¿Qué entendemos por ‘predicar el Evangelio’?

¿De qué depende que los que oyen lleguen a una comprensión espiritual del mensaje del Evangelio? ¿De qué dependen la vitalidad y la eficacia de la predicación? ¿Qué predicamos?

21 DE FEBRERO DE 2016 · 19:30

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Concluimos con este artículo la entrega tomada del libro ‘La doctrina de la cruz de Cristo’ que aún es leída a treinta años de la promoción celestial de H. A. Alonso, su autor.

Ya se explicó la naturaleza sobrenatural del Mensaje que consiste en la encarnación del Verbo creador y redentor en una persona de carne y hueso. Jesucristo es aquél hombre perfecto, sin pecado, único Hijo de Dios a quien el Padre envió para reconciliar al mundo con Él.

 

¿Qué entendemos por ‘predicar el Evangelio’?

En tres pinceladas ricas en colorida información y con argumentos respaldados por otros sólidos comentaristas bíblicos, el autor concluye esta extensa obra. 

Cada una de las tres preguntas que propone nos confronta individual y colectivamente como siervos de justicia y familia de Dios en este tema nunca agotado de la predicación del Evangelio. Cito a Alonso:

 

¿De qué depende que los que oyen lleguen a una comprensión espiritual del mensaje del Evangelio?

Notemos que un mero asentimiento al mensaje es importante, pero no es todavía fe verdadera. En primer lugar, porque para entender el verdadero significado de los hechos redentores hace falta una obra de Dios; se requiere una iluminación del entendimiento que está más allá de la comprensión ordinaria1. Esta iluminación es la que brinda el Espíritu Santo, quien da su propio testimonio junto con la palabra escrita y predicada 2.

En segundo lugar, el mero asentimiento no es suficiente porque cuando el Espíritu Santo revela al alma la verdadera naturaleza de Cristo y la verdadera naturaleza del hombre como un pecador perdido, que no tiene otra salvación excepto en Cristo, entonces algo fundamental tiene que ocurrir; el mensaje predicado lleva con él una reorientación de las emociones y de la voluntad, de modo que pueda haber una reorientación de la vida entera, que implica un compromiso con Dios y con su verdad. Sí, la fe viene por el oír; viene por oír esta Palabra de Cristo mediante la voz del Espíritu Santo, que se hace audible para el espíritu del hombre.

Hay que recordar otra vez que el Evangelio nunca es entendido y creído, excepto por aquellos que, según la promesa, son ‘enseñados por Dios’ 3. El poder viene de Dios, pero lo fundamental es que el Espíritu Santo pone su sello de aprobación cuando Cristo está presente en el mensaje que se predica. Así los hombres son enseñados por Dios.

La fe surge de lo que es oído. Es la predicación del Evangelio aquello que produce la creencia en él 4. Es decir, en tanto que el Evangelio sea predicado en el poder del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios engendra la fe en el mensaje de salvación a los corazones. La cosa oída, el mensaje del Evangelio, viene a través de la Palabra de Cristo. Este anuncio debe caer de los labios de Cristo; pero esto no es semejante a la mera palabra humana que pronto se disipa, sino que se trata de una palabra viviente que actúa como el medio para producir esta fe, y que resuena en el oído espiritual del hombre. Cuando Pablo formula estas conclusiones tan grandes, no puede menos que volver sus pensamientos al gran capítulo 53 de Isaías, cuando dice:

‘Mas no todos obedecieron al Evangelio; pues Isaías dice: Señor. ¿quién ha creído a nuestro anuncio?’ 5 Cita así al gran capítulo de Isaías que tanto ha contribuido a la interpretación que el Nuevo Testamento hace de la pasión y triunfo de Jesucristo 6.

La pregunta que se hace el apóstol es la del profeta que preanunciaba que Israel no creería, ni antes ni aun después, cuando el Mesías vendría al mundo. Esa misma Escritura es también citada por el apóstol Juan, para registrar el hecho de que el pueblo de Israel no creería en Jesús como el Mesías durante su ministerio en Jerusalén 7.

 

¿De qué dependen la vitalidad y la eficacia de la predicación?

Pablo llega a una gran conclusión: ‘Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios’.8 Este versículo resume todo lo anterior. Primero hay que hacer exégesis, es decir, hay que ver qué dice el texto. Literalmente dice: Así entonces la fe del oír, pero el oír a través de la Palabra de Cristo pues el griego no tiene verbo en esta cláusula, pero en castellano se requiere uno; y de allí que se diga que la fe viene.

La frase final, que en la versión Reina-Valera 1960 dice ‘por la palabra de Dios’ debe traducirse, según los mejores manuscritos, como ‘la palabra de Cristo’.9 Significa tanto ‘predicar acerca de Cristo’ como ‘el mensaje acerca de Cristo’. Algunos traducen ‘predicar a Cristo’.10

E. Trenchard señala que, sobre la base de los mejores textos griegos, debe leerse ‘la fe, pues, viene por el oír (por la comprensión espiritual del mensaje), y el oír por la palabra de Cristo’.

F. F. Bruce indica que día rhematos Cristou equivale a ‘la comisión de Cristo’ y que, relacionando esta cláusula con el versículo 8 que precede, indicaría la sustancia del mensaje: Cristo quien ha de ser recibido por la fe. 

Es importante destacar que la fe es considerada no como una obra del hombre ni como teniendo algún valor místico en sí misma; en la fe siempre se destaca su instrumentalidad. La fe es el medio para que el pecador culpable se apropie de Cristo, de su obra redentora.

