Los reformadores nunca se unieron al Imperio

Un concepto extraviado sobre las funciones del Estado en asuntos religiosos, convirtió en perseguidores de las iglesias a muchos emperadores que en la historia figuran como buenos gobernantes.

27 DE NOVIEMBRE DE 2016 · 15:25

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El libro ‘La Marcha del Cristianismo’, del historiador italiano Juan Crisóstomo Varetto, es la obra número 22 entre aquellas que repasamos en esta serie que titulamos El Pensamiento Cristiano, comenzada el 09/01/2016. Este artículo es el noveno de la mini serie comenzada el 01/10/2016 con la que intentamos contribuir desde ‘Agentes de Cambio’ a la conmemoración del 500º aniversario de la fecha en que un cura católico alemán, Martín Lutero, decidió hacer públicos sus insistentes reclamos de cambios radicales al Vaticano. Cansado de la tenaz indiferencia del ostentoso Papado clavó sus 95 tesis en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg, en octubre de 1517. Lo que esto generó dio lugar a innegables cambios históricos y geográficos bajo el nombre de Reforma Protestante.

Buscamos con estos artículos rescatar la idea de que los primeros reformadores fueron los que habiendo recibido de primera mano el Evangelio de Jesucristo y sus apóstoles, fueron discipulados, predicaron la Palabra recibida, bautizaron a los convertidos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y los discipularon enseñándoles a guardar todas las enseñanzas evangélicas 01. Su influencia social fue enorme, pues al abrazar ‘el camino’ del Señor Jesucristo renunciaban a su anterior manera egoísta de vivir 02.

Nadie soporta que su condición corrupta e hipócrita sea exhibida. Menos los hábiles en tejer alianzas con el enemigo para evitar el escándalo. Los gobernantes y religiosos aliados en el poder terrenal al no poder aliarse con los cristianos los persiguieron, torturaron y mataron de las maneras más crueles. Creyeron que actuando brutalmente exterminarían a tan valerosa gente.

Transcribimos a continuación lo que J.C. Varetto nos cuenta acerca de las intrigas palaciegas que se generaban entre los gobernantes que cumplían órdenes del emperador, para exterminar a los seguidores de Jesucristo; esos insoportables reformadores.

 

Consulta de Plinio a Trajano

Un concepto extraviado respecto a las funciones del Estado en asuntos religiosos, convirtió en perseguidores de las iglesias a muchos emperadores que en la historia figuran como buenos gobernantes. Al perseguir, creían que estaban defendiendo los derechos legítimos del Estado. Uno de éstos fue Trajano 03. Una consulta que le hizo Plinio el Joven 04, gobernador de Bitinia, dirigida el año 110, es un valioso documento de origen pagano, que ayuda a conocer el concepto que se habían formado de los cristianos, y la clase de pruebas a las cuales éstos se veían constantemente sometidos.

Plinio, no queriendo en este asunto proceder bajo su propia responsabilidad, consulta a su emperador. Es cierto que Trajano había promulgado varios edictos contra las sociedades secretas, y las asambleas cristianas estaban incluidas en esta categoría, según las ideas erróneas que tenían los magistrados.

Transcribimos aquí la consulta de Plinio a Trajano:

"Es mi costumbre, señor, someter a vos todo asunto acerca del cual tengo alguna duda. ¿Quién, en verdad, puede dirigir mis escrúpulos o instruir mi ignorancia?

Nunca me he hallado presente al juicio de cristianos, y por eso no sé por qué razones, o hasta qué punto se acostumbra comúnmente castigarlos, y hacer indagaciones.

Mis dudas no han sido pocas, sobre si se debe hacer distinción de edades, o si se debe proceder igualmente con los jóvenes como con los ancianos, si se debe perdonar a los arrepentidos, o si uno que ha sido cristiano debe obtener alguna ventaja por haber dejado de serlo, si el hombre en sí mismo, sin otro delito, o si los delitos necesarios ligados al nombre deben ser causa de castigo.

Mientras, en los casos de aquellos que han sido traídos ante mí en calidad de cristianos, mi conducta ha sido ésta:

Les he preguntado si eran o no cristianos. A los que profesaban serlo, les hice la pregunta dos o tres veces, amenazándoles con la pena suprema. A los que insistieron, ordené que fuesen ejecutados. Porque, en verdad, no pude dudar, cualquiera que fuese la naturaleza de lo que ellos profesan, que su pertinacia a todo trance y obstinación inflexible, debían ser castigadas.

Hubo otros que tenían idéntica locura, respecto a quienes, por ser ciudadanos romanos, escribí que tenían que ser enviados a Roma para ser juzgados. Como a menudo sucede, la misma tramitación de este asunto, aumentó pronto el área de las acusaciones, y ocurrieron otros casos más. Recibimos un anónimo conteniendo los nombres de muchas personas. A los que negaron ser o haber sido cristianos, habiendo invocado a los dioses, y habiendo ofrecido vino e incienso ante vuestra estatua, la que para este fin había hecho traer junto con las imágenes de los dioses, además, habiendo ultrajado a Cristo, cosas a ninguna de las cuales se dice, es posible forzar a que hagan los que son real y verdaderamente cristianos, a éstos me pareció propio poner en libertad.

Otros de los nombrados por el delator admitieron que eran cristianos, y pronto después lo negaron, añadiendo que habían sido cristianos, pero que habían dejado de serlo, algunos tres años, otros muchos años, algunos de ellos más de veinte años, antes. Todos éstos no sólo adoraron vuestra Imagen y efigies de los dioses, sino que también ultrajaron a Cristo.

