Montaña salvaje

Primer accésit en la modalidad de Relato del Certamen Literario González-Waris, premiado en el 2015.
 

24 DE MAYO DE 2015 · 19:50

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Es el momento apropiado. Sus padres están recogiendo la mesa y piensan que Carlos duerme plácidamente. Sin embargo, justo ahora, empieza su aventura.

Durante varias noches de ese ansiado verano esperó a que se cumplieran las condiciones necesarias, pero la sequía rompía sus planes una y otra vez. En el jardín de la casa del pueblo, donde pasan las vacaciones, Carlos miraba al cielo esperando a que las nubes llegaran.

Su abuela le contó varias veces una historia sobre el monte que hay frente a la casa, al que llamaba Montaña Salvaje y como eso le cambió la vida. Incluso le dio varias notas que se había aprendido de memoria sobre como vivir cierta andanza a la que ella siempre lo animaba.

La yaya Ana ya no está, y la echa mucho de menos. Aunque tenga amigos en el pueblo, sin ella se siente solo. Por eso este año quiere comprobar hasta que punto era cierto todo lo que le contaba.

Sale por la puerta de atrás. Rodea la casa agachándose por las zonas con ventanas hasta encontrarse cara a cara con la montaña. En su mochila sólo lleva una cantimplora, unas galletas y un paquete cuidadosamente envuelto con plástico de burbujas. A la cintura, anudada una chaqueta, y en la mano su pequeña linterna.

Nota Nº1: “La estrellas brillan mejor después de una buena tormenta”

El suelo está embarrado, por la tarde una tormenta de verano había invadido el pueblo. ¡Por fin!¡Era perfecto!

Todavía no se ha ocultado el sol, pero al entrar en la arbolada del bosque tiene que encender la linterna. Las ramas a penas dejan pasar la luz y la montaña hace de pared frente al sol.

Anda durante un buen rato, siempre en dirección a la parte más alta, sin perder su objetivo, pero esperando a que se dé la siguiente condición.

De repente, un arbusto cercano se mueve. Lo enfoca rápido para ver si hay algo.

—¿Hay alguien ahí?

No hay respuesta, ni movimiento alguno. Entonces, cuando vuelve a emprender su camino, empieza a soplar el viento.

Nota Nº2: “Busca el sonido del viento, busca su origen”.

Anda en contra de lo que parece una brisa. Al principio parece que viene de varios sitios a la vez y eso le confunde un poco ¿Se estaría equivocando? Pero, poco a poco, sopla con más fuerza y consigue confiar más en el camino que debe seguir. En cada paso el viento se vuelve más violento, cada vez le cuesta más andar. ¿Cuánto más podría aguantar?

Se pone la linterna en la boca y la agarra con los dientes como puede, necesita las manos libres para agarrase a los árboles y arbustos que encuentra a su camino, y así, conseguir avanzar. 

De repente, cuando iba a darse por vencido, el aire desaparece. Carlos está extrañado porque a su lado las ramas se sacuden como locas. Mueve una mano en esa dirección y nota como en un punto concreto ésta se mueve de forma incontrolable por un vendaval selectivo. Ya con la linterna nuevamente en su mano decide seguir el camino de ese tornado que no viene del cielo, sino de un lateral del bosque.

A medida que avanza se vuelve cada vez más fino y empieza a notar una aguda melodía que no llega a ser desagradable. Es como si alguien intentara hacer música.

El camino le lleva a un árbol ¡El sonido sale de un agujero que tiene a la altura de su cara! Es pequeño, como de una moneda de euro y lo tapa con la mano.

— ¡Hey! ¿Qué haces? —suena una voz desde el árbol.

Carlos sorprendido la quita y da un paso atrás. Entonces observa como el agujero cambia y se convierte en una línea horizontal en movimiento que le sonríe. Arriba otros dos agujeros parece que le observan.

—Perdona, si te he asustado. Estaba entusiasmada con mi silbido y no te había visto llegar. Si no te gusta como lo hacía ¡habérmelo dicho! No hace falta que me tapes la boca ¡hombre!

De repente un aleteo resuena alejándose.

—Palomino ¡no tardes! Que la luz de este niño no da para mucho.

Carlos está atónito. ¡Su abuela decía la verdad! Le había contado sobre la existencia de una niña árbol.

En segundos el lugar se ilumina por miles de pequeñas luces, luciérnagas que acompañaban a un pequeño búho hasta sentarse en una de las ramas del árbol parlante.

—Ahora te veo mejor. ¡Pero di algo! Yo soy Flora  y él es mi amigo, Búho Palomino, o Palomino para los amigos.

—Uh, Uh —saluda el ave que mira fijamente al niño.

—Ho... Hola. Yo soy Carlos.

—Hola Carlos, encantada de conocerte, ¿qué te trae por aquí esta noche?¿No deberías estar en la cama?

—Estoy... Buscando a alguien. Mi abuela me contó algo y quiero saber si es verdad.

—Aja...

—Me dijo que podría encontrarte por la noche después de una buena tormenta.

