Las sombras de nuestra memoria

El mundo nos ve. Y toma buena nota de lo que hacemos y decimos. ¿Cuánta gloria dan a Dios cada uno de nuestros gestos?

28 DE MARZO DE 2015 · 20:50

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Cuando uno lee los evangelios descubre que para Jesús, y por extensión, para Dios mismo, la memoria es muy importante. No sólo porque constantemente en Su tiempo en la Tierra apelaba constantemente a lo que fue dicho por los profetas acerca de Su venida, por ejemplo, o por la manera en la que instituyó la celebración de aquella última cena, a realizar hasta que Él venga en Su memoria, sino porque, en la misma línea en que fueron recogidos en las Escrituras los hechos de tantos y tantos hombres y mujeres a los que haremos bien en recordar, Él mismo siendo hombre tuvo a bien ensalzar la conducta de algunas personas alrededor Suyo para que fueran recordados para siempre.

Ese fue el caso de la mujer que ungió a Jesús estando en Betania, ya acercándose el momento en el que tendría que morir. Para todos los que presenciaban la escena, excepto Jesús, aquello era simplemente un derroche: un perfume desperdiciado que, según argumentaron, bien podría haberse vendido para ayudar a los pobres, lo cual aparentemente era una acción mucho más digna que la que realizó esta mujer. Sin embargo, nadie como ella supo ver lo que incluso a los discípulos más cercanos a Jesús les costaba reconocer: Jesús no estaría con ellos mucho más tiempo y con su gesto se anticipaba a ungir Su cuerpo para la sepultura. Tal fue el valor de aquel gesto aparentemente simple, que la respuesta de Jesús no se hizo esperar: “donde quiera que se predique el Evangelio, se hablará también de lo que esta mujer hizo, para memoria de ella” (Marcos 14:9).

¡Qué curioso este gesto viniendo de un Dios, el Gran Yo Soy, que no comparte Su gloria con nadie! Pareciera una contradicción en sí misma, pero en realidad Jesús no ensalza a esa mujer para que se le rinda culto, sino para reconocer una acción que, en primera y última instancia, va dirigida a Su propia gloria como Hijo de Dios y Dios mismo hecho carne. El objetivo de llevarnos a recordar es hacernos volver la mirada una y otra vez hacia lo verdaderamente importante: Él mismo, Su persona, Su carácter, Su sacrificio en la Cruz. ¡Esos son los gestos que cuentan para Su obra! Recordarla a ella es recordar todo esto, y ciertamente que es de honor para ella ser ensalzada en un gesto como este por los siglos venideros, para todas las generaciones que escucharán de aquel episodio. Pero ella no es la clave. La esencia de esta escena y de lo que ella hace está en la dirección y la Persona hacia la cual apunta su memoria.

Nuestros gestos son relevantes para el Reino de Dios. No tenemos a Jesús junto a nosotros para subrayarlos o alabarlos, ni éste ha de ser nuestro propósito. Pero aquellos comportamientos que a veces nos parecen insignificantes pueden tener una relevancia tremenda de cara a lo que decimos sobre el Reino que predicamos. Desconocemos la trascendencia de cada uno de ellos. No sabemos quiénes lo ven, quienes nos observan desde el silencio, o quizá puedan conocer por boca de otros lo que nosotros vivimos o hacemos para gloria de Su nombre hoy (o para todo lo contrario, como en el caso de Judas, al cual también se recuerda perpetuamente y de cuyos actos se habla en el mismo pasaje pocas líneas más adelante). Pero a veces Dios tiene a bien alargar la sombra proyectada de nuestra memoria y de la de otros, como esta mujer, y alcanzar a otros por la forma en la que nosotros nos podamos comportar hoy, por el testimonio de lo que creemos y, sobre todo, por cómo lo vivimos.

El mundo nos ve. Y toma buena nota de lo que hacemos y decimos. ¿Cuánta gloria dan a Dios cada uno de nuestros gestos? ¿Sabemos, como aquella mujer, anticipar lo que vendrá en breve, el siguiente paso en el plan perfecto de Dios, en la forma en la que Él acerca Su reino cada día a este mundo? ¿Podemos dirigir con nuestra conducta los ojos  de quienes nos rodean para que puedan ver lo que Dios quiere que vean?

Hasta dónde llegue la sombra de nuestra memoria, no lo sabemos. Sólo Él lo sabe. Pero nuestros actos trascienden. Nada es casual en el mundo que ha creado, y la memoria es, sin duda, una de Sus grandes maravillas.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Las sombras de nuestra memoria