¿Por qué llamamos ‘iglesia’ al edificio de culto?

Después de la ‘era apostólica’ se copió la costumbre pagana de construir templos a los dioses. El Evangelio enseña que somos un edificio espiritual de piedras vivas edificado por Jesucristo.

05 DE FEBRERO DE 2017 · 10:10

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Años atrás este autor presentó una serie sobre la naturaleza, esencia y misión de la iglesia de Dios que es edificada por Jesucristo (01). Los lectores son invitados a repasar esa información y la de otros escritos que demuestran que mucho antes del siglo XVI hubo santos reformadores; y que, como consecuencia, hubo tempranos ‘contra-reformadores’.

Es fácil comprobar hoy la existencia de iglesias cristianas que priorizan el modelo de la era apostólica, de otras que se aferran a los ritos paganos de la era Constantiniana, y de las que mezclan el Evangelio con el paganismo y con herejías propias de esta era de la ‘pos-verdad’.

Venimos de analizar en nuestro artículo anterior la importancia del bautismo en las prácticas eclesiales de los primeros siglos (02). Con ayuda del libro ‘La Marcha del Cristianismo’ (03) continuaremos hoy repasando la sencilla organización eclesial, antes de la desgraciada unión entre estado e iglesia y mucho antes de que se comenzaran a edificar ‘iglesias’.

¿Cómo celebraban la eucaristía; qué liturgia usaban los cristianos antes de Constantino?

Dice J. C. Varetto:

Sencilla organización de las iglesias.

El cristianismo entra ya en el tercer siglo de su existencia. En las dos centurias anteriores ha podido demostrar que el evangelio es el poder de Dios para dar salvación a todo aquel que cree (04). El heroísmo de sus mártires; el fervor común a todos sus adeptos; los argumentos irrefutables de sus apologistas; y sobre todo, la vida santa de los cristianos, han producido en el mundo una impresión que todos los siglos y todas las persecuciones no podrán borrar.

El paganismo se siente amenazado, y su flaqueza se hace cada vez más manifiesta ante el empuje triunfal del evangelio. La lucha durará siglos, sin embargo, y los discípulos del crucificado continuarán dando testimonio de su fe y declarando al mundo "que Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan" (05).

En el primer siglo, y también en el segundo, las iglesias eran pequeñas repúblicas. No existía en ellas un sacerdocio como en el templo, sino una verdadera democracia semejante a la que regía las sinagogas. Los obispos y diáconos eran elegidos por el voto de los que componían las iglesias. Para reemplazar a Judas, se convocó a todos los hermanos, y se pidió el consentimiento general. Cuando se eligieron los siete diáconos en Jerusalén, toda la asamblea tomó parte en ese acto (06). Para designar los ancianos se acudía al voto de los hermanos, y no hallamos ningún asunto que sea resuelto por autoridad de arriba, sino mediante la participación de los directamente interesados. Los cargos de pastor y diácono no revestían ningún carácter clerical.

"Nacidos de las necesidades, a medida que éstas se manifiestan - dice Pressensé (07) - estos cargos tienen un carácter representativo, son ministerios para servir y no un sacerdocio para dominar". En las iglesias había profetas que predicaban y doctores que enseñaban, pero todos los miembros tenían libertad de hacer uso de la palabra cuando se sentían impulsados a dar algún mensaje espiritual.

La igualdad de pastores era absoluta. Los términos del obispo y presbítero o anciano se daban a la misma persona y designaban el mismo cargo (08). Había varios obispos en una sola iglesia o congregación (09), y no un obispo para vigilar muchas iglesias. La idea de obispos con jurisdicción en una provincia o país les era del todo desconocida.

Pero ya en el segundo siglo hallamos los gérmenes del episcopado, que aparece como cosa casi general en el tercero. Al lado del episcopado vemos crecer las ideas sacerdotales que producirían una lamentable degeneración del cristianismo. La doctrina de la justificación por la fe, "madre de todas las libertades y fundamento de la igualdad religiosa", empezó a ser descuidada. El legalismo avanza y ya se nota en los escritores del segundo siglo que no entendían tan radicalmente como Pablo, la diferencia entre el viejo y el nuevo pacto. La confusión de la ley y la gracia no podía menos que ser funesta en sus últimos resultados.

