Jericó, la batalla que no se peleó

Josué capítulo 6, novelado.
 

24 DE MAYO DE 2015 · 19:51

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El ejército se puso en marcha al rayar el sol. Adelante va la vanguardia formada por los mejores soldados de Israel. Las lanzas flameaban con un color rojizo sediento de sangre al reflejar los colores de la aurora.

Luego siguen los sacerdotes con sus vestidos blancos  sonando las trompetas. Tras ellos viene el arca  de Dios y cierra la marcha la retaguardia.

Una nube de polvo se ha levantado en el desierto por la multitud que avanza hacia Jericó.

Adentro, en la ciudad, los soldados se preparan para la defensa. Están bien equipados, con alimentos y agua para un sitio prolongado, si fuera necesario. Las murallas de Jericó  tienen fama de ser  invencibles; son  altas y anchas. Mientras tanto, en las ciudades cercanas de Canaán se está tratando de montar una coalición para atacar a los sitiadores.

Ya han enviado tropas para ayudar a defender Jericó  (Jos. 24:11).   Cuando  el ejército de Israel está a menos de un kilómetro de las murallas los destacamentos se detienen. Las trompetas cambian su voz y comienzan a entonar una música que tiene una combinación de adoración al SEÑOR y de triunfo.

Los soldados  repiten en sus mentes las palabras de Moisés: “El SEÑOR es mi fortaleza y mi canción, él ha sido mi salvación… El SEÑOR es un guerrero ¡El SEÑOR es su nombre! (Ex.15:2,3).

Detrás de las murallas los  capitanes y los soldados observan con cuidado. Josué levanta su espada y los guerreros doblan en un ángulo de 90 grados  comenzando a rodear la ciudad. A la distancia, parecen un juego de “soldaditos de plomo” tratando de rodear aquellas fuertes murallas.  La  milicia  adentro de Jericó se apronta para el ataque, pero no sucede nada.

Al terminar el recorrido  los israelitas retornan al campamento.

Al  rayar el sol sobre los montes las trompetas rugen sus notas. Una vez más, lentamente los regimientos  se desplazan.  Algunos se preguntan: ¿por qué no atacamos ya? Estamos prontos, hemos comido bien   y estamos descansados. Sin embargo el general Josué dice: -Hoy no es el día que el Señor ha escogido.

El segundo día el “rito” se reitera. Josué se ha levantado muy temprano (12).  Muchos en el campamento de Israel  creen que ese va a ser el día   del ataque final.  La misma comitiva se hace con el mismo orden. Primero la vanguardia, luego los sacerdotes con las trompetas tocando todo el tiempo, después el arca del SEÑOR y por fin la retaguardia.

El tercer amanecer  los soldados se levantan con esa combinación de entusiasmo y de miedo antes del ataque. Se preparan como si fuera a suceder ese día pero nada acontece.

La cuarta jornada  los capitanes se dirigen a Josué  y le hacen saber que algunos de los jefes  están nerviosos y desearían  empezar la embestida cuanto antes  posible para “no perder el momentum”.

Los regimientos  rodean una vez más la ciudad. Al hacerlo hay un silencio profundo. No hay gritos ni nadie habla nada. Más que un ejército preparándose para el ataque parece un enorme cortejo fúnebre.

Al llegar al quinto amanecer  se repiten en forma idéntica todos los movimientos.

Al llegar el sexto atardecer , Josué está preocupado. Se pregunta: ¿Qué pasa si perdemos la batalla?  ¿Cuál va a ser la reacción del pueblo si las fuerzas del enemigo nos rechazan? ¿Qué acontecerá si llegan refuerzos de las ciudades aliadas y  no conseguimos tomar Jericó?

Mientras piensa en estas cosas se pone “nervioso”.

La noche ha caído. Los soldados en pequeños grupos hablan alrededor de las  mil fogatas que  han sido encendidas.  Algunos afilan  sus espadas y las puntas de sus lanzas. Algunos de ellos están  “nerviosos”.  Esta es la tercera  batalla en sus vidas y el poder del enemigo es desconocido.

Los capitanes  se han reunido y discuten como se va a efectuar el ataque. Josué preside la reunión del “estado mayor”

Los guerreros discuten entre ellos. Algunos  tienen más experiencia, otros menos. Algunos nunca han peleado. Otros cuentan sus propios lances luchando contra los dos reyes de los amorreos.

La noche es ahora profunda y Josué se acuerda de aquella oportunidad  en que el Señor se le apareció.

