Yo creo en los milagros

Cuestionar los milagros tanto de antaño como en la actualidad, sería como cuestionar a Dios mismo y su naturaleza intrínseca.

21 DE JUNIO DE 2015 · 08:25

,

Cuando pienso en los milagros reales, pienso en la vida misma. Porque vivir es un auténtico milagro, sin ningún género de dudas, es un precioso regalo de la Divinidad. A veces me he sentido perplejo viendo a ciertas personas con malformaciones congénitas y a otras tantas criaturas en su más tierna infancia, padeciendo enfermedades raras y algunas de ellas desgraciadamente incurables. Estas cosas llegan a estremecerte en lo más profundo de tu alma, viendo el sufrimiento a veces no solo de quienes lo padecen en primera persona, sino de sus seres queridos más cercanos.

Sin embargo, los milagros ocurren en la propia naturaleza a cada instante: Véanse los procesos de reproducción de todos los seres vivos y, muy especialmente, la prodigiosa ley de la siembra y la cosecha que multiplica por mucho la potencialidad de una pequeña semilla convirtiéndola en un milagro cotidiano que sigue resultándonos tremendamente impresionante. Respecto a estas cosas tan maravillosas somos muchos los que no quisiéramos perder la capacidad de asombro por las ingeniosas obras de Dios en todo lo existente.

Me gustaría disponer del tiempo suficiente para desarrollar lo que considero una tesis inapelable acerca de los milagros de Dios de ayer, de hoy y de siempre. Cuando leo las Escrituras desde el relato de la creación de todas las cosas, con esa inteligente y perfecta simplicidad de los once primeros capítulos de Génesis, me quedo maravillado. Cuando observo atentamente la historia de la nación de Israel y su complejo desarrollo histórico, quedo impresionado por la exquisita y persistente soberanía de Dios con su proyecto redentor para toda la humanidad, a través de este insignificante pueblo. Cuando veo las milagrosas acciones de Dios con Israel en el desierto, como la imponente apertura del Mar Rojo, veo la misericordia de Dios en estado puro. Cuando sigo observando la milagrosa intervención del Señor en la conquista de Canaán y en todas las etapas históricas del pueblo de Israel, a través de sus profetas, se advierten continuamente acciones sorprendentemente milagrosas; solamente resaltar las proezas realizadas a través de Elías y Eliseo entre otros. Cuando Cristo vino al mundo vemos el mayor de los milagros personificado en su propia vida y en todos los actos de su ejemplar y maravilloso ministerio. Cuando descendió el Espíritu Santo el día de Pentecostés en el aposento alto, a partir de entonces los milagros han sido la característica más distintiva de la irrupción del reino de Dios entre los hombres, porque el reino de Dios no consiste en palabras sino en poder. No incluyo citas bíblicas al respecto porque tendría que mencionar toda la Biblia, en cuanto a milagros de toda índole se refiere.

Cuestionar los milagros tanto de antaño como en la actualidad, sería como cuestionar a Dios mismo y su naturaleza intrínseca.

En el mundo cristiano tampoco faltan los nuevos saduceos que no solo objetan la sobrenaturalidad de la Palabra, sino que también envenenan la fe de muchos con su diabólico argumentario, más racionalista que bíblico - teológico.

Aunque yo mismo nunca hubiera tenido la experiencia de ver o vivir ninguna acción milagrosa ante mis ojos, seguiría creyendo en el Dios de los milagros por la sencilla fe en la bendita Palabra del Dios que nunca miente.

Sin duda alguna el milagro del nuevo nacimiento, en la vida de cualquier persona que lo experimenta, sigue siendo el mayor de los milagros que puedan producirse hoy en día en cualquier parte del mundo. No obstante, el factor milagroso siempre debe estar presente en nuestras expectativas de fe. No debemos sobredimensionar las promesas de Dios, porque en sí mismas son suficientemente poderosas y efectivas; pero tampoco debemos minimizar Su poder en la actualidad, porque no es un bien escaso. Hemos de reconocer con la necesaria humildad que la escasez de milagros entre nosotros hoy, tiene que ver con nuestra falta de fe. Aquí no se trata de sublimar esta cuestión sobre otras muchas igualmente importantes pero, desde mi observación personal, veo y percibo al respecto un preocupante escepticismo en amplios sectores de nuestras comunidades cristianas. Tampoco me identifico en absoluto con quienes invocan milagros por doquier y convierten esta cuestión en actos puramente circenses; ni mucho menos, con ese movimiento cesacionista que mata la fe en la indiscutible sobrenaturalidad de Dios y en el poder actual de su Palabra. Admitir la soberanía de Dios en diferentes dramas de la vida no supone ninguna claudicación de la fe, ni tampoco debe de convertirse en una resignación que pudiera enmascarar nuestra propia frustración e incredulidad.

Yo creo en los milagros porque creo en el Dios Todopoderoso y todavía mantengo la esperanza de que, en medio de un mundo tan convulso e inquietante como el nuestro, seamos testigos de excepción de los milagros y de las obras mayores del poder de Dios. Que todo ello sirva para la persuasión de muchos descreídos y, definitivamente y ante todo, reconozcamos que el milagro más extraordinario de todos los que podamos anhelar es Él mismo, porque Él es el milagro por excelencia.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - Yo creo en los milagros