Veo a la gente como árboles que andan

¿Cómo ves a las personas que te rodean? ¿Las ves con los ojos de Jesús, con la necesaria compasión por su precario estado espiritual y sus profundas necesidades?

26 DE JULIO DE 2015 · 11:25

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Esta fue la respuesta del ciego de Betsaida, después de que las benditas manos de Jesús tocaran sus ojos en un primer momento. En el segundo intento, se produjo el milagro definitivo (Marcos 8: 22-26). Aunque Jesús vivió, durante su corta vida terrenal, como un hombre lleno del Espíritu Santo, nunca se vieron frustradas sus milagrosas acciones; pero en esta ocasión, al parecer, se produjo un milagro incompleto. El Señor Jesús escupe sobre los ojos de este hombre invidente y le toca con sus manos, sorpresivamente el ciego recupera la vista de forma parcial. Lo que sucede a continuación, es un extraordinario ejemplo de su indiscutible poder.

No soy capaz de pensar ni por un momento que Jesús no pudiera sanar la ceguera de este hombre, debido a algún tipo de imposibilidad en cuanto al poder que emanaba de Él habitualmente hacia cualquier persona enferma. Jesús no falló en absoluto, estoy completamente seguro. Esta aparente frustración inicial se convirtió en una auténtica parábola viviente en la persona de este ciego. Cuando el Maestro le pregunta a este hombre: “¿Ves algo?”, la respuesta es realmente descriptiva, además de inusual: “Veo a la gente como árboles que andan”. A continuación las manos de Jesús se posan sobre los ojos de este ciego y entonces comienza a verlo todo con la máxima claridad. Este es uno de los muchos milagros que han quedado registrados, entre tantísimos otros que ocurrieron pero no están descritos en los evangelios (Juan 21:25).

La escena me recuerda a cada uno de los que hemos nacido de nuevo, recuperamos la vista al momento que son abiertos nuestros ojos del alma y comenzamos a ver lo nunca visto, pero turbiamente, al igual que los infantes recién nacidos que no pueden ver con claridad hasta pasados unos meses, vamos viendo gradualmente las cosas como son en esa nueva realidad y en esa nueva dimensión de la vida. El problema es que muchos de nosotros seguimos viendo a los hombres como árboles que andan, no acabamos de ver claramente la invaluable imagen de Dios en la gente que nos rodea y esto manifiesta una deficiencia en nuestro desarrollo espiritual. Mi pregunta abierta para cualquiera de nosotros es la siguiente: ¿Cómo ves a las personas que te rodean? ¿Las ves con los ojos de Jesús, con la necesaria compasión por su precario estado espiritual y sus profundas necesidades? (Mateo 9:35-36). Hay tres actitudes de Jesús viendo a las multitudes desamparadas, que resaltan llamativamente: La primera es que Él vio a la gente desorientada y perdida en mil historias, vio la necesidad de la gente. La segunda reacción de su corazón fue que sintió compasión por ellos, se identificó con su necesidad y fue movido a misericordia; y la tercera actitud fue que actuó de inmediato, hablándoles consoladoramente sobre el Reino de Dios y sanando a los enfermos que iba encontrando a su paso por las ciudades y aldeas que visitaba. Me llama poderosamente la atención el milagro de un ciego de nacimiento que se nos narra en el evangelio de Juan (capítulo 9: 1): “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento”. Lo destacable es que Dios ve hombres y mujeres integrales, Jesús vio a un hombre, y a un hombre ciego además. No lo confundió con el paisaje entre las multitudes, lo identificó de manera precisa, singularmente y actuó en su favor.

El desafío está servido, la gente tiene el alma mortalmente enferma, pero no lo saben o no lo quieren saber a ciencia cierta porque están como muchos de nosotros estábamos, muertos en vida. Me siguen maravillando las palabras del ciego de nacimiento que recuperó milagrosamente la vista: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”. Podemos imaginar el impacto visual y emocional de alguien que nunca vio un amanecer o un precioso atardecer, ni las sorprendentes bellezas de la naturaleza, pero seguro que no podemos llegar a calibrarlo en toda su magnitud. Definitivamente creo que cada uno de nosotros tendríamos que preguntarnos: ¿Como veo y percibo a la gente que está a mi alrededor, como árboles inertes o como preciosas almas creadas a la imagen y semejanza del Dios que tanto les ama?

La reflexión final es, sin duda alguna: ¿Cuánto vale un alma para Dios? ¿Qué valor le otorga Dios a cada ser humano? Y por contraste, debemos preguntarnos todos y cada uno de nosotros: ¿Cuánto valor le otorgo yo a cada ser humano que está a mi alrededor? ¿Veo, siento y actuó como Jesús lo haría o miro hacia otra parte, cierro mi corazón y me quedo inmovilizado y recluido en mi pequeño mundo? …Piensa en esto, por favor.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - Veo a la gente como árboles que andan