Cerca ya de la medianoche Josué no puede conciliar el sueño. No porque tenga miedo, sino porque sabe que lo que va a suceder a la mañana siguiente va a tener un significado histórico para el pueblo de Israel.

Josué no ignora que debe demostrar un coraje y valentía que en su fuero íntimo a veces le parece no tenerlos. No es que sea un cobarde; ¡de ninguna manera! Es un líder nato que está consciente de no tener la fortaleza ni la capacidad para la empresa a que ha que ha sido llamado.

Se acuerda de esa experiencia que le aconteció varios meses atrás.

Hacía poco que Moisés había muerto. El había sido su “ayudante” por muchos años. Un día, cuando el sol ya se había puesto y todo estaba en silencio, el Señor le habló y le dijo muchas cosas.

Le indicó que él tenía que cruzar el río Jordán y poseer la tierra. Se acuerda como si fuera ayer del pánico que le sobrevino. “¿Quién era él para conducir a un pueblo a la tierra prometida?”.   Quizás pensó decirle al Todopoderoso:

-Señor, yo quiero ser fiel y hacer lo que tú me dictes pero realmente no me animo. Señor, tú sabes mis debilidades  y mi temperamento y que yo no tengo ni la cuarta parte de las cualidades de Moisés. 

Pero esa oración quizás nunca se efectuó porque el  Eterno  habló antes y dijo: “Nadie te podrá hacer frente todos los días de tu vida…no te dejaré ni te desampararé” (v.5).

Se acuerda la tranquilidad que le dieron a su corazón estas palabras y luego las que siguieron se la reforzaron: “¿No te he mandado que te esfuerces y seas valiente? No temas ni desmayes porque el SEÑOR vuestro Dios  está contigo”.

El sol nuevamente se levanta al séptimo día  sobre un horizonte con los tonos ensangrentados del amanecer. Allí,  arriba sobre las murallas, los hombres de Jericó observan ese “desfile militar” tan inusual.

Los soldados de la vanguardia van en silencio, precediendo a los siete sacerdotes con las trompetas hechas de cuernos de carneros; luego siguen los sacerdotes que llevan el arca; detrás de ellos,  también en mutismo absoluto, sigue la retaguardia.

Mientras caminan los sacerdotes hacen sonar sus trompetas. El sonido es majestuoso y lúgubre. Desde adentro de la ciudad la gente se pregunta: ¿Qué están haciendo estos hebreos tocando sus trompetas?  ¿Creerán que soplando un cuerno se gana una batalla?

En los  días pasados  todo se  ha repetido  como si fuera un “replay” en una filmadora. Dentro de las murallas de Jericó los habitantes están ya hastiados de tantas vueltas del ejército enemigo alrededor de la ciudad.

Creen que ese día será como cualquier otro día. Han recibido órdenes del rey de prepararse como lo han hecho todos los días en caso que el enemigo decida atacar. Dentro de la ciudad hay un sentimiento complejo.

Si bien están amedrentados por lo que han escuchado que los hebreos han hecho en sus previas batallas saben que esas murallas son muy fuertes, muy altas y están muy bien protegidas.

-¡Que vengan cuando quieran!-dicen algunos de los generales- Los estaremos esperando con nuestros “brazos abiertos” y nuestras lanzas y espadas recién afiladas.

Los diestros flecheros están situados tras las almenas. Son guerreros muy bien entrenados en el arte de la guerra. Las estructuras de las murallas los protegen y ellos pueden infligir grandes pérdidas a los sitiadores con mínimas bajas de su parte.

Ese séptimo día todo parece ser idéntico a las otras seis veces. Uno de los generales de Jericó le dice a su colega:

-¿Cuándo se cansarán estos hebreos de hacer estas estúpidas maniobras? Si siguen así vamos a tener que salir y darles una embestida brutal.

Pero de pronto el general se sorprende. Las tropas enemigas no vuelven a sus campamentos sino que inician su segunda vuelta alrededor de la ciudad. El sol sigue ascendiendo lentamente por  su camino señalado e invisible.

Al frente de las tropas de los hebreos va Josué.-Comandante -le preguntan a Josué sus asistentes-, ¿nos volvemos ahora?       -Vamos a dar  una vuelta más.

La pregunta se  reitera:

-¿Y ahora comandante,  qué hacemos?

-Demos otra vuelta más -responde Josué.

