El poder reformador del Evangelio

La misión de la iglesia es testificar de Jesucristo y de su obra transformadora en todo tiempo y sistema humanos. La ‘Reforma Protestante’ necesitó quince siglos para gestarse. 

08 DE OCTUBRE DE 2016 · 19:28

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La Historia suele referirse a la Reforma como el movimiento religioso que surgió en el siglo XVI con Lutero y sus 95 tesis 01. Mientras vamos camino de la celebración de los 500 años de este hecho real e innegable, surge la pregunta: ¿la voluntad reformadora comenzó en la Edad Media o viene de mucho antes? Para responderla necesitamos acceder a esta información:

1. la fuente originadora de esta revolución,

2. la identidad y rol específicos de sus actores.

Este planteo me remitió a otro de los escritores que ayudaron mi formación cristiana basada en la Biblia. Dos libros de Juan Crisóstomo Varetto 02 llegaron a mis manos siendo yo estudiante de los primeros años del nivel secundario. En base a ellos iré resumiendo en esta miniserie el sustento claramente evangélico que tiene ese movimiento de alcance mundial y el espíritu reformista que guía a los verdaderos testigos de Jesucristo.

Habíamos comenzado con ‘Jesucristo, el primer reformador’ 03, que le da sentido a la Historia trabajando sobre dos pilares revelados por Dios en su Palabra: 

1. El Hijo de Dios es quien edifica Su iglesia 04, y 

2. Él es quien reforma las cosas en este tiempo 05.

Veamos dónde y cómo comenzó el Hijo de Dios este proceso reformador. En el párrafo titulado ‘La tarea asignada por Cristo’ dice Varetto 06:

“Pasado el asombro que la resurrección de Cristo había producido en el ánimo de los primeros discípulos, éstos se pusieron de nuevo a pensar en la marcha que seguiría el reino de Dios en el mundo. Siempre abrigando la idea de que Cristo iba a librar a Israel del poder de sus dominadores, le dirigieron esta pregunta:

‘Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?’ 07 

Pregunta que, como alguien ha dicho, revela más bien el patriotismo y particularismo judaico de los discípulos, que un conocimiento de la universalidad y espiritualidad de la obra del evangelio. 

El señor les respondió: ‘No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis, poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra’. 08 

San Lucas, que relata este diálogo, dice que Jesús, habiendo dicho estas cosas, fue alzado, y una nube le recibió y le quitó de los ojos de los discípulos. 

La misión de los cristianos no sería la de especular sobre acontecimientos; no les tocaba enredarse en cuestiones de fechas, de años, meses y días. 

La misión que se les encomendaba era la de ser testigos. Tenían que ser testigos de lo que Cristo había sido en el mundo; testigos de su vida santa y de su pureza perfecta; testigos de las señales, prodigios y maravillas que había obrado; y sobre todo testigos de su gloriosa resurrección de entre los muertos.

Este testimonio lo darían no sólo en el suelo natal. Franqueando los límites de Judea y de Samaria, tenían que ir a todos los pueblos del mundo, y hasta lo último de la tierra, para predicar el evangelio a toda tribu y en toda lengua.

Detengámonos ahora para lanzar una mirada sobre el mundo de aquel entonces, y recordar brevemente cuáles eran las ideas religiosas y filosóficas más populares de los pueblos ante quienes tenían que ser testigos.”

El autor nos presenta luego el contexto en el cual se desenvuelven los hechos que cambiarían la historia de la humanidad. Un sitio en el mundo y una etapa donde coexisten religión judía, imperialismo romano y filosofía griega. En una atractiva síntesis, Varetto lo ilustra bajo el título ‘Ideas religiosas y filosóficas’ 09.

En materia religiosa, los judíos eran los más adelantados del mundo. Poseían los divinos oráculos del Antiguo Testamento. El culto mosaico era la expresión religiosa más perfecta a que habían llegado los hombres. Los profetas habían anunciado el advenimiento de un Mesías, y la esperanza de Israel estuvo durante largos siglos fija en el cumplimiento de esta promesa.

El judaísmo se hallaba dividido en tres ramas: fariseísmo, saduceísmo y esenismo.

