Cómo vencer la desilusión en la oración

Se necesita fe y valor para restaurar una relación que se ha roto. Lo mismo sucede en nuestra relación con Dios.

10 DE ENERO DE 2016 · 11:20

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La desilusión hace que las oraciones se conviertan en silencio. Puede ser difícil orar cuando uno está amargado y airado con personas que creemos que nos están arruinando la vida. Puede ser incluso más difícil cuando sientes que el mismo Dios te ha defraudado. 

Dios comprende lo que sentimos. No obstante, ha abierto el camino para que nos acerquemos con confianza a su trono de gracia. A continuación, David Egner ofrece ayuda para aquellos que han perdido la confianza en Dios y en su propia capacidad de atraer la atención de Él en la oración.

 

EL PROBLEMA DE LA ORACIÓN 

Me encontraba sentado frente a un grupo de adultos solteros que se había reunido para hacer un estudio sobre la oración. Les entregué una hoja de papel que comenzaba con esta afirmación: “Cuando de la oración se trata, yo …”. Tenían que llenar el espacio en blanco. ¿Cómo contestarías tú? Antes de que prosigamos, podría ser útil que lo hicieses. Completa esta aseveración: 

“Cuando de la oración se trata, yo …”. 

Cuando tabulé lo que el grupo había escrito, los resultados cayeron en las siguientes categorías: 

• “No oro lo suficiente”.

• “No sé por qué orar”.

• “No sé si la oración sirve de algo”.

He descubierto que esas respuestas son comunes. Aunque algunas personas hablan con entusiasmo de la facilidad con la que entablan y terminan una conversación con Dios, hay otras que ven la oración como una lucha que a veces se gana, pero que muchas veces se pierde. 

Es comprensible que la oración no siempre sea fácil. Si se comprende correctamente, no es una simple emoción dirigida a Dios, sino también una expresión de fe que a menudo es débil y escasa. Es un arma de guerra espiritual que se usa para pelear por un terreno disputado. Es un reflejo de una relación con Dios que muchas veces se interrumpe y se hace tirante por nuestra propia ignorancia, falta de atención e insensibilidad. Es una expresión de confianza en Dios que muchas veces es sustituida por la desilusión. 

En los primeros años de nuestro andar cristiano, oramos con muchas expectativas. Suponemos que Dios cumplirá los más profundos deseos de nuestro corazón y que por medio de la oración, experimentaremos la cercanía y la felicidad que anhelamos. Creemos que con nuestra confianza en Dios superaremos cualquier problema. 

Entonces pedimos a Dios algo importante para nosotros y no lo obtenemos. Les aseguramos a nuestros amigos enfermos que estamos orando por su recuperación, pero no se mejoran. Oramos en presencia de nuestra familia por la solución a problemas que les afectan, y nos quedamos esperando meses enteros mientras Dios parece ignorarnos. Suplicamos fervientemente y a menudo por la restauración espiritual de nuestros seres queridos, pero ellos siguen fríos hacia Dios.

Lentamente llega la desilusión. Perdemos nuestro entusiasmo por la oración. Al poco tiempo nos encontramos orando sólo por las comidas. Pasamos por una fase en la que realmente no llevamos nada al Señor que de verdad nos importe porque no soportaríamos otro rechazo. Dejamos de comunicarnos con Dios. 

Piensa por un momento en tu vida de oración. Si has dejado de crecer en la oración, ¿se debe a una honesta desilusión? 

Desilusión con Dios “Oré y creí que Dios iba a sanar a mi hija, pero perdió la batalla contra el cáncer de todas formas. Estoy destrozada y confundida”. 

Desilusión con otros “Me cuesta mucho trabajo orar cuando estoy tan enojado con personas que están arruinando mi vida”. 

Desilusión con nosotros mismos “Siempre he querido orar, lo he anhelado, he tenido la mejor intención. Pero nunca encuentro el momento”.

Se necesita fe y valor para restaurar una relación humana que se ha roto. Lo mismo sucede en nuestra relación con Dios. El primer paso es admitir el problema. Luego debemos superar la desilusión y recobrar nuestra confianza en Dios. El resto de estos artículos está escrito para contribuir a la edificación de esa confianza. 