Ya han dado seis vueltas y algunos de los soldados ya muestran signos del comienzo de  fatiga. Adentro de los muros, a pesar del temor,  siguen las bromas y las burlas.

Jericó ha sido atacada muchas  veces en su historia milenaria pero nunca algo así.

-¿Qué estarán esperando? -dice uno de los capitanes- ¿Estarán esperando que nos rindamos? 

-No -dice otro militar- Creo que están esperando que les abramos las puertas y los invitemos a pasar.

La séptima vuelta se está por completar. El rey está en el centro de la ciudad  rodeado de sus consejeros mientras que los correos vienen y van. Escalar las murallas sería casi imposible. Hacer un túnel por debajo ya ha sido descartado por Josué.  

Allí, en el extremo oeste de la muralla apenas se ve una pequeña ventana de donde cuelga una cuerda roja.

Faltan pocos metros para completar la séptima vuelta. Las trompetas callan por unos minutos y se escucha la voz de Josué. El mensaje es transmitido al  resto del ejército como un reguero de pólvora.

- “Gritad porque el SEÑOR os entrega la ciudad… no toquéis ni toméis nada del anatema” (v. 17).   

La s trompetas suenan otra vez pero no es un sonido fúnebre sino de triunfo. Los guerreros de Israel comienzan a gritar. El rey desde el balcón del palacio sigue comandando la situación.

De pronto sus ojos y los de todos los que están con él se abren como si fueran a escaparse de sus orbitas. Sienten un ruido estremecedor. Es un sonido muy intenso y muy grave que  va en aumento.

Con espanto observa como las murallas se colapsan como si fueran de gelatina (o crema helada). Se escuchan  los gritos de desesperación de  miles de personas tratando de esquivar ser sepultadas por toneladas de piedras.

El espectáculo es dantesco. La muralla ha caído en su totalidad menos en un pequeño lugar del extremo oeste.  Las  fortificaciones  se han pulverizado como si miles de kilos  de dinamita se hubieran colocado en cien lugares distintos y se hubieran detonado al mismo tiempo.

Cientos de arqueros quedan sepultados por los grandes pedazos de rocas. Los gritos ensordecedores de dolor de los heridos es brutal.

El rey con pavor  observa como su ciudad tan orgullosa de esas fortificaciones magníficas ha quedado completamente indefensa.

En la distancia se ve al ejército enemigo que avanza  rápidamente por los cuatros frentes  en su embestida  final. Los que están en el sur de la ciudad tratan de correr hacia el norte para poder escapar.

Los del oeste tratan de ir al este. Pero al llegar allí el caos es igual en todas partes. La muralla se ha pulverizado.

-¡General, organice la defensa!-grita desesperado el rey que está temblando como un diapasón de música.

-Mi Señor -responde el militar-, estamos perdidos, no podemos defendernos, nos están atacando por todos lados.

Una tremenda nube de polvo se levanta.

 

 La Historia Bíblica y Nosotros

El comandante en jefe  de las tropas es Josué.  Lejos estaba   de ser un cobarde aquel que había sido uno de los doce enviados por Moisés a reconocer la tierra (Num 13:16).

Pero Josué es un hombre consciente de que no tiene en forma innata la valentía  y la energía que se requiere de un individuo en esa posición y con esas responsabilidades.

Una y otra  vez el SEÑOR le dice “¡Esfuérzate y sé  valiente”. Esta amonestación seguramente que no se hace “por las dudas” sino  porque Josué con todas las virtudes que posee y todo su cometido al Señor (Jos.24:15) sin embargo tenia una tendencia a verse aplastado frente a tantas obligaciones tan serias.

Para Josué era fácil estar bajo la sombra de un hombre tan poderoso como Moisés. Pero llegó el momento en que él tenía que “ponerse los zapatos” del gran legislador y al principio no le fue fácil.

Como resultado de la victoria sobre Jericó Josué adquiere  el respeto del pueblo  y su fama se extendió en toda la tierra (Jos6:27).

Hay una  hermosa canción   de los esclavos “afro-americanos” (“Spiritual”)  cuyo título es “Josué peleó la batalla de Jericó”. La música es excelente y “pegadiza”  y las palabras son muy adecuadas.  Sin embargo Josué nunca peleó la batalla de Jericó en el sentido que Jericó no fue una batalla.

Fue una acción militar en la que básicamente una ciudad que se estimaba  inexpugnable fue tomada utilizando una técnica que parecía insensata. Sin duda que hubo ciertos enfrentamientos pero no fue una batalla en el sentido correcto del  término.