La Palabra de Cristo es la predicación de Cristo, el mensaje del Evangelio, el cual despierta la fe en aquellos que oyen 11. Así, algunas versiones traducen el versículo 17: ‘concluimos que la fe es despertada por el mensaje y el mensaje que despierta viene a través de la Palabra de Cristo’.

Es notable la traducción que hace Newell: ‘Luego la fe viene de un anuncio, mas el anuncio por medio de la Palabra de Cristo.’ Este autor ha traducido antes el versículo 14 así: ‘¿Y cómo han de creer en Aquel a quien no han oído?’ 12 Por eso, agrega ahora que debe haber un mensaje y un mensajero enviados por Dios. Pero Cristo acompaña esta palabra predicada por medio de su voz todopoderosa, que Él expresa así: ‘La hora viene, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyeren vivirán.’ 13

Es una palabra ‘vivificada la que crea una fe viva’. 14 Es aquí en donde aparece el impulso misionero. Cristo debe, en efecto, pronunciar su Palabra creadora desde el cielo ‘... y nos ha encomendado la palabra de la reconciliación’.

¿Cómo despertamos en el hombre la fe y la confianza? 15 Nadie tendrá fe verdadera si no es introducido en el mensaje de la Biblia; esencialmente en el mensaje de la cruz. Todo esto subraya la importancia del contenido del mensaje de predicación. El Espíritu Santo da su aprobación cuando el mensaje exalta a Cristo en su gloria como Salvador. 

La eficacia del mensaje depende del Espíritu Santo, incluyendo el contenido del mensaje. Éste no puede ser otro que una presentación de los hechos redentores y una explicación de su significado espiritual, siguiendo el texto bíblico. 

La pregunta que tenemos que hacernos es si estamos haciendo algún esfuerzo para que nuestra predicación se ajuste a este criterio. Hay que afirmar, pues, enfáticamente, que no hay otra manera de oír a Cristo que mediante una exposición de las palabras y de las obras registradas en la Santa Escritura, proclamadas mediante predicadores enviados por el mismo Señor. Y hay que afirmar, con igual énfasis, que no hay otra manera de recibir a Cristo. Es mediante el recibir y el creer las palabras y las obras registradas en la Santa Escritura, proclamadas mediante predicadores del Evangelio, que Cristo mismo es recibido y es creído.

 

¿Qué podemos hacer para que nuestra predicación tenga vitalidad?

Es fundamental comprender que Pablo está enseñando que para que el pecador clame a Dios la fe debe nacer de la Palabra del Evangelio predicada por mensajeros enviados por Dios. Esto significa que nosotros somos heraldos de Cristo a través de quienes los hombres escuchan a Cristo mismo, solamente cuando transmitimos su Palabra 16.

Hemos arribado a un punto crucial para entender qué concepto tenía Pablo en cuanto a la fe que salva. La doctrina del gran apóstol, contenida en varias de sus cartas, es que el Evangelio debe ser comunicado a la mente de los hombres a través de la instrumentalidad de la Palabra, así como a través de la intervención del Espíritu Santo. 

Esto ocurre cuando el predicador depende del Espíritu Santo y no de sí mismo para preparar y para predicar su mensaje. Los hombres son salvos por Cristo. Ser salvos por Cristo significa ser salvos mediante el conocimiento vital, experimental de Cristo, conocimiento que es comunicado a través de la predicación. La fe resulta de oír el mensaje, y este oír viene (o es) a través de la Palabra de Cristo, es decir, a través del hablar que Cristo hace del mensaje, por la boca de sus mensajeros 17.

El oír requiere la intervención de nada menos que la Palabra del Señor mismo, que debe ser pronunciada y oída. Esto establece la gran responsabilidad que pesa sobre los que predican porque esto significa que el predicador es un heraldo de Cristo a través de quien los hombres han de oír al Señor mismo; esto ocurre cuando la predicación consiste en una exposición del texto bíblico. Esto ocurre cuando el predicador depende del texto y no de su imaginación. Que cada uno aprenda a predicar mediante una exposición de la Palabra, así como ha sido revelada, y de una manera tal que el Espíritu Santo pueda poner sobre ella su sello de aprobación.

Toda palabra iluminadora, salvadora, la ha pronunciado Dios. Nosotros tenemos el privilegio y el mandato de repetirlas, de retomar su fuerza original, cuando las exponemos en detalle, explicando el texto bíblico.

En un sentido definitivo, sigue siendo fundamental en la predicación que recordemos que para llegar a los hombres toda palabra salvadora debe ser pronunciada por Dios.

 

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Notas

Ilustración: http://www.theology-matters.com/

01.  1ª Corintios 2.    

02.  Lenski, Romans, pág. 668.

03.  Isaías 54:13; Juan 6.

04.  Alford.

05.  Romanos 10:16.

06.  Es notable que todos los versículos de Isaías 53 están citados en el Nuevo Testamento; ni uno solo de ellos falta.

07.  Juan 12:38.

08.  Romanos 10:17.

09.  E. Trenchard, Romanos, pág. 276. Straubinger y otros coinciden.

10.  Earle, Romans. pág. 202. Nota del autor de esta nota: compárese con 1ª Corintios 1:23.

11.  Bruce, Romans, pág. 209.

12.  Newell, Ro., pág. 321. 

13.  Juan 5:25.

14.  Nida, ob. cit., pág. 205.

15.  W. Barclay, Romans, El pensamiento de Pablo, pág. 135.

16.  Lenski, ob. Cit., pág. 662.

17.  Crainfield, Romans, pág. 537.

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