Mas líbranos del malo

Líbranos del mal debe ser nuestra oración diaria, así como también se nos enseña a pedir por el pan de “hoy” y por el perdón de nuestros pecados.

26 DE ABRIL DE 2015 · 10:10

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Un problema inicial

Esta es la última petición del Padrenuestro. Ha sido posiblemente la que más discusión ha suscitado entre los teólogos cristianos de todos los tiempos, porque ya de entrada nos sorprende con  un problema filológico que nos ocasiona dificultades para determinar el significado exacto de la petición.

Y es que, ¿qué es este mal del que Dios nos puede y nos quiere librar? ¿Se trata acaso de malas acciones que otros perpetran contra nosotros o que nosotros mismos pretendemos realizar para daño y perjuicio de nuestro prójimo? ¿O se trata acaso de infortunios que nos amenazan o que nosotros mismos provocamos, tales como accidentes involuntarios o catástrofes naturales? ¿O tiene quizá relación con el malo, o sea, con el diablo, esa personificación del mal, archienemigo de Dios y de la Humanidad?

El problema filológico radica en su formulación original, y la gramática tampoco nos puede ayudar aquí. La expresión griega dice “líbranos  apó toû poneroû”, o sea, del mal, que está en caso genitivo, y que puede ser tanto genitivo masculino como genitivo neutro, porque en griego, en este caso, ambos son iguales.

De manera que puede traducirse indistintamente por “líbranos del mal”, es decir, de la desgracia, del perjuicio, del daño fatal; o “líbranos del Malo”, es decir, del Maligno, o sea, de Satanás. Ambas traducciones podemos encontrarlas hasta en los tiempos más antiguos de la historia de la interpretación bíblica.

En el cristianismo occidental perduró la interpretación neutra,  líbranos del mal, mientras que en Oriente se impuso la versión masculina: líbranos del Malo. Lo cierto es que los exégetas están divididos hasta hoy, y no pocos estudiosos han tomado la sabia decisión de salvaguardar ambas posibilidades.

Nuestra Biblia Reina-Valera traduce “del mal”, pero hoy se observa entre los exégetas y traductores hispanos y occidentales en general la inclinación a transcribir “del Malo” o “del  Maligno”. Así aparece en versiones más recientes como La Palabra, la Nueva Traducción Viviente (ambas protestantes), y las nuevas versiones católicas. Exactamente la misma situación se da con las versiones ecuménicas más modernas.

 

El mal y el malo en la Biblia

Si vamos a los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del  Nuevo Testamento,  encontraremos que ambas traducciones y significados están justificados.  Cuando en el sermón del monte dice Jesús a sus discípulos que su hablar debe ser: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede (Mateo 5:37), se está hablando del sentido neutro de ponerón.  

El mal es aquí: la labor que el hombre teme o pretende realizar; el estado en el que el hombre se ve obligado a vivir; o el mal en sentido abstracto,  como los accidentes involuntarios, las enfermedades o las catástrofes naturales, de cuyo efecto y acción Dios puede y quiere librar al orante. En este sentido es que ora Pablo cuando dice: Y el Señor me librará de toda obra mala (2 Timoteo 4:18; también tiene este significado ponerón en Hechos 28:21; Mateo 5:11; 1 Tesalonicenses 5:22).

En algunos escritos judíos de antes de Cristo el diablo es llamado también “el malo”, o “el maligno”. Pero así se le denomina sobre todo en el Nuevo Testamento. En la explicación de la parábola del sembrador podemos leer acerca de la semilla que cayó junto al camino: Viene el malo y arrebata lo que fue sembrado en su corazón (Mateo 13:19). El evangelista Marcos dice de esta misma semilla, caída junto al camino: Viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. De esta manera queda claro que el diablo es la más poderosa personificación del mal.

La misma idea se expresa en la carta de Pablo a los Efesios (6:16), donde se habla de los dardos de fuego del maligno. O en 1 Juan 2:13, donde se alaba a los más jóvenes en la fe porque han vencido al maligno.

La identificación entre el maligno y Satanás es inequívoca en 1 Juan 3:12 donde leemos: No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano, en claro paralelo a Juan 8:44: Vosotros sois d[el] diablo. Por último, el término ponerón también se refiere claramente al diablo en 1 Juan 5:18s: Sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.

Es significativo que la última petición del Padrenuestro forme, con la primera, la clave que cierra la oración. La primera abre y la última cierra, poniendo en relación antagónica los dos poderes y personas que han determinado el devenir de la vida del hombre desde su creación y hasta su redención final. Así, vemos que la oración de Jesús comienza con la palabra “Padre” referida a Dios, que es una palabra de filial confianza, es una palabra bella y sublime en este caso; y termina con la palabra más horrible, “el Malo”, el que constituye la suma de todos los males existentes que azotan y afligen al hombre.

 

Líbranos del Malo

Este Malo, o Maligno, como también se le  llama en la Biblia, es el diablo, la personificación del mal, la serpiente antigua, de la que Dios nos quiere librar. Líbranos del mal significa: líbranos del diablo y del poder que él ejerce en nuestro mundo y en nuestra vida personal.

