El libre albedrío: un esclavo

Quien cree con plena convicción que el hombre se vuelve a Dios por su propio libre albedrío, no puede haber recibido esa enseñanza de Dios; pues Él es ‘Alfa’ y ‘Omega’ en nuestra salvación.

02 DE JULIO DE 2016 · 17:50

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En nuestra primera entrega sobre el ‘libre albedrío’ (1) recurrimos a un teólogo contemporáneo. John MacArthur nos explicaba su visión desde la doctrina de la predestinación. En esta de hoy repasaremos lo que sostenía al respecto un histórico de la predicación del Evangelio, Carlos H. Spurgeon (2). El ‘Príncipe de los predicadores’ vivió solo 58 años; pero lo hizo de tal manera e intensidad que dejó tras sí las enseñanzas propias de un verdadero discípulo de Jesucristo. 

De uno de sus encendidos sermones (3) en la capilla londinense de New Park Street en 1855, leeremos acerca de su visión bíblica de la salvación del hombre, en contraste con la errónea doctrina que se enseñaba - y aún hoy se sigue enseñando - respecto del libre albedrío. 

Lo haremos en tres sucesivos artículos, DM.

 

Un solo versículo en todo el contexto bíblico

"Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." (4)

Usualmente, cuando se explica este texto, las divisiones son: primero, que el hombre tiene voluntad. Segundo, que es enteramente libre. Tercero, que los hombres deben decidir venir a Cristo por ellos mismos, de lo contrario no serán salvos. 

 

El libre albedrío: un esclavo

Yo estoy de acuerdo con la rotunda afirmación de Martín Lutero que dice: 

"Si algún hombre atribuye una parte de la salvación al libre albedrío del hombre, aunque sea lo más mínimo, no sabe absolutamente nada acerca de la gracia, y no tiene el debido conocimiento de Jesucristo." 

Puede parecer un concepto duro, pero aquel que cree con plena convicción que el hombre se vuelve a Dios por su propio libre albedrío, no puede haber recibido esa enseñanza de Dios, pues ese es uno de los primeros principios que aprendemos cuando Él comienza a trabajar en nosotros: que no tenemos ni voluntad ni poder, sino que ambos los recibimos de Él; que Él es "el Alfa y la Omega" en la salvación de los hombres.

I. Entonces, en primer lugar, nuestro texto indica que los hombres están muertos por naturaleza. Ningún ser necesita buscar la vida si tiene vida en sí mismo. El texto habla de manera muy fuerte cuando afirma: "Y no queréis venir a mí para que tengáis vida." Aunque no lo dice con las palabras, efectivamente está afirmando que los hombres necesitan otra vida que la que tienen. Queridos lectores, todos nosotros estamos muertos a menos que seamos engendrados a una esperanza viva. 

Todos nosotros, por naturaleza, estamos legalmente muertos: 

"el día que de él comieres, ciertamente morirás," le dijo Dios a Adán (5); y aunque Adán no murió en ese momento físicamente, murió legalmente; es decir, su muerte quedó registrada en su contra. 

Aunque pueda transcurrir todavía un mes antes de que sea llevado al cadalso para que se cumpla la sentencia, la ley lo considera un hombre muerto. Es imposible que ese hombre realice ninguna transacción. No puede heredar nada ni puede hacer un testamento; él no es nada: es un hombre muerto (6). Su país considera que no tiene ninguna vida. Si hay elecciones, él no puede votar porque está considerado como muerto. Está encerrado en su celda de condenado a muerte, y es un muerto vivo. 

¡Ah! Ustedes, pecadores impíos, que nunca han tenido vida en Cristo, ustedes están vivos hoy, por una suspensión temporal de la sentencia, pero deben saber que ustedes están legalmente muertos; que Dios los considera así, que el día en que su padre Adán tocó el fruto, y cuando ustedes mismos pecaron, Dios, el Eterno Juez, los ha condenado. 

Ustedes tienen opiniones muy elevadas acerca de su propia posición, y de su bondad, y de su moralidad. ¿Dónde está todo eso? La Escritura dice que "ya han sido condenados." No tienen que esperar el día del juicio para escuchar la sentencia (allí será la ejecución de la sentencia) ustedes "ya han sido condenados." 

En el instante en que pecó cada uno ha sido sentenciado a muerte por Dios, a menos que encuentre un sustituto por sus pecados en la persona de Cristo.

¿Qué pensarían ustedes si entraran en la celda de un condenado a muerte, y vieran al reo sentado riéndose muy feliz? Ustedes dirían: 

"Ese hombre es un insensato, pues ya ha sido condenado y va a ser ejecutado; sin embargo, cuán feliz está." 

¡Ah! ¡Y cuán insensato es el hombre del mundo, quien, aunque tiene una sentencia registrada en su contra, vive muy contento! ¿Piensas tú que la sentencia de Dios no se cumplirá? 

