La irrupción de lo insólito

Nos quedamos boquiabiertos, azorados, porque el prodigio de la encarnación es la ratificación de que Dios actúa de formas insospechadas para los criterios humanos.

18 DE DICIEMBRE DE 2016 · 07:40

Edward Hicks, The Peaceable Kingdom, 1833.,
Edward Hicks, The Peaceable Kingdom, 1833.

La encarnación de Jesús es un hecho insólito. El acto contradijo las expectativas mesiánicas de su tiempo, y también del nuestro. Por esto quienes esperaban un salvador poderoso, que impondría un nuevo orden social y político, fueron tan reacios a reconocer en la figura del galileo el acuerpamiento del Mesías anunciado en el Antiguo Testamento.

En aquél tiempo solamente unos cuantos, mujeres y hombres, tuvieron la claridad para percibir que Jesús el Cristo era el cumplimiento cabal del Pacto establecido por Dios para redimir a la humanidad de todo yugo de opresión (Isaías 58:6). El profeta Isaías anunció el perfil del Mesías, cuyas características iban a contracorriente de lo imaginado por concepciones etnocentristas y deseos de supremacía militar. En el capítulo 40, Isaías comienza con palabras de consuelo y esperanza al pueblo. Anuncia que el tiempo de cautividad llegará a su fin. Entonces entrará en escena una voz para proclamar: “Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en la estepa un sendero para nuestro Dios. Que se levanten todos los valles, y se allanen todos los montes y colinas; que el terreno escabroso se nivele y se alisen las quebradas. Entonces se revelará la gloria del Señor, y la verá toda la humanidad. El Señor mismo lo ha dicho” (versículos 3-5). Las imágenes usadas son inusitadas.

El desierto es un lugar en que se hace muy difícil trazar caminos, porque lo avanzado en una jornada se lo lleva el viento y hay que rehacer una y otra vez lo desaparecido. Me parece que metafóricamente también se advierte sobre las conciencias desérticas que van a dificultar la construcción del camino en los corazones de quienes anhelaban un Mesías muy distinto al Rey del pesebre.

El profeta hace un llamado para enderezar en la estepa un sendero al ungido del Señor. La estepa es un “erial llano y muy extenso”, según define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. A su vez el erial es “una tierra o campo sin cultivar ni labrar”. Entonces, de lo que se trata, es de sumarse al proyecto de Dios, contribuyendo a desbrozar poco a poco todo lo que conspira contra la existencia de un camino que sale de las normas y tradiciones. Por tal camino irrumpirá lo insólito, lo inconcebible por intereses de predominio autoritario, porque “lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu” (1 Corintios 2:9-10).

En el imaginario profético de Isaías las referencias sorprendentes van in crescendo. Lo natural es que los valles sean planos y las montañas elevadas y altas. Contradictoriamente, para el profeta que vislumbra el reinado de un Mesías contrario a los deseos de dominación bélica, es necesario “amontañar” los valles y “allanar” los montes y colinas. Lo que es insólito en el orden geográfico, es, por así decirlo, “naturalizado” en el Reino al revés cumplimentado en Jesucristo. Para que no quede duda de que lo normal es lo anormal, Isaías remata su expectativa al decir que es necesario “el terreno escabroso se nivele y se alisen las quebradas”. Un camino escabroso es “desigual, lleno de tropiezos y estorbos”, mientras que uno quebrado es “tortuoso, con altos y bajos”. En la utopía materializada de Isaías, ¡lo torcido y desigual es recto y terso!

Más adelante, en el mismo capítulo 40, Isaías describe el poder divino como antítesis del sojuzgamiento y la rapacidad: “Miren, el Señor omnipotente llega con poder, y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas” (versículos 10-11). Este pastor es opuesto a los pastores que se sirven del rebaño, denunciados por Ezequiel, quienes “No fortalecen a la oveja débil, no cuidan de la enferma, ni curan a la herida; no van por la descarriada ni buscan a la perdida. Al contrario, tratan al rebaño con crueldad y violencia. Por eso las ovejas se han dispersado: ¡por falta de pastor! Por eso están a la merced de las fieras salvajes. Mis ovejas andan descarriadas por montes y colinas, dispersas por toda la tierra, sin que nadie se preocupe por buscarlas” (Ezequiel 34:4-6, Nueva Versión Internacional). Los pastores/lobos languidecen frente al pastor/cordero que con ternura apacienta y guía al pueblo lacerado (Juan 1011-18; Juan 1:29).

La irrupción de lo insólito, cuando al fin se cumpla en Jesús la maravilla del Verbo encarnado, hará posible la reconciliación de los contrarios porque bajo su reinado de justicia y paz “el lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora” (Isaías 11:6-8, NVI). Quedará abrogado el binomio de violencia, donde siempre hay quien la inflige y quien la sufre, ya no más victimario ni víctima para ser devorada: “El lobo y el cordero pacerán juntos; el león comerá paja como el buey, y la serpiente se alimentará de polvo” (Isaías 65:25, NVI).

La belleza de lo descrito por Isaías ha sido capturada por el pintor cuáquero Edward Hicks, en su cuadro de 1833 The Peaceable Kingdom. En el primer plano de la pintura se representa la arrobadora escena de los animales depredadores en apacible convivencia con quienes antes eran sus presas. Plasmó a niños y niña entre fieras, en quietud y disfrute mutuo. En el segundo plano es posible apreciar al predicador cuáquero William Penn, fundador de Pennsylvania, estableciendo un pacto de convivencia pacífica con nativos americanos. Hicks quiso mostrar que era posible hacer realidad la visión de Isaías, ya que fue contrastante el trato dado por los cuáqueros a los pobladores originales con el que éstos padecieron debido a la belicosidad y ambición de otros colonos cristianos partidarios de la guerra. La única manera de seguir al Príncipe de paz, que es Jesús, tiene que hacerse en los términos prescritos por él, es decir, como constructores de paz (Mateo 5:9).

En Adviento nos quedamos boquiabiertos, azorados, porque el prodigio de la encarnación es la ratificación de que Dios actúa de formas insospechadas para los criterios humanos. Es la irrupción de lo insólito lo que debe maravillarnos cuando escuchamos con el corazón abierto, como lo hicieron quienes escucharon el relato de unos sencillos pastores (Lucas 2:18). Conmovidos celebramos el advenimiento de Dios humanado, él “aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano” Filipenses 2:6-7, Nueva Traducción Viviente).

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