David Barceló: “El púlpito no está para dar opiniones”

La predicación en el siglo XXI supone un gran desafío, pero necesitamos predicadores dispuestos a asumirlo.

29 DE AGOSTO DE 2015 · 20:50

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¡Saludos, hermanos y hermanas!

Hoy en Brisa fresca estamos con el querido Pastor David Barceló, un mallorquín afincado en Barcelona. Por la providencia de Dios está sirviendo en la Iglesia Evangélica de la Gracia desde sus inicios en el 2005.

Casado con Elisabet, es padre de tres príncipes y una princesa: Moisés, Daniel, Elisabet y Abraham. “Mi único deseo, dice Barceló, es seguir haciendo lo que estoy haciendo: anunciar el Evangelio, esperando ver cómo el Señor toca muchos corazones”.

Pasemos a la entrevista.

Will Graham (WG): Gracias por estar con nosotros, hermano David. Es un gozo contar contigo. ¿Por qué no empiezas hablándonos un poco sobre conociste al Señor?

David Barceló (DB): Conocí al Señor en un culto doméstico, a la edad de 12 años. Por aquel entonces empezaba a crecer en nuestra casa una iglesia que mi padre pastoreaba en Mallorca. Siempre había conocido el mensaje del Evangelio, que “Jesús vino a salvar pecadores”, pero no pensaba que entre “los pecadores” estuviera yo. Era un buen niño de iglesia, como tantos hijos de creyentes. Pero aquel día pude ver claramente que no importaba si había pecado mucho o poco. Uno no es pecador porque peca; peca porque es pecador.

Todos los pecadores, grandes y pequeños, están destituidos de la gloria de Dios. Yo también lo estaba. A veces uso desde el púlpito este ejemplo: Si en la puerta de una tienda ves un letrero que dice “Prohibido perros”, no importa mucho si el perro es grande o pequeño, si ladra mucho o poco, si es un pekinés o un bulldog... no puede entrar en la tienda, y ya está, porque es un perro.

El problema es su naturaleza. Su ADN. Del mismo modo, no podemos ver la santidad de Dios, no por lo que hacemos, sino por lo que somos. Pecadores. Rebeldes. El veneno de la serpiente corre por nuestras venas. Cuando me vi a mí mismo en ese estado desesperado, el Señor me dio el arrepentimiento y la fe, y la gracia de Dios me lavó.

WG: Gloria a Dios. ¿Y cuándo entendiste que querías servir al Señor en el ministerio?

DB: Mi llamamiento al ministerio vino mucho después. Siempre estuve comprometido en ministerios de la iglesia, pero poco a poco el Señor fue acercando mi corazón al pastorado. Estudié psicología, convencido de que tendría utilidad para la iglesia. Me adentré en el mundo de la consejería, y al poco tiempo me encontré con un verdadero choque de cosmovisiones. Por un lado la Palabra de Dios, teocéntrica, cristocéntrica. Por otro lado las psicoterapias, humanistas, ateas. La verdad sobre quienes somos, y dónde está el cambio, se encuentra en las Santas Escrituras, no en las teorías de Freud o Skinner.

Me convencí de que la integración de psicología y fe cristiana era un mito. En especial mi último año de carrera fue revelador. Hacía el practicum clínico en un hospital, mientras en el tren de regreso a casa leía "Capacitado para orientar" de Jay Adams. El Señor me hizo ver que lo que quería no era ser psicólogo, sino ser pastor. Fue a través del campo de la consejería que Dios me llamó al ministerio, a la cura de almas. Pensé, ¿cómo ha pastoreado corazones la iglesia del Señor durante tantos siglos, antes de que la psicología naciera? Con la Palabra de Dios.

Es un verdadero reto pastorear, en una cultura tan psicologizada como la nuestra, pero los ministros del Señor hemos sido llamados a ser médicos del alma. Así el Señor me llamó al ministerio pastoral. Después de un tiempo de formación en el seminario Westminster, Elisabet y yo regresamos a Barcelona con la ilusión de iniciar la Iglesia Evangélica de la Gracia.

WG: Sí, la Palabra es todo suficiente. La ley del Señor es perfecta, convierte el alma. Dependemos de la Palabra; no de los psicólogos. ¿Cómo sueles preparar un sermón, hermano?