Con este personaje -el diablo- tenemos hoy un grave problema, porque si hay muchos que no creen en un Dios personal, todavía son más los que no creen en un mal personificado.  Pero tanto si creemos o no en su existencia, lo cierto es que una gran mayoría está convencida de que existe  un “poder malvado” que se extiende por todas partes, toma posesión de nosotros, nos esclaviza y nos hace desgraciados.

Cuando Jesús abandonó su trono de gloria en el cielo y vino a la tierra, lo hizo, precisamente,  para deshacer las obras del diablo (1 Juan 3:8) y librarnos del poder del maligno, bajo el que habíamos caído debido al pecado. ¿Lo consiguió Jesús?

Fue dura la lucha que Él libró; tuvo que derramar su sangre y entregar su vida; pero le quitó el poder al maligno y destrozó la cabeza de la serpiente. De esta victoria escribe Pablo a los colosenses: …y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. En la cruz pronunció su grito de victoria: ¡Consumado es! Y ahora, gracias a esa obra redentora, nosotros podemos sentirnos librados del poder del maligno.

¿Pero no se contradice esta declaración con la petición: líbranos del Malo? De hecho, es el mismo Jesús quien nos enseña a orar con este ruego. Pareciera como si nuestra redención aún no hubiera tenido lugar, como si todavía tuviéramos que ser liberados. ¿Cómo se conjugan estas dos ideas?

Es verdad que los que creemos en Cristo hemos sido librados del poder del maligno. Nada falta a nuestra redención. El Padre ha enviado a su Hijo y el Hijo ha dado su vida; no falta nada, todo está hecho. El diablo es un enemigo vencido que no tiene más poder ni pretensiones válidas sobre nosotros. No tenemos necesidad de servirle si no queremos. Ya no tenemos porqué ser esclavos de este tirano. Hay libertad, la preciosa libertad que Cristo nos ha dado con su muerte y resurrección.

Muchos hijos de Dios no saben de esta libertad. En la Biblia está escrito: Si el hijo os libertare, seréis verdaderamente libres, pero muchos cristianos no viven esta libertad.

Es verdad que el diablo tiene, todavía hoy, un notorio poder de acción y que no debemos bajar la guardia; en la segunda carta del apóstol Pedro (5:8), podemos leer: Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Todavía es un poderoso adversario, pero le podemos vencer: Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno.(1 Juan 2:13) Y Santiago nos exhorta: Resistid al diablo, y huirá de vosotros. Y otra vez se nos dice en 1 Juan 5:18 que Cristo guarda a todo aquel que ha nacido de Dios “y el maligno no le toca”, o sea, no le puede apresar y retener.

Lo que da al diablo el poder sobre el hombre es el pecado, pero este poder puede ser totalmente contrarrestado por medio de la sangre de Cristo. La sangre de Jesús no sólo tiene poder para limpiarnos del pecado (1 Juan 1:7), sino que también puede guardarnos de pecar.

Líbranos del Malo significa: guárdame de pecar, por la sangre de Jesús. Con otras palabras: Dame la victoria sobre el malvado archienemigo. Con otras palabras: Haz de mí un vencedor.

Líbranos del Malo significa: ayúdanos para que ya no vivamos más para nosotros mismos y el pecado, sino para ti, como tu propiedad que somos para gloria de tu nombre. Sé nuestro Señor y  nuestro Rey. Sé nuestro poder y nuestra fuerza, de manera que podamos ir de victoria en victoria hasta que entremos en tu reino celestial. De esta manera, la última petición del Padrenuestro es la más maravillosa para nosotros y para nuestra vida.

Ella nos indica la meta sublime a la que debemos aspirar, a la vez que nos libera de toda fatal parálisis en la lucha contra el malo, el pecado y el mal, sabiendo que es nuestro Padre celestial quien tiene el poder y la fuerza para introducirnos en la meta celestial. Él puede hacerlo y quiere hacerlo. Él quiere librarnos del malo. El maligno no puede hacernos nada si estamos en Cristo.

Conocedor de esta profunda verdad, Santiago dice: Resistid al diablo, y huirá de vosotros (4:7). Huirá, sí, pero ¡no bajemos la guardia! porque volverá una y otra vez, tal como ocurrió en el caso de Jesús, del que leemos: Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo (Lucas 4:13)

 

Líbranos del mal

Es un hecho constatado, a nivel popular, que aun los que dicen no creer en la personificación del mal, reconocen su existencia, así como la nefasta influencia en las personas y en el mundo. Esto lo podemos ver en nosotros mismos.

Queremos hacer cosas buenas, amar a nuestro prójimo, guardar los mandamientos de Dios, participar en el culto, apoyar la vida de la iglesia, deseamos empezar el día con una oración y acabarlo de la misma manera…pero comprobamos, una y otra vez, que no somos capaces, que nos vence la pereza, la inconstancia, la comodidad, la indecisión… y todo esto hace que nuestros esfuerzos resulten baldíos.

