Nuestro pan de cada día

Ser cristiano es ir por la vida de la mano de un Dios real que cuida de nosotros. 

28 DE MARZO DE 2015 · 18:55

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Como la luz del sol se refleja en los  siete colores del arco iris, así también en las siete peticiones del Padrenuestro se reflejan toda la anchura, la profundidad y la altura de nuestra vida terrenal y eterna.

La petición que tiene que ver con el pan nuestro de cada día es la cuarta del Padrenuestro. Se encuentra enmarcada entre las tres primeras, que nos enseñan a tener en nuestra mente y oración las grandes metas de Dios para con nuestro mundo: la santificación de su divino nombre, la venida de su reino y el imperio de su voluntad; y las tres últimas, que tienen que ver con las cuestiones interiores del corazón que afectan a toda persona: la culpa, la tentación y las amenazas del mal.

Entre estos dos grupos se encuentra la cuarta petición; la única que tiene que ver con nuestros valores materiales: el pan nuestro de cada día y todo lo que se encierra en este concepto.

Es esta cuarta petición la que nos muestra especialmente a Dios como padre. El ruego por el pan revela que Dios quiere ser considerado como padre en medio de la diversidad de nuestras necesidades cotidianas. Dios quiere que contemos con Él en todo ello; Él se interesa por nuestras necesidades materiales diarias. Ninguno de nosotros es olvidado por Él. Todo lo material necesario para nuestra vida, sea grande o pequeño, está encerrado en el cuidado del Padre. Así se nos asegura en la oración modelo: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

 

Dios cuida de sus hijos

Es algo completamente natural que un padre cuide de sus hijos; no hay nada  especial en ello. Simplemente es algo que se espera. Si un padre no cumple con esta obligación elemental, se le considera un mal padre. Para Jesús también es así de normal que el Padre celestial cuide de sus hijos. Otra actitud sería impropia de un buen padre. Dice Jesús: ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mateo 7:9-11). Dios cuida de sus hijos, de ti y de mí, de todos nosotros.

La Escritura dice: Como el padre se compadece de sus hijos, así Jehová se compadece de los que le temen. El apóstol Pedro dice también: Echad toda vuestra ansiedad sobre Dios, porque él tiene cuidado de vosotros (1 Pedro 5:7). Sin embargo, hay hijos de Dios que se llenan de ansiedad. Esto es pecado. El cristiano que se angustia en exceso por sus necesidades revela que no confía en Dios. Quien se llena de ansiedad de cara a su futuro, entristece y ofende a su Padre Dios. ¿No nos prohibió Jesús el afán y la ansiedad sobre lo que habremos de comer, beber y vestir mañana? (Mateo 7:25-34).

Toda la Escritura nos enseña que Dios cuida de los suyos. Pensemos en José en Egipto:

¿Quién provocó aquel enigmático sueño en Faraón? ¿Quién dio a José la sabiduría para interpretarlo? Cuando vengan las vacas flacas podremos tener la seguridad de que ¡Dios cuidará de los suyos! En los graneros de José no faltó el pan.

Pensemos en el pueblo de Israel durante su larga peregrinación por el desierto:

¿Le cuidó Dios o fue abandonado a su suerte? ¿Acaso, en aquellas circunstancias extremas, no le proveyó el Señor a los israelitas de sustento diario? ¡Sí! Dios les sustentó con maná del cielo durante cuarenta años, les proporcionó agua de la peña y carne cuando la pidieron.

Meditemos en las circunstancias que vivió el profeta Elías: En tiempos de sequía, Dios le envió al arroyo de Querit; allí le facilitó agua y los cuervos  le llevaban carne.

Cuando el arroyo se secó, Dios envió a su siervo a la pequeña población fenicia de Sarepta, a la casa de una viuda que no tenía nada, para sostenerle por medio de ella y sostenerla a ella por medio de él.

Dos pobres de solemnidad sostenidos por la gracia de Dios durante un tiempo bastante largo. Y aunque la necesidad en Israel era angustiosa, Elías  recibió el alimento necesario para cada día durante tres años y medio.

¿Y qué diremos de las circunstancias de la vida del profeta Eliseo? Todas estas historias bíblicas nos recuerdan que Dios, efectivamente, cuida de sus hijos. Nuestra propia experiencia confirma esto. ¿O acaso tú no has experimentado todavía cómo Dios cuida de ti? Sí, los hijos de Dios podemos certificar con nuestra experiencia que Dios es un padre que cuida de sus hijos. Y Él lo hace de diferentes maneras; a veces nos protege manteniendo la necesidad alejada de nosotros, y otras veces sacándonos literalmente de ella o socorriéndonos en medio de la misma. De cualquier manera, en todos los casos, es siempre el mismo Dios quien socorre y sostiene.

