¿Qué cosas provocan tu sed?

Aquello con lo que alimentamos nuestra mente es lo que produce nuestra sed.

12 DE NOVIEMBRE DE 2016 · 18:55

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Hace pocos días, paseando por la calle, me encontré con una publicidad en una cabina que anunciaba la nueva temporada de Juego de Tronos. Nada sorprendente hasta aquí, más allá de que, cuando me fijé en el texto del anuncio, lo que leí me pareció dramático (que, supongo, era el efecto que el publicista quería crear, al fin y al cabo): 112 decapitaciones, 345 crucifixiones, 7232 cuchilladas… Y sigues con sed.

Para los que en algún momento hemos conocido de qué va Juego de Tronos (yo misma empecé a verla pero no tardé mucho en tener que desistir, porque mi estómago y principalmente mi mente no me permite semejantes dosis de violencia y orgía gratuitas), supongo que tampoco sorprende el eslogan.

Desde luego, no me parece para nada exagerado, porque más allá del argumento, que me puede parecer estupendo, por lo que se caracteriza la manera en la que la historia es contada es justamente ese nivel de violencia al que se somete al espectador. Pero se hace, sin duda, con su consentimiento y participación, porque esta serie, como pocas, ha despertado el interés y seguimiento de muchas personas que no solamente esperan el devenir de los nuevos acontecimientos en la historia, sino que además, lo hacen con sed.

Esto es lo que verdaderamente me pareció aterrador del eslogan, como me parece aterrador en general: que algo tan terrible como esto, que aquí vemos en serie de ficción pero no es para nada ficción en otras partes del mundo, no solo pueda ser tolerado por nosotros, sino que además pueda ser considerado y disfrutado como un elemento de ocio que pretende ser y que, para muchos, efectivamente, es.

Algunos no pueden ver los telediarios, pero pueden reírse a carcajadas (eso lo he presenciado yo, luego no exagero), ante una película sangrienta o sin escrúpulos, tipo SAW, en que la violencia se lleva a extremos, no solamente exagerados o enfermizos, sino profundamente perturbados. Y que, además, a la luz de la nueva moda de payasos andantes por ahí que se dedican a dar sustos y en el peor de los casos a agredir violentamente a personas, no dejan de dar ideas a quien las quiera aceptar.

Acabamos de pasar las fechas de Halloween, que bastante tenemos con tener que digerir cuando se nos ha metido con embudo queramos o no, y contra la cual todavía algunos nos seguimos revolviendo, porque no tiene ni pies ni cabeza. Pero cada año vamos a más y más nivel de desajuste cuando comprobamos que nos superamos vez tras vez en lo macabro de los disfraces que algunos son capaces de ponerle a sus hijos.

Hemos pasado del Frankenstein o el Drácula, que no dejaban de ser personajes de la literatura de terror, a ser capaces de disfrazar a nuestros hijos de la manera más realista posible con sierras que aparentan partirles la cabeza en dos y sangre chorreante por todos lados (Nota: disfraz de un compañero de mi hija de 10 años hace unos días en el colegio, tristemente).

Me pregunto, ante estas cosas, qué sucede o, mejor dicho, qué no sucede en la mente de esa madre cuando no se le revuelve nada al ver a su hijo disfrazado así. Me inquieta pensar que una serie como Juego de tronos vaya ganando en adeptos y adictos.

Me sorprende que no seamos capaces de tolerar las manifestaciones normales de dolor y de malestar en nuestro día a día (cada vez hay más rupturas, más divorcios, más ansiedades y depresiones por malestares que son absolutamente normales, nuestra tolerancia a la frustración es prácticamente inexistente, no soportamos ver a otra persona manifestar su dolor con lágrimas porque nos violenta…) pero soportamos esto, no solo sin rechistar, sino con verdadera sed.

Pues quizá va a ir siendo hora de que nos lo hagamos mirar, porque como profesional de la salud mental me preocupa enormemente. Las personas no estamos diseñadas para tolerar tal grado de violencia, sino más bien, desde una mente sana, para rechazarlo, para que nos produzca repulsa… a no ser que nuestro nivel de habituación haya llegado a ser tal que ya no nos duela nada, que es lo que parece que nos ha pasado. Como sociedad, desde luego, parece que estamos cada vez más enfermos, y lo sorprendente es que luego nos escandalice que pasen las cosas que pasan. Pues, créanme, pasa poco para lo que podría pasar.

Aquello con lo que alimentamos nuestra mente es lo que produce nuestra sed. Cuando llenamos nuestra mente de violencia, nuestra cabeza se habitúa a ello con pasmosa facilidad. Y nos pide sucesivamente su dosis, que ya no vale con que sea la que era, sino que por efecto de tolerancia requiere ser subida para calmar la sed. Lástima que no llenemos nuestra mente de otras fuentes, que los propios creyentes cedamos a estas cosas.

Triste que, lejos de hacer como los discípulos de Jesús como se nos relata en Mateo, que cuando escuchaban una parábola pedían al Maestro, en comunión cercana, que les contara más acerca de su significado, y que volvían a hacerlo una y otra vez cada vez que tenían oportunidad, más bien nos quejemos de que no tenemos hambre y sed de Él. Tantas veces, como en la vida real, lo que abre nuestro apetito es empezar a comer. Y lo que nos hace tener sed y hambre de lo bueno y no de lo malo es acercarnos a la fuente de todo bien y apartarnos del mal.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - ¿Qué cosas provocan tu sed?