Dios dice que ya has sido condenado. (7) Si tan sólo pudieras sentirlo, esto mezclaría gotas amargas en tu dulce copa de gozo; tus bailes llegarían a su fin, tu risa se convertiría en llanto, si recordaras que ya has sido condenado. Todos nosotros deberíamos llorar si grabáramos esto en nuestras almas: que por naturaleza no tenemos vida ante los ojos de Dios; que estamos en realidad, positivamente condenados; que tenemos una sentencia de muerte en contra nuestra, y que somos considerados por Dios tan muertos, como si en realidad ya hubiésemos sido arrojados al infierno. Aquí ya hemos sido condenados por el pecado. Aun no hemos sufrido el correspondiente castigo, pero la sentencia ya está escrita y estamos legalmente muertos. Tampoco podemos encontrar vida a menos que encontremos vida ante la ley en la persona de Cristo, de lo que hablaremos más adelante.

Pero, además de estar legalmente muertos, también estamos muertos espiritualmente

"El día que de él comieres, ciertamente morirás," se cumplió, no solamente por la sentencia que fue registrada, sino por algo que ocurrió en Adán. De la misma forma que en un momento determinado, cuando me muera, la sangre se detendrá, cesará de latir el pulso, los pulmones dejarán de respirar, así el día que Adán comió del fruto, su alma murió. 

Su imaginación perdió su poder maravilloso de elevarse hacia las cosas celestiales y ver el cielo, su voluntad perdió el poder que tenía para elegir siempre lo bueno, su juicio perdió toda la habilidad anterior de discernir entre el bien y el mal, de manera decidida e infalible, aunque algo de eso fue retenido por la conciencia; su memoria quedó contaminada, sujeta a recordar lo malo y olvidar lo bueno; todas sus facultades perdieron el poder de la vitalidad moral. 

La bondad, que era la vitalidad de sus facultades, despareció. La virtud, la santidad, la integridad, todas estas cosas, eran la vida del hombre; pero cuando desaparecieron, el hombre murió.

Y ahora, todo hombre, está "muerto en sus delitos y pecados" espiritualmente. En el hombre carnal el alma no está menos muerta de lo que está un cuerpo cuando es depositado en la tumba; está real y positivamente muerta: no a la manera de una metáfora, pues Pablo no está hablando de manera metafórica cuando afirma: 

"Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados." (8)

Pero, queridos lectores, nuevamente quisiera poderles predicar a sus corazones en relación a este tema. Ha sido algo penoso tener que recordarles que la muerte ya está registrada; pero ahora tengo que hablarles y decirles que la muerte ya ha ocurrido, efectivamente, en sus corazones. Ustedes no son lo que antes eran; ustedes no son lo que eran en Adán, ni son lo que eran cuando fueron creados. El hombre fue creado puro y santo. Ustedes no son las criaturas perfectas que algunos presumen ser; ustedes están completamente caídos, completamente extraviados, llenos de corrupción y suciedad. ¡Oh! Por favor no escuchen el canto de sirena de quienes les hablan de su dignidad moral, o de su elevada capacidad en los asuntos de la salvación. Ustedes no son perfectos; esa terrible palabra "ruina," está escrita en sus corazones; y la muerte está sellada en su espíritu.

No pienses, oh hombre moral, que tú serás capaz de comparecer ante Dios sólo con tu moralidad, pues no eres otra cosa que un cadáver embalsamado en legalidad, un esqueleto vestido elegantemente, pero finalmente putrefacto a los ojos de Dios. ¡Y tampoco pienses tú, que posees una religión natural, que tú puedes hacerte aceptable ante Dios mediante tu propia fuerza y poder! ¡Vamos, hombre! ¡Tú estás muerto! Y tú puedes maquillar a un muerto tan gloriosamente como te plazca, pero no dejará de ser una absoluta burla. 

Allí está la reina Cleopatra: con una corona sobre su cabeza, vestida con sus mantos reales, siendo velada en la sala mortuoria. ¡Pero qué escalofríos recorren tu cuerpo cuando pasas junto a ella! Aun en su muerte, se ve bella. ¡Pero cuán terrible es estar junto a un muerto, aun si se trata de una reina muerta, muy celebrada por su majestuosa belleza! Así también tú puedes tener una belleza gloriosa y ser atractivo, amable y simpático; te pones sobre tu cabeza la corona de la honestidad, y te vistes con los vestidos de la rectitud, pero a menos que Dios te haya dado vida ¡oh, hombre! a menos que el Espíritu haya obrado en tu alma, tú eres a los ojos de Dios tan desagradable, como ese frío cadáver es desagradable para ti. 

Tú no elegirías vivir con un cadáver para que comparta tu mesa; tampoco a Dios le agrada tenerte ante sus ojos. Él está airado contigo cada día, pues tú estás en pecado: tú estás muerto. ¡Oh! Debes creer esto; deja que penetre en tu alma; aplícalo a ti, pues es muy cierto que estás muerto, tanto espiritualmente como legalmente.

