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¿Hacer la vista gorda por misericordia?

La mejor manera de poner a prueba la verdadera misericordia es frente a la ofensa injusta.

23 DE ENERO DE 2016 · 20:07

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Hay personas que son tranquilas y benevolentes por naturaleza. Individuos que aunque ven los problemas y las malas acciones de los demás, hacen como si no los vieran, disimulan su desacuerdo o, como decimos en España, “hacen la vista gorda”. Esta actitud es peligrosa sobre todo en un tiempo como el presente en el que la libertad se convierte con demasiada frecuencia en libertinaje o desprecio de las leyes, autoridad y disciplina. Desde ciertos sectores de la sociedad actual, en los que se concibe la libertad de las personas como un derecho absoluto para pensar y realizar todo aquello que venga en gana, quizás pudiera creerse que el misericordioso es el que sonríe ante las transgresiones de la ley. Una persona amable y magnánima a quien todo le da igual o no le importa que se incumpla la justicia.

Es evidente que no es a esta clase de personas a quienes se está refiriendo el Señor Jesús en su bienaventuranza sobre los misericordiosos. Por otro lado, si hubiera que interpretar la misericordia como una virtud genética o una disposición innata del individuo, resultaría que las felicitaciones de Jesús serían injustas ya que unas personas habrían nacido con ella, mientras que otras no. El evangelio no va dirigido sólo a ciertos temperamentos. Nadie poseen ventajas hereditarias sobre los demás sino que como se deja muy claro: todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Ro 3:23). Las disposiciones naturales de ciertas personas no pueden usarse para explicar ninguna bienaventuranza. La Biblia aplica en numerosas ocasiones el adjetivo "misericordioso" a Dios mismo, así como a su Hijo Jesucristo. Es evidente que ninguno de ambos pasó jamás por alto el pecado, la injusticia o la violación de la ley. Dios es santo y misericordioso pero también justo y recto. Por tanto, sea cual fuere nuestra interpretación de la misericordia, debe tener en cuenta esta realidad teológica.

Si se compara la misericordia con la gracia es fácil entender mejor el significado de la primera. Cuando Pablo empieza el encabezamiento de sus cartas pastorales escribe: Gracia, misericordia y paz, de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor (1 Ti 1:2). Está claro que él distingue entre estos tres conceptos que parten de Dios. La gracia tiene que ver principalmente con el ser humano que está en pecado, mientras que la misericordia se refiere también al hombre pero contemplándolo en su situación de miseria. Es decir, en tanto que la gracia se centra en el pecado, la misericordia enfoca sobre todo las consecuencias desagradables del mismo y el deseo compasivo de paliar el sufrimiento que éste provoca. El cristiano misericordioso es aquel que se compadece de la desdicha que padecen sus semejantes y se preocupa por aliviarla en la medida de sus posibilidades.

La mejor manera de poner a prueba la verdadera misericordia es frente a la ofensa injusta. Cuando alguien hiere nuestro amor propio u ofende nuestra sensibilidad injustamente, podemos saber si actuamos con misericordia examinando cómo cambian nuestros sentimientos hacia esa persona ofensora. Si sólo pensamos en la venganza y anhelamos la mínima oportunidad para desquitarnos, devolviendo mal por mal, es porque no deseamos actuar con misericordia. Pero si hay espíritu de compasión hacia el ofensor y sentimientos de bondad para los enemigos, entonces es posible ser misericordioso.

Existen diversos ejemplos en la Biblia acerca de lo que es la misericordia. En la parábola del buen samaritano vemos claramente la diferencia que hay entre las personas que actúan con misericordia y las que no. Otros individuos antes que el viajero de Samaria habían visto a aquél pobre hombre herido, desposeído de sus pertenencias y que yacía en el suelo moribundo, tendido en el camino que unía Jerusalén con Jericó. Sin embargo, aunque quizás sintieran lástima en su corazón (esto no lo sabemos), ninguno de ellos hizo nada a favor del agredido. El único que se detuvo y actuó con misericordia fue precisamente el buen samaritano. Ser misericordioso es cruzar el umbral entre la compasión y la acción. Se trata de esforzarse por hacer algo para aliviar el sufrimiento del prójimo. La misericordia que no obra no es misericordia porque no trasciende el plano de los sentimientos íntimos y no llega nunca a materializarse en ayuda concreta. Desde luego, el ejemplo por excelencia lo proporciona el propio carácter de Dios. La Escritura afirma que el Creador viendo nuestra triste situación de pecado nos amó tanto que sintió misericordia de nosotros y envió a su Hijo Jesucristo a morir por la humanidad. Sentir misericordia es actuar sin esperar nada a cambio.

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