DB: En primer lugar, planifico una serie completa. Procuro predicar en el Nuevo Testamento y en el Antiguo, de forma alterna. Así que, mientras estoy predicando una serie de sermones en el Nuevo, ya estoy pensando qué libro del Antiguo vendrá después: Filipenses... Rut... Las Parábolas del Reino en Mateo... La vida de José... y así. Escojo los libros teniendo en cuenta qué necesidad espiritual tiene la iglesia en ese momento. Una vez escojo el libro, lo leo varias veces, para poder meditar en el sentido general y poder dividirlo en secciones. Ahí veo si podré predicar ese libro en 6 sermones, o 12, o 20.

WG: Y durante la semana, ¿cuál es el proceso a nivel práctico?

DB: Bueno, el lunes es el día de descanso del pastor –o debería serlo– así que tan solo leo el pasaje del que predicaré el domingo para meditar en él. El martes y el miércoles dedico todo el tiempo que puedo a escribir el bosquejo y las primeras ideas. Creo que es fundamental tener el bosquejo del sermón casi acabado antes de leer comentarios o sermones de otros hermanos, y que es bueno esforzarse por pensar en el pasaje y hacer la exégesis por uno mismo, para no caer en la tentación de simplemente repetir lo que otros han escrito. Eso solo será posible en oración.

El Espíritu Santo es Quien abre el entendimiento del predicador, para que el pasaje cobre luz y el sermón sea algo verdaderamente espiritual, y Cristo brille en cada palabra. Una vez escribo todas mis ideas, entonces me gusta leer a J.C. Ryle, Juan Calvino, Matthew Henry, R.C.H. Lenski, Charles Spurgeon y en ocasiones escuchar sermones sobre el mismo pasaje para enriquecerlo con aplicaciones que yo no había visto. El jueves lo suelo dedicar a entrevistas en el despacho, de modo que el viernes vuelvo a mis notas para el redactado final, una ilustración idónea, una introducción relevante y el sábado procuro no pensar en el sermón para que mi mente esté fresca para el domingo por la mañana.

WG: ¿Dirías que es cuestión de mucha dedicación o de mucha unción?

DB: Las dos cosas. El Señor habla a través de su Palabra, pero el Espíritu abre nuestro entendimiento. También el entendimiento del predicador. Creo que no se trata de subir al púlpito esperando la unción, y ya está, sin preparación previa, como tampoco se trata de muchas horas de estudio sin la guía del Espíritu Santo. Lo mejor es dedicarnos al estudio, la exégesis, la meditación, y todo ello bañado en oración y guiado por el Señor. Y esa guía del Señor nos debe acompañar hasta el final.

Cuando el domingo por la mañana oro y repaso mis notas, aún cambio cosas, escribiendo en los márgenes y cuando subo al púlpito, aún el Señor sigue guiando mis pensamientos y dándome las palabras más apropiadas. Como dijo una vez Spurgeon, “cuando prediques, improvisa tus palabras, pero no tus ideas”. Creo que ese balance entre lo estudiado y lo espontáneo hace que el sermón sea coherente, y a la vez esté vivo.

WG: En tu opinión, Pastor David, sé que hay muchos pero ¿cuáles serían algunos de los desafíos más importantes para los predicadores actuales?

DB: Muchos. La predicación vive grandes desafíos hoy día. Pero vienen dos a mi mente ahora mismo.

Por un lado, el predicador tiene el reto de ser fiel a la Palabra de Dios. Necesitamos recordar que el ministerio de la predicación implica transmitir con fidelidad un mensaje. El mensaje de Dios, no el nuestro. Yo no tengo nada que decir de mí mismo. Pobre de mí si lo que comparto es mi opinión. El púlpito no está para dar opiniones personales, sino para anunciar la verdad de las Escrituras.

El predicador de hoy día se ve inmerso en un mundo de subjetivismo, donde "la verdad" casi ha desaparecido. Se puede sentir tentado a predicar en voz baja, casi como pidiendo perdón por lo que está a punto de decir, sin ánimo de ofender a nadie. Necesitamos más predicadores fieles que anuncien la verdad sin tapujos, sin temores, con voz clara y profética. Convencidos de que la verdad de Dios no es "una verdad", sino La Verdad.

WG: Lo siento. Tengo que pararte un momento para decir “¡Amén, amén, amén!” ¿Y por otro lado?

