El llanto desconsolado

La verdadera Iglesia de Jesucristo está siempre preocupada y sufre por la maldad del mundo, vive acongojada ante el dolor que causa tanto pecado y tanta rebeldía a Dios.

07 DE NOVIEMBRE DE 2015 · 22:46

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El ser humano es el único que suelta lágrimas producidas por la emoción cuando llora. No existe ningún otro ser perteneciente al reino animal que haga lo mismo. Podría decirse que nos distinguimos de los animales, entre otras cosas, porque lloramos. Esta es otra de las grandes diferencias físicas descritas por la ciencia que existe entre el ser humano y el resto de las criaturas vivas de la creación. Aunque se pudiera objetar aquello de las lágrimas de cocodrilo, expresión que alude al dolor fingido que no puede tomarse en serio, lo cierto es que dicho reptil lagrimea cuando está fuera del agua simplemente para mantener sus ojos húmedos, pero de forma refleja y sin que dicha acción tenga nada que ver con las emociones. El ojo humano también produce lágrimas continuamente pero de manera contenida con la finalidad de lubrificarse, eliminar las partículas de polvo y las bacterias que podrían infectarlo. Estas serían lágrimas básicas propias de la fisiología ocular. Luego habría otras de carácter reflejo que se producirían como forma de defensa ante objetos extraños o, por ejemplo, cuando cortamos cebolla. No obstante, las verdaderas lágrimas, aquellas que singularizan nuestra especie, son las producidas a causa de las emociones.

Cada tipo de lágrima contiene diferentes componentes químicos y algunas hormonas. Las lágrimas emocionales poseen gran cantidad de manganeso y una hormona llamada prolactina, sustancias que al ser liberadas fuera del cuerpo disminuyen la depresión emocional. De ahí que llorar calme y haga sentir bien a quienes están tristes. Dice un proverbio irlandés que las lágrimas derramadas son amargas, pero más amargas son las que no se derraman. Es verdad. A veces, es bueno llorar.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt 5:4; Lc 6:21). Algunos comentaristas opinan que si la primera bienaventuranza, la de los pobres en espíritu, constituye un eco de Isaías 61:1, esta segunda de los que lloran lo sería también de Isaías 61:2: El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados (Is 61: 1-2). Consolar a quienes lloran su dolor es también una de las tareas del mensajero a que se refiere este pasaje. En cierta ocasión, cuando el Señor Jesús entró en una sinagoga de Nazaret durante un día de reposo y se le ofreció el rollo del profeta Isaías para que leyera, lo abrió precisamente por aquí y después de leer se sentó y dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lc 4:21). Cristo era consciente de que en él se cumplía la antigua profecía de Isaías. Jesús vino para predicar las buenas nuevas, liberar a los cautivos y consolar a los que sufren y lloran.

Esta segunda bienaventuranza se refiere a quienes carecen de la alegría propia del mundo y, de esta forma, es muy parecida a la primera y a la tercera. Los que lloran lo hacen al contemplar los males que esclavizan a Israel por culpa de los pecados de sus moradores. Lo único que puede proporcionarles consuelo y enjugar sus lágrimas es la salvación que gratuitamente les trae el Mesías. El llanto al que se dirige el Maestro es el de aquellos que están dispuestos a renunciar a la llamada felicidad que proporciona el mundo. La sociedad en general los convida a gritar: ¡gozaos y alegraos que la vida es breve! ¡Son cuatro días! ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos! Sin embargo, al oír semejante griterío ellos se entristecen. El mundo celebra su progreso, vive con intensidad el momento presente y confía en un porvenir todavía mejor, pero los que insisten en llorar sufren por todos ya que conocen su fin y el juicio que les espera. Se convierten así en personajes molestos, agoreros de mal agüero, profetas de catástrofes futuras a quienes nadie desea por amigos. A la tristeza de su llanto se une la del desprecio general. ¿Acaso no ha sido así durante toda la historia? ¿Por qué los cristianos fieles a la Palabra han permanecido siempre al margen de tantas fiestas del mundo? ¿Es que no son solidarios con sus semejantes?

Si prefieren llorar en vez de involucrarse en la algarabía general no es por desprecio, sino por amor a su pueblo. Los discípulos de Jesús procuran llevar el dolor que les causa la actitud del mundo como lo llevó su Maestro. Es decir, humildemente y en silencio. Si Cristo pasó por la vida como un ser extraño a los demás, los cristianos también serán siempre extraños en la sociedad humana. Y si en algún momento dejan de serlo, ¿no se tratará quizás de una señal de alarma? ¿Dejar de llorar y reírse con el mundo no será el principio de la infidelidad a Cristo? ¿Cómo está actuando hoy la Iglesia? ¿Ríe con el resto de la sociedad o continúa llorando? La verdadera Iglesia de Jesucristo está siempre preocupada y sufre por la maldad del mundo, vive acongojada ante el dolor que causa tanto pecado y tanta rebeldía a Dios. Se aflige al comprobar que el Maestro es hoy olvidado en el mundo occidental. Se insulta y difama su nombre así como su realidad histórica. Dios es el gran ausente para el hombre contemporáneo, quien prefiere cerrarse a los valores espirituales y del reino de Jesús. Pero, a pesar de ese sentimiento trágico de la vida, la Iglesia debe proseguir depositando su esperanza en el gozo de su Señor.

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