Yo quiero una iglesia que sane al herido, que rompa cadenas... y que hable verdad

Hace poco tiempo leí una historia que conmovió profundamente mi corazón.

07 DE ENERO DE 2017 · 22:57

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Hace poco tiempo leí una historia que conmovió profundamente mi corazón; se trataba de una historia real, en la que en tiempos especiales en los que nos solidarizamos con el prójimo, unos cuantos voluntarios de una iglesia fueron a barrios humildes de la ciudad a repartir alimentos.

En un momento de aquella buena acción, llegaron a unos apartamentos humildes que carecían de ascensor o de cualquier tipo de lujo. Y en unos de los apartamentos que visitaron, se encontraron con una mujer mayor; cuando los vio y supo lo que les traía allí, su corazón se llenó del gozo y el agradecimiento más profundo. Estaba, absolutamente exultante y no podía de dejar de dar las gracias. En un momento de la visita, les mostró todas sus alacenas, estaban absolutamente vacías de alimentos y de todo.

Cuando bajaron, una mujer rompió a llorar y dijo, esta anciana fue mi maestra de Escuela Dominical, va cada Domingo a la Iglesia y jamás pude pensar que esta fuera su realidad; me siento terriblemente triste y culpable.

¡Sí! Llevaba pensando de modo muy fuerte sobre estas cuestiones, cuando el Señor puso frente a mi esta historia real. Así trabaja mi Señor conmigo.

Sé demasiado bien que nuestro Dios es un Dios de orden, y que son más que necesarios los organigramas, los DAFO, las estructuras, las formas, las reuniones de encargados de ministerio, una buena organización y miles de cosas más. Pero, en ocasiones, todo eso me sobra frente a unas rodillas dobladas y desgastadas, un ayuno del modo que sea, un amor al que no le haga falta que lo hagan parte del comité de consejería o restauración, visitación de enfermos, oración….  No me entendáis mal, Sé qué es necesario ir con orden y concierto en todo; pero cuando alguien pretende ser un instrumento de bendición en medio de una iglesia, ¡Lo siento, me sobran demasiadas cosas!

Cuando un alma quiere servir con fidelidad al Señor en cada don que Él le ha regalado por Su gracia, simplemente escuchará en la noche… ¡Samuel, Samuel! Señor ¿Qué quieres que yo haga? Y allí, tal vez en medio de la noche, vendrá un nombre, una necesidad, unas ganas irremediables de levantarse a medianoche y encerrarse a orar por alguien, o ir a la mañana siguiente a llevar lo que sea. Eso es escuchar y decir… “… Habla, porque tu siervo oye….” 1ª Sam 1: 5.

En ocasiones presumimos de ser iglesias muy aferradas a la Palabra, nosotros somos la “crème” y nuestro DNA es perfectamente correcto. ¿Seguro?......

Hace poco escuché durante días a un hombre de Dios que durante muchos años mantuvo posturas demasiado desconcertantes para mi. Hoy, y a una edad avanzada, no tiene miedo de reconocer que el Señor le ha hablado, se le ha revelado y le ha hecho renunciar a planteamientos y doctrinas que defendió a capa y espada durante toda una dilatada vida. ¡¡Un Olé por él!!

La persona de Dios auténtica, es aquella que no tiene miedo a que el Señor se le revele un día de nuevo, y lo escuche con tal claridad, que no tenga miedo a pedir perdón por, tal vez un legalismo o incorrecciones delante de Dios, que Él mismo le ha revelado en el secreto de su cuarto.

Hay un precioso libro del que ni recuerdo el autor, ni la época. Sólo sé que lo heredé de mi madre, se lo regalaron cuando era una chiquita en la Escuela Dominical,  “LA PRIMERA ORACIÓN DE CARLOTA”

Se trataba de la historia de una niña que vivía en un suburbio de Londres, estaba llena de harapos, suciedad y hambre. Yo, lectora empedernida desde mi niñez, sólo recuerdo aquellas hojas amarillentas y añejas, mucha letra y algunos dibujos a plumilla; supongo que mitad verdad y mitad distorsionados por mi mente infantil. Recuerdo uno de un modo tremendo, jamás lo he podido olvidar. Era una Iglesia muy grande del gran Londres, pero sólo un hombre, uno de los pastores de la Iglesia, tuvo la revelación y la compasión de dirigirse hacía aquella niñita y hablarle del Señor.