DB: Bueno, por otro lado, existe un desafío muy práctico. Antiguamente era muy atractivo escuchar a alguien hablar, pero hoy día, en la cultura del mass media y el entretenimiento audiovisual, resulta un verdadero reto captar la atención de la gente usando tan sólo las palabras. El predicador sube al púlpito, con sus notas en la mano, y su único instrumento es su voz.

Por eso más que nunca necesitamos predicadores convencidos de lo que predican. No se trata de ser convincente, sino de estar convencido para poder mirar a los ojos de la congregación y hablarles al corazón. Si la gente quiere entretenimiento, tiene muchos canales de televisión, y si quieren información, tienen internet y Wikipedia. En el púlpito no encontramos ni entretenimiento ni información. Nos encontramos con La Verdad de forma viva, nos encontramos con la voz de Dios a través de un simple hombre hablando a los corazones.

La predicación en el siglo XXI supone un gran desafío, pero necesitamos predicadores dispuestos a asumirlo. Ahora bien, aunque hemos de ser excelentes en la predicación, nuestra confianza está en el poder de Dios. Él usa medios humanos, con propósitos divinos. Mira el libro de Jonás. Un profeta desmotivado, un sermón malísimo: “40 días y Nínive será destruida” y toda la ciudad se arrepintió. No hay ejemplo mejor para recordarnos que la salvación pertenece al Señor, que nunca podemos pensar que los logros sean nuestros, y que Dios obra maravillas a pesar de nosotros.

WG: Vaya, es verdad. Qué sermón más malo, ¿verdad? Pastor David, ¿nos podrías nombrar algunos de tus héroes en la fe y explicarnos el porqué?

DB: ¡Claro! Todos tenemos nuestros referentes, quienes de un modo u otro nos han impactado y son modelos para nosotros ¿verdad? Por supuesto que el primero es Jesús de Nazaret, Aquel al que miran nuestros ojos y a Quien imitamos día a día. Mis padres, Josep y Margarita, que han ilustrado para mí de forma viva lo que significa el compromiso cristiano.

Mi pastor en California, Jim Newheiser, de quién he aprendido tantas cosas viéndole ministrar la Palabra. En el campo de la consejería bíblica, Jay Adams, que fue el "Martín Lutero" de la consejería pastoral. Adams redescubrió la verdadera práctica de aconsejar, la que encontramos también en los puritanos ingleses, verdaderos médicos del alma siglos antes de que llegaran las psicoterapias.

Me gusta mucho leer los comentarios de Juan Calvino, un gigante de la fe, un erudito y un excelente maestro. Como predicador sin duda me quedo con Charles Spurgeon. Sus sermones escritos siguen siendo de mucha bendición para todos nosotros. Fue un predicador brillante y el Señor le usó poderosamente. No me extraña que le llamen el "príncipe de los predicadores".

Recomiendo encarecidamente los "Sermones del año de avivamiento". De entre los predicadores actuales, Sugel Michelén, el "Spurgeon hispano", si mi querido hermano Sugel me permite el apodo. También entre mis héroes de la fe está nuestro hermano José Grau. No sólo por su legado escrito, sino también por su ejemplo y su humildad. Grau es para mí un modelo de lo que significa defender las convicciones propias con claridad y amabilidad a la vez.

WG: Ahora un tema un poco diferente que está inquietando a bastantes protestantes. En España algunas denominaciones evangélicas liberales están abriéndose a la teología gay y al matrimonio homosexual. Hablando personalmente, he recibido mensajes de parte de ministros intentando convencerme de que la homosexualidad es un don de Dios, ¿por qué piensas que esto ha sucedido?

DB: Todo esto de la “teología gay” es muy triste. Es realmente otra religión, que usa la Biblia como excusa. En cierto sentido no es nada nuevo. La historia del cristianismo está llena de sectas y movimientos religiosos. Creo que el quid de la cuestión es siempre el mismo: lo que la Biblia dice, frente a lo que yo quiero que diga.

Nos puede pasar con las cosas más cotidianas. Si ahora alguien lee esta entrevista en Internet, y no le gusta mucho lo que lee, siempre puede leer algunos trozos e ignorar otros, o incluso “cortar y pegar” para que la entrevista diga otra cosa, o escribir libros y libros diciendo “lo que en realidad David quería decir…”. Las palabras se pueden retorcer. Eso es lo que hace la “teología gay”. No quiere escuchar lo que la Biblia dice, y por tanto le hace decir lo que quiere que diga.

