Círculos viciosos homólogos del darwinismo

Los fósiles indican que las aves aparecieron de golpe (radiación explosiva), como otros muchos grupos animales, en un lapso de tiempo muy corto desde el punto de vista evolutivo.

01 DE ENERO DE 2017 · 15:00

,circulos, elipses luz

El argumento darwinista que defiende la idea de la descendencia común de todos los seres vivos se basa en las comparaciones o semejanzas existentes entre los diversos organismos.

Se asume, desde la teoría de la evolución, que parecido implica necesariamente relación evolutiva a partir de un mismo antepasado. Tales comparaciones se realizan a distintos niveles (anatómico, genético, molecular, etc.) pero no suelen fundamentarse casi nunca en secuencias filogenéticas comprobables. Es decir, en la historia evolutiva que pudieran evidenciar los fósiles porque éstos casi siempre son escasos y muestran numerosas lagunas.

Además, en muchos trabajos, se seleccionan los datos científicos que encajan bien con la teoría, mientras que se desprecian o rechazan aquellos que la contradicen. Como es obvio, la omisión de pruebas contrarias a la tesis de la descendencia común contribuye a distorsionar la realidad de los hechos.

De manera que la primera línea de evidencia a que apela el darwinismo es la llamada homología. O sea que si dos organismos (u órganos, genes, proteínas, funciones metabólicas o lo que sea que los seres vivos posean) son similares entre sí, se supone que debe ser porque ambos descienden de un antepasado común, tienen el mismo origen aunque sus funciones puedan ser distintas y, por tanto, se les considera homólogos.

El ejemplo preferido de la genómica evolucionista es el de las secuencias compartidas entre humanos y chimpancés. Se asegura que la mayor parte del genoma humano coincide con la de este simio, con sólo diferencias excepcionales. Ya vimos, en un artículo anterior a propósito del ADN basura, que tales diferencias no son tan excepcionales como se pretende.

También se afirma que la presencia de seudogenes en monos y hombres (falsos genes supuestamente mutados y sin función conocida) indicaría un antepasado común. Pero, ¿cómo estar seguros de que tales seudogenes realmente han mutado y no sirven para nada?

En posteriores trabajos veremos la enorme cantidad de seudogenes a los que se les ha descubierto recientemente una importante función celular. Y si esto es así, su presencia en chimpancés y humanos no indicaría antepasado común sino identidad de diseño para fines semejantes.

Si las homologías que propone el darwinismo fueran una realidad generalizada, se deberían encontrar numerosos ejemplos que las confirmaran siempre en casi todos los seres vivos y no solamente entre hombres y simios.

Cabría esperar que los contraejemplos fueran más bien escasos o poco significativos. Sin embargo, los resultados obtenidos demuestran que es justamente al revés. Las comparaciones morfológicas y de secuencias moleculares se enfrentan a numerosas dificultades.

Por ejemplo, la estructura del brazo humano, las patas delanteras de los caballos, las aletas de las focas y las ballenas o las alas de los murciélagos, constituirían órganos homólogos que mostrarían supuestamente que todas estas especies de mamíferos descienden del mismo antepasado.

El problema es que esta historia, repetida hasta la saciedad en los libros de texto, no se corresponde para nada con la realidad. Hoy se sabe que aunque tales extremidades puedan parecerse, su aparente homología no se da a nivel genético ya que en su origen actúan complejos de genes totalmente diferentes para cada especie señalada.

De manera que estructuras aparentemente homólogas no lo son, puesto que derivan de genes reguladores diversos, situados en diferentes partes del genoma. Tales genes provocan que durante la gestación de los embriones a partir de la gástrula para dar lugar a los metámeros, pueda observarse que en anfibios como las salamandras, por ejemplo, las patas delanteras se formen a partir de los segmentos del tronco 2, 3, 4 y 5. Mientras que en reptiles como los lagartos lo hagan a partir del 6, 7, 8 y 9. En los seres humanos, los brazos se originan de los segmentos 13 al 18, etc.[1]  Y esto contradice la pretendida evidencia evolucionista de la homología.

¿Qué mecanismo podría producir órganos aparentemente homólogos, con unos mismos patrones, a pesar de no estar controlados por los mismos genes?

La teoría de la evolución ha sido incapaz de responder esta pregunta, sin embargo, desde la hipótesis del diseño, un Creador pudo emplear baterías de genes diferentes para desarrollar órganos parecidos o, al revés, un mismo gen para diseñar órganos diferentes.

En efecto, ya que los casos opuestos también abundan.

Un mismo gen puede estar implicado en el desarrollo de órganos que evidentemente no son homólogos ya que se dan en diferentes grupos animales no relacionados filogenéticamente (es decir, desde el punto de vista de su pretendido desarrollo evolutivo).

Por ejemplo, el gen Distal-less está implicado en la formación de diversos apéndices en animales que no tienen nada que ver entre sí, puesto que pertenecen a filos o grupos diferentes.[2] Dicho gen interviene en el desarrollo de las patas de los ratones (mamíferos), en las quetas o cerdas pilosas de los poliquetos (anélidos), en las patas de las mariposas (artrópodos), en los pies ambulacrales de los erizos de mar (equinodermos) y en las garras de los onicóforos o gusanos aterciopelados.

Obviamente los apéndices de estos cinco grupos de animales no son homólogos, no siguen un mismo patrón anatómico, sin embargo todos se forman gracias a la acción del mismo gen Distal-less. Esto contradice las predicciones del darwinismo y obliga a sus partidarios a hacer malabarismos teóricos para explicarlo.

