Tres verdades inapelables

Nos referimos a la creación de Dios, su amor por la humanidad y la gratuidad de la salvación.

30 DE JULIO DE 2016 · 17:55

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1ª) Dios nos creó y no nosotros a nosotros mismos

Esta verdad explicada de forma tan sencilla, a la vez que abreviada, nos puede parecer una completa simplicidad, pero describe perfectamente una de las verdades universales más clamorosas que existen.

Somos la obra maestra de Dios. La más extraordinaria ingeniería genética que existe en el universo es el mismo hombre y la misma mujer, creados con una complejidad orgánica, tanto biológica como psíquica, considerando también la parte inmaterial como es la conciencia que actúa en nuestra alma y, por supuesto, la espiritualidad humana que nos aleja de nuestros presuntos ancestros del registro fósil. Porque convengamos que el eslabón perdido nunca existió, somos una obra primorosa de nuestro Dios, pues cuando Él nos diseñó en los albores de la historia humana (no hablamos de la prehistoria ni de la protohistoria, porque son una auténtica falacia como la de los extraterrestres que no están en ninguna parte, solamente en nuestra imaginación) nuestro Creador ya había soñado con nuestra singular especie, desde antes de la fundación del mundo. Como diría el salmista de la antigüedad, yo también me pregunto en mi soliloquio mental: ¿Quiénes somos nosotros para que Dios nos haya dotado de tantos favores y misericordias? Y también le digo a Elohim: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?

La vida es un regalo divino que hemos de poner en valor por encima de todo lo demás. Cada uno de nosotros poseemos una singularidad especial porque tenemos la oportunidad de ser quienes somos, no por el azar de un esperma perdido y un óvulo fecundado accidentalmente, sino que esta soberana conjunción de millones de posibilidades se convirtió en alguien tan extraordinario como tú que tienes vida propia e inteligente. Dios te eligió exactamente a ti y tú eres alguien irreemplazable en la comunidad humana y en el tiempo en que Él quiso que tú nacieras.

 

2ª) Dios ama a todos los seres humanos, sin excepción

Esta fue la gran revelación divina al mismo apóstol Pedro después de la visión del gran lienzo celestial sobre la universalización de la salvación, más allá del pueblo elegido. La divina declaración fue “que Dios no hace acepción de personas” y esto nos lleva a pensar que para Dios nadie es mejor que cualquier otro, que Él no mira si somos de perfil bajo o alto o si somos de una raza en particular. La parábola del hijo pródigo nos muestra a un Dios que ama a su criatura incondicionalmente y esto es mucho decir, pero es absolutamente cierto, y este amor tan impresionante me llena de una enorme admiración por este buen Dios que amó de una manera tan inenarrable al mundo entero con el propósito de que todo aquel que en él creyera no se perdiera, sino que tuviera vida eterna.

Nadie es más tolerante que el Dios que nos creó y nos otorgó el arriesgado don del libre albedrío. Cuando oigo hablar de tolerancia o intolerancia, observo la buena intención de algunos, pero también la picardía de muchos otros al respecto. Porque muchos reivindican tolerancia cero contra la intolerancia de cualquier signo, pero aún en este sentido nos damos cuenta de que los supuestamente tolerantes no admiten el pensamiento disidente, aunque en algunos casos intentan enmascararlo y en otros, manifiestan la misma agresividad que denuncian en los demás y una exagerada susceptibilidad contra quienes contravienen sus postulados o puntos de vista diferentes. Conclusión elemental: la tan cacareada tolerancia es una total hipocresía en muchos casos que alardean de tolerancia democrática.

 

3ª) La salvación de Dios es completamente gratuita

Me asombra saber que la eterna salvación de nuestras almas es un maravilloso don de la gracia de Dios. Aunque hubiéramos llegado a vivir diez mil vidas, nunca podríamos haber pagado algo tan altamente valioso como es nuestra salvación personal. Nos cuesta asimilar la idea de que no hay nada que pagar, porque la inmensa deuda de nuestros pecados quedó totalmente cancelada en la cruz del Calvario por el sacrifico vicario de nuestro bendito Salvador, el Señor Jesucristo.

Quienes experimentan el gozo y la enorme satisfacción de la salvación se pueden dar cuenta de que para ellos se escribe una nueva historia, porque una nueva y apasionante aventura de la vida con Cristo comienza aquí y ahora y finaliza en la misma patria celestial.

Por esta enorme bienaventuranza que disfrutamos ahora mismo, debemos celebrar cada día la bendición y la alegría de ser cristianos. Porque ser verdaderos hijos de Dios nos convierte en seres realmente privilegiados sin merecerlo y esta es la tremenda bondad del Señor hacia nosotros, en que siendo lo que éramos, pecadores completamente perdidos, Cristo murió por nosotros.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - Tres verdades inapelables