Por qué "La membresía de la iglesia" es un libro sano y necesario

Una respuesta al artículo de Isabel Pavón “La membresía de la iglesia”.

19 DE FEBRERO DE 2017 · 08:20

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Me dispongo a escribir estas líneas, como reacción a la crítica de Isabel Pavón, publicada el 10 de febrero de 2017, acerca del libro de Jonathan Leeman, La membresía de la iglesia.

Lo hago con el pleno convencimiento de que sus impresiones están muy alejadas del verdadero contenido de la mencionada obra. Sin valorar las intenciones, pues las desconozco, creo que la crítica es prejuiciosa, precipitada y mal fundada.

En su artículo, nuestra hermana Pavón califica el libro como: "burdo chantaje autoritario… nocivo para el espíritu… duro…esclavizante… favorece vilmente al servilismo hacia los pastores". En definitiva, la obra es un alarde de mezquindad.

He leído el libro, conozco al autor, y también la iglesia en la que fiel y humildemente sirve a sus hermanos. No hay nada en su libro que justifique las duras acusaciones que se le hacen. Por tanto, me he visto moral y espiritualmente obligado a responder para intentar aclarar las cosas.

Desde luego, reconozco que en muchas iglesias los miembros han sufrido abuso de parte de la autoridad, intromisión en la vida privada y manipulación. Debido a esto, es comprensible la inquietud de algunos ante la posibilidad de estar ante un concepto potencialmente esclavizador acerca de la membresía que pueda llevar a los creyentes a renunciar a su preciosa libertad cristiana.

No obstante, el que se abuse de algo no justifica necesariamente su descalificación. Valga decir que, de igual modo que los casos de infidelidad en el matrimonio o el mal ejercicio de la autoridad por parte de algunos gobernantes no desacreditan la continuidad de estas instituciones, los abusos en algunas iglesias tampoco deberían llevarnos a ver con desconfianza o amargura la membresía.

Por tanto, mi intención es responder a algunas de las acusaciones hechas, para que los lectores de PD vean por si mismos que La membresía de la iglesia de Jonathan Leeman es totalmente confiable, bíblico y que no se trata de un panfleto "impregnado de un fanatismo impresionante que nos llega a España desde tierras y costumbres extranjeras… bajo una autoridad humana suprema e intolerante".

En cuanto a esto, primero, creo que podemos dar muchas gracias en España a los hermanos que durante décadas han venido de tierras extranjeras para traernos un evangelio que durante siglos nosotros no fuimos capaces de recuperar. Y segundo, las enseñanzas que Leeman expone no pretenden ser costumbres extranjeras sino bíblicas y por tanto, universales.

¿Autoridad despiadada?

En un sentido general, a Isabel Pavón lo que más parece inquietarle es el concepto bíblico de autoridad y sometimiento al señorío de Cristo al que Leeman recurre habitualmente en el libro, como si de una invención maquiavélica del autor y de "determinados pastores pomposos cargados de conceptos erróneos" se tratara: "Este deseo de sometimiento y más sometimiento no es otra cosa que anularte por completo. Si no fuera así no harían tanto hincapié en el concepto de autoridad".

Cabría preguntar entonces, dónde debemos ubicar en la vida de la iglesia y la de los cristianos pasajes como, "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra; un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros en él"; "someteos unos a otros en el temor de Dios"; "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos".

La Biblia deja claro que vivimos bajo el señorío de Cristo, quien delega parte de su autoridad en la iglesia local y en cómo ésta influye en nuestra vida de discipulado cristiano. Creo que todos como creyentes podemos decir amén a esto.

Isabel Pavón continúa: "[Leeman] quiere comenzar a darte permiso para ejercer tus dones, pero sólo si te has inscrito en una iglesia local y cumplir con los preceptos que esta te imponga porque si no los cumples no te aceptarán". Veamos. La mayoría de cartas del Nuevo Testamento fueron escritas a iglesias locales con situaciones concretas ligadas a la vida de personas concretas.

Vemos en todas ellas mandamientos a las iglesias con el término «los unos a los otros» (1 Ts. 5:11; He. 3:13; 10:24, 25; 1 P. 3:8; Ro. 12:16; 1 Jn. 1:7; 4:11) Todos estos mandamientos tienen significado cuando tienes gente conocida hacia quien manifestarlos. Gente que asume su responsabilidad y compromiso hacia los demás y viceversa. Amar, servir, soportar y perdonar al mundo en general es muy fácil, pero amar a personas específicas y conocidas, lo es menos. Se necesita un compromiso de amor, servicio, perdón, gracia y misericordia compartidos.

Así mismo, los dones que da Cristo son para edificación de su cuerpo, la iglesia, por lo que si deseamos ministrarla, ha de ser dentro de sus límites definidos y para su crecimiento. No se trata de recibir permiso de nadie sino de saber a quienes servimos y porqué.