Pero semejante ejemplo no es excepcional sino que la asociación entre un gen regulador y varias estructuras no homólogas parece ser algo habitual entre los seres vivos. Tales evidencias, y otras muchas existentes que se podrían dar, proporcionan serios argumentos para dudar de la homología darwinista o de que los parecidos entre especies distintas son indicadores indiscutibles de antepasados comunes.

 

LAS AVES PICOTEAN EL ÁRBOL DE DARWIN

La genómica comparada entre los distintos grupos animales está desconcertado a muchos especialistas ya que los genes no parecen confirmar los antiguos árboles evolutivos elaborados a partir de las suposiciones de la homología.

Un ejemplo suficientemente significativo lo constituyen las aves, aunque no son las únicas. En el 2008, la revista ScienceDaily publicó un artículo que destapó el problema.[3] En síntesis, venía a decir que la genética no confirma la filogenia evolucionista aceptada hasta ahora y que el estudio más grande jamás realizado sobre genética aviar plantea un desafío a las actuales clasificaciones y altera la comprensión de la evolución de las aves.

Los fósiles indican que éstas aparecieron de golpe (radiación explosiva), como otros muchos grupos animales, en un lapso de tiempo muy corto desde el punto de vista evolutivo. Apenas se conocen fósiles intermedios anteriores de los que las aves hubieran podido evolucionar y que proporcionen pistas sobre sus posibles relaciones con otros grupos de aves.

Pero, sobre todo, los mapas de los distintos genomas aportan sorpresas destacables como, por ejemplo, que los halcones de cetrería están más estrechamente emparentados con los jilgueros y demás pájaros cantores que con otras especies de halcones y águilas. Pequeñas aves acuáticas que se zambullen, como los somormujos, están relacionados genéticamente con los enormes flamencos. Y, en fin, los minúsculos y vistosos colibrís, según este estudio, son sencillamente primos especializados de los rechonchos y corpulentos chotacabras.

El nuevo árbol evolutivo reagrupa casi la tercera parte de todos los órdenes anteriores de aves. ¡Quién lo hubiera podido imaginar! Los ornitólogos creen que los textos de biología, así como las guías de campo para la observación de aves, tendrán que reescribirse. El artículo sugiere también que diversos estilos de vida, como los hábitos nocturnos de mochuelos y búhos, la vertiginosa caza de águilas y halcones o la adaptación a la vida marina de gaviotas y alcatraces, debieron evolucionar varias veces en las distintas especies. Algo que dificulta notablemente las pretensiones darwinistas. Los resultados del estudio son tan amplios que se tendrán que cambiar incluso los nombres científicos de docenas de aves. ¿Qué significa todo esto?

 

EL CÍRCULO VICIOSO DE LA HOMOLOGÍA

La palabra homología fue acuñada, en realidad, por un científico creacionista -el famoso paleontólogo y anatomista inglés Sir Richard Owen, quien fue contemporáneo de Darwin y rechazó su teoría- para referirse a las estructuras semejantes de los seres vivos que reflejaban un mismo plan corporal arquetípico diseñado por el Creador.

Sin embargo, los darwinistas cambiaron este término para acomodarlo a sus planteamientos y dijeron que la homología reflejaba más bien la supuesta existencia de un ancestro común.

Poco a poco se empezaron a inventar conceptos teóricos que encajaran con tal definición. Las estructuras análogas -como las alas de una mariposa, un gorrión o un murciélago- pasaron a significar semejanzas no debidas a descendencia común sino a la convergencia (o supuesta evolución que llega a la misma estructura partiendo de direcciones diferentes). ¡Como si fuera fácil generar genes similares al azar varias veces! Otros neologismos inventados fueron ortología (semejanzas en la misma rama del árbol filogenético); xenología (parecidos que proceden de una transferencia lateral de genes) y sintenia para referirse a genes dispuestos en el mismo orden en la regiones genómicas. Toda esta jerga evolutiva ha venido a complicar aún más la idea de homología, según reconocen los propios darwinistas.[4]

No obstante, la cuestión que subyace detrás de toda esta terminología es la convicción previa de que la evolución es un hecho incuestionable y que, como señaló el célebre genetista Theodosius Dobzhansky (1900-1975), nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución.

Sin embargo, hoy se conocen demasiadas contradicciones que permiten la duda razonable de que esto sea así. ¿Cómo puede nadie estar seguro de que dos estructuras o secuencias similares sean homólogas y reflejen un antepasado común, a la luz de los numerosos contraejemplos existentes? Los ojos humanos y los de los pulpos, por ejemplo, poseen una anatomía similar pero según la teoría darwinista no son homólogos porque no proceden de un antepasado común. De manera que para saber si dos órganos son homólogos se debería determinar primero si proceden del mismo antepasado. Sería necesario tener evidencia de un ancestro común.

Pero, ¿no es esto un razonamiento circular que, en definitiva, dice dos veces lo mismo, que los ancestros comunes demuestran la homología porque ésta demuestra la existencia de ancestros comunes?

Otro de los círculos viciosos propios del darwinismo.

 

[1] Chauvin, R., 2000, Darwinismo, el fin de un mito, Espasa, Madrid, p. 219.

[2] Panganiban, G. et al., 1997, The origin and evolution of animal appendages, Proceedings of the National Academy of Sciences, USA, 94, pp. 5162-5166.

[3] Huge Genome-scale Phylogenetic Study Of Birds Rewrites Evolutionary Tree-of-life, June 27, 2008, ScienceDaily, .

[4] Webber, C. & Ponting, Ch. P., 2004, Magazine: Genes and homology, Current Biology, Vol. 114, pp. 332-333.

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