El miedo

Al ser acompañado por su Creador sabe que es inmortal e invulnerable; pero también es consciente de que el peligro, la tentación y la muerte lo acechan en la soledad. 

03 DE JULIO DE 2016 · 06:25

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Cualquier lector de este “aprendiz de escribidor” sabe que la Historia es distinta según quien la escriba: según su emoción, su afiliación política y su distancia. No es la misma contada por el Norte, el Sur, el Mediterráneo o el Atlántico. Pero también varía de acuerdo con el eje alrededor del cual se la observe girar. Ese eje no es siempre -aunque debería ser- el hombre, los pueblos y mucho menos los ciudadanos votantes. A veces es la guerra, o la opresión de unos sobre otros; otras, la manipulada versión de los hechos, cada día más el “poderoso caballero don dinero”, casi nunca el amor. Pero siempre hay un lado oscuro enlutado que planea por encima de todas las versiones; siempre hay un disfrazado protagonista: el miedo. Esquivarlo o protegerse de él es el origen y la finalidad de toda civilización. Aún no se ha conseguido. Más bien podemos decir, dando la vuelta a su propio destino, que parece ser que es la propia civilización precisamente quien nos da más miedo: un miedo provocado por sus beneficiarios.

Con el miedo, tras la caída del hombre, comienza, en efecto, la historia de la Humanidad: a la pérdida del Edén, a la soledad, al dolor, a las fieras, a la bestialización humana, a la noche que se lleva la luz irreversible, a la enigmática desaparición por la muerte. Pero el hombre, si empieza a reflexionar sobre las revelaciones del Creador y las tareas encomendadas comprueba, a tientas, poco a poco, que sólo es inmenso lo que no abarca él; sólo tenebroso, lo que no conoce; sólo temible, lo que no comprende; pero aun así, teniendo aún la imago Dei echa a andar contra el miedo. Y en la medida que crece en su ser interior rechaza con superioridad y suficiencia los fantasmas del miedo, los monstruitos del sueño de la razón, las momias de labiales políticos que se desvendan a sí mismos, las carcajadas sardónicas de los necios. El ser acompañado por su Creador sabe que es inmortal e invulnerable; pero también es consciente que el peligro, la tentación y la muerte lo acechan en la soledad.

He conocido a un niño, que muy niño tenía no pocos miedos. A consecuencia de haber visto la película Paralelo 38, pasó muchas noches de miedo pensando en los horrores de la guerra, tanto que pidió dormir con su amada abuela. Aun así, el ruido del corral de su casa, el que hacia la frondosa higuera que poseía, le hacía pensar que monstruos como tanques y aviones traían sus cargas mortíferas; y eso que no eran tiempos de dragones ni bestias como los de “Jurassic Park”; “La Cosa”; “Jaw”; “Gremlins” o “Alien: el octavo pasajero”; sí, vivió noches de espasmos. Adolescente ya, cruzaba los callejones oscuros silbando para alejar los miedos, y siendo noticias del viejo periódico “El Caso”, con sus atracos, el “hombre del saco” y otros asesinatos (¡ni comparación con la actualidad! aquellos días eran de cenicienta con la actualidad), cuando debía adentrarse en barrios difíciles, lo hacía con los puños prietos por si tenía que defenderse. Ese niño era yo.

Sobre los doce años, conocí el Evangelio de Jesucristo y aprendí que la Verdad me hacía libre. La fe me curó de los tontos espantos, y aun sintiendo razonables temores empecé a triunfar sobre el miedo. Miedo a los profesores que podían anular mi beca para estudiar Bachiller; al fracaso o al éxito; al castigo justo o injusto; a la verdad o a la mentira; a la humillación o al desprecio de los demás por causa de mi fe Protestante. Miedo a la decepción de la amistad, y al enemigo real o imaginario. Miedo al miedo, que es capaz de transformarnos en cómplices de cuanto malo hay en el mundo. Perdí el miedo a proclamar nuestra verdad frente a las monótonas medias verdades de los otros…

“Desde el Corazón” me siento libre de “miedos” como me lo planteó y me lo sigue recordando, quien me amó más que nadie, con autoridad y raciocinio. Aparte de las fuerzas sobrehumanas que la Revelación de Dios nos ofrece, sé también que nadie más que yo en mi interior puede dañarme. Quien lo intente, sin mi consentimiento, es que desea beneficiarse. A este lo resisto, huyo de él, no trato de amistarle. Frente a las zancadillas, los falsos juicios, los desaires de los poderosos, las falsedades de los políticos, las engañosas filosofías, los charlatanes religiosos, siento tristeza y asco: miedo no. Frente a las agresiones, los lobos vestidos de corderos, los calumniadores, siento menosprecio y en ocasiones rabia, pero miedo no. Grabo en el corazón el “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Trato de ser por dentro y por fuera, todo lo independiente que puede ser un hombre, fuerte en el espíritu.

“Desde el Corazón” no sé si seré, más adelante un gran hombre, del que todos –los que me sobrevivan- se mostrarán orgullosos y satisfechos. Pero si así fuera, no querría que olvidaran que tuve mis miedos de niño, de adolescente, de adulto y como cristiano. Pero también cuánta gracia y bondad recibí del Todopoderoso; al tiempo que pensaba que todos los cobardes son mentirosos, porque no se atreven a reconocerlo. Cuando la visión más valiente de la vida es el ver a un hombre luchando con la adversidad. Comprendo “Desde el Corazón” el gran don de Jesús: “mi paz os dejo, mi paz os doy, no es como el mundo la da, así que no os angustiéis ni temáis”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - El miedo