produjo. El varón de Dios también hizo lo que en su corazón sentía que tenía que hacer y pudo lograr que el cuerpo frío entrara en calor, pero nada más (v.34b). La posibilidad de sufrir un revés cruza la mente del profeta.

En tercer lugar está Guejazi. Por supuesto que él quiere que el niño vuelva a la vida; pero si Eliseo lo logra lo hace “quedar mal”, dado que él falló.

En cuarto lugar están los sirvientes, los cuales conocen y aman al niño desde que nació. Ellos también están del lado de la madre, pero tienen dudas. Cuando el profeta entra en el cuarto, sin duda ella ora al SEÑOR.

“Después subió y se tendió sobre el niño, y el niño estornudó siete veces. Luego el niño abrió sus ojos”. (v.35b). Las personas afuera del cuarto escuchan ese estornudo característico del niño y nos imaginamos a los criados diciéndole a la madre:

- ¡Lo escuchamos estornudar! ¡Otra vez le atacó la alergia!

Para los que estaban afuera del cuarto esos estornudos eran como música celestial. Era un sonido de victoria tan contundente como la Marcha Triunfal de la Opera Aída.

Estaban indicando que el niño estaba vivo. Algo tan sencillo y cotidiano es una demostración que el milagro se produjo. La certificación que la muerte ha ocurrido es innegable cuando la persona ha dejado de respirar por varios minutos; pero el fuerte y repetido estornudo era evidencia que el niño estaba vivo. “Luego el niño abrió sus ojos”. Al hacerlo ve el rostro del profeta Eliseo.

Mira a su alrededor y pronuncia la misma pregunta que todos los que han estado sin conocimiento: - ¿Dónde estoy? Reconoce pronto el dormitorio que el varón de Dios ha utilizado muchas veces. Sabe que su madre a menudo le decía: - Hijo, no quiero que molestes al varón de Dios cuando está en su habitación, porque él pasa muchas horas orando”.

Cualquiera de nosotros hubiera corrido para anunciarle la noticia a la madre. Después de todo, ¡ha sido una verdadera victoria! Eliseo con toda calma llama a Guejazi y le encarga que llame a la madre. Ella sube corriendo las escaleras.

Me recuerda las veces que el cirujano sale de la sala de operaciones para hablar con la familia del resultado de la operación quirúrgica. - ¡Doctor! ¿ Cómo salió de la operación…? Es en el rostro grave o sonriente del médico donde se ve la respuesta aun antes que este hable.

La mujer entra en la habitación y Eliseo le dice: “Toma a tu hijo”. Allí esta el niño, de nuevo con sus ojos inquietos que se mueven para todos lados y con una gran sonrisa. La madre ahora está llorando tan intensamente como cuando el niño ha muerto pero con la diferencia que estas son lágrimas de alegría. Se echa a los pies del profeta.

No se nos dan los detalles. Sin duda que hay una alabanza silenciosa y profunda quizás similar a la de Marta y Maria luego de la resurrección de Lázaro (Juan 12:2,3). Eliseo sabe que no ha sido su poder sino la gracia de Dios.

Al empezar la historia hemos visto a esta mujer importante tomada de los pies del profeta para suplicarle por la vida de su hijo. Ahora la vemos agradeciendo por el milagro. “Después tomó a su hijo y salió”.

- ¿Mamita, por qué me abrazas tan fuerte? - dice el niño.

- Porque te amo mucho - responde la madre.

Notas médicas para no profesionales de la medicina

-  El niño tiene una enfermedad muy grave y que se conoce con el nombre de “hemorragia subaracnoidea”. Esto es debido a la rotura y sangrado en la parte exterior del cerebro de una arteria dilatada (aneurisma)

- El diagnóstico de hemorragia subaracnoidea es bien claro. Aunque el único síntoma que se describe es el dolor de cabeza intenso. Ese es el signo característico de esta enfermedad. El sangrado se debe en general a la rotura de una pequeña arteria que está “abultada” desde el nacimiento (aneurisma debido a malformación congénita). Al romperse esa arteria la sangre (“a presión”) se acumula en el espacio fuera del cerebro y comprime las estructuras vitales donde están los centros que controlan las funciones vitales como la respiración. Un diagnóstico que se menciona en muchos libros es el de “golpe de calor” o hipertermia maligna. Pero el síntoma de este niño no corresponde en absoluto a esta enfermedad..

