La belleza de la humildad

Cuando queremos servir al Señor, en la mayoría de las ocasiones van a sobrar todas las sedas y terciopelos, bastará con lo que Dios ponga en nuestras manos

15 DE ENERO DE 2017 · 08:10

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“La persona orgullosa es una persona de poca oración” Wayne Mack.

“El mundo pregunta: ¿Qué posee ese hombre? Cristo pregunta: ¿Cómo usa lo que posee?’” Andrew Murray.

Si lo que llamamos amor no nos lleva más allá de nosotros mismos, entonces no es amor” Oswald Chambers.

“Cercanía a Dios trae parecido a Dios. Cuanto más veas a Dios, más de Dios será visto en ti” Charles Spurgeon.

“Cuando un hombre descubre sus faltas, Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde, Dios las descubre. Cuando un hombre las reconoce, Dios las olvida”  Agustín de Hipona.

“Lo que pienses o lo que sepas no importa, a menos que te lleve a glorificar a Dios y a ser agradecido” Spurgeon.

“Dios tiene dos tronos. Uno en lo más alto de los cielos y otro en el más humilde de los corazones”  D.L. Moody.

Hace tiempo asistí a una Iglesia durante la época de Semana Santa, y pude observar en una reunión, como algunas personas representaban todos los sucesos que vivieron Jesús y Sus discípulos, en la noche antes a la que Él fuera crucificado.

También pude ver en aquella reunión algo que me encantó, los miembros de aquella iglesia, se lavaban los pies unos a otros en recuerdo de aquella noche y en señal de humildad.

Mientras miraba toda aquella escena, mi corazón daba miles de vueltas y no podía dejar de pensar, no sólo en la época del año, en el recuerdo de sucesos tan maravillosos y en algo que hoy quisiera considerar a vuestro lado, la belleza de la humildad.

Cuando vamos a la escena del evangelio que nos narra toda esta historia, en Juan 13: 1-20, podemos ver algunas cosas absolutamente deliciosas.

Era la última cena, y el Señor Jesús sabía que llegaba Su hora, sabía quien le había de entregar, lo sabía todo, es Dios.

En un momento se levantó de la cena, y fijaos lo que hizo paso a paso:

-Se quitó Su manto.

-Tomó una toalla.

-Se la ciñó.

-Puso agua en un lebrillo.

-Comenzó a lavar los pies de los discípulos.

-Los enjugó con la toalla con la que se había ceñido.

Pedro, impulsivo como de costumbre, no entendía nada y “salta” a la primera no queriendo que Jesús le lavara los pies. Me encanta una preciosa y bendita frase que el Maestro le contesta.

“…Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; más lo entenderás después”

Me emocionan estas palabras que el Señor me tiene que recordar a mi muchas veces….

Permitidme analizar todas y cada una de las cosas que hizo Jesús en aquella noche:

Primero se quita Su manto, lo más aparente, lo de más valor, lo que más le abrigaba y le cubría. Se despojo de lo más grande, esa fue la primera señal de la más profunda humildad. El Rey de Reyes hecho hombre, ya no puede rebajarse a más, ¡me conmueve el alma!

En segundo lugar toma una toalla, algo sencillo. No se trataba de seda ni de terciopelo, simplemente de algodón humilde convertido en una sencilla toalla. Y es que cuando queremos servir al Señor, en la mayoría de las ocasiones van a sobrar todas las sedas y terciopelos, bastará con lo que Dios ponga en nuestras manos. Él hará que se convierta en algo de profundo valor.

A continuación, se ciño la toalla. Esto me habla profundamente. Se ciñó, se la apretó como un cinturón que quizá le molestara en alguna posición, pero no le importó. Simplemente estaba demostrando con Sus hechos, algo que tenían que aprender, la más profunda humildad, requiere esfuerzo y ceñirse al Señor.

Luego puso agua en un lebrillo. El agua es lo más valioso de la tierra; aunque parezca lo más normal y lo más insignificante. El agua es símbolo de la Palabra de Dios, y aquellos discípulos tenían que estar llenos de ella para la gran y tremenda comisión que tendrían que desarrollar después. ¡Agua, agua viva! Agua que salte de nuestro interior como ríos de agua viva y para vida eterna.

Si no estamos bien empapados de esa preciosa agua y del fuego del Espíritu que lleva implícito en ella, jamás podremos hacer nada que valga la pena.

Y después se puso a lavar los pies de cada discípulo.

¿Cómo creéis que estaban perfumados todos y cada uno de aquellos pies sucios, polvorientos y sudorosos? Y no hizo la mínima distinción entre el traidor, el impulsivo que le había de negar tres veces, o el discípulo amado.

Ni distinción, ni ascos, ni orgullo, ni diferencias…. Ese es mi Maestro y necesito imitarle.

En último lugar enjugó todos y cada uno de aquellos pies con la toalla con la que se había ceñido.

La palabra enjugar, no sólo me lleva a pensar en secar, me lleva a pensar en secar con dulzura, sanar cualquier herida que hubiera, cada lágrima interna, cada dolor… ¿Soy capaz de hacer yo lo mismo?

Sé demasiado bien que no he dicho nada nuevo para la mayoría de vosotros. Es una reflexión bien humilde, pero que ha bendecido inmensamente mi corazón al meditar en todo ello.

Vivimos tiempos en los que la palabra humildad, muchas veces es sinónimo de pobreza de espíritu, poco carácter, no saber liderar adecuadamente….

 ¡Qué equivocados estamos! Podéis llamarme cursi o lo que queráis, pero prefiero cien mil veces la palabra “siervo” a la palabra “líder”. ¡Por supuesto que sé que no hay nada malo en ninguna y lo que significan ambas! Pero pensad por un momento en lo que dicen los versículos 15 al 17:

“Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis .De cierto de cierto os digo: el siervo no es mayor que su señor. Ni el enviado mayor que el que lo envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”

¡Qué el Maestro nos ayude a seguir Su ejemplo! Será el único modo en el que nuestro servicio hacía Él, pueda resultar en bendición.

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