Es como si ataran a la Biblia en una silla, y la torturaran para arrancarle una falsa confesión. Pero eso no es nada nuevo. Por ejemplo, hemos convivido mucho tiempo con una “teología” que pretende integrar las Escrituras con las psicoterapias populares, y retuercen versículos como Lucas 10:27 para que no hable de los dos grandes mandamientos, sino de tres, y así hablar de “amarse a uno mismo”, y meter la filosofía de la autoestima dentro de la iglesia, en vez de escuchar pasajes tan claros como Efesios 5:29, Romanos 12:3, etc. donde queda claro que ya nos amamos mucho… nos amamos tanto, que el amor propio es el baremo que hemos de usar para saber cómo amar al prójimo.

Todo esto sucede cuando queremos que la Biblia se adapte a lo que el mundo dice, cuando debiera de ser al revés. En parte no nos debiera de extrañar tanto todo esto de la “teología gay”. Se trata de una forma más de retorcer las Escrituras a la conveniencia de uno mismo para hacerle decir lo que quiero que diga o lo que la sociedad espera que diga. Decir que “la homosexualidad de entonces no se refiere a la homosexualidad de hoy día” es pura fantasía. Lo mismo se podría decir de cualquier otro pecado, y que hoy día se puede practicar, porque las circunstancias son otras.

WG: En efecto, pura fantasía. Pero ¿cómo podemos responder ante tales tendencias?

DB: La única respuesta posible es desde la Palabra de Dios. Creemos que la Biblia es Palabra de Dios, y es clara en su mensaje. No hace falta hacer trucos de magia con los versículos. La homosexualidad es un pecado, y así lo hemos de anunciar. Con claridad, pero con compasión. Las iglesias también han de aprender a pastorear a quien está luchando con la homosexualidad en su corazón. Necesita compañía, ánimo, consejo, y entender que no se trata del pecado imperdonable. En la iglesia del primer siglo ya había ex homosexuales que habían dejado su pasada manera de vivir para servir y adorar a Dios (1 Corintios 6:9-11). Sólo en un contexto de amor y compasión podremos pastorear el corazón de aquellos y aquellas que estén luchando con esta tentación.

WG: Amén. Actualmente, ¿cuáles son las verdades bíblicas que tendríamos que volver a enfatizar?

DB: Creo que hay una que es fundamental, y de ella vienen todas las demás: la suficiencia de la Palabra de Dios. Todos los problemas de la iglesia cristiana vienen cuando pretendemos añadirle algo a la Biblia. En el caso de las sectas es muy evidente. Añaden literatura escrita por algún líder espiritual, ya sea el Libro de Mormón, o la Atalaya.

Pero en otros casos más sutiles ese líder espiritual puedo ser yo mismo y entonces pretendo “complementar” la Biblia con mis propias ideas: “La Biblia dice… pero yo pienso que…” El problema no está en la Biblia. Está en nosotros. La Palabra de Dios es suficiente y perfecta, pero no la conocemos lo suficiente, ni la vivimos lo suficiente, ni la escuchamos lo suficiente. Es útil para prepararnos para toda buena obra, dice 2 Timoteo 3:16-17, y todo lo que necesitamos para la vida y la piedad ya nos ha sido dado, dice 2 Pedro 1:3. ¡Escuchémosla! ¡Y pongámosla por obra!

Resulta todo un reto, pero hemos de leer la Biblia cada vez como si fuera la primera vez. Con los ojos y el corazón abiertos, sin imponerle nuestros prejuicios, sin torturar cada versículo para que diga lo que yo quiero. Y así ha de predicar la Palabra el predicador fiel. Hemos de recuperar la predicación expositiva y consecutiva, en la que se predican los libros de la Biblia de principio a fin para comunicar todo el consejo de Dios de forma clara. Si volviéramos a tener la Palabra en su lugar de autoridad, sería la Palabra la que cambiaría la iglesia, y no al revés.

WG: ¿Cuáles son dos o tres de los libros que más te han influenciado?

DB: A lo largo de la vida leemos muchos libros, pero siempre hay algunos que nos han marcado de una forma especial, ¿verdad? He de confesar que soy muy caótico leyendo. Siempre tengo un montón de libros empezados: uno en la mesita de noche, otro en el coche, otro en la nevera (es broma).

WG: (Risas) Sí, a veces me ducho con un libro en la mano.