Es ahí donde descubrimos la realidad del mal, contra el que intentamos combatir, pero ante el que acabamos sucumbiendo con más frecuencia de la deseada. El apóstol Pablo vivió una experiencia similar: El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y sigue el grito de confesión de fe y confianza en el poder de Jesús: Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro (Romanos 7:18b-19,24).

Y este poder del mal, que descubrimos en nuestra propia vida, podemos observarlo también en la de nuestros semejantes. Por ejemplo, diversos tipos de dependencias y adiciones, (alcohol, drogas, sexo, juego…), cleptómanos, violentos, delincuentes, agresivos… Todas estas personas han sido poseídas por un poder maligno que las domina y las aboca de continuo al sufrimiento, al tiempo que hacen sufrir a otros, y sin que  puedan hacer mucho por defenderse y resistirse.

Lo mismo podemos ver en las noticias de cualquier día en los medios de comunicación: encontramos en ellas políticos dominados por la ambición de poder con el único propósito de servirse a sí mismos y a los suyos, en lugar de servir al bienestar del pueblo; encontramos también a hombres que  maltratan a sus propias esposas y otros que matan simplemente por el placer de hacerlo, y aun otros que lo hacen por razones religiosas, políticas o por meros intereses personales.

Llegamos al colmo del escándalo y la indignación ante las noticias de hombres cuya inclinación sexual es tan perversa que no se detienen ni ante niños de escasos años. Hay también jóvenes que por pura diversión y por el placer de destruir rompen cristales, rayan coches o queman contenedores de basura.

En todos estos casos encontramos el mismo principio: un poder maléfico, terrible y demoníaco ha operado en estas personas y los ha inclinado al mal, incitándolos a realizar obras perversas, crueles y dañinas.

Poco importa que llamemos a este terrible poder demonio, mal o maldad… ¡lo cierto es que su existencia es irrefutable! Sus huellas se aprecian por todas partes. Y por eso la séptima petición del Padrenuestro: Líbranos del mal, se abre paso de forma tan imperiosa en nuestras vidas. ¡Líbranos, Señor de cualquier forma de mal!

A este círculo de influencia del mal pertenece también todo eso que nos perjudica, nos daña y nos hace sufrir innecesariamente:

  • Catástrofes naturales,
  • guerras,
  • enfermedades,
  • preocupación excesiva por nuestro futuro,
  • preocupación excesiva por la situación de nuestra nación y del mundo,
  • pobreza,
  • sufrimientos anímicos
  • muerte,
  • soledad,
  • fracasos afectivos,
  • esperanzas destrozadas…

Todo esto impide y reduce la plenitud de la vida. Nosotros lo gustamos como un mal y no formará parte del reino de los cielos. Y es en relación con todas estas cosas que nosotros clamamos al Padre, diciendo: ¡Líbranos del mal!

Cuando Dios nos libre definitivamente del mal, habrá acabado todo sufrimiento. Ya no habrá más tentación, ni más pecado, ni más hambre. Entonces el reino de Dios será una realidad absoluta, la voluntad de Dios será observada a la perfección y el nombre del Señor será conocido en toda su plenitud salvadora. Entonces el diablo habrá perdido definitivamente todo poder. Pero, mientras tanto, habremos de continuar implorando: ¡Líbranos del mal!

Nosotros podemos dirigirnos ahora a nuestro Padre celestial con las siete peticiones del Padrenuestro, en la certeza de que Dios nos oirá y atenderá. La iglesia de finales del primer siglo estaba tan convencida de esta verdad, que añadió al Padrenuestro la conclusión: porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

Con esta alabanza expresamos la convicción de nuestra fe y la esperanza de que el mal, personificado o no, está sujeto a Dios. Y aunque el mal esté hoy presente en todo el mundo y en todas partes, incluso en nuestro interior, sabemos por la fe que un día acabará definitivamente, porque sólo Dios es eterno.

En esta seguridad nos dirigimos cada día a nuestro Padre celestial, pidiéndole: líbranos del mal. Él está en condiciones de hacerlo. Es el único que puede hacerlo. De hecho,  comenzó a remover el mal definitivamente con la llegada de Jesucristo. Por eso puede exclamar Pablo: ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?, para responderse seguidamente: ¡Gracias sean dadas a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo! (Romanos 7:25).

Líbranos del mal debe ser nuestra oración diaria, así como también se nos enseña a pedir por el pan de “hoy” y por el perdón de nuestros pecados de cada día, pues ¿quién se atrevería a presumir de que ha vivido un día sin pecado, sabiendo que tenemos un corazón inclinado a la maldad y que cada día somos tentados? Además, las tres primeras peticiones, relacionadas con el nombre, el reino y la voluntad del Padre también han de ser objetos de nuestra petición diaria.

La Biblia enseña que las desgracias de la Humanidad dieron comienzo con la aparición en escena del Maligno, la serpiente antigua, Satanás (Génesis 3) y que todos los males que afligen al mundo acabarán con la expulsión definitiva de esta serpiente antigua de la vida del hombre (Apocalipsis 20:1-3,10).

Pero hasta que llegue ese feliz día, habremos de continuar orando: líbranos del Malo, líbranos del mal.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - La claraboya - Mas líbranos del malo