Cómo deben vestir las mujeres

Las mujeres pueden aspirar, aún en medio de una sociedad que sigue siendo machista a consecuencia de la caída, a que su condición, su dignidad originaria como seres a imagen de Dios, quede restaurada.

21 DE JULIO DE 2015 · 11:50

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Desde hace un par días corren por redes sociales comentarios de gente cristiana acerca de cuál es y cuál no es la vestimenta femenina veraniega adecuada a los ojos de Dios. En especial, el tema de los pantalones cortos que se han puesto de moda este verano. Will Graham escribió un artículo, publicado el domingo pasado en Protestante Digital, que ha dado varias veces la vuelta al Facebook y que cosecha un interesante debate en los comentarios.

Antes de nada, quienes me conocen personalmente sabrán que no soy nada partidaria de modas que te hacen parecer una salchicha ni de ir enseñando lorzas innecesariamente. Yo personalmente he alzado este verano mi bandera en defensa de la sensibilidad de mi piel y he decidido no volver a someterme a la tortura de intentar ponerme un bikini, por muy dignificadas y muy a la moda que nos hayamos convertido las gordas en bikini. Yo voy con mis felices pantalones de bañador y mi camiseta, y así no me salen heridas ni me quema el sol. Precisamente lo hago porque creo que tengo la misma libertad (en Cristo, sí) tanto de ir en bikini como de ponerme un traje de neopreno.

Es un tema terriblemente sensible, porque quienes aconsejan que las mujeres deben vestirse de tal manera que honren a Dios con su cuerpo tienen toda la razón. Ese es un principio bien explicado en la Biblia y no tiene ninguna objeción (Romanos 12:1; 1 Corintios 6:19-20). El problema está en que este principio es aplicable tanto para hombres como para mujeres, y estas personas, con toda su buena voluntad, solo se lo recuerdan a las mujeres, destapando en el proceso un problema aún mayor de fondo. Si es una cuestión de honrar a Dios con nuestras ropas, igual de ofensivo es un minipantalón como esos señores que pueblan la geografía española, entrados en años y en carnes, con la camisa desabrochada hasta el ombligo paseando tranquilamente por la calle. Pero nadie habla de los segundos, aunque a veces también entren a las iglesias, igual que las muchachas con pantalones cortos. La razón es que el problema no es la ropa adecuada, sino la sexualización de la moda, y la hipersexualización del cuerpo femenino.

El problema de fondo tiene que ver con la sociedad en la que vivimos, en donde no hay nada que no se venda ni se publicite sin una señora ligera de ropa. El sexo vende porque apela a una zona de nuestros cerebros que de forma primaria se deja controlar por los impulsos y no el pensamiento. La industria de la pornografía se alimenta de ese principio. Eso no es nada nuevo. No sé de qué nos extraña que en un mundo caído se siga cumpliendo la consecuencia ya advertida en Génesis 3:16 en donde la mujer caída ha perdido su estatus de igualdad frente al hombre. La mujer caída es un trozo de carne para satisfacción del primer hombre que la reclame, y como tal es tratada. No es más que un estímulo, igual que un plato de comida frente a los ojos de un hambriento. No se diferencia de ciertos animales domesticados que sirven para ayudar al hombre a mantener su casa y su hacienda en pie y a prosperar. Están en una situación de inferioridad, y es tratada igual que una posesión: el hombre debe defenderla y dejar claro que él es su único poseedor. Por esa razón la mujer que tiene marido no debe vestirse provocativamente para incitar a otros hombres, porque eso lanza el mensaje contradictorio de que está sexualmente disponible cuando no es cierto, creando un conflicto. Como la mujer no tiene potestad sobre sí misma y depende de la protección de los hombres, debe taparse por su propio bien y no provocar, y son los demás quiénes deciden qué partes del cuerpo de la mujer son las que excitan a la vista. Según el Corán, esta es la razón del velo en las mujeres musulmanas y que no puedan llevar manga corta en público.