El tercer tipo de muerte es la consumación de las otras dos. Es la muerte eterna. Es la ejecución de la sentencia legal; es la consumación de la muerte espiritual. La muerte eterna es la muerte del alma; tiene lugar después que el cadáver ha sido colocado en la tumba, después que el alma ha salido de él. Si la muerte legal es terrible, es debido a sus consecuencias; y si la muerte espiritual es espantosa, es debido a todo lo que viene después. Las dos muertes de las que hemos hablado son la raíz, y esa muerte que vendrá es la flor que nace de esa raíz.

¡Oh! quisiera tener las palabras apropiadas para poder describirles lo que es la muerte eterna. El alma se ha presentado ante su Hacedor; el libro ha sido abierto; la sentencia ha sido pronunciada: 

"Apartaos de mí, malditos" (9) ha sacudido el universo y ha oscurecido a los astros con el enojo del Creador; el alma ha sido arrojada a las profundidades donde permanecerá con otros en muerte eterna. 

¡Oh! cuán horrible es su condición ahora. ¡Su cama es una cama de fuego; los espectáculos que contempla son de tal naturaleza que aterran a su espíritu; los sonidos que escucha son gritos sobrecogedores, y quejidos y gemidos y lamentos; y su cuerpo sólo conoce un dolor miserable! Está sumido en un dolor indecible, en una miseria que no conoce el descanso. 

El alma mira hacia arriba. La esperanza no existe, se ha ido. Mira hacia abajo llena de terror y miedo; el remordimiento se ha adueñado de su alma. Mira hacia la derecha y las paredes impenetrables del destino la mantienen dentro de sus límites para torturarla. Mira hacia su izquierda y allí los muros de fuego ardiente descartan la menor posibilidad de colocar una escalera para poder escapar. Busca en sí misma el consuelo, pero un gusano (10) que muerde dolorosamente ha penetrado en su alma. Mira a su alrededor y no encuentra a ningún amigo que le pueda ayudar, ni a ningún consolador, sino sólo atormentadores en abundancia. No tiene a su disposición ninguna esperanza de liberación; ha escuchado la llave eterna del destino girar en su terrible cerradura, y ha visto que Dios toma la llave y la lanza al fondo del abismo de la eternidad donde no podrá ser encontrada nunca. No tiene esperanza, no tiene escape, no hay posibilidad de liberación; desea ardientemente la muerte, pero la muerte es su encarnizada enemiga y no vendrá; anhela que la no-existencia lo trague, pero esta muerte eterna es peor que la aniquilación. Anhela la exterminación como el trabajador ansía el día de descanso. Espera ser tragada por la nada de la misma manera que un preso anhela su libertad. Pero nada de esto sucede: está eternamente muerta. 

Cuando la eternidad haya recorrido muchísimas veces sus ciclos eternos, estará todavía muerta. La eternidad no tiene fin. Y después de todo eso, el alma verá un aviso escrito sobre su cabeza: 

"Tú estás condenada para siempre." 

Escucha aullidos que durarán por toda la eternidad; ve llamas que no se pueden extinguir; sufre dolores que no pueden mitigarse; oye una sentencia que no retumba como los truenos de la tierra, que pronto se desvanecen, sino que va en aumento, más y más, sacudiendo los ecos de la eternidad, haciendo que miles de años se sacudan nuevamente con el horrible trueno de su terrible sonido: 

"¡Apartaos de mí! ¡Apartaos de mí! ¡Apartaos de mí! ¡Malditos!" Esta es la muerte eterna.

Hasta aquí esta primera parte en la que ‘el libre albedrío’ es símbolo de la esclavitud del hombre al pecado que lo condena a muerte. Próximamente veremos, si el Señor lo permite: 

II. a) En Cristo Jesús hay vida y II b). Halla vida eterna quien la busca en Cristo Jesús; y III. Por su naturaleza, ningún hombre vendrá a Cristo. El Señor nos ayude a considerar estos escritos para agradecer a Dios por su amor inefable y para ocuparnos seriamente de nuestra salvación cada día con la guía del Espíritu Santo.

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Notas

Ilustración: http://www.historiayarqueologia.com/profiles/blogs/la-cruel-vida-de-los-esclavos-en-el-antiguo-egipto?xg_source=activity

01. El libre albedrío ¿ayuda o complica? Agentes de Cambio, Magacín del 26/06/2016.

02.   Charles Haddon Spurgeon (19/06/1834 – 31/01/ 1892) Reino Unido.

03.   El Libre Albedrío: Un Esclavo No. 52 Sermón predicado el Domingo 2 de Diciembre de 1855 por Charles Haddon Spurgeon En La Capilla New Park Street, Southwark, Londres.

04.   Juan 5:40.

05.   Génesis 2:16, 17.

06.   Ezequiel 18:4, 20.

07.   Juan 3:18.

08.   Efesios 2:1, 5; Colosenses 2:13.

09.   Salmos 6:8; 119:115; Mateo 7:23; 25:41; Lucas 13:27.

10.   Isaías 66:24; Marcos 9:44, 46, 48; Hechos 12:23.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Agentes de cambio - El libre albedrío: un esclavo