Sigue la autora del artículo con el asunto de la autoridad: "Para dar testimonio de la verdad, para hablar del Señor, debe haber alguien que te autorice… para hacer juicio sobre ti, para salvarte o condenarte, para aceptarte o rechazarte o expulsarte. Queda anulada la obra liberadora y de redención de Cristo".

Sorprendente declaración tratándose de una obra la de Leeman que defiende a ultranza el congregacionalismo, es decir, que el «atar y desatar en la tierra» y tener «las llaves del reino» es una prerrogativa delegada por Cristo en los miembros de la iglesia, ¡todos!, dándoles así la autoridad de trazar una línea —dentro de sus posibilidades humanas— entre el mundo y los hijos de Dios.

Es la iglesia en pleno, no los líderes exclusivamente, la que sirve como embajada del Reino de los cielos, y quien tiene el cometido de identificar cuando una profesión de fe es verdadera, a quien se le administra el bautismo, quien está viviendo una vida de fiel obediencia a Dios y santidad personal y por ello puede participar de sana comunión con el resto —lo cual incluye la cena del Señor—, y a quienes no puede reconocérseles como fieles representantes del cuerpo de Cristo si no viven conforme a su profesión de fe en él. El buen nombre de Jesús, su evangelio y su pueblo, están en juego.

Isabel Pavón cuestiona el amor cristiano de Leeman y su iglesia remitiéndose al caso de un emigrante ilegal llamado Mono "Le retiraron la membresía y le invitaron a marcharse. Una muestra de lo que no hay que hacer con los desvalidos, los sin papeles. Así, dice el escritor, la congregación demostró su amor a Mono". Lo que nuestra hermana no menciona es que Mono estuvo mintiendo a la iglesia durante tiempo y mintiendo también en su trabajo acerca de su situación legal en EUA.

Cuando se descubrió todo, la iglesia trato de convencerle para que informara a sus jefes e incluso le ofreció ayuda económica para los trámites necesarios. Pero Mono se negó obstinadamente en cambiar su situación ilegal. Finalmente, se le retiró la membresía y también la comunión como medida disciplinaria. Nadie lo echó a patadas, pero evidentemente como iglesia, debemos sujetarnos a las autoridades puestas por Dios.

Mono amaba más EUA que seguir fielmente a Jesucristo, quien no miente. La iglesia no es un centro de acogida, es un lugar en el que los pecadores redimidos aprendemos a ser semejantes a Cristo, quien por cierto "dio a César lo de César y Dios lo de Dios", aunque esto pueda resultar doloroso a veces.

Animo a leer el capítulo 7 del libro La membresía de la iglesia para ver el caso al completo, no solo lo expuesto por Isabel Pavón, y ver además cómo esta historia acaba felizmente para Mono, para la iglesia e incluso para la extensión del evangelio. El problema de Mono no era su situación legal sino la espiritual.

Veamos otra afirmación: "El reconocimiento del débito de autoridad y sujeción es algo que el Señor pone en cada uno de nosotros. Reconocemos quien está tocado por el Señor, quien está ungido, quien le sirve y por eso nos sujetamos a esa persona". En cuanto a esto, deberíamos recordar que los creyentes no tenemos un poder propio para reconocer pastores y diáconos.

Nuestros afectos y prejuicios pueden nublar nuestros ojos. La Biblia, en 1ª a Timoteo 3:1-13 y en Tito 1:5-9 deja claros cuales son los requisitos para pastores y diáconos. Los cristianos no vamos a ciegas en cuanto a esto tratando de intuir si alguien tiene la unción.

Es la Palabra de Dios inspirada por el espíritu Santo la que lo hace. La iglesia solo tiene que valorar la vida y testimonio de los candidatos al ministerio en base a ese registro inspirado y suficiente. No hay misterios.

Como he dicho antes, me sorprende la constante relación que hace la escritora del artículo entre iglesia y pastores como si fueran términos intercambiables. Hay relación, pero no desde un entendimiento clerical y autoritario del término, sino porque los pastores forman también parte de la membresía de la iglesia.

Estos hombres son los que velan, enseñan, exhortan, disciplinan, consuelan y alimentan con amor al rebaño de Cristo formado por la totalidad de sus miembros, pastores incluidos, los cuales también rinden cuentas ante el resto.

¿Números sin importancia?

Otra cosa que Isabel Pavón cuestiona seriamente es la de tener listas con los nombres de los miembros de la iglesia. Hace la pregunta "¿Os imagináis a Jesús haciendo una lista de discípulos y otra de simpatizantes y visitantes?" Bien, no es necesario imaginarlo, la Biblia nos habla de ello. En primer lugar, el Señor escogió y reconoció por nombre y número a sus doce apóstoles y hace clara distinción entre ellos y los demás discípulos, y entre estos y los que sólo le seguían por interés.

Otra de las preguntas que hace nuestra hermana en cuanto al asunto de los números y las listas es esta: "¿De verdad piensa [Leeman] que los números son exactos, que había gente tomando nota de los nombres para hacer un registro oficial?" Con relación a esto, hay un dato muy interesante en cuanto a los reunidos en el «aposento alto» tras la ascensión de Jesús. Se nos dice que eran como 120 en número (Hch. 1:15).