 Un día la invitó a venir a su Iglesia. La música del órgano de tubos era “celestial” Las maravillosas damas, “monísimas ellas” Con sus gorritos estilosísimos al más puro gusto victoriano, sus capelinas de visón y todo lo demás. Los caballeros con sus sombreros en la mano, y una especie de nube cubriendo el templo.

¡De repente, entra aquel bellísimo siervo de Dios! Iba igualmente elegante que el resto de la congregación, quitó su bombín al entrar en el templo, y comenzó a caminar por todo el inmenso medio de la Capilla, tomando a la niña por la mano. La pobrecita de Carlota no olía a Chanel nº 5 precisamente, su rostro y todo su cuerpecito estaban sucios y sus andrajosos vestidos hicieron voltear y cotillear a toda la congregación.

Aquel bendito hombre de Dios tuvo todo el arrojo y el aplomo del mundo, y la pobrecita de Carlota se quería morir ante todas aquellas miradas inquisitorias: pero él la llevó consigo y la sentó a su lado en el primer banco. Después de muchas cosas, Carlota hizo su primera oración, algo que cambiaría su vida por competo.

Al día de hoy y después de tantos años, recuerdo esa historia y me parece que fue escrita ayer mismo. 

Ya sé que no hay gorritos maravillosos, ni ropaje victoriano. Pero la actitud es absolutamente la misma.

¿Tenemos el valor de invitar a nuestra casa y compartir nuestro alimento con la persona más humilde, el pobre, la viuda, el huérfano o el extranjero? Lo siento, pero tengo que decir que ¡NO!

Abrimos nuestra casa a quien consideramos, tenemos sitio para quien queremos, hacemos acepción de personas, los amiguismos están a la orden del día…. ¡Eso sí! nuestros organigramas, DAFO  y demás, están perfectamente coordinamos.

Y hay algo que olvidamos una y otra vez, En la Ley había Gracia, y en la Gracia hay Ley.

Somos tan maravillosos al decir que somos justificados por fe y salvos por gracia, que Pablo tiene que recordarnos.. ¿Qué pues, pecaremos para que la Gracia abunde…? Rom 6: 1.

Me encanta la Epístola de Santiago, es genial. Se nos llena la boca con que nadie nos puede arrebatar la salvación, cosa cierta, pero al lado de eso, Santiago nos dice…. “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo, sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa esplendida… ¿De qué aprovechará si alguno dice qué tiene fe y no tiene obras?... Muéstrame tu fe sin tus obras tus obras,  y yo te mostraré mi fe por mis obras…” Santiago cp. 1 y 2.

En ocasiones será la viuda, el huérfano, el extranjero, la maestra de Escuela dominical venida a menos. En otras lo más perdido que nos podamos imaginar, una prostituta, una pequeña y harapienta Carlota… O tal vez aquella mujer que luce fantástica, a la que el rouge labial le favorece inmensamente, y lo lleva en el número exacto de color; además deja tras de sí un aroma delicioso y sutil de un maravilloso perfume de  Ives  Saint Laurent… ¿En alguna ocasión nos hemos preguntado como están las “alacenas de su vida”?....... Juzgamos, hablamos, decimos, ignoramos, etiquetamos hacemos la más cruel acepción de personas y nos equivocamos de medio a medio.

Tal vez sea la que más errores tenga en esta vida; aunque sé demasiado bien que la Sangre de Jesús me limpia una y otra vez de todo pecado. Pero no quisiera jamás llorar entre mi dolor bajando las escaleras de alguien, que por mi negligencia tiene las “alacenas vacías” por la causa que sea.

Yo sé que jamás habrá Iglesia perfecta, sin mancha ni arruga hasta que estemos en la Presencia del Señor. Pero deseo formar parte de una Iglesia que sane al herido, que rompa cadenas… Que hable verdad… Empezando por mi misma y todos y cada uno de mis errores. Fue comprada a precio de Sangre por el Salvador. No se merece nada menos.

 

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