Descubro que cada 4 o 5 años cambiamos en gran parte el alma. Pocas veces he sentido tan contrastadas vivencias como las que vivo en las últimas horas de este 2016, al hacer el traspaso de datos de mi agenda.
No, no voy a escribir sobre la que fue famosa película basada en la novela del mismo título escrita por Henryk SIENKIEWICZ y nominada para ocho premios Óscar, aunque no recibió ninguno. Sino que voy a escribir sobre mi Agenda Quo Vadis modelo Prestige, que como cada año, tengo que cambiar y que me cuesta tanto dolor como cambiar de piel.
Agenda, que teniendo unas tapas resistentes a los años, debo renovar el nuevo cuadernillo, así como el recambio del listado para teléfonos y direcciones, para que pueda sin más, trasladar al nuevo el del pasado o pasados años. Pues el viejo directorio ya ha durado varios años bastante lleno de direcciones y correos electrónicos, y ahora tiene demasiados borrones y tachones, de forma que debe ser renovado en la postrimería del nuevo Año 2017, y trasladar los datos de las novedades.
Y “Desde el Corazón” no ha sido fácil. ¡Dios mío, cuantos hermanos y amigos desaparecidos! en pocos años mi listado contaba ya con unos cuantos talados por la muerte. He estado repasando sus nombres, uno a uno, recordando su voz, sus gestos, su compromiso con nuestros objetivos como comunidad, y sin olvidarlos en mis recuerdos ya no pasarán a mi nueva Agenda.
¡Y cuántos cambiaron de ciudad o de casa o de Iglesia! y, también, para ser veraz, ¡cuánto cambié yo de amigos!. Repaso algunos nombres que hace años eran para mí especiales, porque creía que sentían la visión de comunes metas, pero a quienes ya no he vuelto a ver ni sentir, pues han preferido otros honores u otros afectos. Y no me atrevo a preguntarme ¿qué será de fulano? pues no quiero descubrir hasta qué punto es falsa esta civilización o supuesta comunión que nos trae y nos lleva, nos baraja y revuelve, nos acerca y aleja con motivaciones tan egoístas.
Repasando esta agenda me doy cuenta de hasta qué punto incluso las personas que más ayudaste, su amistad dependía de las circunstancias. Si concedías a sus criterios, ruegos o caprichos, ahí estaban; pero bastaba un simple cambio o no acceder a sus pretensiones y vivías la estrechez de sus espaldas.
¿Y qué decir de los nombres que ya no te dicen nada? Repasando mi listado encuentro algunos que sí leo sus datos, pero no consigo identificarles con valores de compromiso, de constancia. Identifico sus rostros, que en su tiempo tenían facciones de actores, pero que no encuentro en los tales, por mucho que me esfuerce que hicieran algo realmente por los demás. Esto me entristece, porque yo sé cuando escribí ciertas direcciones, nombres y datos en sencillos papeles o tarjetas, porque ya auguraba la transitoriedad de sus personalidades, y cuando únicamente añadía a mi directorio particular a aquellos nombres que creí se unían sinceramente a mi vida y mi visión de trabajo. Pero tras cuatro o cinco años, algunos se han convertido en perfectos desconocidos. Siento en ocasiones la tentación de marcar su teléfono, preguntar ¿eres tú? y decirles ¡qué fracaso de mi confianza contigo!; pero no.
Dicen los químicos que cada siete años cambiamos de cuerpo, que el hombre va perdiendo célula a célula su sustancia, hasta el punto de que siete años más tarde no queda en cada uno de nosotros ni un sólo átomo de lo que hemos sido. Y no quiero referirme a las serpientes, de las que dicen cambia de piel cada año. Pero ahora “Desde mi Corazón” descubro que cada cuatro o cinco años cambiamos en gran parte el alma.
Creo que pocas veces he sentido tan contrastadas vivencias, como las que estoy viviendo en las últimas horas de este 2016, en las que hago tal traspaso de datos. Nunca me ha gustado anular nombres y direcciones, pero ¿cómo ignorar qué cosas e individuos que hace unos años aún me parecían confiables, ya son meros y tristes recuerdos? ¿Cómo no reconocer que yo sigo sintiéndome orgulloso de ser Pastor como hace muchos años, pero soy en todo caso, otro Pastor al que fui en los primeros años? ¡Y cuántas tristezas que padecí por pasados abandonos de gente que me pare-cían incurables me hacen sonreír hoy!
Cambiar de Agenda es un buen ejercicio de humildad que empuja a poner en sordina muchos de nuestros radicalismos. No existe ni existirá –pese al avance tecnológico‑ una misteriosa agenda que nos pue-da explicar qué quedará dentro de unos cinco años de las cosas que hoy nos hacen sufrir. Recuerdo que en el pasado algunos consejos me decían: “no te tomes tales casos tan de corazón, espera…” y me encabritaban tales sugerencias. Cuantas veces he cambiado de agenda he descubierto que en no pocos casos, ese consejo que me parecía una barbaridad es terrible y dramáticamente verdadero.
¡Qué gozo en cambio, cuando bastantes conocidos traspasan la barrera del sonido que son los cinco años que dura un “Índex de Agenda”! Recuento amistades y hermanos que duran más de trece años, treinta años, cuarenta años y compruebo que son numerosas. Estas son las verdaderas, y me he sentido gozoso de volverlas a transcribir en la nueva libreta.
La vieja agenda dentro de unos días irá a la papelera, sentiré un ramalazo de duelo por los datos que ya no mantendré, como si tuviera cenizas en las manos. Pero no tengo corazón para todo el mundo, debo ir dejando las células y recuerdos, átomos y dolores, perdidos en este cementerio del tiempo: y vivir “Desde el Corazón”, para los que tienen el derecho, por ser manantiales de gozo, los que transcribo en mi nueva “Quo Vadis”.
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