Cada año con cadenas

Que no pase la semana santa sin recordar su naturaleza de salida en triunfo contra el Redentor y los suyos. Los autos de fe.

04 DE ABRIL DE 2015 · 20:25

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De nuevo este año las cofradías, las penitencias. Cada año; nunca alcanzan libertad, siguen cada año con sus cadenas, y lo celebran. Celebran la muerte y las cadenas. Sin Cristo, sin su Libertad, sin el Dios Libre. El Redentor, con una sola ofrenda, una sola vez, quitó el pecado. No hay condenación para los que estamos en él. Fuera de él quedan las semanas santas cada año. Y lo celebran. Sacrificios, penitencias, a los demonios ofrecen sacrificios, pues a Dios no hay manera, que ya ha recibido el Supremo, el de su Hijo. ¿Le llevarás algo más y pensarás que lo acepta? Todo lo de más es de menos, menoscabo del sacrificio del Redentor: Semana santa, cada año; nunca pueden quedar libres. Y lo celebran.

Hoy lunes, aquí en Sevilla ha venido el rey Felipe VI. Celebran, eso está bien, 75 años de una empresa. Es ejemplo de buen hacer; con la crisis y todo, ha crecido y los salarios de los trabajadores han aumentado. Bien hecho. Pero se acabó la noticia, que luego el rey ha “disfrutado” de la semana santa. Lo primero, Santa Genoveva. Que ya es mal inicio. Santa Genoveva; San Gonzalo; cofradías asociadas a Queipo. Y eso que no disfrutó en la Macarena, donde está enterrado el citado. No pasa nada, que son pasos, pero la Historia también sale cada año, y no para, y es testigo para los que pasan. Resulta que la semana santa en Sevilla tiene asociadas varias cofradías de guerra civil. No pasa nada, pero que se recuerde. Que ya no es lo mismo, no, seguro, pero lo que pasó no debe olvidarse para que no pase. ¿Quién es ese Queipo? El de la guerra civil, el de la represión, el de la semana santa, que tanto le gustaba como modelo de sujeción de los trabajadores. Era un modelo no de paz y concordia, sino de victoria de unos contra otros. Nada de cicatrizar heridas; se trataba de mostrar quién había herido y podía hacerlo de nuevo, y los heridos que sufrieran su herida, como penitencia, como lugar que les corresponde, como castigo (puro papado).

¿Este es el que dijo aquello de que las mujeres de los rojos se iban a enterar de lo que es un hombre, cuando las violaran los valientes soldados del alzamiento? Si. Gran favorecedor de la semana santa. Pero eso ya pasó; sí, pero los pasos siguen cada año. Doctrina de demonios; sacrificios ofrecidos a los demonios. Estos del alzamiento son los de la política del terror; hijos predilectos de la Inquisición. Comparen sus métodos. Que ya lo dijeron, es necesario aterrorizar para vencer. Y luego todos a la procesión. ¿Recuerdan las procesiones de ricino? Los jóvenes quizás han escuchado algo. ¿Cómo era? A las mujeres, siempre las mujeres, a veces solo por ser familia de rojo, siempre la defensa de la unidad de la familia, la tradicional, se las rapaba y se les hacía beber aceite de ricino. Eso es un laxante. Al poco las sacaban por la calle, en triunfo. Imaginen la escena con aquellas pobres mujeres humilladas, castigadas, penitentes. A veces se les daba un trapo rojo para limpiar sus heces. Miserables. Miserables. Y luego a la procesión, a disfrutar; emocionados con sus imágenes de talla.

Pero esto ya pasó; y también los comunistas y anarquistas quemaron iglesias y conventos y mataron a muchos por ser católicos. Sí. ¿Quién ha dicho que el diablo tenga paz entre sus hijos? Sí, esto pasó, pero que no pase la semana santa sin recordar su naturaleza de salida en triunfo contra el Redentor y los suyos. Los autos de fe. Las imágenes como medio de vencer al Cristo. Que no pasen los pasos sin recordar qué pasa con ellos. Son modelo de negación del Santo; matan cada vez al autor de la Vida. Eso pretenden. Con sus penitencias niegan el valor de la obra hecha una vez para siempre, perfecta, del Redentor. Sacan redentores de palo y mármol. Y lo celebran.

¿Y qué se puede hacer ahora? Pues lo mismo que en esos días después de Pentecostés. Anunciar la obra del Cristo y reclamar el arrepentimiento y la fe en él. Precisamente a los de las procesiones; que salgan de ellas y disfrutarán de la libertad. Y ya no habrá cada año semana santa; cada redimido tendrá su día santo, eterno. Nadie las arrebatará de mi mano, dijo el que tiene todo poder en el cielo y en la tierra. No esos de palo que cada año “elevan al cielo”, al suyo, con sus manos. Esto es el papado.

