La libertad de Dios

La política y la religión, se quiera o no, están relacionadas desde el principio.

08 DE MARZO DE 2015 · 15:40

,

Acabo hoy estos apuntes sobre política protestante. Más adelante, seguramente volveremos a encontrarnos con un tema tan actual siempre. Y termino como empecé, asumiendo que nos encontramos con una materia sobre la que existe mucha confusión, como existe confusión, hoy es evidente, sobre la misma “religión” protestante; de tal manera que incluso algunos no ven diferencia entre papado y protestantismo, o al menos, no una diferencia sustancial.

La política y la religión, se quiera o no, están relacionadas. Desde el principio; ¿se acuerdan de Caín? Un culto religioso, una cosmovisión, una política con su religiosidad relacionada. Caín no admite la trascendencia de Dios; quiere que “Dios” esté vinculado a la historia según su personal opinión, no admite que “Dios” pueda rechazar su ofrenda. Solo acepta a un “Dios” que sea inmanente, que esté sujeto a lo que dispongan los hombres; que se someta a los cauces que estos le proporcionen para estar en la Historia. Esta es la posición del papado. No se olvide.

El papado es católico, universal, en la medida que recoge las principales modalidades de esa posición de inmanencia a lo largo de la Historia. Ha sido así desde el principio. En unos casos con preeminencia de lo “político” sobre lo religioso, en otros, al revés. Pero siempre un “Dios” sometido, supeditado a sus sacerdotes, sus “servidores”, estén sentados en el trono político o la silla religiosa, en muchos casos, uniendo ambas en una sola persona. Eso es el papado. No se olvide.

La historia de Israel es un vivo ejemplo de ese intento de transferir el Dios trascendente a la inmanencia, a la historia temporal, y sujetarlo como dispongan sus sacerdotes. El Dios de los padres que los sacó de Egipto, es transferido a la inmanencia de un becerro. Eso es un ejemplo. Luego existen muchos otros ejemplos de esta tendencia. El mismo Templo se pervierte en un elemento de inmanencia, cuando está señalado como casa o presencia de Dios, localizada ciertamente, pero como muestra, como modelo, no como realidad. Tan claramente explicado en la carta a los Hebreos. La inmanencia, los becerros a imagen de la imaginación de cada cual, los templos, o el Templo, sus sacerdotes, sus rituales, su justificación en sus obras, todo ello existe como anticristo, antimesías, cuando viene el Cristo. Pero Dios es libre. Y a su tiempo vino. Murió y resucitó el Señor. Ascendió a los cielos; ya no está con nosotros aquí. Cristo como verdadero Dios está en el cuerpo y alma del Cristo hijo del hombre, pero no ha trasferido su Divinidad a la humanidad. Y viene el Espíritu Santo; no en momento y a personas puntuales, como antes, sino a toda carne, a cada redimido. Pentecostés. El Dios trascendente está con nosotros, cada uno es su templo, pero no ha trasferido su trascendencia a la disposición de cada uno, o de la totalidad de la comunidad, o a una jerarquía. El papado pretende que sí, y será su lugar de residencia. Eso es el papado. No se olvide. Por eso Dios podrá ser “poder absoluto”, pero transferido, “poder ordenado, medible, inmanente”, poder que vivirá en el papado. No se olvide. De ahí sale una política que supedita lo de esta historia, lo de este suelo temporal, a la jerarquía donde se hospeda el todopoderoso, donde el Dios Todopoderoso se ha anonadado, se ha transferido, y ha quedado sujeto a sus sacerdotes. Ese es el “Dios” del papado. Esa es su política. Antigüedad sí que tiene, empieza con Caín.