Pero, antes de seguir, permíteme hablarte personalmente por un momento. Tengo una buena idea de lo que significa desilusionarse con los altibajos de la vida. A veces, las experiencias más perturbadoras han estado relacionadas con lo que Dios ha permitido en las vidas de personas muy queridas para mí. Una de esas experiencias fue la salud de un nieto al que quiero mucho. Natán nació con una deficiencia inmunológica. Su cuerpecito no tenía mecanismos para luchar contra las enfermedades. En los primeros años de su vida, contemplamos, sin poder hacer nada, cómo luchaba con una serie de infecciones en las vías respiratorias. Dios no parecía estar contestando a nuestras súplicas. Las hospitalizaciones eran frecuentes. 

Como familia, estábamos aterrados. ¿Seríamos capaces de confiar en Dios incluso si no contestaba nuestras oraciones por aquel pequeño al que queríamos tanto? 

Los médicos nos informaron de que el sistema inmunológico “entra en acción” en el 60% de estos niños alrededor de la edad de tres años. A pesar de que esa información nos dio un poco de esperanza, también nos dejó con el dato de que el 40% de los niños no desarrollan defensas contra la infección. Una y otra vez, miré el indefenso cuerpecito y oré.

Al principio, me consumían los incógnitas sobre Natán. A medida que pasó el tiempo, el énfasis de mi oración cambió. Ya no estaba absorto en el dolor que sentía. Me di cuenta de que usaba menos y menos palabras. Luché, muchas veces en silencio, por la recuperación de Natán. Con el tiempo, lo único que decía era: “Dios, haz lo mejor. Solo Tú sabes, y yo confío en ti y en tu bondad. Mi mayor deseo es que lo sanes, mas hágase tu voluntad”. 

Para cuando Natán cumplió tres años aproximadamente, comenzó a tener menos y menos infecciones. Entonces, recibimos los resultados de las pruebas: Dios, en Su misericordia, permitió que Natán estuviese entre el 60% que supera las deficiencias inmunológicas. 

A través de circunstancias tan incontrolables de la vida, he aprendido a confiar en Dios en la escuela de la oración. A veces, he dado gracias por los “Sí”. Otras veces, he visto la sabiduría de un “No”. Y, otras, he aprendido a disfrutar a Dios en el proceso de esperar su respuesta. 

No obstante, todavía noto que caigo en el desaliento de las circunstancias. Me doy cuenta de que anhelo la clase de poder que me daría un control como el de Elías sobre las condiciones físicas (Santiago 5:16-18). Sin embargo, lo que he aprendido con el tiempo es que la verdadera confianza en la oración no se encuentra proyectando mis deseos en Dios. Más bien, he hallado confianza al aprender algunos principios simples y a la vez profundos sobre la oración. Esos principios no dependen de nuestra capacidad de ser elocuentes o espiritualmente profundos, sino que tienen características elementales que se aprenden en la escuela de oración de nuestro Señor.

 

VOLVAMOS A LO BÁSICO

Acércate a Dios a través de un Mediador. La mediación fue idea de Dios. Sabía que nos era difícil confiar en Él, pero no podía ignorar lo que estábamos haciendo. Por tanto, Dios ofreció la medicación. Para resolver las diferencias que había entre nosotros, envió a Uno que podía entender y solidarizarse con nuestra condición al tiempo que representaba los intereses del Cielo. 

Este Mediador se identificó tanto con nosotros y se involucró tanto en nuestros problemas que terminó clamando: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). No obstante, tres días después de ese indescriptible momento, se hizo evidente que el Mediador había triunfado. Por medio de su gran sacrificio, nuestro Mediador había quitado la barrera que había roto nuestra relación con Dios. 

Seguiríamos pecando y cegados por nuestros propios deseos y obstinado orgullo. Seguiríamos llenos de arrepentimiento y confundidos respecto a lo que Dios estaba haciendo en nuestras vidas. Pero nunca jamás tendríamos una razón para dudar del amor del Padre por nosotros. Nunca más se argumentaría persuasivamente que el Padre no se interesaba en nosotros, que no se conmovía con nuestros problemas, ni que nos había dejado morir en nuestras circunstancias. Nunca más tendríamos que acercarnos a Dios en oración sin la seguridad de que Él deseaba hablar con nosotros mucho más de lo que deseábamos nosotros hablar con Él. 