—Cierto, me gusta secar el bosque silbando una melodía a la luz de la luna ¿Y para qué me quieres?—¡Busco ver las estrellas y hablar con quien las hizo! —dijo con firmeza.

—¿Estás seguro? ¡No tenemos mucho tiempo! —responde tras un silencio.

—¡Segurísimo! ¿Me ayudarás?

La tierra que está sobre Flora empieza a levantarse. Palomino echa a volar ante el movimiento haciendo círculos. Se asoman las raíces, parecen cuatro pies con dedos muy largos que se mueven como culebrillas.

—¡Vamos!

Caminan por el frondoso bosque en fila india. Las luciérnagas dirigen el camino mientras Carlos permanece en la retaguardia, atento a todo lo que le rodea. Van hacia las rocas. Los animales nocturnos miran atónitos a la singular pandilla rodeada de puntitos brillantes. No pasan desapercibidos.

Después de varias horas Carlos se siente cansado, ¡parece que no van a llegar nunca! Mientras andan, Flora le advierte de que tendrán que escalar, nunca lo ha hecho y le produce cierto temor. Entonces escucha el movimiento de unos arbustos.

—¡Hey! ¡Por aquí! —dice alguien susurrando.

Carlos se aparta del grupo siguiendo la voz hasta un claro donde alumbra la luna llena con su reflejo plateado. Una serpiente de ojos brillantes y medio enroscada lo mira fijamente.

—¿Por qué me has llamado.

—Sé lo que quieres, sé a donde vas.

Habla con lentitud, como si tuviera que articular con cuidado cada sílaba. Cuando pronuncia una ese, ésta se alarga hasta llegar a molestar.

—¿Nos has espiado?

—Esa palabra es muy fea, digamos que os he observado, si te parece bien.

Carlos la miraba con desconfianza.

—Sé un camino más corto, más sencillo y no hace falta escalar. Sólo te quiero ayudar – explica la serpiente.

Carlos recuerda la tercera nota de su abuela:

Nota Nº3: “Nunca te apartes de tus amigos, siempre habrá alguien que quiera adueñarse de tu corazón para transformarlo en algo oscuro”.

—Déjalo, mejor me vuelvo.

Al darse la vuelta la serpiente se impulsa hacia el cuello del chico. Las escamas de la piel lo rozan y esa sensación de aspereza le va rodeando. Antes de que pueda llegar a enroscarse, algo lo aparta de un golpe. Varias ramas lo cubren protegiéndolo y lucecitas revolotean a su alrededor. Un

 “uh, uh” suena con fuerza.

—¿No te das por vencida? —preguntó Flora a la serpiente.

—¡Nunca! —responde con furia— pronto conseguiré mi deseo.

—Jamás lograrás que el Creador te devuelva esos dientes venenosos.

La serpiente le lanza una última mirada llena de odio. Se marcha lentamente dejando un pequeño surco en la tierra.

—¿Quién es? —pregunta Carlos.

—Alguien que hace tiempo consideré mi amiga. Vivía en mis ramas. Tenía dientes venenosos que sólo usaba para comer. Con el tiempo se sintió poderosa y comenzó a matar sin motivo alguno. Se sentía invencible. Los árboles intentábamos defender a los animales pero nos intimidaba arañado nuestros cuerpos.

El Creador tuvo compasión de sus criaturas y mandó a su Hijo para estar entre nosotros. Un día la serpiente se enfrentó a Él pero, al ver que no podía hacer nada para acabar con su existencia le dijo que, si daba su vida, ella dejaría en paz a los demás.

El Hijo nos quería mucho e hizo ese sacrificio. Nos quedamos consternados. Se había ido y la serpiente se sentía más triunfadora que nunca. Su maldad no tenía límites.

Sin embargo, un día volvimos a ver al Hijo. ¡Estaba vivo! La serpiente se enfadó muchísimo e intentó hacer de nuevo de las suyas, pero el Hijo le recordó el trato que habían hecho y el Creador le quitó los colmillos. Ahora solo puede asustar, pero no matar, por eso ya nadie le tiene miedo —hace un pequeño silencio y suspira—.  Pretende usar a algún humano a cambio de conseguirlos de nuevo.

—¿Y por qué un humano?

—Porque sois frágiles...

Nota Nº4: “El Hijo del Creador hizo posible vivir sin miedo”.

Carlos se queda pensativo.

—Mi abuela tenía razón.

—¿Cómo?

—Nada —responde Carlos con una leve sonrisa—. Gracias por ser mis amigos, no volveré a separarme de vosotros.

Siguen el camino, y poco tiempo después se paran frente a las rocas. Llega el momento más temido: escalar.

Flora baja una de sus ramas.

—¡Sube!

—¿En serio?

—Claro, será divertido.

Carlos sube, y como puede, se impulsa entre las ramas hasta ponerse en mitad de la copa del árbol.

—¡Cógete fuerte!

Flora se pega a las rocas. Las raíces y ramas que están libres se van enredando en los distintos salientes de las piedras. Suben poco a poco, pero con seguridad. Parece una araña gigante con cientos de pies de diferente tamaño.

A Palomino ya no se le ve.

