Nuestro pequeño mundo

Nos cuesta pensar en grande y aceptar el desafío de la fe que nos propone la misma Palabra de Dios respecto a todas las cuestiones de nuestra existencia.

15 DE OCTUBRE DE 2016 · 21:30

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Nuestros pequeños conflictos cotidianos y los problemas domésticos que enfrentamos a diario nos parecen, a veces, situaciones enormes y hasta podemos llegar a tener la sensación de que son insuperables. Aunque también es cierto que para cada uno en particular su problema o circunstancia es lo más importante, porque lo sufre o lo vive con gran intensidad en primera persona. Esto es comprensible hasta cierto punto, pero tenemos que darnos cuenta de que nuestras situaciones son muy parecidas a las que muchos otros están viviendo en sus propias carnes, o incluso las suyas son peores y más complicadas que las nuestras, en muchos casos. Sin embargo, hemos de aprender a ver la otra cara de la vida y de las cosas que nos rodean con mayor optimismo y con una gran dosis de fe y esperanza, sabiendo que siempre hay un mañana mejor para cada uno de nosotros. 

El verdadero creyente en Jesús va contracorriente de lo que consideramos la experiencia ordinaria de la gran mayoría de los mortales y es que nuestra visión de la realidad tiene que ver con una actitud de fe que marca la diferencia ante los muchos desafíos y diferentes situaciones de la vida. Nuestros afrontamientos personales hacia los problemas debieran ser muy distintos a los recursos humanos que ya conocemos, porque en nuestro caso estamos facultados con la inestimable ayuda del Espíritu Santo para responder de otra manera; nuestra actitud es otra forma de ver, valorar y percibir la vida y también, a la gente y sus circunstancias. A poco que seamos sensibles al Espíritu y a la Palabra de Dios, tenemos a nuestro alcance un recurso altamente valioso, además de poderoso, para iluminar nuestro diario vivir y otorgarnos un discernimiento especial ante la compleja naturaleza de las diferentes problemáticas humanas. 

Particularmente los cristianos acostumbramos a tener una visión muy aldeana y tremendamente reduccionista de la vida, nos cuesta pensar en grande y aceptar el desafío de la fe que nos propone la misma Palabra de Dios respecto a todas las cuestiones de nuestra existencia, ya que para el que cree todo es posible. Si hablamos del factor milagroso, somos excesivamente vacilantes cuando no incrédulos. Si tiene que ver con emprender nuevos proyectos de fe que tengan un gran calado social y espiritual, nos parece que estamos hablando de cosas demasiado ambiciosas y pensamos que no estamos a la altura de las circunstancias que soñamos llegar a vivir. Si pensamos en desafíos evangelísticos de gran envergadura, nos puede parecer que estas iniciativas están reservadas para los más populares de nuestro ámbito. En cuanto a la incursión en el mundo político para influir con nuestro ideario ético y las buenas prácticas en la vida pública, nos podemos sentir desfasados o que nuestra posible implicación política pueda resultar anacrónica, pero creo que esta sensación es errónea, además de engañosa. 

Cuando pienso en personajes bíblicos como Nehemías, José, Daniel, Teófilo y otros tantos, me animo a pensar en grande y a considerar cualquier posibilidad divina respecto a una nueva generación de visionarios y emprendedores con visión de Reino de Dios, actuando en todas las esferas de nuestra sociedad para redimir la cultura, las artes y todas las disciplinas humanas de la infernal marca de la serpiente antigua que ejerce una devastadora influencia en nuestro mundo actual. Cuando Dios llamó a Abraham y le mostró las estrellas de los cielos para explicarle cómo se iba a multiplicar su descendencia a través de las generaciones, le hizo pensar en grande, entiéndase en fe, para que se atreviera a salir de su mundo y de su zona de comodidad en Ur de los caldeos, para llevarlo a un nuevo lugar que ni siquiera él mismo sabía a ciencia cierta. Este admirado patriarca es nuestro mejor referente para animarnos a aceptar el desafío de fe que consiste en salir de nuestro pequeño mundo y dirigirnos hacia el propósito de Dios, que siempre tiene mayores dimensiones que nuestra estrecha y tímida visión de la vida.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - Nuestro pequeño mundo