Sin esta obra mediadora, podríamos habernos preguntado si Dios nos escuchaba siquiera cuando orábamos. Podríamos asumir, en base de nuestras circunstancias, que a Dios no le importaba. Sin embargo, hoy, el recuerdo de lo que sucedió en la cruz del Mediador puede restaurar la confianza en nosotros siempre que nos acerquemos a Dios en oración. Hoy, podemos animarnos porque no tenemos que acercarnos a Dios en nuestra propia manchada reputación.
No nos acercamos a Él con palabras que escogemos cuidadosamente, sino por los méritos de Aquel que pagó por todos nuestros pecados con su propia sangre. Nos acercamos a Dios en el nombre y los intereses de su propio y amado Hijo Jesucristo. 

Confianza en un sacrificio pasado. Dios siempre deseó esa manera de acercarnos a Él. Mucho antes de que llegase nuestro Mediador, el diseño de dicho acercamiento fue ilustrado en la adoración en el tabernáculo y el templo de Israel. Por siglos, Dios dijo claramente que su pueblo debía acercarse a Él en base de un sacrificio de sangre. Pero no fue hasta la venida y sufrimiento de Cristo que vimos que esos sacrificios ilustraban el violento sufrimiento y la muerte del propio Hijo de Dios. En el mismo templo, en un lugar que significaba la presencia del mismo Dios, había un altar de incienso. 

El incienso quemado, por su fragancia y movimiento ascendente, simbolizaba las oraciones que agradan a Dios. Es significativo que este incienso se encendiera con un carbón del altar del sacrificio (Éxodo 30:7-10). Para Dios, existe un claro vínculo entre el sacrificio y las oraciones a través de las cuales nos acercamos a Él. 

Ese vínculo entre el sacrificio y la oración es lo que nuestro Mediador logró para nosotros. Ofreció un sacrificio aceptable a Dios y luego nos exhortó a que entrásemos en la presencia de Dios en su propio nombre. De esta base para nuestra confianza escribió el autor de Hebreos: 

Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
—Hebreos 4:14-16

En este pasaje, se describe estar en la presencia de Dios como si fuese una sala del trono. En Europa y el Medio Oriente, las salas de los tronos de los reyes estaban decoradas florida y elaboradamente, y estaban llenas de servidores. La gente común se sentía inferior e intimidada; los mismos sentimientos que podríamos experimentar nosotros cuando nos acercamos a Dios en oración. Pero, a través de la mediación y comprensión de Cristo, podemos entrar confiadamente en la presencia de Dios sin sentirnos intrusos no deseados. Vamos en el nombre y en los méritos del Hijo de Dios, y eso nos da acceso al Padre en cualquier momento. Sellada con el sello real, tenemos una invitación a orar en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia, e independientemente de nuestra situación o necesidades, porque es un “trono de gracia”. La gracia es bondad y ayuda inmerecidas. Es la clase de ayuda que nuestro Mediador ha obtenido para nosotros. 

Confianza en un abogado actual. ¡Eso no es todo! Podemos acercarnos al «trono de la gracia» con confianza en nuestro Mediador porque su obra por nosotros continúa. Incluso ahora está sentado a la derecha de Dios intercediendo por nosotros (Romanos 8:34). Por los méritos de su sacrificio, el Señor Jesús es nuestro Intercesor. Está con el Padre en la sala del trono hablando en nuestro favor. El apóstol Juan lo expresó así: 

…si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y
él es la propiciación [sacrificio expiatorio]
por nuestros pecados…
—1 Juan 2:1-2

¿Por qué no somos totalmente sinceros? ¿Cómo es posible que vacilemos o que nos sintamos indignos de orar cuando Jesucristo mismo, en base de su sacrificio, está ahora mismo con el Padre intercediendo por nosotros? 

 

(Continuaremos en próximos artículos.)

Artículos extraídos y adaptados del librito Ora con confianza, de David Egner, publicado por Ministerios Nuestro Pan Diario en su serie Tiempo de Buscar. Puedes encontrar este y otros libritos sobre diferentes temas en: http://nuestropandiario.org/2009/09/serie-tiempo-de-buscar/

El link para la descarga de este librito en concreto es: http://cdn.rbclatino.org/files/2011/01/SS712_OraConConfianza.pdf?7489a8 

Si deseas más información, puedes escribirnos a [email protected].

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