Para Josué la toma de Jericó fue un acto de fe. La ciudad fue rodeada en total trece veces. Pero no fue ninguna de las doce  previas la que le iba a dar la victoria. Los mismos gritos -por más fuerza humana que pusieran-, no lo hubiera logrado.

Tenía que ser  siete días y el último día siete veces. El SEÑOR tiene sus planes perfectos. El cumplirlos trae bendición y el ignorarlos acarrea consecuencias.

Notemos que en el capítulo de los “Héroes de la fe”  (Heb 11) no se menciona  a Josué.  La caída de las murallas fue una demostración de la fe de todo un pueblo y no solamente de un individuo (Jos.11:30).

Josué ha ordenado que no se toque el “anatema”  Todo debe ser destruido con la excepción de metales (6:18,19). Desgraciadamente la codicia  de un hombre va a traer funestos resultados a nivel nacional e individual (7:21).

Una de las preguntas frecuentes que se formula  es por qué el SEÑOR  mandó destruir a todos los habitantes de Jericó incluyendo niños.  Creo que parte de la difícil respuesta es: para salvar más niños.

Las gentes de Canaán tenían  vicios y  costumbres terribles.  Entre ellas  se contaba el ofrecer niños en sacrificio vivo al Dios Moloch. Los inocentes  eran echados al fuego mientras que los tambores redoblaban  cada vez más fuertes para ahogar los gritos de los desdichados infantes.

Estos pueblos tenían muchas tradiciones inhumanas y perversas. Al eliminarlos -aunque esto nos parezca algo muy duro-, se acaba con los hábitos  perniciosos  que practicados por ese pueblo (Deut. 20:18).

No debemos quedar estupefactos por el horror que suscita esta cuestión dado que sabemos que las Escritura enseña: “El juez de toda  la tierra ¿no ha de hacer lo que es justo?”  (Gen.18:25.).

Honestamente contestamos que no lo entendemos todo, pero sabemos incuestionablemente  que nuestro Dios es justo y misericordioso (Rom.11:33).

A veces el cirujano tiene que extirpar un órgano y aún un ojo para impedir que la enfermedad o la infección se extienda.

Se ha   sugerido que esos siete días de marchas alrededor de la ciudad fueron otras tantas  oportunidades que tuvieron los hombres de Jericó  para arrepentirse. Ellos no lo hicieron. Por eso la Palabra nos dice “por la fe Rahab…   no pereció junto con los incrédulos”  (Heb 11:31).

Esta es una historia de juicio sobre los habitantes incrédulos de Jericó y de gracia sobre Rahab y su familia.

 

Notas

Moisés les había dado instrucciones muy precisas tales  como: "Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y veas caballos y carros, un pueblo más numeroso que tú, no tengas temor de ellos, porque contigo está el SEÑOR tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto..." (Deut.20:1). Luego les enseña:

“...vosotros os acercáis ahora  a la batalla contra vuestros enemigos. No desmaye vuestro corazón. No temáis ni os turbéis ni os aterréis delante de ellos. Porque el SEÑOR vuestro Dios va con vosotros para combatir con vosotros contra vuestros enemigos y  para daros la victoria” (Deut. 20:3,4).

El tocar las trompetas había sido claramente enseñado por Moisés “tocaréis la trompeta … y seréis librados”  (Deut.10:9). Estrictas instrucciones fueron dadas por Josué  en cuanto a que la ciudad de Jericó tenía que ser destruida completamente. Esto implicaba:

1) Prenderla fuego.

2) Matar  a todos los habitantes de todas las edades incluyendo los animales, dado que todo estaba incluido en el “anatema” (Lev.27:29 y Jos. 6:17,18).

3) Destruir todas las posesiones incluyendo ropas y adornos de los habitantes. Solamente las cosas de oro, plata y hierro van a ser utilizadas para el servicio religioso al ser parte de las ofrendas para el Señor.

 

Lecciones y temas a discutir.

¿Hay algún creyente que tenga en forma innata todos los dones y cualidades que se requiere en la obra del Señor?

¿Qué fue lo que hizo que se cayeran las murallas? ¿Un terremoto, el fuerte grito o algo distinto?

¿Era imprescindible el grito fuerte de todos los guerreros?

¿Por qué había que destruirlo todo?

Extracto del libro “Cuatro mujeres y siete hombres de fe” de Editorial Mundo Hispano.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ahondar y discernir - Jericó, la batalla que no se peleó