La religión del Antiguo Testamento es ceremonial, y si entraba a formar parte del sistema cristiano quedaba abierta la puerta del ceremonialismo; es una religión de familia, por lo tanto su confusión con el Nuevo Testamento ayudaba al bautismo de párvulos, abriendo así las puertas de las iglesias a las multitudes inconversas; es sacerdotal, de modo que los que la miraban como abolida solamente en parte, no podían sentirse sino predispuestos a dar al cristianismo el mismo carácter, matando así paulatinamente la doctrina evangélica del sacerdocio universal de los creyentes. Oigamos de nuevo a Pressensé:

"El sacerdocio universal no se mantiene en toda su amplitud, en práctica como en teoría, sino cuando el sacrificio redentor de Cristo es aceptado sin reservas como el principio de la salvación universal. Él no es el único sacerdote de la iglesia si realmente no ha cumplido todo sobre la cruz, no dejando a sus discípulos sino el deber de asimilarse su sacrificio por la fe, para ser hechos sacerdotes y reyes en él y por él.

Si todo no fue consumado en el Calvario; si la salvación del hombre no está cumplida, estamos nuevamente separados de Dios; no tenemos ya más libre acceso a su santuario y buscamos mediadores y sacerdotes que presenten la ofrenda en nuestro lugar.

Cuando el cristianismo es mirado más bien como una nueva ley que como una soberana manifestación de la gracia divina, nos deja librados a nuestra impotencia, a nuestra indignidad, a nuestros interminables esfuerzos, a la necesidad de expiaciones parciales.

No somos ya más reyes y sacerdotes, volvemos a caer bajo el yugo del temor servil. La jerarquía se aprovecha de todo lo que pierde la confianza filial en la infinita misericordia que hace inútiles todos los intermediarios de oficio entre el penitente y Dios".

Si los cristianos hubieran permanecido siempre con la mirada totalmente fija en la cruz del Calvario, reconociendo que fue completa y perfecta la obra que en ella consumó el Cristo, no tendríamos que lamentar los males incalculables producidos por el sacerdotalismo y por las jerarquías eclesiásticas.

A principios del siglo tercero las iglesias ya habían abandonado, en parte, su forma primitiva de organización. Sin embargo seguían siendo ellas las que elegían a sus ancianos, aunque a uno de éstos le daban el título de obispo y le consideraban director de los demás ancianos. Pero toda iglesia pequeña o grande tenía aún su obispo, y éste era elegido no por elementos extraños a la congregación, sino por la congregación misma. La Constitución de las iglesias coptas (10) dice: "Que el obispo sea nombrado después de haber sido elegido por todo el pueblo y hallado irreprochable”.

La distinción entre los pastores y los miembros empezó a ser más pronunciada. A los primeros se les llamó clérigos y a los segundos legos. Esta distinción no existía al principio. Es extraño que Tertuliano, el gran campeón de las reivindicaciones del pueblo cristiano, y fogoso opositor del clericalismo, haya sido el primer escritor que usó la palabra clero para designar a los que tenían cargos especiales en las iglesias, aunque no la usó con todo el sentido que tiene en estos tiempos.

Después del obispo y los ancianos, los diáconos ocupan el tercer lugar entre los siervos de las congregaciones. El oficio de diácono varió muy poco de lo que fue en las iglesias que figuran en el Nuevo Testamento. Su misión principal consistía en velar por las necesidades materiales de la iglesia, no sólo en los gastos que ocasionaban sus instituciones y obreros sino también en atender a las necesidades temporales de los miembros. Los ancianos, las viudas, los enfermos, y todos los hermanos imposibilitados para el trabajo eran atendidos por la iglesia.

