El hijo del viajante (1ª parte)

En ese pueblecito, en una casa de dos plantas, pequeña pero muy agradable, con amplia terraza y un cuidado jardín, vive su anciana madre...

09 DE MAYO DE 2015 · 20:55

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El Presidente del Estado de un país no muy lejano –no importa si monarquía o república, da igual, todos prometen casi lo mismo, además este es un cuento imaginario que podría suceder en cualquier parte- preparaba uno de sus múltiples viajes.

Esta vez no parte a Estados Unidos, ni a Dubai ni hacia Marruecos. Va mucho más cerca, a un pueblecito tranquilo, cercano a una ciudad provinciana alejada de la capital. Viajará por carretera, con su escolta y algún colaborador de los íntimos. En ese pueblecito, en una casa de dos plantas, pequeña pero muy agradable, con amplia terraza y un cuidado jardín, vive su anciana madre. Un fiel matrimonio de servidores, hermanos de la minúscula Iglesia Protestante del pueblecito y una enfermera que cuida de ella. Está bien atendida, como corresponde a la madre de un hombre de tan alto rango.

Hace demasiado tiempo que el Presidente del País, por lo absorbente de su ocupación, no ha podido acercarse a verla; pero ahora le parece necesario, pues aun cuando tal madre le enseñó, que no quería que el “Día de la Madre” que inventaron primero “Galerías Preciados” y luego, además el del Padre, “El Corte Inglés” el hijo hiciera nada, pues todos los días ella era gozosamente “madre”. Pero estos días, aconsejado por sus asesores de imagen y de publicidad, le recomendaban tal visita. Y en tal día, mientras preparaba el viaje y ultimaba los preparativos del mismo, le invadieron los recuerdos.

La ve dulce, vieja, con la piel y los cabellos trabajados por el tiempo, con la mirada un tanto entristecida por los pesares, por los sobresaltos que pasó cuando él, el hijo amadísimo, empezó a dejar la Iglesia, pero convencido por ideas de justicia y libertad militaba en la oposición clandestina y era fichado por la Brigada de Investigación Social, y ella estaba siempre en un ¡ay! y en constante oración por él.

La ve también joven, cuando era una madre guapa, limpia, dispuesta, trabajadora, cristiana. Y ese recuerdo le lleva a su infancia, a la calle en que jugaba con los otros chicos, a las primeras novias, a su padre, ya con el Señor.

El padre del Presidente del Estado, por su oficio era viajante de comercio, pasaba largos días fuera de casa. Cuando volvía, su conversación giraba siempre alrededor de temas de trabajo. Tal plaza era fácil, tal era difícil, se había extendido a otros pueblos, aunque los resultados no fueron buenos, pero gracias a Dios lo cuidó y ganó el pan para la casa. La gente cambia de gusto, pero a veces si el producto había tenido buena propaganda se vendía mejor.

El viajante de comercio estaba muy orgulloso de su oficio. Empezó de joven como comisionista de peines, pero se hizo especialista en productos de perfumería, exclusivas de camisas, máquinas de coser y en su madurez hasta en aparatos de radio; de modo que su hijo vino con un pan debajo del brazo.

-Este es un oficio que te obliga a vestir bien, a cuidar tu aspecto, a ser amable y educado –le decía con orgullo a su hijo  y debes, además, ser una persona alegre, amable, que sepa contar un chiste, una anécdota, con oportunidad. Y con tanto viajar y conocer gente, por muy torpe que seas acabas ilustrándote. Si además –seguía enseñándole el padre- tratas a las personas como un cristiano debe tratar al prójimo, se gana el aprecio y el respeto.

El mayor disgusto que se llevó el viajante de comercio, además de verlo desentenderse de sus principios de fe, fue cuando su hijo se negó a seguir en lo mismo. El padre soñaba con cederle sus exclusivas de máquinas de coser, transistores, televisores y su buena cartera de clientes y tiendas, y si empezaba con todo ello, el hijo llegaría mucho más arriba. Pero el chico se obstinó en ser abogado.

-¡Abogado!  exclamaba el padre llevándose las manos a la cabeza. “Hijo, esa carrera nos costará un dineral, y luego te quedarás en pasante, o de empleado en un bufete, o vete tú a saber. Pero si es lo que quieres, tus padres haremos todo lo posible. Y que Dios nos ayude”.

Quizá aquella desilusión adelantó el declive de salud del viajante de comercio. Pero el futuro Presidente del Estado, con su propio esfuerzo, trabajando de camarero, repartiendo pizzas de este nuevo negocio que empezaba, dando clases particulares a alumnos de bachillerato, se sufragó los estudios; y se preparó para una meta más allá de ejercer la abogacía… (Continuará)

 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - El hijo del viajante (1ª parte)