¿Qué tienes en casa?

Mientras los niños iban y venían, iban y venían, la viuda estaba llenando de aceite todas las vasijas disponibles.

12 DE FEBRERO DE 2017 · 11:00

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Como buena esposa, aun en los momentos más angustiosos, la viuda tenía palabras de encomio para su marido. Ya él no estaba, pero en vida había sido un fiel siervo de Dios, aunque como administrador de su casa y el cuidado de su familia, ¡un fracaso!

Las deudas dejadas por él al morir tenían a su esposa desesperada. Quizás exagerando un poco, creía que, si no pagaba a los acreedores, estos vendrían, se llevarían a sus dos hijos y los harían sus esclavos. Y eso, para ella, implicaba una eventualidad inadmisible.

Acudió al profeta. “Préstame tanto que yo te lo pagaré”. Deuda sobre deuda. El profeta, hombre sabio con la sabiduría que Dios le había dado: “¿Qué tienes en casa?” “¡Nada, mi señor!” “¿Nada? Vamos a ver”. Se dirigieron a la casa de la viuda y, efectivamente no había nada. “¡Y eso, ¿qué es?!” “Un poco de aceite. Es lo único que me queda”. “¡Dámelo acá!” Con ese pequeño pote en la mano, “Manda a tus hijos que traigan todos los tiestos vacíos que encuentren”. Los muchachos buscaron y encontraron cuatro. Solo cuatro. “Diles que vayan por el pueblo y pidan prestados todos los cántaros que encuentren”. Mientras los niños iban y venían, iban y venían, la viuda estaba llenando de aceite todas las vasijas disponibles. “¡Sigan buscando! ¡Traigan más!” Poco a poco, la casa se fue llenando de vasijas de todas formas y tamaños colmadas de aceite. Cuando ya caía la tarde, el hijo menor, un lindo muchachito de doce años, volvió, cansado y sudoroso, con un cántaro en la mano. “Es el último que encontré, mamá. No hay más en el pueblo”. La madre lo llenó y entonces, la pequeña botellita cesó. “Ahora, anda y vende este aceite y con lo que consigas, paga tu deuda y vive tranquila con tus hijos. ¡Ah! Otra cosa: Rompe todas las tarjetas de crédito que tanto le gustaba usar a tu marido y empieza a vivir al contado. Si tienes dinero, compra; si no tienes, abstente de comprar. Haciendo así, redimirás la memoria de tu esposo y todo te saldrá bien” (2 Reyes 4).

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