Un reino de pobres

Una persona es pobre en espíritu cuando no se considera autosuficiente sino que sabe reconocer su necesidad de los demás para vivir.

10 DE OCTUBRE DE 2015 · 21:50

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Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt. 5:3; Lc. 6:20). ¡No soy capaz de leer este versículo desde el púlpito y a la vez mirar directamente los ojos de los miembros de algunas congregaciones en España! Casi el ochenta por ciento de algunas lo componen hermanos procedentes de Latinoamérica, África y las naciones del este de Europa, que han llegado aquí con los bolsillos casi vacíos y la esperanza de conseguir un trabajo que les permita vivir a ellos y a sus familiares. ¿Has intentado predicar alguna vez sobre este texto en algún barrio pobre de tu ciudad? Se experimenta un sentimiento contradictorio. Por un lado gritas: ¡dichosos los pobres porque el Señor está cansado de veros así y desea daros su reino!; pero por otro, te queda la amarga sensación de estar justificando un orden social injusto.

Es como si se les estuviera diciendo: ¡qué afortunados sois por ser pobres! ¡Conformaos así el resto de la vida y ya veréis como después os recompensará el Señor! ¿Acaso no es esta religión el opio del pueblo al que se refería Marx en sus escritos? ¿No han servido estas palabras para consolar y someter a los pobres por parte de los poderes políticos o económicos, en vez de liberarlos de su miseria? ¿Supone tal versículo una glorificación de la pobreza que pretende convertirla en virtud? ¿Fue realmente esto lo que quiso decir el Señor Jesús? Sinceramente, no creo que esta bienaventuranza deba ser entendida como la afirmación de que a todos aquellos que ahora les va mal aquí en la tierra, les irá tanto mejor en el más allá.

El concepto "pobres en espíritu" que aparece en el evangelio de Mateo no existe en ningún otro lugar de la Biblia. Probablemente se refiere a esa clase de pobreza capaz de residir en el interior del ser humano, en su mismo espíritu. Una persona es pobre en espíritu cuando no se considera autosuficiente sino que sabe reconocer su necesidad de los demás para vivir. Según la expresión de Jesús, son bienaventurados los interiormente pobres, aquellos que son conscientes de su total indefensión, que reconocen su dependencia absoluta de Dios y descansan totalmente en él. Se trata de personas que se doblegan con humildad, con sinceridad y por completo ante el Creador, sacando de él las fuerzas para vivir cada día en un mundo que los ignora o incluso los persigue.

Ser pobre en espíritu es no tener orgullo, ni ninguna pretensión ante Dios o ante los hombres; ser abierto y acogedor con los demás, sabiendo que se tiene en el Señor toda la riqueza. El Maestro se refiere a las personas que se humillan interiormente, que no resisten, que no se rebelan sino que saben ser pacientes porque lo esperan todo de Dios y confían plenamente en él, en su misericordia final. Sería, por tanto, una actitud completamente opuesta a la que manifestaban la mayoría de los escribas y fariseos, quienes por el contrario sentían una orgullosa suficiencia y superioridad frente a los demás, porque estaban convencidos de no necesitar a nadie para alcanzar su salvación personal, ya que creían observar minuciosamente todas las exigencias de la Ley.

Quizás sean personas pobres, indigentes que piden limosna a la puerta de la ciudad o de la sinagoga, que experimentan cada día su miseria económica y social como una cruda realidad, pero en cualquier caso se trata de criaturas que proceden rectamente a los ojos de Dios porque han aprendido a no contar más que con la salvación que él les promete. Son los mismos pobres a que se refiere el salmista: Los impíos desenvainan espada y entesan su arco, para derribar al pobre y al menesteroso, para matar a los de recto proceder (Sal 37:14). No se trata de pobres en Espíritu Santo, ni en inteligencia, ni por su espíritu de aceptación, ni por una conciencia espiritual de su dignidad, no están orgullosos de su pobreza, ni nada de eso. Su felicidad no les puede venir más que de Cristo quién les ha acercado el reino de Dios.

Así como en la secta judía de los esenios la pobreza de sus miembros se consideraba como un motivo de orgullo religioso y de distanciamiento del resto de la población, con la esperanza de que algún día la mano de estos pobres eliminaría a los enemigos de Israel, los pobres en espíritu a quienes se dirige Jesús no abrigan ningún deseo de venganza sino todo lo contrario, desean la paz en todas las relaciones humanas y su dicha sólo les viene del Maestro.

Por muchos bienes que posea un cristiano, siempre está llamado a ser pobre en espíritu. A no confiar en su riqueza, en su poder, en sus propias fuerzas humanas sino en Dios. El Evangelio nos insta a ser generosos, acogedores, solidarios y altruistas con lo poco o mucho que poseamos.

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