Después de un buen tiempo Carlos se empieza a poner nervioso, han pasado muchas horas desde que ha salido de casa, ¿le dará tempo? Justo cuando iba a preguntar a Flora si quedaba mucho escucha:

—Uh, uh.

La silueta de Palomino les saluda, han llegado a la cima.

Carlos baja pero las luciérnagas no le dejan ver bien el cielo.

—Queridas amigas, gracias por acompañarnos. Habéis sido de gran ayuda pero necesitamos que os apaguéis, ¿nos haríais el favor? —dice Flora con amabilidad y dulzura.

Paulatinamente, sus pequeñas luces van bajando de intensidad hasta llegar a desaparecer.

Por un instante Carlos se siente muy pequeño, más de lo que es. Las estrellas brillan en un cielo oscuro e infinito. No puede dejar de mirarlas enmudecido. Todo es quietud.

—¡Hey! ¿Estás bien? —pregunta su amiga.

—Sí, sí. Pero, ¿dónde está el Hijo del Creador?

—Aquí mismo, observándote.

—No lo veo.

—Ten fe, háblale y te responderá.

Nota Nº5:  “Pide con fe al Hijo del Creador y te escuchará. Conoce tu corazón desde antes que nacieras. Te ama”.

Carlos saca de su mochila el paquete que tiene, le quita el plástico que lo envuelve y saca una estrella que ha hecho de cartón, pintura dorada y purpurina. La hizo el año pasado para su abuela, pero no le dio tiempo a regalársela.

—Hijo del Creador, mi abuela siempre me habló de ti y de tu padre —dice mientras abraza a la manualidad contra su pecho—. Quiero conocerte y tenerte presente como ella hacía.

—Querido Carlos, me alegro de que te hayas decidido —dice una voz firme pero a la vez tierna—. Sabía que este momento llegaría. Cuéntame, sé que deseas algo.

—Echo de menos a mi abuela, no quiero olvidarla. Pero, no soy digno de pedirte nada. Aunque sabía todo lo que tenía que hacer, no hice caso a las notas de mi abuela y me desvié. Me encontré con la serpiente, ¿sabes? ¡Y si no llega a ser por mis amigos me mata!

—Lo sé, les avisé de lo que te estaba sucediendo para que fueran en tu ayuda. No dejé de cuidarte un solo instante, pero también debías aprender de la situación.

—Perdóname —dijo el chico avergonzado.

—Sé de tu arrepentimiento. Ahora, ¡tira tu estrella hacia el cielo!

—¿Cómo? —dice extrañado.

—Confía en mi.

Carlos siente una gran calma. Mira su estrella y seguidamente dirige sus ojos hacia arriba. Tras un impulso la arroja en dirección al cielo. Cuando parece que va a pararse para volver a bajar se queda quieta durante unos segundos. Entonces, poco a poco, la estrella empieza a ascender dando vueltas sobre si misma. Coge velocidad hasta que deja de verse.

—¿Qué ha pasado?

—¡Brilla! —dice la voz.

Una luz intensa aparece en el cielo. Es la estrella más grande que jamás ha visto.

—¡Asombroso! —exclama Flora.

—Uh, uh.

—Creador, ¿cómo has hecho eso?

—Amiguito, el cielo es mío, igual que todo lo que ves. Si me pides con fe, te daré el deseo de tu corazón.

—Pero cuando amanezca, ya no te podré hablar.

—No te preocupes, ya no hará falta que hagas más este camino. Desde ahora estaré contigo siempre, en tu corazón. Como hice con ella. Te cuidaré y protegeré siempre.

Cuando emprenden la vuelta, empieza amanecer. Les acompaña un silencio cómodo, lleno se sonrisas cruzadas y de un aleteo alegre. Las luciérnagas se despiden dando vueltas alrededor de Carlos para luego perderse entre los arboles del bosque.

Las estrellas se difuminan en el cielo, se esconden tras nubes con forma de pan. Cuando llegan al agujero de Flora, los primeros rayos de sol saludan a la montaña. Se coloca y entierra sus raíces produciendo pequeños bultos en el terreno.

—Flora, Palomino, os voy a echar de menos.

—Cuando quieras puedes venir a vernos, ya conoces el camino —dice sonriendo.

Carlos se acerca y se echa sobre el tronco rodeándolo con los brazos. Flora lo abraza con las ramas más bajas. Entonces, una pluma de Palomino cae sobre su hombro. Es un poco más larga que la palma de su mano. La parte inferior es blanca y la otra mitad negra como el tizón. Algunos lunares marrones decoran la punta redondeada.

—Uh, Uh.

—Quiere que te la lleves, es su forma de demostrar su amistad.

—Gracias amigo, la guardaré siempre —traga saliva—.

—Ven siempre que quieras, ya conoces el camino, no tienes que esperar a que llueva para visitarnos. Te estaremos esperando. Por cierto, trae a tus amigos, comparte tu aventura.

Su vida había cambiado esa noche. Por el camino sólo podía pensar en todo lo sucedido. Gracias a su abuela había podido conocer al Hijo del Creador. Y ya no se sentiría jamás solo.

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