Una traducción literal del griego original sería: «Y la multitud de nombres era, en total, sobre ciento veinte». Esto es muy significativo pues el lenguaje se parece bastante al del libro de Números, cuando se habla de los censos que hubo en aquel entonces «conforme al número de sus nombres» y «la cuenta de los nombres» etc. Lo cual hace suponer que existía algún tipo de registro numérico y pormenorizado en las iglesias primitivas.

En Hechos 2:47 leemos, «el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos». El término griego usado en este versículo para «añadía» trasmite la idea de poner al lado, contar y sumar a algo; evidencia orden y control. Los creyentes no entraban en la comunidad cristiana primitiva a bulto y sin identificar.

Hechos deja claro que la iglesia tenía listas con nombres de personas específicas desde bien temprano. Véase Hechos 6 para más señas. La tarea de los 7 diáconos en la distribución diaria en las mesas habría sido imposible sin registros detallados de quien era quien.

Las listas y los registros nos ayudan a mantener el orden, a no superar el aforo legal de los locales, a saber quiénes están dispuestos a colaborar a la hora de servir e la iglesia y a quien echar de menos cuando falta. Nos ayudan también a saber por quién orar, y quien se responsabiliza de determinados ministerios.

Desde luego, hacer todo esto sin registros es factible cuando la iglesia tiene pocos miembros. La cosa se complica si el Señor da crecimiento. El nuestro es un Dios de orden, por eso Pablo exhorta a los corintios a hacer las cosas decentemente y con orden. Así que estamos llamados a ser meticulosos para la gloria de Dios y para servir eficazmente a la iglesia, no para controlar la vida y mucho menos las finanzas de las personas.

¿Turistas eclesiales?

Veamos para acabar la defensa que Isabel Pavón hace en su crítica a los cristianos "que van de acá para allá buscando ese lugar donde sentir que forma parte". Con relación a esto, hace la afirmación: "Quien escribe este libro no se ha parado en pensar cuál puede ser el motivo" Jonathan Leeman es alguien que entiende esos motivos al ser uno de los pastores de una congregación a la que acude gran cantidad de personas regularmente huyendo de auténticos circos disfrazados de iglesias. Personas heridas y decepcionadas.

Desde luego es comprensible — ¡vital!— que los cristianos busquemos una iglesia en la que se esté enseñando fielmente la Palabra de Dios, se predique y viva el evangelio y se practique el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Estos deberían ser los parámetros principales, no si la iglesia encaja con mi forma de ser y sentir. Pero una vez hallada esa comunidad debemos unirnos a ella con amor y responsabilidad.

El constante peregrinaje no ha de ser un fin en sí mismo —dando tumbos de un lugar a otro o marchándonos cada vez que vemos algo que no nos conviene o nos confronta con nuestro pecado— sino buscar una iglesia sana en la que servir y crecer en Cristo. Lo que Leeman pretende abordar aquí no es el primer caso, sino el segundo; el de aquellos para los cuales la membresía de la iglesia es un obstáculo para vivir sus vidas como les plazca y sin rendir cuentas a nadie.

Conclusiones

Al final, lo que La membresía de la iglesia quiere dejar claro es que lo que debemos siempre promover en nuestras congregaciones es el buen nombre y la gloria de Dios. Está en juego el que el mundo pueda ver con claridad la hermosura de Cristo, y se sienta atraído hacia él y hacia una nueva sociedad que se esfuerza por vivir como él vivió y se entregó por otros.

Jonathan Leeman en La membresía de la iglesia, hace una exposición práctica y bíblica acerca de la membresía y su verdadero significado. Recomiendo su lectura, estando la obra disponible de forma gratuita. Esto por sí mismo debería despejar cualquier sospecha de ánimo de lucro y ganancia deshonesta por parte del autor.

Se puede acceder a este y a gran cantidad de otros libros, revistas y artículos gratuitos en la página web de 9Marks español, un ministerio interesado en edificar iglesias sanas que den gloria a Cristo.

El cristianismo es personal pero se vive en comunidad. No hay lugar para llaneros solitarios que se refugien en internet, seminarios, ministerios para-eclesiales o en diversas ONG, por muy útiles que estos puedan resultar en ocasiones. Y por supuesto, Dios pedirá cuentas personalmente con quienes maltratan a su Novia. Pero, mientras aguardamos ese día es necesaria la comunión estrecha, es necesario el compromiso, es necesaria la pertenencia significativa, es necesaria la sujeción y es necesaria la autoridad delegada por Cristo sobre hombres pecadores, pero fieles y comisionados por él y las Escrituras para cuidar de nosotros. Cualquier otra alternativa o estrategia que suplante a esto, ni es bíblica ni tiene la bendición de Dios, por muy exitosa y contextualizada que sea.

Desde la más profunda discrepancia en cuanto al tema tratado, pero en el amor de Cristo, mis mejores deseos a la hermana Isabel Pavón, deseándole la bendición de Dios en su vida y en su servicio a él.

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