Afirmaron, sin embargo, que todo su delito o extravío había consistido en esto: habían tenido la costumbre de reunirse en un día determinado, antes de la salida del sol, y dirigir, por turno, una forma de invocación a Cristo, como a un dios; también hacían pacto juramentado, no con propósitos malos, sino con el de no cometer hurtos o robos, ni adulterio, ni mentir, ni negar un depósito que les hubiera sido confiado. Terminadas estas ceremonias se separaban para volver a reunirse con el fin de tomar alimentos — alimentos comunes y de calidad inocente.05

Sin embargo cesaron de hacer esto después de mi edicto, en el cual, siguiendo vuestras órdenes, he prohibido la existencia de fraternidades. Esto me hizo pensar que era de suma necesidad inquirir, aun por medio de la tortura, de dos jóvenes llamadas diaconisas, lo que había de cierto. No pude descubrir otra cosa sino una mala y extravagante superstición: por consiguiente, habiendo suspendido mis investigaciones, he recurrido a vuestros consejos.

En verdad, el asunto me ha parecido digno de consulta, sobre todo a causa del número de personas comprometidas. Porque, muchos de toda edad y de todo rango, y de ambos sexos, se encuentran y se encontrarán en peligro. No sólo las ciudades están contagiadas de esta superstición, sino también las aldeas y el campo; pero parece posible detenerla y curarla.

En verdad, es suficiente claro que los templos, que estaban casi enteramente desiertos, han empezado a ser frecuentados, y los ritos religiosos de costumbre, que fueron interrumpidos empiezan a efectuarse de nuevo, y la carne de los animales sacrificados encuentra venta, para la cual hasta ahora se podía hallar muy pocos compradores.

De todo esto es fácil formarse una idea sobre el gran número de personas que se pueden reformar, si se les da lugar a arrepentimiento".06

Plinio fue un hombre que ha dejado fama de bondad, rectitud y buen trato para con sus esclavos. Pero, según su propio testimonio, hacía ejecutar sin miramientos a los que insistían en su testimonio cristiano, e hizo torturar a dos pobres diaconisas para arrancarles confesiones comprometedoras. Hacía esto con personas a quienes él no podía acusar de ningún delito común, sino sólo de no querer conformarse a las prácticas de la religión del Estado.

Esta carta nos da a conocer, por la propia declaración de un pagano, cuánto tenían que sufrir los testigos de la cruz, y si tal era el trato que recibían de hombres como Plinio y Trajano, ya podemos figurarnos lo que habrá sido bajo Nerón y Domiciano.

La vida santa de los creyentes resalta aun a los ojos de sus encarnizados enemigos.

"Que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros" 07, leían en una de las Epístolas de Pablo, y es notable que aquellos mismos que los torturaban y condenaban a muerte, no sólo no hallaban delitos que imputarles, sino que se veían obligados a reconocer que eran personas intachables en su conducta.

Con razón se ha dicho que la carta de Plinio a Trajano es la primera apología cristiana que fue escrita, y esto por la pluma de un pagano. 08

Hay que notar que Plinio no entendía bien a los cristianos. Lo que dice sobre el juramento que hacían no puede ser sino una mala interpretación de los propósitos que los cristianos hacían públicamente en las reuniones.

El emperador Trajano contestó a Plinio que aprobaba el modo como había procedido, indicándole, además, que no había que perseguir a los cristianos; pero que cuando fuesen denunciados, si no mostraban arrepentimiento sacrificando a los dioses, había que castigarlos, y que no debía recibir acusaciones anónimas.

En el próximo artículo veremos DM lo ocurrido a dos reformadores como Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna que fueron martirizados por su inquebrantable fe en Cristo y su doctrina.

 

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Notas

Ilustración: la actual iglesia de Jesucristo no es el resultado de Concilios ecuménicos ni sínodos eclesiásticos, sino de la persecución, tortura y muerte de decenas de miles valientes cristianos que no abjuraron de su fe ni se aliaron con el poder terrenal a cambio de no sufrir. La ilustración muestra el espectáculo circense montado con los mártires cristianos para entretener a los súbditos del culto al César: http://profehome.blogspot.com.es/2012/02/meta-como-se-convirtio-la-republica-de.html

Importante: todas las citas son añadidas por este autor, lo mismo que las negritas que dan énfasis a los párrafos.

01. Mateo 28:19,20.

02. 2ª Corintios 5:17.

03. Trajano (Marco Ulpio Trajano, 53-117) fue un emperador romano que reinó desde el año 98 hasta su muerte en 117. Fue el primer emperador de origen hispánico. Inició la tradicionalmente llamada dinastía Antonina o, según reciente propuesta, Dinastía Ulpio-Aelia.

04. Plinio (Cayo Plinio Cecilio Segundo, 61-112) conocido como Plinio el Joven, fue un abogado, escritor y científico, senador y cónsul de la antigua Roma; siendo gobernador de Bitinia (hoy Turquía, donde murió) escribe a Trajano la carta que se cita en este artículo.

05. Cotejar el cercano paralelismo de esta declaración con Hechos 2:41-47.

06. Interesante antítesis entre la reforma que introduce el poder transformador del Evangelio y la que programa el Estado terrenal aliado a la religión oficial. ¿Un anticipo de la Reforma atacada por la Contrarreforma e Inquisición?

07. Tito 2:8.

08. Apología = defensa; lo irónico aquí es que sea el enemigo quien –sin proponerlo- defienda el Evangelio.

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