Ser cristiano es ir por la vida de la mano de un Dios real que cuida de nosotros.  El hijo de Dios mira a su Padre en medio de los problemas y dificultades y, contra toda lógica, es capaz de decir: Todo está bien. Lo que mi Padre me prepara hace bien a mí. Dios no se equivoca. Sí, aun en los malos momentos su presencia y cercanía nos dan la certeza de que Él cuida de nosotros. En circunstancias similares, las personas que confiesan no tener ningún tipo de creencias suelen experimentar una realidad muy diferente.

¿Estás atravesando  conflictos que convierten tu vida en un valle de lágrimas? ¿Te encuentras sin trabajo y no sabes cómo vas a alimentarte tú y tu familia en los próximos días? Debes saber que en este instante los ojos del Señor se fijan en ti de manera especial, observando tu conducta y actitud.

Quiere saber qué decisiones vas a tomar: si te pronunciarás como Israel en el desierto, llamando a tu suerte Mara (amargura), o si vas a confiar, con la sencilla credulidad que lo haría un niño, en el cuidado que Él te ofrece, secundando la exhortación del salmista: Encomienda a Jehová tu camino, confía en él, y él hará. A decir de Jesús: Tu Padre celestial sabe que tienes necesidad de todas estas cosas (Mateo 7:32). El mensaje que recibimos por medio de estas palabras es un mensaje de aliento y de esperanza que debemos hacer nuestro: ¡Dios cuida de los suyos! Confía en Él.

 

El pan

Volvemos sobre la enseñanza de Jesús: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Con estas palabras no es que se nos permite pedir por nuestro pan diario, sino, más aún, se nos manda pedir. Y con este mandato Dios se mete de lleno en nuestros asuntos cotidianos y en nuestra economía familiar. Dios quiere ser la fuente de todo nuestro bienestar. Quiere ejercer y actuar en todo lo que tiene que ver con el sostén de nuestra vida diaria. ¡Así de cerca quiere estar de nosotros!

En el contexto del Padrenuestro, “pan” es un término que comprende todo lo que tiene que ver con nuestra vida material. Abarca los alimentos, la bebida, el vestido, el calzado, la casa, el trabajo, el coche, el dinero, la salud, los medicamentos, el colegio, el amor, las relaciones interpersonales, la paz, el reconocimiento y mucho más. Las necesidades materiales pueden variar según las personas, pero en todos los casos, las necesidades abarcan más que mero pan para comer. Y por todo esto pedimos cuando oramos: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

Todas las cosas citadas son imprescindibles para una vida en armonía con nuestra dignidad de criaturas e hijos de Dios. Cuánto puede amargar y dificultar la vida la relación con un vecino conflictivo. De qué manera puede robarnos un mal jefe la alegría en el trabajo. Qué triste puede llegar a ser no tener amigos con quienes poder hablar. Cuánta preocupación puede añadir a nuestra vida un colegio que no trata bien a nuestros hijos. Cuánta paz puede desaparecer de nuestro hogar por causa de unos hijos irresponsables.

Por eso, en todas estas situaciones, podemos y debemos pedir confiadamente a Dios en la seguridad de que nuestra oración es escuchada con atención y atendida por Él.  Puedes pedirle que te dé un buen amigo/a, un buen novio/a, un jefe responsable y justo, salud… Puedes pedirle también por otra vivienda, si la que habitas no reúne las condiciones de salubridad y seguridad, y un puesto de trabajo.

Además, puedes poner en sus manos las relaciones vecinales y las familiares; cuéntale tus angustias al respecto, formula tus deseos y confía en su respuesta. En una palabra ¡puedes pedirle a Dios por todo lo que tiene que ver con la seguridad, el bienestar y el desarrollo de tu vida física y material y la de los tuyos!

 

El pan nuestro

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. La palabra “nuestro” en esta petición nos saca de la esfera de lo privado y de nuestra necesidades individuales, y nos transporta a la esfera de lo público. Y es que, quien ora con el Padrenuestro, no puede limitarse a pedir por sus necesidades particulares. Tiene que integrar en su oración a sus hermanos; esto abarca al resto de la Humanidad.

El Padrenuestro hace que nos preguntemos necesariamente por el sentido de la propiedad privada. El que ora por el pan de cada día sabe que, en última instancia, todo lo que tiene es don y regalo de Dios y que sólo le pertenece en esta condición de don y de regalo. La Biblia deja claro que todo es de Dios porque Él es su Creador, y que nosotros sólo somos administradores de lo que Dios nos ha confiado. El dueño es otro. La tierra es del Señor.