Sin renunciar a la propiedad privada, cada cristiano vivía no para sí, sino para todos. Pertenecía a los diáconos el velar sobre estos asuntos, a fin de que los ancianos pudiesen dedicarse completamente a la oración y a la palabra. Los diáconos visitaban a los enfermos y administraban los asuntos temporales. Eran hombres caracterizados por su piedad y aptitudes para este oficio. En los cultos eran los que pasaban de mano en mano el pan y el vino de la comunión, y asistían a los hombres en el acto del bautismo. Ayudaban en la obra espiritual con sus consejos y amonestaciones. Se les tenía en gran estima. Cuando eran consagrados a este oficio, la iglesia oraba para que el espíritu de Esteban cayese sobre ellos, como el manto de Elías sobre Eliseo.

Otro cargo que llegó a ser de mucha importancia fue el de los anagnostaki (11), quienes estaban encargados de leer las Sagradas Escrituras al pueblo cristiano. Se exigía para ocupar este puesto una conducta ejemplar y digna de la misión que iban a desempeñar.

Las diaconisas ya mencionadas en el Nuevo Testamento (12) eran numerosas en los siglos segundo y tercero. Su misión era para con las personas de su sexo la misma que la de los diáconos: visitar las enfermas, enseñar a las recién convertidas y velar sobre su conducta. Es así como el cristianismo elevó a la mujer dándole una misión importante que cumplir en la vida. Se requería para ser diaconisa tener sabiduría y buena reputación entre los de afuera. Al lado de las diaconisas estaban las ancianas, que en muy poco diferían, salvo en que la misión de estas últimas era más bien de carácter espiritual, mientras que la de las primeras era sobre cosas temporales especialmente.

En la mesa de la comunión los fieles depositaban sus donativos según el Señor los había prosperado. Estos fondos los administraba la iglesia por medio de sus diáconos. Tertuliano decía: "Cada uno como puede. Estas ofrendas libres de la piedad no se gastan en festines, sino que se consagran para alimentar a los pobres, los huérfanos, los esclavos viejos; para socorrer a los náufragos, a los desterrados en las minas y en las islas lejanas". Indudablemente que muchos de los pastores eran sostenidos por las contribuciones de los miembros, pero no era costumbre fija ni general. La mayor parte de ellos seguían ocupándose en sus oficios y ganando así el sustento para sí y sus familias a la vez que servían gratuitamente a las iglesias. La idea de que el ministerio cristiano es incompatible con el desempeño de un oficio secular no existía entonces. Los que dejaban su trabajo y aceptaban ser sostenidos totalmente o en parte por las iglesias, lo hacían con el único fin de estar más libres para ocuparse en la obra para la cual eran llamados.

El culto cristiano.

En el primer siglo, la cena del Señor era el centro del culto cristiano. Los fieles se reunían con el objeto de conmemorar, por medio del rompimiento del pan, la muerte expiatoria del Hijo de Dios. La reunión era del todo fraternal. Los pastores que actuaban no asumían ningún carácter clerical ni sacerdotal, sino que se tenían a sí mismos como encargados por el Espíritu Santo para exhortar y enseñar la doctrina de Jesucristo. Todos tomaban libremente parte en el culto, ya dirigiendo la palabra, ya orando, ya indicando algún salmo o himno para ser entonado por todos. El que presidía el culto no lo monopolizaba, sino que estaba ahí para cuidar del buen orden del mismo. En los siglos segundo y tercero el culto conserva aún este carácter, aunque ya se siente amenazado por el clericalismo de algunos obispos y por el espíritu ceremonial.

La cena no era un sacrificio. Los cristianos no habían olvidado el carácter conmemorativo de esta ordenanza. No se creía en lo que se llama la presencia real en los elementos componentes. El pan era un emblema del cuerpo de Cristo y el vino lo era de su sangre. Ambas especies eran tomadas por todos indistintamente, pues no había diferencia entre los hermanos.

La lectura de las Escrituras era una parte importante del culto. Como no existía la división de capítulos y versículos, a menudo se leían libros enteros en una sola reunión, mayormente si se trataba de una Epístola. El Antiguo Testamento era recibido como divinamente inspirado. No existía lo que hoy llamamos Canon del Nuevo Testamento. Cada libro era una obra completa en sí. Se aceptaban por su contenido y no por autoridad externa; así vemos que el Pastor de Hermas y la Epístola de Bernabé eran leídos en las asambleas (13).

