Caro pero hermoso

Me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil.

26 DE JULIO DE 2015 · 14:40

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Es curioso, que con más de mil programas de Radio que he dirigido, escrito los guiones y formulado entrevistas para muchísimas personas de las más variadas profesiones, puedo contar sólo unas diez veces en que yo haya sido el entrevistado; bien que en muchísimas ocasiones, tras algunos mensajes o conferencias, se han acercado personas y me han preguntado breves cosas, que puedo considerar como sencillas entrevistas. Por ser días de vacaciones, recuerdo una de las preguntas que me hizo un joven, según me indicó para el boletín de su Iglesia: “y usted ¿no se cansa nunca de dar aliento a los demás?; le dije que sí, que como mínimo me cansaba tres veces al día. Lo que ocurría es que también, por lo menos cinco veces al día, sentía la necesidad de no convertir en estéril mi vida y que con esta divisa no conocía una tarea mejor que esa.

Y cuando el muchacho se fue, me puse a pensar que tal pensamiento no era realmente mío, sino de un viejo amigo, revisor de trenes, de la estación de Francia de Barcelona, del que recuerdo su nombre: señor Juan, que vivía en la calle de Castillejos. Tenía en aquellos tiempos sus 65 años, porque me hablaba de su próxima jubilación. Yo era entonces estudiante de la “Escuela Bíblica Independiente “Eben-Ezer” de Barcelona, y viajaba muchas veces en el Sevillano, tren que salía de la estación mencionada sobre las 22 horas y llegaba a Valencia a las 8 de la mañana ¡cuando llegaba puntual!. Era un revisor de los de vieja escuela, manifestando siempre su permanente sonrisa. No sabía hacer su trabajo sin gastarte una limpia broma, y cuando ayudaba a la gente, no sólo a llevarles a su plaza en el vagón correspondiente y ayudaba en la colocación de las maletas, y tan servicio favor te demostraba, que te dejaba la impresión como si el favor se lo hubieras hecho tú a él por la satisfacción que parecía sentir. Un día le pregunté “y usted, ¿cuándo se va de vacaciones?”; se rio y me dijo: “yo me voy un poco con cada maleta que subo para los que se van hacia sus pueblos, sus valles, sus montañas, sus playas”.

Él sonreía, pero yo, ya “Desde el Corazón” me quedaba desconcertado. Me costaba pensar en lo aburrido de esa profesión de “revisor” que se pasaba la vida ayudando a viajar a los demás, colocando sus maletas, viendo partir el tren y él quedándose siempre en el andén, viendo partir a los trenes donde muchas gentes se iban felices, mientras él sólo saboreaba el sudor de haberles ayudado en esa felicidad.

¿Sólo el sudor?; nunca se lo dije al viejo conocido “revisor de trenes” porque quizás con su buen humor se hubiera reído él de mí y me hubiera explicado que el sudor le quedaba por fuera, mientras por dentro le nacía una quizá tonta, pero también maravillosa, satisfacción.

Aprendiendo de la universidad de la vida, pienso que todos los que sienten vocación de servicio –sea la profesión que sea- son un poco “revisores” que además ejercen de “mozo de equipajes” y que todos sienten esa extraña mezcla de cansancio y alegría. Y madurando “Desde el Corazón” me parece que en la vida no hay más que un problema: vives para ti mismo o vives para ser útil. Vivir para ser útil es CARO PERO HERMOSO y fecundo.

Caro, desde luego. Todos somos egoístas. Al fin y al cabo, ¿qué queremos todos sino ser queridos?, por mucho que lo disimulemos, nuestra alma mendiga amor. Sin él estamos despellejados y se vive mal sin piel. Por eso nadie ha divido el mundo entre egoístas y generosos, sino en egoístas que se rebozan en su propio egoísmo y en otros egoístas que luchan con denuedo por salir de sí mismos, a expensas de saber que pagarán caro el precio de preferir amar que se amados.

Bien “Desde el Corazón” sé que vivir amando es vivir cuesta arriba. Pero prefiero el esfuerzo al gozo muerto y la felicidad inútil. Los que siguen estando enamorados saben que amar, a la corta, es dulcísimo; a la larga es cansado, disposición de la voluntad; más a la larga, maravilloso.

¿Cansado por qué?; cansado porque siempre nos sale entre las neuronas el viejo egoísta que somos y nos susurra tres veces –como mínimo- cada día, que nadie va a agradecernos nuestro amor –es mentira, pero el viejo egoísta nos lo dice-; y lo sazona con el viejo condimento del “¿y a ti quien te consuela?”. Un tramposo planteamiento: porque el problema no es si nuestro amor nos reporta consuelo, sino si el mundo ha mejorado algo gracias a nuestro amor.

Pero claro que es difícil aceptar que nuestro veraneo está en esos viajes y esas maletas que hemos visto emprenden otros o se han subido en el tren de los demás. Para ello hay que amar un poco a los demás y gozarnos con que ellos puedan gozarse. Y eso sólo lo hacen a diario los santos. Por eso, si ahora pudiera encontrarme con el señor Juan, el “revisor” de aquellos años, iría corriendo a decirle: “gracias por lo que me enseñó como revisor y mozo de equipajes”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Caro pero hermoso