El poder transformador de la palabra XV

Ha sido todo un placer abrir nuevamente las páginas de un libro escrito por S. Park: ‘Junto al mar de Tiberias’.

13 DE FEBRERO DE 2016 · 18:23

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Incorporo a mi modesta biblioteca un nuevo libro esencial. Se trata de Junto al mar de Tiberias, escrito por Stuart Park y recientemente publicado por Ediciones Camino Viejo (distribuido por Publicaciones Andamio).

Ha sido todo un placer abrir nuevamente las páginas de un libro escrito por Park. Nada más recibirlo me adentré en el recorrido que nos plantea por el Evangelio de S. Juan, el cual, según Park, "registra algunas de las palabras más sublimes jamás pronunciadas por labios humanos...".

Este evangelio "es también el de los extensos discursos en los que Jesús reveló su identidad como único Hijo de Dios". Como es de nuestro conocimiento, y así nos lo recuerda el autor, el texto nos acerca a las señales que hizo Jesús, cuyo propósito nos lo revela el propio evangelista: "hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre".

 

El poder transformador de la palabra XV

Relevante es destacar "que el fenómeno de las señales como elemento integrador del Evangelio según S. Juan requiere una reflexión previa, debido tanto al escepticismo que provoca toda manifestación milagrosa en unos, como al desmedido entusiasmo que parece suscitar cualquier apariencia supuestamente sobrenatural en otros". Y cita lo que dijo Jesús en Juan 4.48: "si no viereis señales y prodigios, no creeréis".

No me cuesta afirmar que este ensayo sigue la estela de la importante literatura cristiana que viene escribiendo Stuart Park, motivo por el cual bien se le reconoció, el pasado año en Salamanca, con el "Premio Jorge Borrow de Divulgación Bíblica". 

Teniendo en cuenta la cercanía física y amical de este escritor afincado en Valladolid, decidí formularle algunas preguntas que incitaran a una lectura más profunda de este libro.

 

P.- ¿Con qué propósito ha escrito "Junto al mar de Tiberias", un libro que acaba de ser publicado por Ediciones Camino Viejo? ¿Por qué eligió este título?

R.- El libro es fruto de toda una vida de lecturas y relecturas del Evangelio según San Juan,  con el asombro que producen las palabras sublimes y las hermosas escenas que registra. En esta ocasión me he centrado en las señales que hizo Jesús, siendo la primera la transformación del agua en vino en las bodas de Caná y la última, la pesca abundante cuando Jesús resucitado se apareció al tercer día a siete de sus discípulos junto al mar de Tiberias. Escogí este título para indicar la importancia de aquella escena como cierre perfecto de las señales realizadas por el Señor, y de su relevancia para nosotros hoy.

 

P.- ¿Por qué siete señales?

R.- Casi todos los comentaristas contabilizan siete señales, tal vez por similitud con las llamadas ‘Siete Palabras’, o por su simbolismo numérico, aunque no todos coinciden en cuáles deben conformar su elenco. Muchos incluyen la escena de Jesús andando sobre el mar, que culmina la alimentación de los cinco mil, y excluyen la pesca abundante a la que me he referido. El número no es importante, desde luego, y no hago énfasis en ello.

 

P.- ¿Qué ha descubierto con esta nueva lectura de esta parte del Evangelio de Juan? ¿Ha descubierto detalles que anteriormente no vio?

R.- En efecto, Jacqueline, el estudio de las señales ha supuesto un gran descubrimiento para mí, aunque se trate de la percepción de una realidad que siempre ha estado allí y que simplemente no había alcanzado a ver. Estas cosas pasan, como les sucedió a los discípulos de Emaús cuando no habían entendido la cosa más evidente del mundo. Me refiero al modus operandi del Señor, la manera en que hizo las señales, y cómo revelan su gloria.

 

P.- ¿Por qué dice que la presentación que Juan hace de Cristo ha sido y sigue siendo objeto de controversia?

R.- Muchos piensan que el cuarto Evangelio es fruto de un afán de ‘divinizar’ la figura de Jesús, una piadosa ficción más que un relato históricamente fiable. Discrepo de esta opinión, aunque el objetivo principal del libro no es el de discutirla.

 

P.- ¿Por qué estas señales realizadas por Jesús han de entenderse como vindicativas de su carácter...? En todas usted destaca la humildad de Jesús. ¿Por qué, según leemos en los textos, Él huía de todo protagonismo, no saca partido de los hechos sobrenaturales que hacía...? Por ejemplo en las Bodas de Caná cede el protagonismo a su madre, le muestra respeto, y atribuye la provisión de aquel vino en las postrimerías del banquete tanto al maestresala como al anfitrión... Podría haber respaldado su divinidad con estos hechos.

R.- De hecho, Jesús sí respaldó su divinidad con estos hechos, pero no como sería de esperar. Él mismo dijo al padre cuyo hijo estaba a punto de morir: “Si no viereis señales no creeréis”, dando a entender que la fe ha de descansar en la palabra de Cristo antes que en sus milagros, por genuinos y maravillosos que sean. En la señal de las bodas concede protagonismo a su madre, al maestresala y, finalmente, al anfitrión cuya falta de previsión había ocasionado la escasez de vino en el banquete, de manera que este recibe los parabienes por el vino ‘Gran Reserva’ que había producido Jesús. La generosidad del Señor y su deferencia hacia los responsables de la boda atestiguaron la gloria de Jesús, más, si cabe, que el hecho del milagro en sí. Por ello, dice Juan, “sus discípulos creyeron en él”.