Los fariseos eran los ortodoxos de la nación. Para ellos la religión consistía en el cumplimiento estricto y legal de ritos y ceremonias. Sumamente orgullosos de la posición que asumían, se ligaban a prácticas externas, murmuraban sus oraciones, multiplicaban sus ayunos, ensanchaban las filacterias, es decir, las cintas con textos bíblicos escritos que se ceñían en la frente, y hacían gran alarde de una piedad que estaban muy lejos de poseer interiormente. Tenían mayoría en el Sanedrín, el congreso de los judíos, y ejercían más influencia sobre el pueblo que otros partidos.

Los saduceos, o discípulos de Sadoc, formaban la minoría de oposición. Rechazaban las tradiciones que imponían los fariseos, así como los libros de los profetas, admitiendo sólo los cinco libros de la Ley. Negaban la vida futura, la inmortalidad del alma, y la existencia de ángeles y espíritus. Eran poco numerosos y de poca influencia.

Los esenios eran una especie de monjes que, unos dos siglos antes de Cristo, buscaron en las soledades del Mar Muerto un refugio donde estar al abrigo de la corrupción reinante. De ahí se extendieron también a otros de Palestina. Vivían en el celibato, sumidos en un profundo misticismo, llevando una vida contemplativa y en completo antagonismo con la sociedad. Sin suprimir en absoluto la propiedad individual, vivían en comunidad. Eran industriosos, caritativos y hospitalarios. 

Por otra parte estaba el mundo pagano. Grecia y Roma aun en los mejores días de su gloria no pudieron librarse del culto grosero que se denomina paganismo. Este culto variaba mucho según las épocas y los países que lo profesaban, de modo que se requerirían muchos volúmenes para describirlo. En los días de los apóstoles y en los países donde ellos iban a actuar, consistía en la adoración de dioses imaginarios que representaban por medios de estatuas a las que el vulgo y los sacerdotes atribuían poderes sobrenaturales.

En Grecia la divinidad principal era Zeus a quien llamaban padre de los dioses, y fecundador de la tierra. Residía en las nubes y en el Olimpo junto con una multitud de semidioses y héroes.

En Roma era Júpiter el que ocupaba el primer lugar. Lo miraban como al dios del cielo y de la tierra y creían que de su voluntad dependían todas las cosas.

La idea de la moral no estaba para nada en el culto pagano. Los dioses eran solamente hombres y mujeres de gran tamaño y dotados de mucha fuerza. Eran grandes en poder y también grandes en crímenes y pasiones. Júpiter era adúltero e incestuoso. Venus era la personificación de la voluptuosidad y de la belleza carnal. Baco representaba las ideas del placer, de la alegría, de las aventuras, y de los triunfos ganados con facilidad. 

Tertuliano10, escribiendo a los paganos, les dice que el infierno está poblado de parricidas, ladrones, adúlteros, y seres hechos a semejanza de sus dioses. Cada nación y cada provincia tenían sus dioses favoritos. Había dioses de las montañas y de los llanos; dioses de los mares y la tierra; dioses de los bosques y de las fuentes; dioses celestiales, terrenales e infernales.

En Roma se adoraban las imágenes de los emperadores. Se levantaban templos y altares para conmemorar sus grandezas. Calígula 11, el infame, se proclamó a sí mismo un dios, y Roma lo adoraba como tal. Finalmente Roma se adoraba a sí misma, y se hacía adorar por los pueblos que subyugaba. Era a la vez idólatra e idolatrada.

Pero en medio de este desorden hubo algunos filósofos que alcanzaron a entrever cosas mejores. No todos se contentaron con las viandas mal servidas del paganismo. Recordemos aquí algunos de estos sabios:

Sócrates 12. Fue el más sabio y el mejor de los filósofos paganos. Tal vez ningún otro gentil estuvo tan cerca de la verdad como él. Tenía un profundo y sincero sentimiento de su ignorancia. Le animaba una sublime resignación, y en los momentos tristes de su vida disfrutó de la calma que produce la esperanza de la vida futura. No hubo pagano que tanto se acercara al espíritu del Evangelio que Cristo predicó cuatro siglos después.

Platón13. Este ilustre discípulo de Sócrates, intelectualmente remontó a alturas nunca sospechadas ni aun por su maestro. Supo juntar los elementos producidos por la brillante inteligencia de Sócrates, y combinándolos con los suyos propios, formó el sublime sistema de filosofía universal que figura como el esfuerzo más heroico hecho por la mente humana. Enseñó que el bien supremo reside en la divinidad y que el alma humana puede ponerse en contacto con ella.