Precisamente las procesiones, las penitencias, los triunfos de esa fe que pasa cada año, imitan a los sacrificios rituales de la ley, tienen que ser celebrados, que nunca hacen perfecto a nadie. Que los sacrificios rituales de la ley eran sombra y signos del perfecto, del realizado una vez para siempre, con la Víctima y Sacerdote perfectos; que estos de las procesiones, de las semanas santas son sombra y signo de la obra de la Antigua, la de la perdición. Los de la ley acabaron con la venida de Cristo; éstos no acaban nunca, hasta la venida de Cristo, en gloria, en triunfo, al final de la Historia, como final. Salid de en medio, pueblo mío, sed salvos de esta perversa generación, la del Templo, la de los sacerdotes y ritos.

Podemos acercarnos a la experiencia de conversión de Lutero, teniendo en cuenta las procesiones. De eso se trataba; Lutero tuvo su gran conflicto con el arrepentimiento, sobre cómo alcanzar la paz y la confianza, sobre cómo estar en comunión con Dios. Recordemos que las actuales procesiones de semana santa (aquí en Sevilla, incluso en estética local semejante) reflejan los autos de fe que la Inquisición ofrecía como actos de triunfo. Triunfaba la fe, la fe del papado; y eso suponía que los penitentes, al final, eran reconquistados para su iglesia. La Inquisición vencía en las dos opciones de esas procesiones: los irrecuperables, al fuego; los recuperados, al seno de la santa madre. Eso sí, con los signos del castigo y de la victoria, de por vida, y para generaciones venideras. Pedagogía del miedo siempre, para los de fuera y para los de dentro. Miedo, no libertad. Eso son las cofradías. Los penitentes vuelven al seno de la madre. Eso no se lo cree nadie en estos días de disfrute y folclore; de fiesta popular para el turismo. Que la han desnaturalizado, vale, pero que no le ocultemos su naturaleza diabólica los que somos testigos del triunfo del Redentor.

Si nos ponemos al lado de la experiencia de conversión de Lutero, siendo fraile, con sus hábitos de monje, nos encontramos con este contexto. Él quiere, con los medios que el papado ofrece, sentir la paz tras el arrepentimiento (penitencia), pero no la encuentra porque siempre encuentra carencias en ese arrepentimiento. Incluso puede acudir a diferentes modos de entender la teología de la penitencia, que autores tiene a mano para ello, pero nada le libera, nada le hace sentir que está al final, que tiene la absolución. El resultado es que Lutero tiene que salir del sacramento, del orden eclesiástico aceptado, para llegar a la paz. El verdadero arrepentimiento está fuera del sacramento. Podemos decir que el sacramento te obliga cada año (por eso de la semana santa) a salir en procesión, y nunca acabas; sin embargo, la Palabra que te trae la obra de Cristo, ésta sí te hace libre; con ella culminas. No hay condenación para el que está en Cristo.

Por esto de que ya estamos al pie del pico del 500 de la fecha que se pone para la Reforma, podemos decir que Lutero se siente liberado cuando a Cristo, a la Palabra que lo trae, se lo ha liberado de los sacramentos y de las celdas donde lo encadena la estructura eclesiástica. Cada rito, cada reliquia, cada santo, cada virgen, cada procesión, es una celda donde lo tienen encadenado. Eso piensan, pero la Antigua ya sabe que no está; pero engaña a los suyos, y ellos disfrutan de la procesión.

Mentar a Lutero es solamente porque su experiencia supone por su circunstancia un cuadro público, es un libro donde muchos quieren leer el nuevo tiempo. Y así fue, con todos sus matices y contradicciones. Lutero tuvo que explicar lo que sentía, y hace que la explicación del texto bíblico, y la propia teología, dependan de la experiencia de la Palabra. A eso lo llamó la vida de la fe; con ello, la fe se convierte en la forma de la Iglesia. Queda bonito, pero a ver qué sacamos de esto. Creo que una cosa es cierta: que la obra de Cristo es perfecta, hecha una vez para siempre, por la Víctima y Sacerdote perfectos, pero que la vida de esa Vida en nosotros, que somos muerte, y que esa muerte es ropaje que llevamos hasta por la muerte despojarnos de él, ofrece siempre contradicciones en nuestro sentir, nuestro experimentar, y, lo que tiene muchas consecuencias públicas, nuestro anunciar esa obra perfecta. Pero eso es la Reforma.

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