Esta enseñanza bíblica nos convierte delante de Dios en responsables de todo lo que administramos, sea pequeño o grande. De manera que quien ora: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, desarrolla interés e inquietud por las necesidades de sus hermanos y piensa y procede para responder a ellas. ¡Abre, pues, tu corazón y encierra en tu oración a los demás!

Muchos hijos de Dios tienen falta de pan, y esto, en muchos casos, por causa de su fe en Cristo. Los cristianos de El Cairo viven en el Barrio de la Basura, en condiciones de insalubridad. En Irak a los cristianos sólo se les permite aspirar al oficio público de “barrendero”, en un claro intento de humillar la fe de Cristo. En otros países los cristianos son encarcelados y asesinados por causa de su fe. ¿No podemos hacer nada por ellos?

También se da el caso de cristianos que han renunciado a trabajos cómodos y bien remunerados para trabajar como misioneros en lugares lejanos y hostiles, lo que implica, la mayor parte de las veces, vivir con limitaciones económicas y todo tipo de renuncias. Y en esta particular relación, no podemos olvidar tantas pequeñas iglesias necesitadas de apoyo.

¡Pensemos en todos ellos cuando oremos diciendo: el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy! Pensemos en nuestras misiones nacionales e internacionales. Pensemos en nuestros seminaristas que se preparan para el pastorado y las misiones. Todos ellos necesitan diariamente su pan. Compartamos con ellos.

Esta cuarta petición del Padrenuestro está especialmente planteada para sensibilizar nuestras conciencias, sacarnos de nuestra comodidad y ponernos en movimiento a favor de las personas que nos necesitan. Debemos, pues, tomar conciencia de que nos necesitan a nosotros, y no nuestros bienes arrojados como una miserable limosna.

Hay personas que necesitan de nuestro tiempo, de nuestra creatividad y habilidades, de nuestro sacrificio. Sí, sacrificio, porque hay “un dar” que no implica renunciar a nada, pero esta manera de dar no ayuda de verdad. A veces la ayuda que prestamos debe producirse con verdadero sacrificio, porque sólo así se resuelven los problemas y se pone en movimiento un proceso capaz de transformar situaciones adversas que están impidiendo el desarrollo de la vida de determinadas personas e iglesias.

La persona que ora sinceramente conforme a esta cuarta petición del Padrenuestro siente la obligación y la corresponsabilidad  hacia los hambrientos y necesitados del mundo, especialmente de cara a los que son “de la familia de la fe”. No oremos simplemente por nuestro pan diario personal y privado. Oremos también por el pan diario de nuestros hermanos y de todos los necesitados que conocemos y entre los que nos movemos. Y consideremos un privilegio poder ayudar generosamente a otros  echando mano de lo que nuestro Padre celestial nos da cada día. Recordemos: De gracia recibisteis, dad de gracia.

Finalmente, la petición relacionada con el pan nuestro de cada día, nos conduce, debe conducirnos, a dar gracias por ese mismo pan. Así, la petición por el pan  nos introduce en el misterio de la gratitud. La persona  que ejercita la gratitud, automáticamente deja de quejarse. El agradecido se siente satisfecho. De manera que la gratitud siempre  aporta algo positivo que ennoblece a quien la practica.

La consecuencia más inmediata y directa es que siempre se encuentra algo para compartir con los demás. El hombre agradecido es un donante generoso y desprendido. Por eso, donde hay gratitud, se abre paso la abundancia. La persona que vive dando gracias a Dios en todo, tiene siempre una mano abierta,  una casa abierta y un monedero abierto. De esta persona brotan bendiciones que incluyen y alcanzan hasta el prójimo más distante, ese que vive en el otro lado del mundo.

La gratitud nos arranca del reino animal y nos traslada al reino espiritual; nos devuelve la humanidad y nos arranca de la animalidad: nos pone en contacto con Dios y con los hombres.

Recordemos, y consideremos también, que la Biblia dice que la ingratitud es un grave pecado (Romanos 1:21). Un pecado que insulta a Dios y degrada al hombre. Qué triste espectáculo el que ofrecen los restaurantes llenos a rebosar de comensales que ingieren con fruición y avidez abundantes platos de ricos alimentos, pero no dan gracias a Dios.

Es esta ingratitud la misma que mañana conducirá al hombre a quejarse y aun a maldecir a Dios por sus necesidades, pues ¿podrá  aceptar un revés con humildad y conformidad quien no supo agradecer cuando todo le iba bien? Aun en su caída el hombre acierta a ver la grandeza de la gratitud cuando dice: Ser agradecido es de bien nacido. ¿Qué hay de nuestras oraciones de gratitud a la hora de comer? Y también en otros momentos del día… ¡cualquier ocasión es buena! Si queremos la libertad y el derecho

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