Esta humildad ilumina todos los actos de Jesús: ningún afán de protagonismo, ni ningún alarde de su poder. Al hijo del noble lo sanó ‘a distancia’, dejando que los siervos de aquel le dieran la noticia. El enfermo de Betesda no supo la identidad de su Benefactor hasta que Jesús le halló en el templo. Cuando la multitud quiso hacerle rey, se retiró a un monte solo. Buscó al ciego de nacimiento cuando fue expulsado de la sinagoga, para mostrar su aceptación y revelar su identidad. Cuando Jesús indicó a los discípulos la ubicación del banco de peces tras la faena infructuosa en el mar, no sabían que era Jesús quien les dio la orden de echar la red. En la resurrección de Lázaro se colocó en un primer plano, pero fue por amor a Marta y María, y ante la tumba de su amigo lloró. 

 

P.- Algunos opinan que S. Juan infravalora la humanidad de Jesús... ¿Qué opina al respecto?

R.- Creo que el cuarto Evangelio revela la humanidad de Jesús tanto como su divinidad. Ningún personaje de ficción habría actuado así. Calvino pensó que la madre de Jesús esperaba un sermón moralizante por parte de su Hijo cuando señaló la falta de vino, y Matthew Henry criticó el ‘entusiasmo carnal’ de los sirvientes cuando llenaron las tinajas hasta arriba. Jesús, en cambio, resolvió magníficamente una situación socialmente embarazosa para el esposo, y suplió en abundancia (¡unos 700 litros según se calcula!) un vino de gran calidad, sin que ni el maestresala ni el anfitrión conociera su origen.

 

P.- ¿Enriquece su libro mencionar opiniones y pensamientos de autores como Jacques Ellul, San Juan de la Cruz, Calvino, Jorge Borrow, Andrew T. Lincoln...?

R.- No soy muy dado a citar muchas fuentes, ni empleo una multitud de notas a pies de página para no entorpecer la lectura. Lo haría si mis libros fuesen obras de erudición académica, que no lo son; son divulgativos, pensados para un público general, tanto creyente como no creyente. Menciono a Jacques Ellul porque él nos invita a ‘leer entre líneas’, y escuchar los silencios que iluminan el significado profundo del texto. Cito a Andrew Lincoln, ya que su magno comentario me ha servido para asegurar el sentido exacto de las palabras originales (también porque él opina que la humanidad de Jesús queda “eclipsada” en este Evangelio, opinión que no comparto). Y cito a San Juan de la Cruz por su denuncia de la milagrería tan característica de su día (y del nuestro), en favor de la palabra de Cristo. La referencia a Borrow es anecdótica, ya que él describe en ‘La Biblia en España’ un balneario de aguas terapéuticas en Lugo, que recuerda el de Betesda.

 

P.- ¿Se parecen en algo estas señales a la milagrería que asistimos hoy en día y de la que tanto se quejaba  San Juan de la Cruz?

R.- No se parecen en nada, por todo lo dicho. No hay atisbo de auto-promoción ni de vanagloria en las señales que hizo Jesús. “No busco mi gloria” -dijo el Señor -, y S. Pablo escribió: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Co. 4:5). El afán de protagonismo tan prevalente en nuestros días nada tiene que ver con la absoluta humildad de Cristo.

 

P.- Repito una pregunta que usted hace en el libro acerca de la receptividad de los beneficiarios de las acciones de Jesús. ¿Está el hombre predestinado a responder a Cristo de una manera determinada o tiene libertad para elegir?

R.- El misterio de la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre en el asunto de la fe se escapa a nuestra comprensión. Solo diré que Cristo respetó siempre la voluntad de los hombres y de las mujeres con quienes trató, y dijo a los fariseos que echaron fuera al ciego de nacimiento: “Si fueseis ciegos, no tendríais pecado”, es decir, que eran plenamente  responsables de su decisión de aceptar, o rechazar, a Jesús.

 

P.- Percibo que en el apartado dedicado a la alimentación de los cinco mil, usted nos quiere transmitir que Dios también se preocupa por las necesidades físicas del hombre, además de las espirituales y de otra índole.

R.- Claro que sí. Jesús no quiso despedir a la multitud, porque tenían hambre. Sanó a un muchacho a punto de morir. Dio fuerzas al enfermo de Betesda, y vista al ciego de nacimiento. Pero en cada caso se trata de “señales”, registradas con un propósito que va más allá de lo físico o material, sin descuidarlo, como el propio evangelista explicó: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. El propósito último de aquellas señales ha sido, y es, generar fe en el Hijo de Dios. 

Escribió Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.  La gracia del Hijo de Dios, junto con su verdad, resplandecen a través de las señales que hizo, como este pequeño libro aspira a demostrar.

 

Para finalizar, solo comento que Park nos hace repasar el Evangelio de Juan con ojos nuevos. Nos hace adentrarnos en cada una de las señales realizadas por Jesús, pero también nos hace mirar más allá. Nos maravillamos con los hechos pero nos quedamos con la palabra. Nos hace ver que Jesús es el Señor de todo, "en la actividad laboral y en la tarea pastoral. Que su mano invisible está en todo tiempo, nos acompaña en cada tramo de nuestro caminar. Que el reposo de Dios no significa inactividad, sino liberación para hacer el bien... 

Os invito a que os deleitéis con este bello y provechoso ensayo enraizado en la Palabra.

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