Sin embargo, el problema está en que los cristianos vivimos según otras reglas, porque con Cristo esto ha cambiado (Gálatas 3:28). Por medio de él Dios nos ofrece la oportunidad de regresar a la idea original de Dios cuando Adán y Eva caminaban y hablaban con él con toda naturalidad en el Edén y en igualdad de condiciones (y fijaos que en ese momento iban desnudos, los dos, qué casualidad). Es decir: las mujeres pueden aspirar, aún en medio de una sociedad que sigue siendo machista a consecuencia de la caída, a que su condición, su dignidad originaria como seres a imagen de Dios, quede restaurada. Si en Romanos 5:12-20 Pablo nos señala que la sentencia de muerte a la quedó condenado Adán a consecuencia del pecado queda revocada, dentro de ella queda revocada el resto de la maldición de Génesis 3:16-19. Como cristianos aceptamos sin problema que el hombre ya no está destinado a convertirse en polvo, sino que en Cristo tiene vida eterna; también desde una perspectiva cristiana podemos recuperar una idea del trabajo como bendición y no como maldición, y aunque la tierra quedó maldita por nuestra culpa, nos volvemos ahora responsables de su cuidado y su cultivo, a la espera de la tierra nueva que nos espera cuando el Señor regrese. Que no podamos disfrutar de todo esto plenamente en esta tierra no significa que no debamos buscarlo y potenciarlo. ¿Y sin embargo somos tan hipócritas como para omitir que en Cristo también tiene redención la maldición de Eva de quedar en posición de inferioridad frente al hombre? Si incluso es cierto que debido a los avances de la ciencia (uno de los mandatos de Dios originales con respecto a “cultivar” la Tierra, como señala John Stott en La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos) ya la mujer no tiene necesidad de parir con dolor (viva la epidural), ¿cómo podemos negar lo que se afirma por lo tanto en Gálatas 3:28 de que no hay diferencias entre hombres y mujeres en Cristo?

Cierto es que seguimos viviendo en un mundo caído bajo la influencia del pecado, pero no seríamos cristianos de verdad si no cumpliésemos con nuestro deber de vencer esa corriente y expandir las buenas noticias del reino de Dios que ha venido a nosotros.

Así pues, ¿la mujer cristiana debe vestir decentemente? Sí, claro. Los hombres también. ¿Pero por qué razón? ¿Por la razón que deriva de la caída según la cual la mujer es posesión del hombre y está despojada de su dignidad personal, o por la razón que deriva de la salvación en Cristo de que debemos honrar a Dios con nuestros cuerpos? Puede que parezca obvio, pero antes de contestar a la pregunta cada uno debe plantearse de cuál de los dos extremos proviene su creencia. Porque desde el primer supuesto, las mujeres deben vestirse decentemente para no incitar a los hombres; desde el supuesto de nuestra nueva vida en Cristo, las mujeres deben tomar con libertad de conciencia la decisión de vestir decentemente. Y muchos dirán, ¿cuál es la diferencia? Básicamente, toda la del evangelio.

Si damos por hecho que las mujeres que visten con ropa más ligera están siendo culpables de incitar a pecar a los hombres, estamos faltando al principio bíblico de que cada uno es responsable de sus propios pecados. En Mateo 5:27-30 Jesús no dice que si el hombre mira con lujuria a una mujer que no le corresponde vaya a esa mujer a decirle que se tape un poco más que le está provocando. No, Jesús dice que ese hombre que mira es el responsable de controlar su deseo y su pecado. Creo que este pasaje solo bastaría para cerrar el debate.

Sin embargo, hay algo interesante que decir de los dos versículos más usados para defender la idea paternalista de que las mujeres poco pudorosas van provocando a su paso.