Y vino el Espíritu Santo. La libertad de Dios. La Reforma (luego habrá episodios de ella, como el iniciado en el XVI). Ante los que secuestraron (es pretensión, siempre fracaso) y quisieron someter al Dios trascendente, de absoluto poder, de voluntad que decide y nadie evita…, ante los que muestran a un “Dios” encerrado en un templo, en unas ordenanzas (puro papado, vaya), que no admiten que Dios pueda hablar otro lenguaje que el de sus sacerdotes, o tener otros propósitos… viene el liberador, el Espíritu Santo “libera” a Dios (es una manera de hablar), y manifiesta su poder y su libertad. Pentecostés. Los de la Jerusalén terrena están allí con su dios-ídolo inmanente, con sus pretensiones de ser los únicos mediadores; nadie va a Dios sino por ellos; papado, puro papado; con su templo, su justicia religiosa. (Aviso, aviso urgente: donde la Divinidad se ha transferido, donde no se reconoce la trascendencia, en lo inmanente, ahí existe el mérito, las obras, la salvación ganada. En el Dios inmortal, inaccesible, el que tiene todo poder, ahí existe la gracia, la donación de la fe para la comunión…)

Acaba de venir el Espíritu Santo y ya tenemos a los que quieren transferirlo a sus imaginaciones, crearlo y presentarlo a su imagen y semejanza. Ya están los que reclaman que ese Espíritu diga y obre lo que les parece adecuado a ellos. ¿Se acuerdan? Aquellos que reclamaban que no podían ser salvos los que no se sometieran a los ritos judaicos. Los que quieren comprar y vender la salvación. Papado, puro papado. Pongan en algún buscador de internet “imágenes de Pentecostés”, ya verán cómo han pretendido incluso mostrar la inmanencia de ese episodio donde se hace manifiesta la trascendencia de Dios, su presencia como él quiere, con quien él quiere. En esas imágenes no se recoge nada del relato bíblico, donde unas familias, con sus matrimonios, hijos, niños, viejos (unos ciento veinte en total), todos reciben el Espíritu Santo, sin ceremonias, sin jerarquías (también los niños); la libertad de Dios, el Dios que hace libres a los hombres, sin transferirles sus divinidad, pero teniendo comunión ahora por la presencia de Dios mismo con ellos. Todo porque lo ha querido, por su poder y voluntad absolutos. Libertad. Y el Templo en esclavitud, unos son de la esclava, otros de la libre.

Ese Pentecostés es la Reforma, la libertad de Dios. En el XVI tenemos, antes ya hubo indicadores, ese testimonio. Libertad. Pero de inmediato vienen los que no pueden soportar que Dios sea libre y Todopoderoso. Prefieren siempre que el que aparezca como libre sea el pecador. En cada púlpito, cada domingo (aviso, aviso, que esto es de vida o muerte), miles de voces están renovando la decisión; no se quiere al Cristo, que él sea el Señor, el que decide, el único que tiene poder, sino al pecador. No a Cristo, sino a Barrabás. Se está con gran incomodidad si todo depende el Espíritu (aunque queda claro que es libre, y donde está, hay libertad). No es el evangelio de Cristo, sino el de Barrabás. Lo religiosamente correcto, lo del Templo y sus sacerdotes, es que un Dios soberano, que no necesita nada del pecador para salvarlo, que no depende de nada aquí en la Historia, que “desde la eternidad” ha ordenado y decidido, es anatema, no puede ser “evangelístico”. Y se renueva la buena nueva de Barrabás; tú, pecador, que estás condenado, que eres un esclavo del pecado, tú eres libre, y “Dios” no puede hacer nada sin tu consentimiento.

Esta libertad de Dios se anunció en la Reforma, especialmente por Calvino (sí, por Calvino); pero como en Pentecostés, de inmediato aparecen los que no quieren, no admiten a un Dios libre. (Si no es “libre”, no te puede libertar; si está “transferido”, son sus sacerdotes los que te liberan o no, y los sacerdotes de un “Dios” transferido, inmanente, son siervos del diablo.) Y se disponen a “ordenar” su poder, a establecer los cauces por los que el Espíritu puede realizarse en la Historia. Aparecen sus mediadores. Es cierto que han rechazado el modelo de mediación papal, y lo exponen con sus corrupciones, pero no caen en la cuenta de que esos del lado protestante están creando un nuevo “Templo”, unos nuevos sacerdotes. Mal asunto, pero eso es lo que hace que hoy al propio papado solo se piense que está mal si ofrece un tipo de mediación. Si “reforma” esa mediación, entonces todos juntos. Al final, el barrabás es liberado y Cristo atado, en las iglesias evangélicas y en el papado.

Acabo. Pero ya estoy pensando para la próxima semana, d. v., que esto de los evangélicos que no quieren la libertad de Dios habrá que ampliarlo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Reforma2 - La libertad de Dios