Después de la lectura seguía la predicación, la cual era un desarrollo o explicación práctica de la porción leída, al estilo de la que se hacía en las sinagogas judías. En los tiempos de persecución la predicación se empleaba para dar ánimo a los hermanos a fin de que en la hora de la prueba se hallasen fuertes. En épocas señaladas el discurso tenía por objeto recordar los sufrimientos y valor de los mártires y confesores. Entonces se exhortaba a imitar las virtudes de los que habían sido fieles hasta la muerte.

La controversia no les era desconocida. Se llamaban sermones apologéticos aquellos que tenían por objeto enseñar a los catecúmenos las verdades de la fe que iban a profesar públicamente y que con tanta frecuencia tendrían que defender ante los ataques del paganismo. Esta clase de discursos nunca entraba en el culto propiamente dicho.

El canto era también una parte importante del culto. Se cantaban Salmos, es decir, los del Antiguo Testamento, e himnos compuestos por los cristianos y que hacían referencia más directa a las verdades de la gracia del Nuevo Pacto. Los instrumentos musicales eran desconocidos en las reuniones de las iglesias durante los primeros siglos. El canto era del todo sencillo, tanto en la música como en la letra.

Continuaremos con este tema DM en el próximo artículo. La paz del Señor, hasta entonces.

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Notas

Ilustraciones: de izquierda a derecha 1. Los cimientos de la iglesia que se presume es la más antigua, hasta hoy; en Áqaba, Jordania, siglo IV. 2. Iglesia San Juan Bautista, Capadocia, Turquía, siglo V. 3. Iglesia Panagia Kanakaria, Famagusta, Chipre, siglo VI. 4. Iglesia San Juan Bautista, Baños de Cerrato, España, siglo VII.

01. El primero de los 16 artículos ‘La única, santa, iglesia católica y apostólica’ se editó el 30/12/2012 y el último el 13/04/2013. http://protestantedigital.com/magacin/13225/La_unica_santa_iglesia_catolica_y_apostolica

02. Debemos preguntarnos qué significa la palabra bautismo. El Nuevo Testamento fue traducido al español del original en griego. La palabra bautismo es una adaptación del griego baptizo. El significado de baptizo es ‘sumergir, meter en, o poner adentro de’; lo que hace más comprensible a la enseñanza cristiana de que el bautismo representa la muerte del creyente (al sumergirse en el agua) y su resurrección a una nueva vida (al subir del agua). Recomiendo leer este folleto: https://rcg.org/es/folletos/wdymwb-es.html

03. Obra citada, páginas 92 a 97.

04. Romanos 1:16.

05. Hechos 17:30.

06. Ibíd. 6:1-7.

07. Edmond Marcelin Dehault de Pressensé (1824-1891) teólogo, historiador y político protestante francés.

08. Hechos 20: 17, 28.

09. Filipenses 1: 1.

10. El nombre copto proviene de la corrupción árabe del término griego aigyptios, o sea, egipcio, transformado en gipt y después en qibt. Los coptos, por sus características étnicas e historia, son los descendientes legítimos de los egipcios del tiempo de los faraones. La actual lengua copta hunde sus raíces en la escritura jeroglífica y su liturgia en la del patriarcado de Alejandría, primer centro intelectual de la cristiandad.

11. Vocablo griego para ‘lectores’. Dice Varetto: ‘Debemos recordar que los libros eran muy escasos y que muy pocos sabían leer, en comparación con los tiempos modernos. La existencia de este oficio demuestra que la lectura de la Biblia ocupaba un lugar prominente en el culto cristiano y enseñanza de los miembros de las iglesias’.

12. Romanos 16:1.

13. Leer más sobre esto en: http://protestantedigital.com/magacin/41287/Dios_es_infalible_Su_Palabra_es_sin_error

Importante: la mayoría de las citas y todas las negritas son de este autor.

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