DB: Es difícil que un libro me cautive de tapa a tapa. Pero creo que hay libros que son como el cambio de agujas en la vía de un tren. Después de leer ciertos libros, nuestro pensamiento cambia su estación de destino. Si me remonto a mi juventud, recuerdo un domingo en que prediqué, y mi sermón debió de sonar muy humanista a oídos de mi padre. Al acabar el culto me acompañó a su despacho y me dio un pequeño librito titulado “Los Cánones de Dort”. “Léete esto, y luego hablamos” –me dijo. Aquella lectura fue revolucionaria. La soberanía de Dios en la salvación del hombre brillaba con todo su esplendor.

Dios era mucho más grande de lo que yo creía. El hombre era mucho más pequeño de lo que yo pensaba. Creo que esa debiera ser la meta de todo predicador cristiano, ¡que el hombre se viera a sí mismo muy pequeño, y que viera a un Dios muy grande! Después de este, destacaría “Capacitado para Orientar”, de Jay Adams, como antes te decía. Fue revolucionario para mí. Como las 95 tesis clavadas en la puerta de la catedral de la psicoterapia.

Otros autores han seguido con la reforma de la consejería bíblica, David Powlison, Ed Welch, Paul Tripp. Sus libros empiezan a estar disponibles en castellano. Fueron profesores míos en Filadelfia, y valoro mucho la capacidad que tienen para darnos una visión bíblica de las dolencias del alma.

WG: Y ahora que estás en el pastorado, ¿qué libros destacarías?

DB: Pues creo que destacaría tres que aconsejo mucho.

“Discursos a mis estudiantes”, de Charles Spurgeon, ofrece una visión global del ministerio cristiano. Un libro delicioso. Spurgeon hace más énfasis en el ministerio público, así que un balance perfecto está en “El pastor renovado” de Richard Baxter, que pone el acento en el ministerio privado de la visitación, el discipulado, la consejería. Ambos libros son una maravilla. Creo que se produce una “retroalimentación” entre el ministerio público y privado. Cuando el pastor aconseja, y trata con las dificultades diarias, conoce mejor el corazón de sus ovejas y sus luchas cotidianas. Eso hará que su predicación sea más viva y práctica. A la vez, cuando la predicación es expositiva y sistemática, nos familiarizamos con todas las Escrituras, y seremos capaces de aplicar el pasaje apropiado cuando estemos en el despacho aconsejando. Todo pastor debe asumir el reto de ser predicador y consejero.

Un tercer libro, para los momentos bajos, “El enfriamiento espiritual”, de Octavius Winslow, medicina para la gripe espiritual y los momentos de debilidad, que a menudo llegan a la vida del pastor.

WG: Genial. He leído los libros de Spurgeon y Baxter. A ver si consigo el de Winslow también. Hermano David, para ir terminando: en Protestante Digital, tenemos miles y miles de lectores jóvenes. Si pudieras darles unos consejos, ¿cuáles serían?

DB: Sobre todo, diría a los jóvenes que abunden en la Palabra. La Palabra de Dios es lo que nos cambia, nos capacita, nos hace ver la Verdad. En un tiempo tan difícil como el que vivimos, la Palabra es nuestra Roca. Cuando escuchen o lean algo, que hagan como los de Berea, que escuchando al apóstol Pablo escudriñaban las Escrituras para ver si lo que decía era así.

En especial a los predicadores jóvenes les diría que exalten a Cristo. Que no hagan una conferencia desde el púlpito, expresando opiniones personales, o datos históricos, o cosas de interés intelectual. Que huyan de la vanagloria, que es como predicarse a uno mismo. Que tampoco prediquen mero moralismo.

Es verdad que hemos de aplicar la Palabra a los corazones, pero la conclusión de un sermón no puede ser “seamos fuertes como Sansón, pacientes como Job, valientes como David”, etc. Un profesor mío del seminario decía, “Si puedes predicar tu sermón en una sinagoga sin ofender a nadie, no es un sermón cristiano”. ¡Predica a Cristo! ¡Desde cualquier rincón de las Escrituras! Él es nuestro Sansón que derrota al enemigo entregando su vida, Él es nuestro Job que sufre siendo justo, Él es nuestro David que vence a la muerte con su propia espada. No hay nada más que valga la pena. Dentro de poco, tú y yo ya no estaremos aquí. Nuestros biznietos ni se acordarán de nuestro nombre, pero la gloria de Cristo es para siempre.

WG: Gloria a Dios. Muchas gracias por su tiempo, hermano. Nuestro Padre te siga respaldando en todo.

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