- La mayoría de los médicos opinan que lo que hizo Eliseo fue un caso típico de “resucitación boca a boca” acompañada no solamente de proveer aire a los pulmones sino también de la compresión torácica para proveer la circulación cardíaca. Creo que este es un milagro real..

En la resucitación boca a boca solamente se obtienen buenos resultados si se hace dentro de pocos minutos del paro respiratorio. En ese caso han pasado muchas horas.

Notas

Es interesante notar las similitudes y diferencias entre el milagro de resurrección de Elías y Eliseo: en el caso de Elías el personaje principal parecería que es el profeta y su lucha en oración en la privacidad de su cuarto. Aquí parecería que es la madre.

A diferencia de la viuda de Sarepta esta mujer no se queja contra Dios aunque en cierto sentido contra Eliseo.

De la misma manera que Guejazi trata de deslindar su responsabilidad ante el milagro que no pudo hacer, es triste saber que en ciertos ambientes sucede algo similar. Cuando alguien está enfermo y el milagro no se produce se le echa la culpa al paciente de no tener suficiente fe.

En los milagros del Señor Jesús en el Nuevo Testamento la fe no es condición imprescindible en todos los casos.

Por supuesto que el hijo de la viuda de Naín y la hija de Jairo no tuvieron fe porque estaban muertos. Al tenderse sobre el niño el profeta tiene una identificación intensa con la muerte.

El Señor Jesús no experimentó la muerte de una manera simbólica sino real: “vemos a Jesús, … coronado de gloria y honra por el padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (He. 2:9). El creyente se identifica con la muerte de Cristo (Gal.2:20).

El hijo de Dios durante la crisis puede como la mujer sunamita decir que “todo está bien” porque sabe que todo lo que nos sucede está previsto y permitido por nuestro Padre Celestial que está sentado en el Trono en el Cielo.

El padre del niño finalmente se entera de toda la historia. Desgraciadamente no estuvo al lado de su esposa en el momento que tanto ella lo necesitaba.

El significado de los siete estornudos es que hay evidencia absoluta de vida (perfecta). Algunos han visto aquí evidencias del nuevo nacimiento espiritual (Oración, lectura de la Palabra, etc. Pablo Boickenko).

El Dr. John Gill comenta: Eliseo cerró la puerta. “Allí está él mismo con el niño muerto. Nadie puede venir a interrumpirle en sus oraciones por la restauración de la vida, ni ver los movimientos y gestos que usó…”

En cuanto al fracaso de Guejazi, Jamieson y colaboradores plantean: “ A Guejazi le fue permitido fallar, para que la Sunamita y la gente de Israel quienes en su mayoría tenían la noción supersticiosa de que el poder de hacer milagros residía en algunas personas u objetos, aprendieran que era solamente por la oración perseverante y fe en el poder de Dios y para su Gloria, que este y cualquier otro milagro va a ser hecho”.

Yo creo que Eliseo le dio a su siervo una probabilidad real de sanar al niño. El fracaso es debido a la “falta de fe” de Guejazi muy similar a la falla de los discípulos con el niño endemoniado. (Mt 17:16)

Temas a desarrollar:

- La importancia de la perseverancia en oración.

- La misericordia y poder de Dios.

- El testimonio de una vida de santidad y su influencia en la comunidad (Eliseo)

Preguntas

¿Tenía razón la Sunamita en quejarse contra Eliseo?

¿Por qué fracasó Guejazi y no pudo hacer el milagro?

¿Qué opinamos de la actuación del padre y la madre del niño?

Bibliografía

John Gill, D.D An Exposition of the Old Testament. Volume 2 pag. 784

Jamieson Fausset Brown. Volume 1 pag.381

 

Del libro: CUANDO DIOS HACE MARAVILLAS Autor : Dr. Roberto Estévez Editorial Mundo Hispano Casa Bautista de Publicaciones.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ahondar y discernir - Cuando el desafío es grande y el miedo al fracaso es mayor