1 Timoteo 2 es el pasaje de la discordia. Es el que se usa en muchos círculos (vv. 11-15) para defender fuera de contexto que la mujer no puede predicar ni enseñar en la iglesia. No voy a entrar en eso. Sin embargo, del mismo modo descontextualizado se usan los versículos 9 y 10 para obligar a las mujeres a ir recatadas al culto del domingo a la iglesia. Primero, no hace falta ser un erudito para ver que Pablo escribe una carta en un contexto muy complicado y diferente al que vivimos hoy. ¿De qué temas habla en 1 Timoteo? ¿Habla de que se han puesto de moda ese verano las minifaldas o las sombras de ojos de color azul fosforito? Se ve claramente que no, que el tema era que los miembros de la iglesia que pastoreaba Timoteo se habían convertido a Cristo desde un entorno social cuyas reglas morales chocaban directamente con las bíblicas. No venían de un entorno judío en donde conocieran la Ley de Moisés y tuvieran clara la naturaleza de Dios, sino de un entorno griego pagano donde sus costumbres eran muy diferentes a las que corresponden a la nueva vida en Cristo. Pablo hace un repaso general de cómo Timoteo debía enseñar a todos, hombres y mujeres, que su nueva identidad en Cristo conllevaba abandonar los viejos hábitos pecaminosos. Que las mujeres fueran recatadas, dentro de este contexto, es muy probable que no tenga que ver con que una mujer de Dios no pueda ponerse guapa, sino con que, como explicamos más arriba, su dignidad había quedado restaurada en Cristo y ya no debían lucirse como trozos de carne decorada para llamar la atención. Esta idea queda clara al compararla con 1 Pedro 3:3-4, donde insiste en que la mujer que ha conocido a Cristo, al igual que el hombre, ha quedado restaurada en su interior, en su corazón. Ya no es importante por lo guapa que esté (y hoy eso se puede aplicar a los que defienden que si una mujer pasa de los 35 años ya no sirve para nada, idea bastante extendida), sino lo hermosa que es por dentro. Vale su inteligencia, su profesionalidad, su amor a los demás, sus buenas obras, no sus vestidos ni su aspecto. Ya no tiene que protegerse de los hombres, ni buscar su protección para sobrevivir. Su identidad no está en ser la esposa de nadie, sino en ser hija de Dios. Esa es la maravilla que nos ofrece Cristo.

Sin embargo, es un error relativamente frecuente tomarse estos dos versículos como una obligación y no como una declaración de nuestra nueva naturaleza en Cristo. Es la eterna lucha entre el legalismo que conlleva a la muerte o estar bajo el imperio del Espíritu (Romanos 8). Muchos hoy en día, en las propias iglesias cristianas, caen bajo la ley de “no te pongas esto”, “no hagas aquello”, bajo el temor de desobedecer al Señor si se equivocan. La Biblia deja muy claro que la relación de obediencia que debemos tener con el Señor debe estar basada en el amor y no en el temor (1 Juan 4:8). Por lo tanto, las mujeres son libres de no seguir esas leyes impuestas por las personas, por miedo a ofender a Dios, y no por respeto a él con amor y con la conciencia clara de que tenemos una identidad en Cristo que honrar. Es decir, que el tema de cómo vista una mujer de Dios recae plenamente en su libertad de conciencia, porque las mujeres también tienen libertad de conciencia en Cristo.

Es muy duro escuchar en ámbitos cristianos que las niñas adolescentes son dignas no por su identidad en Cristo, no por ser hechas a semejanza de Dios, no por sus valores, talentos y cualidades, sino por cómo se visten o se maquillan. En realidad, y supongo que se hace por ignorancia pero no por ello deja de ser peligroso, se sigue transmitiendo el mismo mensaje consecuencia de la caída: la mujer vale lo que aparenta, porque no vale para nada más. Falla algo si se enseña a las niñas a ser decentes en su apariencia pero no se enseña a los niños a mirar con respeto a las mujeres, a valorarlas por lo que dice en 1 Pedro 3, a apreciar los dones y las cualidades que Dios les ha otorgado, y a respetar su dignidad sea cual sea el estado de desnudez en que se encuentren.

En cualquier caso, hoy en día el tema de la identidad de la mujer, tanto dentro como fuera de la iglesia, es muy sensible. Creo que sería sabio evitar hacer declaraciones en redes sociales tan ligeras como la ropa que se critica. Necesitamos amor y necesitamos contexto, espacio y libertad para estudiar, pensar y exponer la verdad. Y muchas veces las redes sociales no son el mejor lugar para ello.  

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