Aristóteles 14. Creó un sistema que tuvo gran influencia y contribuyó grandemente a difundir estos conocimientos, elevando el nivel intelectual de su época. Fue el último de los grandes filósofos y con su muerte se extinguió aquel foco de sabiduría que durante varios siglos estuvo encendido en la antigua Grecia. Cuando San Pablo dice que la sabiduría de este mundo es necedad para con Dios, no se refiere a los sabios del tipo que hemos mencionado, sino a los numerosos sofistas y hombres superficiales, que alimentan el orgullo de una vana filosofía.

Los cristianos, pues, tenían que ser testigos de su Señor y Maestro en medio del formalismo, del orgullo judaico, y en un mundo sumido en el más grosero y absurdo paganismo. Ese era el inmenso campo de batalla donde pelearía la buena pelea de la fe.” Así concluye Varetto este primer y esclarecedor análisis.

Resulta más que evidente que el testimonio de la obra reformadora de Cristo se desarrollaría en medios y tiempos históricos que presentaban tremendos desafíos a ese puñado de testigos. Los discípulos experimentaron que ‘no hay profeta acepto en su tierra’ 15 siendo ‘Testigos en Jerusalén’ 16, como titula el autor aquellos años; y comprobarían que su obra de apostolado estaría signada por rechazos, persecuciones, cárceles, torturas y muerte. Seguramente recordarían con valiente esperanza la enseñanza recibida de boca del Maestro: 

“Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.” 17 

Seguiremos próximamente, DM, conociendo la manera en que esos valientes testigos sirvieron al Señor iniciando el proceso reformador más importante de la historia de la civilización.

 

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Notas

Ilustración: ‘El Apóstol Pablo predicando en Atenas’ es uno de los siete modelos para tapices denominados Cartones de Rafael, producidos por el pintor renacentista Rafael Sanzio (1483-1520). Originalmente pintados para la Capilla Sixtina del Vaticano, cuatro terminaron en el Victoria and Albert Museum de Londres, donde se exhiben.

01.  https://es.wikipedia.org/wiki/Las_95_tesis

02.  J.C. Varetto (1879-1953), escritor italiano convertido a Jesucristo escribió de manera accesible sobre la historia de la iglesia cristiana. Sus libros ‘La marcha del Cristianismo’ y ‘’La Reforma religiosa del siglo XVI’ son dos volúmenes consultados por muchos escritores de habla hispana, desde la segunda mitad del siglo pasado.

03.  http://protestantedigital.com/magacin/40402/Jesucristo_el_primer_reformador

04.  Mateo 16:18.

05.  Hebreos 9:10.

06.  ‘La marcha del cristianismo’ pdf Volumen I, páginas 2-3.

07.  Hechos 1:6.

08.  Ibíd. 1:7.

09.  ‘La marcha del cristianismo’ pdf Volumen I, páginas 3-7.

10.  Quinto Septimio Florente Tertuliano (ca.160 – ca.220) nació, vivió y murió en Cartago (hoy Túnez). Fue un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III y ejerció una gran influencia en las iglesias occidentales de la época. Por haberse unido al movimiento montanista es, junto con Orígenes, el único ‘padre de la Iglesia’ que no fue canonizado por la ICAR. Para la ICAR el testimonio de estos ‘padres de la Iglesia’ es considerado como el  ‘testimonio de la fe y de la ortodoxia en la Iglesia católica’. Para el protestantismo evangélico, esos escritos ‘patrísticos’ son eminentemente testimoniales y solo tras una sólida exégesis de la Biblia se aceptan aquellos que corroboren la doctrina de Jesucristo y sus Apóstoles.

11.  Cayo Julio César Augusto Germánico (31/08/12 – 24/01/41), alias Calígula, emperador romano entre el 16/03/37 y el día de su muerte por asesinato. Para la mayoría de sus críticos gobernó como un ‘tirano demente’.

12.  Sócrates (470 a.C. – 399 a. C.) nació en Atenas. No dejó escritos. Se le atribuyen el pensamiento inductivo y la búsqueda de definiciones generales.

13.  Platón (427 a.C. – 347 a.C.) nació en Atenas o Egina. Entre otras obras universales es autor de ‘La República’.

14.  Aristóteles (384 a.C. – 322 a. C.) nación en Estagira. Entre sus obras se destacan ‘Metafísica’ y ‘La Política’.

15.  Mateo 13:57; Marcos 6:4.

16.  ‘La marcha del cristianismo’ pdf Volumen I, páginas 7-16.

17.  Juan 15:20.

Importante: las negritas son énfasis de este autor.

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